Nuestras luchas espirituales

Dios no nos debe su amor, no compramos su amor. Él es amor y se entrega a nosotros y por nosotros, por amor.

Por Javier Rojas SJ

Ignacio de Loyola es uno de esos santos que, a pesar de la distancia y la cultura en la que vivió, tiene mucho que enseñarnos sobre nuestro camino espiritual y sobre nuestras luchas espirituales.

Cuando dicta su autobiografía a al P. Luis Gonçalves da Câmara comienza diciendo que «Hasta los 26 años de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra.» Este comienzo “perfectamente” podría ser también unas de las primeras líneas de nuestra autobiografía antes de conocer, amar y seguir a Jesús.

Todos, de una manera u otra, hemos ido detrás de las «vanidades del mundo» y del «vano deseo de ganar honra» y, aun ahora, cuando ya encontramos a Jesús y decidimos seguirlo, podemos seguir siendo tentados de lo mismo.

Para que Ignacio pudiera desarraigar de su corazón aquellas búsquedas banales, el Señor lo hizo transitar por un largo camino de purificación. No le fue sencillo desmantelar el «modo mundano» de vivir para adquirir el «estilo de Jesús». Su camino fue doloroso y estuvo tentado de abandonar lo que había comenzado.

Para nosotros, en la actualidad, las expresiones «vanidades del mundo» y «vano deseo de ganar honra» puede sonarnos añejo y antiguo, pero no debemos olvidar que todos tenemos «búsquedas» que no coinciden con el camino espiritual que Jesús nos invita transitar y que tenemos que desarraigar del corazón «modos de vivir» que son ajenos al modo de ser de Jesús.

San Ignacio plantea el seguimiento del Señor como un camino de «lucha espiritual» y cada uno tiene la suya. Por aquellas «vanidades del mundo» y «vano deseo de ganar honra» Ignacio estuvo dispuesto a dar su vida, hasta que decidió entregarla a quien llamó «Rey Eternal».

Existen al menos tres luchas que podrían representar las «vanidades y el «vano deseo de ganar honra» que Ignacio nos cuenta en su autobiografía. Él tuvo sus luchas y nosotros tenemos las nuestras. Y tanto para Él como para nosotros el discernimiento espiritual será el arma más eficaz para descubrir las tentaciones del Mal Espíritu para no caen en ellas, y reconocer la acción del Buen Espíritu para seguirlo. Veamos brevemente esas tres luchas.

La primera lucha es la tentación de querer ser amado como «yo» quiero ser amado, y no aprender a amar.

El amor vanidoso vs el amor agradecido: Buscamos «ser amados» y no podemos negar esta tendencia fuerte de experimentar el amor y aprecio hacia nosotros. Nos gusta cuando alguien nos expresa su amor o muestra interés por nosotros. “Caemos de rodillas” ante las manifestaciones de aprecio de otra persona, pero queremos que ese amor, ese aprecio e interés por nosotros esté dentro de los parámetros que «yo» quiero y deseo. Quiero que me amen como yo quiero que me amen. Quiero que se interesen por mí o me aprecien como yo quiero. Este es el amor vanidoso. En realidad, al vanidoso no le importa cómo ama el otro, sino sentirse amado. El amor vanidoso busca la adoración, la exaltación de la persona, le gusta ser endiosado porque cree tener motivos para ello y busca que los demás lo reconozcan. Cuando buscamos ser amados así es porque todavía seguimos bajo el influjo mundano de la «vanidad y el vano deseo de ganar honra». ¿Qué aprendió San Ignacio? Que el amor es gratuidad, que el amor es un don que se derrama en nosotros, y que el Amor (con mayúscula) es quien nos funda en el amor y nos hace capaz de recibir y dar amor. El amor de Dios no se compra, se recibe.

La segunda lucha que tenemos que enfrentar es la tentación de privilegiar el tener en lugar de ser.

El tener dinero vs ser persona: La segunda gran lucha espiritual que enfrentó San Ignacio fue la de «disfrazarse de santo». Luego de que Ignacio decidiera cambiar de vida movido por las lecturas espirituales que tuvo durante su convalecencia, se puso en camino como un «peregrino» hacia Jerusalén porque quería vivir en la tierra de Jesús y entregar su vida a Cristo. Se sintió motivado por Santo Domingo y San Francisco de Asís, y se preguntaba «¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo?», pero además pensaba «Santo Domingo hizo esto; pues yo lo tengo que hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo que hacer». Su deseo y motivación de cambiar eran genuinos, pero el modo sobre cómo conseguirlo seguía siendo igual a cuando buscaba «honra y fama».

Para seguir a Jesús no debemos disfrazarnos de nada. No imitamos a Jesús como lo hacen los mimos simulando algo que no somos. La conversión no es cosa exterior, sino que se relaciona con vivir y sentir como Jesús. Por eso es tan bella aquella expresión que pone San Ignacio en los números [EE 93] y [EE 95] de los Ejercicios Espirituales cuando dice: «quien quisiera venir conmigo ha de estar contento de comer como yo y trabajar conmigo». No es a nuestro modo como hemos de vivir la fe, sino al modo de Jesús. Hay muchos que se disfrazan de santos y pretenden competir con Santa Teresita de Jesús o San Luis Gonzaga, pero es pura fachada, es una burda imitación. La conversión es cosa seria, del corazón, de la mente y de nuestra voluntad. Es interior.

