Conversando con Javier Melloni SJ

En medio de su paso por Chile, este jesuita español, antropólogo, teólogo y escritor regaló, al equipo de Vocaciones Jesuitas Chile, una mañana para conversar sobre la vocación, la espiritualidad ignaciana y muchos temas más.

Te dejamos aquí transcrita una parte de la entrevista. Si quieres verla entera, haz click en este link 

Nosotros acá en Chile estamos en un momento en el que parece que se nos ‘perdió Jesús’. E intuitivamente decimos ‘no, está ahí’, ciertamente. ¿Cuáles crees tú que son las claves para poder recuperarlo, para poder descubrirlo en un contexto tan complejo como el que estamos viviendo? A lo mejor son nuevos lentes, de alguna manera. 

Totalmente, yo creo que estamos llamados a una conversión radical. Conversión significa ‘un giro de la mente y del corazón’. Es un giro afectivo y un giro cognitivo. Una manera de abrirse y de reconocerle bajo nombres nuevos, incluso. Si en Filipenses dice que Jesús, siendo de condición divina se vació de sí mismo, se hizo uno de tantos, llegó hasta la muerte en la cruz y ahí en el abajamiento total, es el Nombre sobre todo nombre, significa que Jesús está en el interior de todos los hombres. Y por lo tanto, a través de los distintos nombres con los que los jóvenes e incluso los que están en contra de la Iglesia, nombran lo que para ellos es verdadero, ahí está Jesús escondido. Entonces nuestro esfuerzo, yo creo, que consiste en ir hacia los demás. Porque el Nombre de Jesús posibilita los demás nombres, no los secuestra, no los abduce. Al contrario, los ilumina. 

Para mí esa es la experiencia cristiana que cada vez estoy entendiendo más: Jesús abre, no cierra. Porque Él mismo es vaciamiento. Jesús es el encuentro del vaciamiento de Dios en el ser humano y del ser humano en Dios. En ese vaciamiento mutuo aparece Jesús. Ahí donde el ser humano se vacía a sí mismo por amor a los demás, hacia una causa justa, una causa verdadera, ahí está Jesús, aunque no tenga el nombre que nosotros sabríamos identificar en primer lugar.

Laudato Si’ recitada en décimas

 La Red Mundial de Oración del Papa en Chile ha elaborado una serie de videos en los que la Encíclica del Papa Francisco, Laudato Si’ recitada a ritmo de décimas.

La décima es una forma poética de origen español, que varios países de América Latina tienen en común, inscribiéndola en una larga historia de improvisación literaria traída de Europa y de África. Ha sido y sigue siendo en muchos lugares del mundo, una valiosa práctica popular utilizada para comunicar, enseñar y transmitir la cultura de los pueblos por tradición oral.

La décima se compone de diez versos octosilábicos, cuyas rimas se organizan bajo el esquema «abbaaccddc». Tal como informan los expertos, hay muchas variantes de este «complejo ejercicio», que varía según el país, aunque la mayoría son recitadas o cantadas en el modelo de «pie forzado».

Esta nueva forma es un modo de descubrir los problemas urgentes que afectan a la Madre Tierra, con el fin de acabar con esta peligrosa indiferencia social, lamentablemente tan extendida en nuestro tiempo.

Te dejamos aquí los links de los videos grabados hasta ahora.

Mirar con fe

La fe nos permite reconocer una realidad que a simple vista no sería posible. 

Cuando miramos con fe un acontecimiento, a una persona o un hecho concreto, apreciamos lo que de lo contrario permanecería culto a nuestros ojos. La fe nos hace traspasar la realidad para descubrir a Dios. La fe nos hace percibir la vida con más sencillez y transparencia. Con fe podemos apreciar la presencia de Dios, su accionar, su poder, su belleza. 

Tener fe no es solamente creer que Dios existe, sino que actúa, que está presente y vive en todo lo que nosotros vivimos. “Señor mío y Dios mío” es la expresión de fe más preciosa que decimos cuando vemos elevarse la hostia en las manos del sacerdote. En ese pedacito de pan la fe nos hace reconocer a Jesús

Fuente: Nuestra Señora de los Milagros

Basta que creas

Llega ese momento, siempre llega, en que comenzamos a creer en nosotros mismos.

Ese instante en que comenzamos a dar credibilidad a la voz de nuestro interior que nos dice “puedes hacerlo”, “puedes lograrlo”, “no te rindas”, “no te desanimes”. Y mientras en nuestra mente desfilan los pensamientos que dicen no podrás, no lo lograrás, no es posible, y hacen alianzas con nuestros miedos y cobardías, esa voz interior, con una sola palabra, tiene la fuerza para abrir nuestro corazón de par en par y dar rienda suelta a nuestra creatividad. 

«No temas», dirá susurrando a nuestro espíritu tembloroso.

 «Basta que creas» y sentiremos cómo explota dentro de nosotros una fuerza y convicción que ahuyentará nuestras dudas. 

¿Puedes oír esa voz? Pero no te engañes. Esa voz interior que te dará valor, fuerza y convicción no te inyectará adrenalina haciéndote creer que eres invencible. No, no es así como funciona.

Esa fuerza interior que brotará de tu interior no estará al servicio de tus fantasías infantiles, de tus deseos de omnipotencia ni de aparentar o disfrazarte de quien no eres, sino que te ayudará reencontrarte con tu verdad más profunda y creer en ti aun en medio de las dificultades. 

Esa voz te dirá que a pesar de los problemas por los que atraviesas, y aun cuando sientas que ya no tienes motivos ni razones para luchar, siempre podrás confiar en Él. Siempre tendrás en su abrazo tu hogar. 

Entenderás que con amor siempre podrás abrir un camino. No te rindas en las dificultades, no te abandones en tus fracasos, no pierdas la fe ante tus errores. Confía, confía en Él y ponte de pie. Aún queda camino por recorrer.

Fuente: Santuario Nuestra Señora de los Milagros

Cómo San Ignacio está dando a los adolescentes las herramientas para los desafíos de hoy

Casi todos los estudiantes descubren que tienen una voz interior, que los llama a hacer el bien y evitar el mal. La mayoría de los estudiantes encuentra esta práctica inmensamente útil. Escriben sobre cómo aprendieron a escuchar sus voces internas, a discernir el bien del mal y a ganar confianza para seguir el bien.

Por Molleen Dupree-Domínguez

En este otoño, todos los estudiantes de la escuela secundaria donde enseño habrán nacido después del 11 de septiembre de 2001.

Han sido 18 años de flagelos para muchos de nosotros: de Bush a Obama, de Obama a Trump; de teléfonos celulares a teléfonos inteligentes y a celulares completamente inteligentes; de guerras a tiroteos en las escuelas y a la brutalidad policial publicitada.

En resumen, estos jóvenes viven en una época de gran crisis existencial – y sólo han vivido en esta época de gran crisis existencial.

Las herramientas espirituales ignacianas son esenciales para mis estudiantes. La seducción de la violencia, el cinismo y la desesperanza suele ser convincente. A su alrededor, los adultos expresan su disconformidad contra los líderes públicos, el miedo a la violencia armada en todas sus formas y el pánico por el cambio climático.

La práctica de la oración ignaciana ayuda a mis estudiantes a cruzar el ruido de los mensajes mediáticos sobre estos grandes temas, así como las preocupaciones más típicas de la adolescencia como las primeras relaciones, su apariencia y sus logros. Las herramientas ignacianas sientan la base de la esperanza eterna de que Dios está verdaderamente con nosotros, incluso y especialmente en los tiempos de lucha.

Discernimiento de los espíritus

Ignacio sabía cómo proceder en estos tiempos inciertos — debemos estar atentos a los espíritus que se disputan nuestra energía. El Espíritu Santo rivaliza con muchos otros espíritus, la mayoría de los cuales desean alimentar nuestras ansiedades y despertar nuestras dudas.

Es bueno que mis alumnos sepan esto: existen fuerzas espirituales en competencia en el mundo, y dejarse llevar por el espíritu negativo no es la única opción. Las voces de ansiedad, duda y miedo son reales, pero no son necesariamente la voz de Dios.

Aunque suene un poco extraño, esto tiene que ver con sus propias experiencias de vida. Saben que hay muchas voces en sus cabezas, y para la mayoría de los estudiantes es un alivio descubrir que tienen el permiso de ignorar a la mayoría de éstas.

Diario de un examen de conciencia

En primer lugar, enseño el discernimiento en el plano de la conciencia, definiéndolo desde el punto de vista secular y católico. Luego hablamos de cómo todos tenemos diferentes voces en nuestras cabezas, y el discernimiento es un estado armónico de nuestra atención con la voz de nuestra conciencia que, en la tradición católica, es la voz de Dios.

Para rastrear la voz de sus conciencias, durante una semana los estudiantes escriben todos los días en su diario preguntándose: ¿Hasta qué punto hoy honré uno de mis principales valores? ¿En qué medida informé a mi conciencia? ¿Hasta dónde escuché mi «voz interior» hoy?

En estos diarios casi todos los estudiantes descubren que tienen una voz interior, que los llama a hacer el bien y evitar el mal. La mayoría de los estudiantes encuentra esta práctica inmensamente útil. Escriben sobre cómo aprendieron a escuchar sus voces internas, a discernir el bien del mal y a ganar confianza para seguir el bien.

Mientras ellos ven flujos constantes de imágenes y videos, de titulares y comentarios en sus teléfonos, la habilidad para sosegar la mente y sintonizar la voz del amor es indispensable.

Examen

Después de observar de cerca la conciencia, en clase practicamos el examen durante varios días. Los estudiantes recuerdan el día anterior y le piden a Dios que les muestre dónde estaba presente el Espíritu o dónde necesitan hacer un cambio. Es durante este tiempo que le presento herramientas de oración en línea, tales como la aplicación Hallow (en inglés, Santo) y Pray as You Go (en inglés, Voy rezando). Muchos estudiantes las aman y las encuentran útiles para orar por su cuenta.