La tercera lucha que debemos enfrentar es la tentación de buscar el reconocimiento de Dios y de los demás.

El reconocimiento vs el agradecimiento. Otras de las luchas que enfrentó San Ignacio y que también pueden ser la nuestra, es la de la búsqueda del reconocimiento de Dios y de los hombres. Existe en la vida espiritual lo que podemos llamar un «paso decisivo» y es pasar de «hacer algo para ganar…» a «hacer algo porque recibí y …». Una trampa muy habitual en nosotros es buscar el amor de Dios por nuestras buenas obras, o esperar el reconocimiento de los demás porque somos buenos con ellos. Acostumbrados a que el amor humano está condicionado por lo que podemos lograr o hacer, obtener o conseguir, alcanzar o tener, tenemos la tentación de relacionarnos de esa manera con Dios. Buscamos su amor mostrándole cuán bueno somos cumpliendo los mandamientos, preceptos y tradiciones al pie de la letra, y esperamos de su parte una cierta “preferencia” que medimos porque nos libra de todo los problemas o inconvenientes que podemos imaginar.

Dios no ama como nosotros. Su amor no se compra. No debemos ser buenos para que Él nos ame, sino porque sabemos que porque nos ama incondicionalmente es que somos buenos. San Ignacio intentó imitar la vida de los santos, y se sometió a penitencias muy grandes que incluso dañó su salud. El, de alguna manera, quería congraciarse con Dios, quería ofrecerle grandes cosas porque creía que así Dios lo amaría más. Este fue un error, e Ignacio lo reconoció.

Dios no nos debe su amor, no compramos su amor. Él es amor y se entrega a nosotros y por nosotros, por amor.

Fuente: Santuario de Nuestra Señora de los Milagros

Recursos Ignacianos en la Web

¿Cuántas veces hemos escuchado las palabras «discernimiento en común», «liderazgo ignaciano» o «planificación apostólica» y nos hemos preguntado qué significan realmente? 

Ahora tenemos la respuesta en la punta de los dedos. La Curia General de la Compañía de Jesús, con el apoyo de los jesuitas de Europa, ha desarrollado contenidos en estas áreas y los ha hecho accesibles a toda la familia ignaciana. 

Toda la información se puede encontrar en la página web: “Recursos Ignacianos Esenciales” que abordan temas como el discernimiento en común, la planificación apostólica y el liderazgo ignaciano.

Todos estos recursos están disponibles en diferentes idiomas y se mejoran continuamente. Además, también se ofrece formación a través de seminarios webs (‘webinars’). 

Detrás de cada contenido hay una serie de expertos de alto nivel que facilitan la comprensión y aplicación de los recursos que, inicialmente, pueden parecer complicados.

 

Una llamada para la vida 

Esta iniciativa, por un lado, es una llamada personal a cuidar de nuestra vida interior; a sentir y gustar las cosas interiormente, a dejarnos cambiar, a hacernos crecer y a ayudarnos a acercarnos a Dios. Es una llamada que nos lanza al mundo y nos invita a compartir con los demás nuestra experiencia de vida. 

Por otro lado, es una llamada colectiva y comunitaria, que nos invita a cuidar de las instituciones en las que trabajamos, lo que San Ignacio de Loyola reconoció como la cura apostólica. 

Te invitamos a formar parte de esta familia y a inspirarte en este apasionante reto.

escultura ignacio escribiendo cartas

Si San Ignacio levantara la cabeza

“Los jesuitas hoy en día no somos mejores ni peores que los de antes. Seguimos bebiendo en los ejercicios espirituales una aproximación al evangelio y al encuentro personal con Cristo, que es a quien seguimos.”

Por José María Rodríguez Olaizola, SJ

Se ha vuelto un recurso bastante común en algunos ámbitos cargar contra los jesuitas por no estar de acuerdo con algo de lo que algún jesuita opina. Entonces, se empiezan párrafos con comentarios del tipo «los jesuitas han perdido definitivamente el norte», «qué se puede esperar de los jesuitas (y Bergoglio el peor)», o el infalible «Si San Ignacio levantara la cabeza» Se supone, en opinión de esos comentaristas, que si San Ignacio levantara la cabeza moría del disgusto. Y que a partir de Arrupe todo fue una decadencia. Pero la verdad es que no.

Si San Ignacio levantase la cabeza probablemente estaría contento de ver que sus compañeros seguimos buscando trabajar por el Reino de Dios, en un contexto muy distinto al que le tocó a él. Que entre nosotros sigue habiendo esfuerzos -y a veces tensiones (que le digan a él los desacuerdos que tuvo con Bobadilla o con alguno más); que no siempre vemos las cosas de la misma forma, y en ocasiones hay que pelear para que cambien (el tipo de vida religiosa que él mismo impulsó no era bien visto en su época y tuvo que librar por ello algún pulso eclesial fuerte, y lo hizo); que no somos esclavos del «siempre ha sido así», como él mismo no lo fue (tanto que la misma intuición primera de una Compañía nómada ya se vio, en tiempos del propio Ignacio, corregida con la estabilidad de los colegios).