Lleve el examen diario con usted dondequiera que vaya agregándolo como fondo de pantalla de bloqueo de su teléfono.

Cultivando las virtudes

Ahora estamos listos para poner en práctica las buenas acciones.

Ignacio ha escrito:

“Es cierto que los perezosos nunca tendrán paz mental o la posesión perfecta de la virtud, ya que éstas no se conquistan a sí mismas; mientras que los diligentes obtienen fácilmente ambas en pocos días”.

Cada estudiante elige una virtud cardinal o teológica para practicarla durante cinco días. Ellos documentan sus esfuerzos con fotos y textos, intercambian ideas sobre asuntos a experimentar y se comunican periódicamente con un mentor para hablar sobre su práctica.

Todos los días, durante una semana, recibo reflexiones bellas: cómo los estudiantes decidieron decirle a sus madres que las amaban; cómo decidieron apagar sus celulares mientras hacían sus deberes para practicar la ponderación; cómo decidieron intervenir cuando uno de sus amigos hizo una broma a expensas de otro. Ellos quieren practicar estas virtudes. Tienen apetencia por una dirección que los convierta en el tipo de persona que realmente quieren ser — como, creo, somos todos.

También tienen ansias por ser auténticos y, tras una semana de práctica, pueden estar de acuerdo con Ignacio en que las acciones hablan más persuasivamente que las palabras:

«(Las personas) de gran virtud, aunque su saber para ayudar al prójimo sea exiguo, predican con más elocuencia y persuaden a su gente hacia la bondad más poderosamente por su apariencia que por su habilidad retórica, por más instruidas que estén».

Los adolescentes de hoy digieren mucha información preocupante. Aunque las generaciones anteriores han enfrentado desafíos, es difícil hacer comparaciones debido a la gran cantidad de información disponible ahora para los adolescentes las 24 horas del día. Con ese bombardeo constante nunca habían sido más importantes el discernimiento y la virtud. Tengo que agradecer a Ignacio por estas herramientas y prácticas que puedo compartir con mis estudiantes, porque les ayudan a sortear los desafíos de esta época.

Fuente: es.jesuit

Compartir lo que somos

“Existe una tendencia en nosotros de quererlo “todo para mí”. Compartir es lo que viene después del egoísmo.”

Por Javier Rojas SJ

Encontrar

«Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Porque si solamente aman a los que los aman, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos se comportan así! Y si solamente se portan bien con quienes se portan bien con ustedes, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡Eso también lo hacen los malos! Y si solamente prestan a aquellos de quienes esperan recibir algo a cambio, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos prestan a los malos con la esperanza de recibir de ellos otro tanto! Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. De este modo tendrán una gran recompensa y serán hijos del Dios Altísimo, que es bondadoso incluso con los desagradecidos y los malos. Sean compasivos, como también el Padre de ustedes es compasivo». (Lc 6, 31-36)

El éxodo del yo

Una de las primeras cosas que aprendemos a pronunciar de niños, junto con decir papá y mamá, es la palabra «mío»: ¡Esto es mío!

La palabra “mío” se graba tan fuertemente en nuestra mente y corazón, que resulta difícil incorporar la expresión “es de los dos” o “es de todos”. Cuando de niños nos compraban algo y nos decían “es para los dos” o “es para todos” era igual a decir “ya pueden pelear con una razón”. ¿Por qué? Porque existe una tendencia en nosotros de quererlo “todo para mí”. Compartir es lo que viene después del egoísmo. Es la instancia de superación personal, es un signo de progreso y crecimiento humano.

Desde niños nos hacemos conscientes de quienes somos, de lo que ocurre a nuestro alrededor, nos sentimos queridos por las personas que tienen un amor “preferencial” hacia nosotros, y nos damos cuenta de lo importante y necesarias que nos resultan esas personas. Ésta es la primera etapa de nuestra vida.

La siguiente etapa está marcada por la necesidad de aprender a compartir con los demás lo que somos, lo que es nuestro, pero nos damos cuenta que no es un paso sencillo de dar. Es un cambio total de perspectiva y nos exige ponernos en el lugar del otro. Sólo podremos ubicarnos en este nuevo paradigma, si hemos transitado bien la primera etapa y estamos dispuestos a cruzar el mar del egoísmo para entrar en la vida de los demás: entrar en nuevo mundo.

Traspasar las propias fronteras del «yo» para entrar a percibir la vida desde el «tu» es un paso que requiere de valentía y coraje. Hay que estar dispuestos a dejar las propias seguridades y comodidades, e incluso, a luchar contra uno mismo, contra esa tendencia interna de girar sobre uno mismo. Atravesar la primera etapa de nuestra vida es dar un salto cualitativo, significa realizar un éxodo interior que muchos no se atreven a dar.