Los jesuitas hoy en día no somos mejores ni peores que los de antes. Seguimos bebiendo en los ejercicios espirituales una aproximación al evangelio y al encuentro personal con Cristo, que es a quien seguimos. Seguimos teniendo en la espiritualidad de la encarnación (y en la consecuente mirada a la realidad) un reto para dialogar con un mundo que tiene sus propias dinámicas . El conflicto por ese diálogo tampoco es nuevo -que se les diga a los defensores de los ritos malabares y la liturgia, a finales del siglo XVII-). Tampoco es nueva la polémica que siempre ha generado la Compañía de Jesús en algunos sectores (lo de ahora palidece en comparación con las Cartas Provinciales de Pascal y la controversia sobre la moral de entonces) Seguimos tratando de estar en fronteras diferentes (y sí, a veces eso es complejo, porque la frontera tiene mucho más de intemperie). Rezamos. Celebramos. Creemos. Buscamos a Dios. Compartimos la vida en nuestras comunidades. Acompañamos a personas. Educamos. Deseamos ser fieles. Y sí, también nos equivocamos y pecamos, pero resulta que a lo más necio de este mundo es a lo que Dios llama.

¿Somos menos? Sí. ¿En parte será responsabilidad nuestra? Pues seguramente. Si san Ignacio levantara la cabeza, ¿nos echaría alguna bronca? Seguro. Pero vamos, que eso le viene de carácter (y si no, no hay más que leer el memorial del Padre Cámara y ver cómo se las gastaba con sus compañeros en los años romanos). Por supuesto que hay mucho mejorable en nosotros -siempre-, y necesitamos encontrar caminos para ser más transparencia del evangelio de modo que otros puedan sentirse invitados a compartir este camino. Pero los nostálgicos de otra época, que siempre están comparando las cifras con las de los años 40,50,60,70… de algún modo están ciegos. Es toda nuestra sociedad la que ha cambiado. Y toda nuestra Iglesia la que se reduce (por tantos motivos distintos que se escapa a este post analizarlos). Si el disgusto de algunos es que la SJ no es la de antes, a eso se le llama nostalgia. Y a nosotros lo que nos tiene que mover es la esperanza. 

Fuente: Pastoral SJ

El legado del Padre Arrupe para la Fe y Misión

El  Padre Arturo Sosa SJ, Superior General de la Compañía de Jesús, ha manifestado que se siente continuador del legado de Padre Arrupe. 

Arrupe ha influido de forma muy importante en la institución religiosa fundada por San Ignacio de Loyola y aun, de forma más global, en la propia vida de la iglesia. En esta perspectiva queremos centrar esta reflexión, en el legado y herencia que nos deja el P. Arrupe para la vida de la iglesia, de la familia ignaciana y de la fe en general, para su presente y futuro.

Y empezaremos por lo que, sin duda, era el propio pozo donde bebía Arrupe. Lo que configuraba e impulsaba su vida hasta las entrañas: la relación y encuentro profundo, personal con nuestro Señor Jesucristo, para seguirle y amarle más, como reza la fórmula espiritual ignaciana. La primera clave del legado arrupiano, la clave de bóveda que cimentaba toda su vida y misión, es la espiritualidad y mística cristocéntrica o cristo-teologal. Esto es, el enamoramiento y pasión por Jesús, experienciada en su vida de oración y contemplación del Crucificado-Resucitado. En la liturgia y celebración sacramental-eucarística, en el amor y la pasión por la justicia, en el fermento y devoción mariana, amor por María, la madre de Jesús y de la iglesia.

 El amor y fidelidad profunda de Arrupe a la Iglesia

Este seguimiento y unión profunda con el Señor Jesús, le llevaba a la comunión con su pueblo y cuerpo místico, la iglesia. El amor y fidelidad profunda de Arrupe a la iglesia, y con ella a su Pastor universal, al Papa -sucesor de Pedro-, signo también distintivo de la institución que él presidía, es la segunda clave que nos transmite. Un amor y fidelidad verdadera a la iglesia y al Papa, que cimentada en el depósito de la fe eclesial, consistía en la fidelidad, actualización y profundización del Evangelio de Jesús y su iglesia en los tiempos y contextos que le tocó vivir. Esto es imprescindible para que haya verdadero amor y fidelidad eclesial, el abrir los nuevos caminos y surcos en la historia. Por donde el pueblo de Dios puede ir caminando, con  la Gracia del Evangelio en el Espíritu, siempre fermento, renovador y transformador del mundo y de la humanidad.

De ahí que esta comunión con Jesús y con su iglesia, llevara al P. Arrupe a  la misión evangelizadora. Él nos enseña, con la iglesia, que la misión del cristiano y del pueblo de Dios es la proclamación y realización del Reino en la historia y en los pueblos; que la iglesia es por naturaleza misionera, que ella no existe para si misma, sino para evangelizar y servir a la humanidad. El camino de la iglesia es el camino de las personas y de los pueblos, la vida del ser humano, con sus gozos y esperanzas, sus tristezas y sufrimientos, en especial de los pobres y víctimas.

Arrupe y la inculturación del Evangelio

Tal como nos enseña la iglesia actualmente, Arrupe fue iniciador y pionero, en esta época contemporánea, de lo que hoy se conoce como inculturación del Evangelio. Nos muestra como la misión evangelizadora, para ser autentica, debe plasmarse en un mutuo dialogo e inter-relación de la fe con la vida y cultura de los pueblos. Una reciproca inter-penetración donde todo lo bueno, verdadero y bello de esta cultura y vida de los pueblos quede asumido y plenificado por la luz del Evangelio que, a la vez, libera y transforma todo lo inhumano, inmoral e injusto.

El P. Arrupe nos muestra cómo la misión evangelizadora debe hacerse desde esta perspectiva de dialogo sincero y profundo, respetuoso y crítico, desde una fidelidad y creatividad o novedad evangélica. Con alegría y ternura, con libertad y co-responsabilidad mutua entre todos los miembros del pueblo de Dios, con humildad y profecía. Él nos enseña todo este modo de vida y de comunión, de responsabilidad, de ejercicio ministerial y de  misión eclesial, fiel al Evangelio y a lo mejor de la tradición de la iglesia. Un misión evangelizadora que, de esta forma, dialoga y se inter-relaciona con el pensamiento, con las distintas ciencias y materias formativas, con las cosmovisiones e ideologías, con la increencia y el ateismo. Y que por lo tanto requiere una formación cualificada, actual e inter-disciplinar.

Un cristiano que no posea esta formación sólida y vida madura, que no sea  adulto en la fe con su diálogo con la razón, no podrá evangelizar de forma adecuada. Desde todo lo anterior, Arrupe fue pionero así en el dialogo ecuménico, inter-religioso e inter-cultural, en la inter-relación de las distintas culturas, cosmovisiones y éticas de los diferentes pueblos o civilizaciones. Para intentar buscar la civilización del amor, la cultura de la solidaridad y el bien común global, como nos enseña hoy la iglesia.

La herencia de Arrupe

Sin duda, una de las claves más importantes de la herencia arrupiana es el constitutivo e irrenunciable carácter o dimensión social-política de la fe, que exige la justicia, la paz y la transformación del mundo, de sus relaciones, estructuras e instituciones. Una fe que se expresa u opta por el amor liberador desde y con los más empobrecidos, oprimidos y excluidos del mundo. Arrupe fue un verdadero profeta que supo denunciar el mal e injusticia, y anunciar el Evangelio de la justicia, de la paz y reconciliación en un mundo profundamente injusto y desigual. Con el empobrecimiento y exclusión creciente del llamado Tercer Mundo o Sur del planeta. Llevó a la Compañía y a la Iglesia por una senda y testimonio coherente, comprometido en la defensa y promoción de la dignidad y derechos del ser humano, de los explotados y marginados de la tierra.

De ahí su elogio y admiración por todos estos testimonios, mártires que entregaron su vida por el Evangelio del amor, la justicia y de la paz, por la Buena Nueva liberadora de los empobrecidos, excluidos y marginados. Testimonios y nombres, que él incluso conoció y trató personalmente. Como Rutilio Grande SJ, Mons. Romero, Ll. Espinal SJ, I. Ellacuría SJ y sus compañeros mártires jesuitas de la UCA (El Salvador), etc. que le dejaron una huella imborrable en su vida.

De estos testimonios y mártires, decía Arrupe, que eran verdaderos modelos y ejemplos para la Compañía de Jesús, para la vida religiosa y de fe en general; que eran prototipo de jesuitas, de miembros de la iglesia y de cristianos para nuestro tiempo. Muchos más cosas se podrían decir del P. Arrupe y su legado espiritual, humano, ético y social. Pero con la intención de no alargarnos más, creemos que lo escrito hasta aquí es lo más esencial de su herencia. Y sirve para tomar conciencia de la talla humana y cristiana del jesuita vasco. Como tantos santos y testimonios admirables a lo largo de la historia de la iglesia, Arrupe supo vivir e ir a lo primordial, a la entraña del Evangelio. Es decir, el seguimiento de Jesús, en la santidad y mística-espiritualidad del Dios del amor, la justicia y la paz. El Dios liberador y universal, de los pobres y excluidos del mundo. Arrupe fue todo un profeta y renovador de la vida religiosa, eclesial y cristiana. Ahora  nos sigue sonriendo y alentando, desde la comunión con el Dios Trinitario y con todos los santos.

Fuente: Loyola and news

El Evangelio en el Fútbol

La alegría y la fuerza de vivir de manera auténtica el evangelio tendrían que parecerse más a la emoción que el fútbol despierta.

Por Jorge Berli SJ

El papa Francisco invitaba a todos los jóvenes, en la JMJ de 2013, a que jugaran en el equipo de Jesús. Observó que los creyentes nos movemos en el campo de la fe y lo comparó con un lugar de entrenamiento, como es la cancha de fútbol ¿Qué tienen en común nuestra fe con la emoción que despierta el fútbol?

Nuestro equipo no es de un solo color

Conviene adelantar, a modo de salvedad, que no vivimos nuestra fe como antagonistas a otros. En este sentido, la competencia deportiva (incluso la más leal) no es representativa de nuestra forma de ser cristianos delante de otros.

Nuestra adhesión a lo que creemos nos lleva, muchas veces, a luchar por valores y a defenderlos como ocurre, por ejemplo, con la promoción de la vida humana. Eso es valiente y evangélico pero no deberíamos caer en la tentación de vivirlo como una competencia para vencer al oponente. Más allá de nuestros pensamientos y actos, el amor de Dios está siempre abierto a todos. Éste se parece más a una cancha de barrio o de plaza antes que a un club reservado sólo para socios.