¿Qué implica la segunda etapa? Aprender a pronunciar y conjugar, con la propia vida, la palabra compartir. Si lo primero que aprendemos es a valorar lo que somos, es decir, el “yo”, el siguiente paso es empatizar con el “tu”.

Aunque pueda parecernos extraño, la madurez del ser humano se configura a medida que se desarrolla y se adquiere la actitud de compartir. En pocas palabras, la madurez de una persona se mide por su capacidad de entrega. Quien atraviesa el umbral de la primera etapa, superado el “yoismo”, emprende un camino de madurez humana que lo conduce al encuentro con el «tú». Desarrollar la actitud de compartir significa romper y salir, poco a poco, del «cascarón» del egoísmo y descubrir la belleza de la vida a través de los ojos de los demás. Cuando contemplamos el mundo a través de los ojos de los demás, nos ubicamos en una nueva perspectiva de la realidad que nos hace descubrir nuevas cosas.

No crean que es fácil compartir. Puede que resulte sencillo dar algo, una porción de algo que es de nuestra propiedad, pero darnos a nosotros mismos, es una realidad que nos hace templar. Dar lo que somos es una tarea difícil porque toca las fibras más íntimas del egoísmo que lo referencia todo a sí mismo. No siempre estamos dispuesto o preparados para romper la inercia de girar sobre nuestro propio ombligo.

Compartir es una batalla interior que tiene como objetivo liberar el amor y su potencial: la generosidad. Debemos aprender a vivir «todo» lo que somos y lo que tenemos, haciéndonos «parte» en el otro. Compartir es una actitud que nos obliga a enfrentarnos al desprendimiento y el desapego.

Sólo si transitamos bien esta segunda etapa estaremos preparados para valorar el «nosotros».  Sin este proceso de la conciencia humana y desarrollo afectivo no comprenderemos acabadamente lo que significa dar-nos, ofrecer-nos, compartir-nos con los demás.

Distinto es dar limosna

Sin desmerecer bajo ningún aspecto esta acción, es fundamental que comprendamos que dar de lo que sobra a los demás, no es lo mismo que dar de lo que tenemos. (Cfr. Mc 12, 41-44) Cuando hablamos de compartir-nos referimos a entregar una «parte» del «todo» que somos y tenemos, sabiendo que el vacío que deja lo que se entrega tal vez no sea colmado con lo que recibe de la otra parte, en su totalidad. Al entregarnos, al darnos u ofrecernos al otro, nos enfrentamos al vacío, al desprendimiento y el desapego. ¿Estamos preparados para ser parte cuando queremos ser el todo? ¿Estamos dispuestos a sentirnos “incompletos” cuando no recibimos de los demás la “misma cantidad” que damos?

Por ejemplo. Cuando nos enamoramos de alguien, o sentimos una amistad con alguien nos damos cuenta que esa persona comienza a ser importante para nosotros. Nos percatamos de cuán valiosa es, y a veces surgen los celos y las envidias, aunque no lo confesemos del todo, porque anhelamos que sea «todo» para nosotros.

En el amor y en la amistad una «parte» de lo que somos entregamos a la otra persona. Aceptamos vaciarnos de nosotros para darnos al otro. Al igual que la persona amada o el amigo se ofrenda, se entrega a sí mismo, para hacerse parte de nuestra vida.

Ésta dinámica mantiene su equilibrio mientras ninguno comience a comparar entre lo que da y lo que recibe. Cuando esto sucede, dejamos de alegrarnos por lo que podemos dar a los demás y comenzamos estar pendiente de lo que recibimos. Cuando mi «yo» deja de salir al encuentro del «tu», volvemos a la etapa anterior de referirlo todo a mi «yo». La expresión que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles nos deja claro cuál es el cambio de perspectiva y mentalidad que trae la novedad del evangelio: «Hay mayor alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).

La renuncia o desapego a lo «mío» para compartir-me a los demás produce un cierto vacío interior que no debemos buscar rellenar con la ofrenda que el otro nos hace de sí mismo. Si pretendemos cubrir las propias expectativas de felicidad con la parte que la otra persona entrega, significa que no hemos comprendido el sentido de la actitud de compartir. Compartir es celebrar juntos lo que cada uno entrega sin lamentarse por el vacío que se produce en nosotros al entregarnos.

Compartir es sinónimo de vínculo, de relación, de estrechar lazos. Nos habla de justicia, de generosidad, de mirada atenta a los demás, de acciones solidarias. Cuando atravesamos el límite del «yo» se ingresa al ámbito del «tu» y si juntos damos un paso más habitamos en el mundo de lo «nuestro». Lo mío y lo tuyo, al convertirse en lo «nuestro» nos enriquece, nos complementa y surge una nueva conciencia de la humanidad.  Salir del «yo», nos enriquece. Abrirnos al «tu» nos llena de novedad, pero ingresar al «nosotros» nos vuelve uno en todos.

Fuente: Nuestra Señora de los Milagros

Nuestras luchas espirituales

Dios no nos debe su amor, no compramos su amor. Él es amor y se entrega a nosotros y por nosotros, por amor.