Salir a la cancha

La alegría y la fuerza de vivir de manera auténtica el evangelio tendrían que parecerse más a la emoción que el fútbol despierta. Dios nos ama con locura y tiene puesta su mirada repleta de misericordia sobre nosotros. Desbordante como esas tribunas infinitas que parecen latir, rebosar y explotar al gritar un gol. Si nos conectáramos más con la vivencia interior de que Dios nos ama así, constante e incondicionalmente, compartiríamos más y de muchas otras maneras este don de amor con otros. Es lo que hizo Jesús. Ponerse la camiseta de cristiano es verme en este estadio del amor de Dios, asumirlo para mí y repartirlo con otros.

San Ignacio señala, en los Ejercicios Espirituales, que no es la inteligencia la que más mueve el sentido de nuestra vida sino, preferencialmente, el afecto: “no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente” [EE 2].  Por eso, para que nuestra pasión por Dios crezca, no basta con una adhesión racional a la fe, sino que necesitamos de nuestra experiencia afectiva de encuentro personal con Él en la oración. Rezar es disponerme a escuchar a Dios. Dios podría hablarme como un DT, que me comunica una idea de juego para que yo ocupe el lugar que me corresponde. O Dios podría acercarse a decirme suavemente, como mi mejor amigo, antes de que yo salga a jugar, cuán feliz espera que yo sea y, en ese momento, todo el ruido de un estadio sería enmudecido por la paz de sus palabras.

Estar justo ahí

No somos un título, ni un éxito o fracaso, ni un lugar social. En la oración encuentro mi verdadera identidad que es el reconocerme hijo de Dios. No hay otra cualidad para definirme que encuentre más conexión con el evangelio. Desde el día de nuestro nacimiento, Dios nos viste con Su misma camiseta para jugar en la cancha de la vida.

¡Vivir esta vocación tiene que apasionarnos! Nos tiene que emocionar sentir que si actuamos de acuerdo a esa identidad de hijos, vamos a estar haciendo en la cancha lo que tenemos que hacer. Vamos a estar justo en el lugar donde debemos estar. En el fútbol, no hay nada más lindo que una armonía de jugadores que se encuentran en el momento que tenían que hacerlo, para que la coreografía del gol parezca mágicamente ocurrir. Así sucede también, cuando al presentarse ante nosotros una injusticia, nuestro actuar como equipo restablece el amor primero de Dios por la humanidad: esto es el evangelio. Cuando inclino mi cuerpo para servir a otro, la pelota toca mis pies y atraviesa el arco.

 El gol del evangelio

Nuestro triunfo, entiéndase bien, es hacer presente el evangelio. Que ese objetivo nos quite el sueño, como a Alberto Hurtado que casi no dormía; que no dejemos a nadie sólo, como con su presencia llegaba a todos el cura Brochero. Que cubramos con nuestros brazos a los últimos, como hizo la Madre Teresa; que paremos con el pecho el odio, como Oscar Romero; que no nos movamos de nuestra marca como las cuatro hermanas Dominicas de Maryknoll en El Salvador. Que seamos imparables, como Angelelli a quien tuvieron que derribar; que no nos cansemos de correr aun cuando nos cueste caminar, como a Juan Pablo II y que nuestra vida esté más cerca de Dios, cuanto más próximos estemos del área (de las fronteras) como expresó Pedro Arrupe con su vida. 

¡Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar! Vibrar por el amor a los demás, como hacían los primeros cristianos y los santos. Como hacemos vos y yo, cada vez que nos animamos a compartir este amor que es locura, coreografía apasionada por meter el gol del evangelio.

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 30 de Junio

Evangelio según San Lucas 9, 51-62

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cie­lo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió men­sajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron por­que se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumir­los?”. Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde vayas!”. Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recli­nar la cabeza”. Y dijo a otro: “Sígueme”. Él respondió: “Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despe­dirme de los míos”. Jesús le respondió: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.

Reflexión del Evangelio – Por Oscar Freites SJ 

El evangelio de este domingo nos ubica en el corazón del relato evangélico según San Lucas. Hasta aquí, el ordenado relato lucano ha presentado detalladamente los orígenes y la vida de Jesús entre los suyos en Galilea; y las palabras y las acciones con las cuales comenzó a hacer presente el Reinado de Dios. Pero aquí, hoy, se produce un quiebre, se toma una decisión: Jesús, endureciendo el rostro, se encamina con determinación a cumplir su misión. Se pone en camino hacia el lugar en donde pondrá en juego toda su vida: Jerusalén. El rumbo esta claro y el camino por momentos será arduo, pero el horizonte trazado alentará y orientará cada nueva decisión y elección.  

Desde esta perspectiva, el evangelio de este domingo puede ayudarnos mucho en nuestro hoy. Estamos a punto de comenzar a vivir la segunda mitad del año, y quizás sea un buen momento para examinar qué tanto nuestras decisiones y elecciones nos van encaminando hacia el horizonte de nuestra misión, hacia el fin que hemos trazado para nuestra vida. Las consideraciones que Jesús realiza a aquellos que quieren seguirlo por el camino pueden ser una excelente guía para nuestro examen. 

Revisar nuestras cuevas y nuestros nidos: aquellos lugares donde nos hemos quedado a reposar plácidamente mientras la vida se nos pasa; aquellos sitios de seguridad y comodidad que evitan riesgos y ahogan decisiones; aquellas instancias que nos mantienen en la minoridad coartando nuestra madurez y crecimiento.

Reconocer aquellos apegos que nos roban la vida, agotan nuestras energías y quitan fecundidad.

Caer en la cuenta de la mano puesta en el arado que nos invita a la siembra, que nos lanza a la experiencia antes de pegar media vuelta. Pues las decisiones y las elecciones de nuestros discernimientos se confirman en medio de la experiencia, en el riesgo que implica el paso a paso sobre el arduo camino hacia nuestros sueños. 

Endurecer el rostro y caminar con determinación, a veces por senderos poco hospitalarios o junto personas que poco comprenden; pero con la certeza de un rumbo que late dentro, de un horizonte que se abre lejos y de una misión en la que se va gustando el Reino. ¿Cómo va tu rumbo?, ¿Por dónde anda tu horizonte?, ¿Qué vas gustando de tu misión?

Aprovecha estos días para examinar tu camino, para ajustar el rumbo, para gustar hoy el Reino de Dios que se hace vida y misión.    

Pidamos en este domingo que como Jesús podamos ir en nuestro camino solamente deseando y eligiendo aquello que más nos conduce al fin para el cual hemos sido creados.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Gustavo Morello SJ: El desafío de la convivencia religiosa es llevarla a la mesa

La Editorial de la Universidad Católica de Córdoba presentó el libro ‘La religión como experiencia cotidiana’, el pasado martes 28 de mayo.

La compilación de Hugo Rabbia y Gustavo Morello analiza la presencia de lo religioso en la vida cotidiana de los sudamericanos, y parte desde un trabajo de investigación realizado por 11 investigadores de Boston, Córdoba, Perú y Montevideo. Los autores se preguntan cómo se vive la religión en América Latina. Para responder a ello, estudian las creencias, prácticas y actitudes religiosas de la región, desde la estatua del Cristo Redentor hasta los santuarios de devoción popular al Gauchito Gil o San La Muerte. Los capítulos exploran los cruces entre religión y política, migraciones, género, nuevas tecnologías, cuerpos, emociones, instituciones, conversiones, pluralización e ideas de Dios.

La presentación estará a cargo de la periodista Alejandra Beresovsky.

En esta entrevista, Gustavo Morello habla del libro, del rol de lo religioso en las ciudades Lationamericanas y de las instituciones e instancias de diálogo, como el COMIPAZ, que fomentan la convivencia entre las diferentes religiones.

Ignacio: la espiritualidad a través del arte

En colaboración con BeWeb, el portal de Bienes Eclesiásticos en Red, la Biblioteca Peter-Hans Kolvenbach, de la Curia General de la Compañía de Jesús, ha organizado una exposición de algunos de los volúmenes antiguos utilizados en el recorrido temático: «Ignacio: la espiritualidad a través del arte».

Por Raúl González Berardi SJ 

El objetivo de esta iniciativa es contribuir al conocimiento de la Biblioteca, recientemente reabierta, y de la tradición ignaciana en una plataforma que permite a personas de todo el mundo acceder a obras de arte que normalmente se encuentran en lugares protegidos.

El 5 de junio fue posible admirar de cerca estas rarezas bibliográficas, con la muestra extraordinaria en la Biblioteca, a todos los amantes del tema. El presentador, el P. Bernardo Gantier, jesuita del Colegio Pío Latinoamericano, historiador y artista, presentó el material expuesto y lo situó en el contexto de una de las características de la espiritualidad ignaciana: el encuentro entre la imaginación y el rigor. El historiador señaló que la personalidad de San Ignacio lo había llevado, desde temprana edad, a imaginar y soñar con la grandeza. Su camino espiritual ha conservado estos rasgos y los ha reorientado, pero su interés por la peregrinación y la novedad nunca lo han abandonado. La aplicación de los sentidos, en la espiritualidad ignaciana, permite precisamente una forma de «juego»: estar presente a los acontecimientos narrados. Su peregrinación interior lo llevó a entrar en la intimidad de la Trinidad…. y hacia la gloria.

Esto es lo que el Hermano Andrea Pozzo, artista-pintor, ha sabido hacer sentir en sus obras maestras. Parte del recorrido temático de BeWeb está dedicado a él. También se destacan las obras de Athanasius Kircher, un jesuita cuyo espíritu lúdico lo ha llevado a verdaderos descubrimientos científicos, y las de Angelo Secchi, considerado el padre de la astrofísica y que, si su trabajo estaba marcado principalmente por el rigor, necesitaba imaginación para aventurarse a descubrir el mundo de las estrellas.

Para comprender mejor la historia y el espíritu de esta exposición virtual, les invitamos a leer la presentación, publicada en las actas de la Congreso del 3 de junio de 2019, en el que participó la Biblioteca.

En esa presentación se dice que: «Es un orgullo y una riqueza cultural para la biblioteca poseer y preservar estos tesoros, y trasmitirlos a las generaciones futuras fascinadas por la historia y la espiritualidad de una Orden que nunca ha perdido su fisonomía.»

De la gratitud a la donación

Una reflexión que une la práctica deportiva con la espiritualidad ignaciana.

Por Alejandro Gómez Brua SJ

Siglos atrás las personas más reconocidas del mundo eran, sin duda, las supremas autoridades de los diversos reinos. Hoy día los principales gobernantes del mundo no son necesariamente las personas más reconocidas. Figuras de otro ámbito han abarcado una atención más generalizada. Nos referimos a los grandes deportistas. Personajes como Leo Messi o Roger Federer son reconocidos a lo largo de todo el globo, sin importar el país, la cultura o el nivel económico.