Por Javier Rojas SJ

Ignacio de Loyola es uno de esos santos que, a pesar de la distancia y la cultura en la que vivió, tiene mucho que enseñarnos sobre nuestro camino espiritual y sobre nuestras luchas espirituales.

Cuando dicta su autobiografía a al P. Luis Gonçalves da Câmara comienza diciendo que «Hasta los 26 años de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra.» Este comienzo “perfectamente” podría ser también unas de las primeras líneas de nuestra autobiografía antes de conocer, amar y seguir a Jesús.

Todos, de una manera u otra, hemos ido detrás de las «vanidades del mundo» y del «vano deseo de ganar honra» y, aun ahora, cuando ya encontramos a Jesús y decidimos seguirlo, podemos seguir siendo tentados de lo mismo.

Para que Ignacio pudiera desarraigar de su corazón aquellas búsquedas banales, el Señor lo hizo transitar por un largo camino de purificación. No le fue sencillo desmantelar el «modo mundano» de vivir para adquirir el «estilo de Jesús». Su camino fue doloroso y estuvo tentado de abandonar lo que había comenzado.

Para nosotros, en la actualidad, las expresiones «vanidades del mundo» y «vano deseo de ganar honra» puede sonarnos añejo y antiguo, pero no debemos olvidar que todos tenemos «búsquedas» que no coinciden con el camino espiritual que Jesús nos invita transitar y que tenemos que desarraigar del corazón «modos de vivir» que son ajenos al modo de ser de Jesús.

San Ignacio plantea el seguimiento del Señor como un camino de «lucha espiritual» y cada uno tiene la suya. Por aquellas «vanidades del mundo» y «vano deseo de ganar honra» Ignacio estuvo dispuesto a dar su vida, hasta que decidió entregarla a quien llamó «Rey Eternal».

Existen al menos tres luchas que podrían representar las «vanidades y el «vano deseo de ganar honra» que Ignacio nos cuenta en su autobiografía. Él tuvo sus luchas y nosotros tenemos las nuestras. Y tanto para Él como para nosotros el discernimiento espiritual será el arma más eficaz para descubrir las tentaciones del Mal Espíritu para no caen en ellas, y reconocer la acción del Buen Espíritu para seguirlo. Veamos brevemente esas tres luchas.

La primera lucha es la tentación de querer ser amado como «yo» quiero ser amado, y no aprender a amar.

El amor vanidoso vs el amor agradecido: Buscamos «ser amados» y no podemos negar esta tendencia fuerte de experimentar el amor y aprecio hacia nosotros. Nos gusta cuando alguien nos expresa su amor o muestra interés por nosotros. “Caemos de rodillas” ante las manifestaciones de aprecio de otra persona, pero queremos que ese amor, ese aprecio e interés por nosotros esté dentro de los parámetros que «yo» quiero y deseo. Quiero que me amen como yo quiero que me amen. Quiero que se interesen por mí o me aprecien como yo quiero. Este es el amor vanidoso. En realidad, al vanidoso no le importa cómo ama el otro, sino sentirse amado. El amor vanidoso busca la adoración, la exaltación de la persona, le gusta ser endiosado porque cree tener motivos para ello y busca que los demás lo reconozcan. Cuando buscamos ser amados así es porque todavía seguimos bajo el influjo mundano de la «vanidad y el vano deseo de ganar honra». ¿Qué aprendió San Ignacio? Que el amor es gratuidad, que el amor es un don que se derrama en nosotros, y que el Amor (con mayúscula) es quien nos funda en el amor y nos hace capaz de recibir y dar amor. El amor de Dios no se compra, se recibe.

La segunda lucha que tenemos que enfrentar es la tentación de privilegiar el tener en lugar de ser.

El tener dinero vs ser persona: La segunda gran lucha espiritual que enfrentó San Ignacio fue la de «disfrazarse de santo». Luego de que Ignacio decidiera cambiar de vida movido por las lecturas espirituales que tuvo durante su convalecencia, se puso en camino como un «peregrino» hacia Jerusalén porque quería vivir en la tierra de Jesús y entregar su vida a Cristo. Se sintió motivado por Santo Domingo y San Francisco de Asís, y se preguntaba «¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo?», pero además pensaba «Santo Domingo hizo esto; pues yo lo tengo que hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo que hacer». Su deseo y motivación de cambiar eran genuinos, pero el modo sobre cómo conseguirlo seguía siendo igual a cuando buscaba «honra y fama».

Para seguir a Jesús no debemos disfrazarnos de nada. No imitamos a Jesús como lo hacen los mimos simulando algo que no somos. La conversión no es cosa exterior, sino que se relaciona con vivir y sentir como Jesús. Por eso es tan bella aquella expresión que pone San Ignacio en los números [EE 93] y [EE 95] de los Ejercicios Espirituales cuando dice: «quien quisiera venir conmigo ha de estar contento de comer como yo y trabajar conmigo». No es a nuestro modo como hemos de vivir la fe, sino al modo de Jesús. Hay muchos que se disfrazan de santos y pretenden competir con Santa Teresita de Jesús o San Luis Gonzaga, pero es pura fachada, es una burda imitación. La conversión es cosa seria, del corazón, de la mente y de nuestra voluntad. Es interior.

La tercera lucha que debemos enfrentar es la tentación de buscar el reconocimiento de Dios y de los demás.

El reconocimiento vs el agradecimiento. Otras de las luchas que enfrentó San Ignacio y que también pueden ser la nuestra, es la de la búsqueda del reconocimiento de Dios y de los hombres. Existe en la vida espiritual lo que podemos llamar un «paso decisivo» y es pasar de «hacer algo para ganar…» a «hacer algo porque recibí y …». Una trampa muy habitual en nosotros es buscar el amor de Dios por nuestras buenas obras, o esperar el reconocimiento de los demás porque somos buenos con ellos. Acostumbrados a que el amor humano está condicionado por lo que podemos lograr o hacer, obtener o conseguir, alcanzar o tener, tenemos la tentación de relacionarnos de esa manera con Dios. Buscamos su amor mostrándole cuán bueno somos cumpliendo los mandamientos, preceptos y tradiciones al pie de la letra, y esperamos de su parte una cierta “preferencia” que medimos porque nos libra de todo los problemas o inconvenientes que podemos imaginar.

Dios no ama como nosotros. Su amor no se compra. No debemos ser buenos para que Él nos ame, sino porque sabemos que porque nos ama incondicionalmente es que somos buenos. San Ignacio intentó imitar la vida de los santos, y se sometió a penitencias muy grandes que incluso dañó su salud. El, de alguna manera, quería congraciarse con Dios, quería ofrecerle grandes cosas porque creía que así Dios lo amaría más. Este fue un error, e Ignacio lo reconoció.

Dios no nos debe su amor, no compramos su amor. Él es amor y se entrega a nosotros y por nosotros, por amor.

Fuente: Santuario de Nuestra Señora de los Milagros

Recursos Ignacianos en la Web

¿Cuántas veces hemos escuchado las palabras «discernimiento en común», «liderazgo ignaciano» o «planificación apostólica» y nos hemos preguntado qué significan realmente? 

Ahora tenemos la respuesta en la punta de los dedos. La Curia General de la Compañía de Jesús, con el apoyo de los jesuitas de Europa, ha desarrollado contenidos en estas áreas y los ha hecho accesibles a toda la familia ignaciana. 

Toda la información se puede encontrar en la página web: “Recursos Ignacianos Esenciales” que abordan temas como el discernimiento en común, la planificación apostólica y el liderazgo ignaciano.

Todos estos recursos están disponibles en diferentes idiomas y se mejoran continuamente. Además, también se ofrece formación a través de seminarios webs (‘webinars’). 

Detrás de cada contenido hay una serie de expertos de alto nivel que facilitan la comprensión y aplicación de los recursos que, inicialmente, pueden parecer complicados.

 

Una llamada para la vida 

Esta iniciativa, por un lado, es una llamada personal a cuidar de nuestra vida interior; a sentir y gustar las cosas interiormente, a dejarnos cambiar, a hacernos crecer y a ayudarnos a acercarnos a Dios. Es una llamada que nos lanza al mundo y nos invita a compartir con los demás nuestra experiencia de vida. 

Por otro lado, es una llamada colectiva y comunitaria, que nos invita a cuidar de las instituciones en las que trabajamos, lo que San Ignacio de Loyola reconoció como la cura apostólica. 

Te invitamos a formar parte de esta familia y a inspirarte en este apasionante reto.

escultura ignacio escribiendo cartas

Si San Ignacio levantara la cabeza

“Los jesuitas hoy en día no somos mejores ni peores que los de antes. Seguimos bebiendo en los ejercicios espirituales una aproximación al evangelio y al encuentro personal con Cristo, que es a quien seguimos.”

Por José María Rodríguez Olaizola, SJ

Se ha vuelto un recurso bastante común en algunos ámbitos cargar contra los jesuitas por no estar de acuerdo con algo de lo que algún jesuita opina. Entonces, se empiezan párrafos con comentarios del tipo «los jesuitas han perdido definitivamente el norte», «qué se puede esperar de los jesuitas (y Bergoglio el peor)», o el infalible «Si San Ignacio levantara la cabeza» Se supone, en opinión de esos comentaristas, que si San Ignacio levantara la cabeza moría del disgusto. Y que a partir de Arrupe todo fue una decadencia. Pero la verdad es que no.