En efecto, el deporte mueve pasiones, mueve familias y pueblos enteros. Hasta se podría afirmar que tiene más relevancia, para la mayoría de las personas que cualquier religión o ideología política. Notablemente, uno de los deportes más practicado en el mundo, el fútbol, no consta siquiera con dos siglos de existencia y, sin embargo, ejerce una influencia descomunal.

Habiendo reconocido esto cabe preguntarnos: ¿qué papel podría jugar el deporte (el fútbol, por ejemplo) en la vida de un joven cristiano? ¿Qué elemento del mundo deportivo puede ser significativo para una espiritualidad encarnada en nuestros días?

Sin dudas, un punto en común entre la espiritualidad cristiana y el deporte es la ascética. Una mirada superficial de esta comparación puede llevarnos a pensar que se tratan de dos ascéticas opuestas. Fácilmente podemos caer en una errónea dicotomía que etiquete la ascética cristiana como una negación del cuerpo y, por, otro lado, identificar el cuidado del cuerpo en el mundo deportivo como un narcisismo un tanto egocéntrico. Sin embargo, es posible hallar puntos en común que unan la abnegación que pretende la espiritualidad cristiana con el cuidado del cuerpo (propio de la actividad deportiva) para el servicio a los demás.

La mirada de Ignacio de Loyola puede ser de gran ayuda en este punto. Curiosamente, el peregrino nombra a la obra que constituye su mayor legado espiritual como “Ejercicios Espirituales”. Y al comenzar el texto dice: “porque así como el pasear, caminar y correr son exercicios corporales, por la mesma manera todo modo de preparar y disponer el ánima, para quitar de sí todas las affecciones desordenadas y después de quitadas para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman exercicios spirituales.” (EE.EE. n°1)

De modo evidente, la dinámica de la prueba, el error y el ajuste, constituye una constante en el entrenamiento deportivo. En la vida espiritual ocurre algo similar: intentamos crecer en madurez y bondad, quitar nuestras afecciones desordenadas y, así, servir y amar cada día más. Este esfuerzo comparado, que resalta algún cierto voluntarismo, puede sonarnos inadecuado, sobre todo si consideramos que en el mundo deportivo la búsqueda del éxito es un imperativo bastante común. Aun así, quizás nuestra vida espiritual no se aleje mucho de lo anterior. Con todo, me parece sugerente realizar una analogía partiendo, no desde el fin perseguido, sino desde la génesis de todo camino ascético.

Volvamos al fútbol. Ciertamente, muchos de nosotros lo disfrutamos desde pequeños. Al principio habrá sido simplemente viendo a otros jugar, luego comenzar a correr tras el balón y finalmente aprender a patear. Probablemente fueron nuestros padres quienes comenzaron a jugar con nosotros, o, quizás, algún otro familiar o un amigo de la infancia.

Sin duda, tanto nosotros mismos como nuestros seres queridos son capaces de recordar aquellos momentos con gran alegría. Ahí está la clave. La alegría de la donación emerge en nuestra memoria al recordar cuánto nos divertíamos jugando de pequeños. Esa alegría nos llevó poco a poco a jugar con otros amigos, a entrenar en algún club o en el barrio y, por qué no, a soñar con dedicarnos toda la vida a realizar aquello que tanto nos gusta.

Una clave fundamental está entonces en la alegría de la donación. Ignacio en la primera consideración de sus Ejercicios Espirituales, llamada Principio y Fundamento, dice: “El hombre es criado para…” (EE. EE. n° 23) El paso inicial en el camino del servicio y también de la ascética es el reconocimiento de la gratuidad. Fuimos creados y animados por un acto de pura gratuidad. El agradecimiento entonces parece un pilar fundamental para iniciar cualquier camino espiritual.

Si nos remitimos al ámbito de lo cotidiano, podemos descubrir que lo anterior resulta de importancia capital. En efecto, no se trata caer en la cuenta de nuestro ‘ser creados’ sino de incorporar la gratitud como punto de partida en nuestra vida. Ésta gratitud previa actúa como combustible constante ante la dinámica de la prueba, el error y el ajuste.

Ahora bien, el fin también es un punto importante en el itinerario deportivo y espiritual. Si bien lo más originario parece no ser nuestra función sino nuestra recepción de la donación primera de Dios, el carácter teleológico también juega un papel importante en nuestra existencia. Cuando leemos el enunciado “criados para”, nuestra comparación entre la espiritualidad y el deporte parece hundirse, ya que imaginamos el fin de la vida cristiana como el servicio y el amor al prójimo, mientras que el deporte parece sólo perseguir el éxito y la admiración.

Desde mi perspectiva, esto último puede ser una visión reduccionista del deporte. Evidentemente, son aspectos que pueden colarse en las motivaciones. Pero si entendemos en sentido amplio quienes son lo que hacen deporte, quienes juegan al fútbol, nos encontramos con hombres y mujeres que comparten la alegría de jugar con familiares, amigos o simplemente otra persona.

Estamos hablando de aquellos que aprendieron a regalar su sonrisa en un momento de gratuidad. Padres que comparten con sus hijos lo que tanta felicidad les brindó en su propia infancia. Cristianos -¿por qué no?-, que, en los límites de un campo, aprendieron a donarse de manera sencilla. Hombres y mujeres que se esfuerzan por ofrecer lo mejor de sí, de manera generosa. Deportistas que, sea el patio familiar o la plaza del barrio, encarnan la gratuidad, invitando a todos a unirse al juego.