Si San Ignacio levantase la cabeza probablemente estaría contento de ver que sus compañeros seguimos buscando trabajar por el Reino de Dios, en un contexto muy distinto al que le tocó a él. Que entre nosotros sigue habiendo esfuerzos -y a veces tensiones (que le digan a él los desacuerdos que tuvo con Bobadilla o con alguno más); que no siempre vemos las cosas de la misma forma, y en ocasiones hay que pelear para que cambien (el tipo de vida religiosa que él mismo impulsó no era bien visto en su época y tuvo que librar por ello algún pulso eclesial fuerte, y lo hizo); que no somos esclavos del «siempre ha sido así», como él mismo no lo fue (tanto que la misma intuición primera de una Compañía nómada ya se vio, en tiempos del propio Ignacio, corregida con la estabilidad de los colegios).

Los jesuitas hoy en día no somos mejores ni peores que los de antes. Seguimos bebiendo en los ejercicios espirituales una aproximación al evangelio y al encuentro personal con Cristo, que es a quien seguimos. Seguimos teniendo en la espiritualidad de la encarnación (y en la consecuente mirada a la realidad) un reto para dialogar con un mundo que tiene sus propias dinámicas . El conflicto por ese diálogo tampoco es nuevo -que se les diga a los defensores de los ritos malabares y la liturgia, a finales del siglo XVII-). Tampoco es nueva la polémica que siempre ha generado la Compañía de Jesús en algunos sectores (lo de ahora palidece en comparación con las Cartas Provinciales de Pascal y la controversia sobre la moral de entonces) Seguimos tratando de estar en fronteras diferentes (y sí, a veces eso es complejo, porque la frontera tiene mucho más de intemperie). Rezamos. Celebramos. Creemos. Buscamos a Dios. Compartimos la vida en nuestras comunidades. Acompañamos a personas. Educamos. Deseamos ser fieles. Y sí, también nos equivocamos y pecamos, pero resulta que a lo más necio de este mundo es a lo que Dios llama.

¿Somos menos? Sí. ¿En parte será responsabilidad nuestra? Pues seguramente. Si san Ignacio levantara la cabeza, ¿nos echaría alguna bronca? Seguro. Pero vamos, que eso le viene de carácter (y si no, no hay más que leer el memorial del Padre Cámara y ver cómo se las gastaba con sus compañeros en los años romanos). Por supuesto que hay mucho mejorable en nosotros -siempre-, y necesitamos encontrar caminos para ser más transparencia del evangelio de modo que otros puedan sentirse invitados a compartir este camino. Pero los nostálgicos de otra época, que siempre están comparando las cifras con las de los años 40,50,60,70… de algún modo están ciegos. Es toda nuestra sociedad la que ha cambiado. Y toda nuestra Iglesia la que se reduce (por tantos motivos distintos que se escapa a este post analizarlos). Si el disgusto de algunos es que la SJ no es la de antes, a eso se le llama nostalgia. Y a nosotros lo que nos tiene que mover es la esperanza. 

Fuente: Pastoral SJ

El legado del Padre Arrupe para la Fe y Misión

El  Padre Arturo Sosa SJ, Superior General de la Compañía de Jesús, ha manifestado que se siente continuador del legado de Padre Arrupe. 

Arrupe ha influido de forma muy importante en la institución religiosa fundada por San Ignacio de Loyola y aun, de forma más global, en la propia vida de la iglesia. En esta perspectiva queremos centrar esta reflexión, en el legado y herencia que nos deja el P. Arrupe para la vida de la iglesia, de la familia ignaciana y de la fe en general, para su presente y futuro.

Y empezaremos por lo que, sin duda, era el propio pozo donde bebía Arrupe. Lo que configuraba e impulsaba su vida hasta las entrañas: la relación y encuentro profundo, personal con nuestro Señor Jesucristo, para seguirle y amarle más, como reza la fórmula espiritual ignaciana. La primera clave del legado arrupiano, la clave de bóveda que cimentaba toda su vida y misión, es la espiritualidad y mística cristocéntrica o cristo-teologal. Esto es, el enamoramiento y pasión por Jesús, experienciada en su vida de oración y contemplación del Crucificado-Resucitado. En la liturgia y celebración sacramental-eucarística, en el amor y la pasión por la justicia, en el fermento y devoción mariana, amor por María, la madre de Jesús y de la iglesia.

 El amor y fidelidad profunda de Arrupe a la Iglesia

Este seguimiento y unión profunda con el Señor Jesús, le llevaba a la comunión con su pueblo y cuerpo místico, la iglesia. El amor y fidelidad profunda de Arrupe a la iglesia, y con ella a su Pastor universal, al Papa -sucesor de Pedro-, signo también distintivo de la institución que él presidía, es la segunda clave que nos transmite. Un amor y fidelidad verdadera a la iglesia y al Papa, que cimentada en el depósito de la fe eclesial, consistía en la fidelidad, actualización y profundización del Evangelio de Jesús y su iglesia en los tiempos y contextos que le tocó vivir. Esto es imprescindible para que haya verdadero amor y fidelidad eclesial, el abrir los nuevos caminos y surcos en la historia. Por donde el pueblo de Dios puede ir caminando, con  la Gracia del Evangelio en el Espíritu, siempre fermento, renovador y transformador del mundo y de la humanidad.

De ahí que esta comunión con Jesús y con su iglesia, llevara al P. Arrupe a  la misión evangelizadora. Él nos enseña, con la iglesia, que la misión del cristiano y del pueblo de Dios es la proclamación y realización del Reino en la historia y en los pueblos; que la iglesia es por naturaleza misionera, que ella no existe para si misma, sino para evangelizar y servir a la humanidad. El camino de la iglesia es el camino de las personas y de los pueblos, la vida del ser humano, con sus gozos y esperanzas, sus tristezas y sufrimientos, en especial de los pobres y víctimas.

Arrupe y la inculturación del Evangelio

Tal como nos enseña la iglesia actualmente, Arrupe fue iniciador y pionero, en esta época contemporánea, de lo que hoy se conoce como inculturación del Evangelio. Nos muestra como la misión evangelizadora, para ser autentica, debe plasmarse en un mutuo dialogo e inter-relación de la fe con la vida y cultura de los pueblos. Una reciproca inter-penetración donde todo lo bueno, verdadero y bello de esta cultura y vida de los pueblos quede asumido y plenificado por la luz del Evangelio que, a la vez, libera y transforma todo lo inhumano, inmoral e injusto.

El P. Arrupe nos muestra cómo la misión evangelizadora debe hacerse desde esta perspectiva de dialogo sincero y profundo, respetuoso y crítico, desde una fidelidad y creatividad o novedad evangélica. Con alegría y ternura, con libertad y co-responsabilidad mutua entre todos los miembros del pueblo de Dios, con humildad y profecía. Él nos enseña todo este modo de vida y de comunión, de responsabilidad, de ejercicio ministerial y de  misión eclesial, fiel al Evangelio y a lo mejor de la tradición de la iglesia. Un misión evangelizadora que, de esta forma, dialoga y se inter-relaciona con el pensamiento, con las distintas ciencias y materias formativas, con las cosmovisiones e ideologías, con la increencia y el ateismo. Y que por lo tanto requiere una formación cualificada, actual e inter-disciplinar.

Un cristiano que no posea esta formación sólida y vida madura, que no sea  adulto en la fe con su diálogo con la razón, no podrá evangelizar de forma adecuada. Desde todo lo anterior, Arrupe fue pionero así en el dialogo ecuménico, inter-religioso e inter-cultural, en la inter-relación de las distintas culturas, cosmovisiones y éticas de los diferentes pueblos o civilizaciones. Para intentar buscar la civilización del amor, la cultura de la solidaridad y el bien común global, como nos enseña hoy la iglesia.

La herencia de Arrupe

Sin duda, una de las claves más importantes de la herencia arrupiana es el constitutivo e irrenunciable carácter o dimensión social-política de la fe, que exige la justicia, la paz y la transformación del mundo, de sus relaciones, estructuras e instituciones. Una fe que se expresa u opta por el amor liberador desde y con los más empobrecidos, oprimidos y excluidos del mundo. Arrupe fue un verdadero profeta que supo denunciar el mal e injusticia, y anunciar el Evangelio de la justicia, de la paz y reconciliación en un mundo profundamente injusto y desigual. Con el empobrecimiento y exclusión creciente del llamado Tercer Mundo o Sur del planeta. Llevó a la Compañía y a la Iglesia por una senda y testimonio coherente, comprometido en la defensa y promoción de la dignidad y derechos del ser humano, de los explotados y marginados de la tierra.

De ahí su elogio y admiración por todos estos testimonios, mártires que entregaron su vida por el Evangelio del amor, la justicia y de la paz, por la Buena Nueva liberadora de los empobrecidos, excluidos y marginados. Testimonios y nombres, que él incluso conoció y trató personalmente. Como Rutilio Grande SJ, Mons. Romero, Ll. Espinal SJ, I. Ellacuría SJ y sus compañeros mártires jesuitas de la UCA (El Salvador), etc. que le dejaron una huella imborrable en su vida.

De estos testimonios y mártires, decía Arrupe, que eran verdaderos modelos y ejemplos para la Compañía de Jesús, para la vida religiosa y de fe en general; que eran prototipo de jesuitas, de miembros de la iglesia y de cristianos para nuestro tiempo. Muchos más cosas se podrían decir del P. Arrupe y su legado espiritual, humano, ético y social. Pero con la intención de no alargarnos más, creemos que lo escrito hasta aquí es lo más esencial de su herencia. Y sirve para tomar conciencia de la talla humana y cristiana del jesuita vasco. Como tantos santos y testimonios admirables a lo largo de la historia de la iglesia, Arrupe supo vivir e ir a lo primordial, a la entraña del Evangelio. Es decir, el seguimiento de Jesús, en la santidad y mística-espiritualidad del Dios del amor, la justicia y la paz. El Dios liberador y universal, de los pobres y excluidos del mundo. Arrupe fue todo un profeta y renovador de la vida religiosa, eclesial y cristiana. Ahora  nos sigue sonriendo y alentando, desde la comunión con el Dios Trinitario y con todos los santos.

Fuente: Loyola and news