Xavier Melloni SJ: “El silencio no es la ausencia de ruido sino la ausencia de ego”

Entrevista del Portal ‘La Vanguardia’ de España al jesuita Xavier Melloni SJ, en el contexto de la polémica versión ‘sexual’ del Padrenuestro divulgada en los Premios ‘Ciudad de Barcelona’ de febrero pasado.

¿Le molestó la blasfemia de aquella poetisa en el Ayuntamiento de Barcelona?

Mucho, pero no por Dios, porque a Dios la blasfemia no le llega, sino por lo que tenía de agresión contra las personas creyentes. Me sorprendió su rabia y me gustaría que me explicara la razón y el sentido de esa rabia.

¿De dónde cree usted que viene?

Es la reacción contra el residuo de la imposición del antiguo Dios autoritario. Hoy se blasfema menos, porque ese Dios impuesto está desapareciendo de nuestro imaginario.

La blasfemia en una sociedad libre sale barata, gracias a Dios.

En Irán la hubieran lapidado. Cierto.

¿Por qué en nuestra era postreligiosa cada vez hay menos curas y más artistas?

Porque ese ateísmo infantil bloquea la irrenunciable aspiración a trascender y muchos la buscan en el arte. Ese ateísmo del Dios autoritario es la fase purificadora en el proceso de la fe hacia el encuentro interreligioso.

Otros regresan hacia el Dios medieval.

Tras el ateísmo de ese Dios arcaico hay una forma progresiva de recuperar a Dios y otra regresiva: el fundamentalismo reaccionario.

¿Cuál es nuestro fundamentalismo?

Un narcisismo paradójicamente adicto a todo. Su expresión más ridícula son las redes sociales y las selfies: ya sólo nos interesa vernos y fotografiarnos a nosotros mismos.

Y nos enganchamos a cualquier cosa: drogas, el móvil, las series televisivas…

Por eso necesitamos ejercicio espiritual para superarlo. Y ahora… ¡Silencio!

El silencio no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego. En los colegios laicos más avanzados del planeta se practica la meditación. Es un indicio esperanzador de que todos convergemos hacia un nuevo estadio.

Deme un consejo para Semana Santa.

Póngase una alarma y deténgase cada hora en ese silencio del ego. Deje que irrumpa el momento en toda su densidad en su conciencia. Pase así de ser mero okupa del espacio y el tiempo a integrarse en ellos. Y vivirá más. Cada instante es irrepetible: repítalo cada hora.

¡Magnífico! ¿Alguna otra sugerencia?

Renuncie a algo. La renuncia no quita; la renuncia da. Da libertad. Experiméntela. Libérese de algo de lo que cree depender.

¿Librarme de algo que necesito?

Progresará: el narcisismo y la adicción son estancamientos, fijaciones. Cuando los supere tendrá una autoestima sana. El siguiente paso es convertirla en realización y después en trascendencia. Es un proceso de superación personal –ontogénesis– que luego se repite –filogénesis– en toda la especie.

¿De verdad cree que progresamos?

Como las personas, los pueblos y las religiones también se estancan en el narcisismo. Para superarlo, deben morir en ese estadio primario y reaparecer en uno superior.

¿Cómo?

Las palabras condensan significado y energía: designan el mundo, pero también capturan cuanto designan, lo encierran. Por eso, hasta que sustituyes una palabra por otra, no puedes percibir el mundo de otro modo: no progresas. Para llegar al mar de la nueva conciencia, tal vez el río de cada religión deba perder su nombre. Y adoptar el nuevo.

¿Qué nueva fase?

Hoy los humanos entre fases de progreso estamos entre el miedo a esa evolución espiritual y la audacia de la ciencia. En ciencia sí hemos sido audaces hasta trascender la materia y llegar a la energía.

Usted dice que ya lo hacían los místicos.

Los místicos experimentaban por vía espiritual lo que después la ciencia recorrería con la razón empírica en el laboratorio. Sentían la energía que luego demostraría la física.

Visionarios de la energía del universo.

La mística sólo anticipaba el camino de la ciencia. Por eso, un poco de ciencia te hace ateo, mucha ciencia te hace creyente. Las religiones orientales son la aceptación del ya es, y las occidentales añaden su rebeldía profética: la ascensión hacia lo que todavía no es.

¿Y hacía dónde vamos?

Vamos a la síntesis de las religiones. Y digo síntesis, porque es la superación de lo anterior con una unión armónica, y no sincretismo, que es su degradación en la mezcla.

¿Cómo y por qué ahora?

La densidad de conocimiento nos lleva a un cambio cualitativo de conciencia. El esfuerzo místico debe lograr que la experiencia mística vuelva a ser de nuevo anticipación del camino que recorrerá la ciencia.

¿Y usted va a intentarlo: ser místico?

Quiero dar un paso más allá del estudio al que he dedicado 15 años.

¿Cilicios, ayuno, mortificación?

Para nada. Sólo vida normal y concentración.

Está usted muy delgado.

Porque estoy muy ocupado. La mística no es una experiencia religiosa, sino que intenta trascender lo religioso.

¿Cómo?

La globalización está aquí, pero debemos evitar que provoque traumas y violencia. Yo intentaré modestamente hacer lo posible para que haya lucidez hacia la síntesis.

Fuente: lavanguardia.com