Idealismos Equivocados

¿Cuál debe ser la actitud cristiana frente a los problemas de este mundo?

Por Raúl González Fabre

Los cristianos preocupados por lo social en virtud de nuestra fe, solemos tener una visión muy crítica de la economía, de la política, de la estructura social… Ello no es raro porque nuestro “punto de vista” típico es literalmente la “vista desde un punto”: el lugar social de las víctimas, sus vidas concretas, sus experiencias como ellos las narren y nos ayuden a sentirlas.

De hecho, se trata solo de algunas de esas víctimas, las que nos quedan más cerca física o afectivamente: ojos que no ven, corazón que no siente. Ello supone unos riesgos, como que victimicemos más aún a los lejanos para ayudar a las víctimas cercanas y conocidas, apoyando dinámicas que ayudan en lo concreto que vemos, pero hacen más daño a los remotos que no vemos…

En todo caso, ello es ciertamente mejor que ignorar a todos los que no somos nosotros o no son como nosotros. La apertura del corazón constituye un buen principio, sobre el cual puede construirse una conciencia atenta a más situaciones, y una inteligencia en búsqueda de soluciones que mejoren netamente las oportunidades de más de aquellos a quienes se les han negado estructuralmente. Si no hay apertura del corazón, todo lo demás va sobrando.

Si uno se identifica afectivamente con los grandes perdedores de cada estado de cosas, va a estar a disgusto en cualquier mundo, porque en todos los mundos hasta ahora ha habido grandes perdedores, y podemos esperar que los siga habiendo. Por motivos vivenciales, los cristianos somos descontentos sistemáticos.

En antropología teológica, ese descontento permanente se puede simbolizar usando el ‘pecado original’. Un mundo perfecto no existe; sería el Reino de Dios, la Tierra sin Males poblada por Personas sin Pecado. Hay que asumir que tal ideal no existe, ni lo podemos hacer existir dentro de esta Historia humana.

Lo contrario, suponer que el ‘pecado original’ puede eliminarse con un cambio estructural constituye un error antropológico de consecuencias a menudo fatales. Sea en la propiedad de los bienes de producción, en la naturaleza social del poder, en la relación de la tecnología con la naturaleza, en el cambio de balance de influencias de los géneros sobre la configuración social…, podemos pensar muchos cambios deseables, algunos incluso obligaciones morales y/o necesidades prácticas. Pero una vez hecho nuestro cambio favorito, seguiremos teniendo una Persona con Pecado y una Tierra con Males (quizás con males distintos, si nuestro movimiento salió bien).

Otra posición, una suerte de reflejo invertido que a veces se da en las mismas personas, consiste en suponer que la solución a algún gran problema se encuentra en un ‘cambio de conciencia’ de todos, una ‘conversión’ universal. Esto tampoco ha ocurrido nunca, ni va a pasar ahora. Acabar con el pecado por la vía de ser menos pecadores, es una opción perfectamente abierta a cada uno. Pero confiar la cuestión ecológica, de género, de educación, de protección social, de justicia… a que todos cambiemos, es apostar a un fallo seguro. Veinte siglos lleva la Iglesia intentando que desaparezca el adulterio en las parejas católicas, objetivo bastante modesto comparado con otros, y sin embargo no acabamos de tener éxito…

Ambos casos, la revolución radical o la conversión universal, denotan una impaciencia personal, un deseo nuestro de resolver la tensión interior del descontento; en el fondo la búsqueda de una excusa para abandonar. Si hemos considerado que alguna de las dos, o una combinación de ambas, es la única vía de salida para aquello que nos duele, entonces es fácil que cesemos en el dolor tan pronto notemos que se trata de imposibles históricos, procesos ideales para resultados ideales a los que la realidad nunca se ajustará. Probablemente ese cesar en el dolor sea entonces nuestro objetivo último, inconfesado incluso a nosotros mismos. No nos preocupan tanto las víctimas como poder por fin descansar.

El malestar generado en la empatía, el acompañamiento y/o la convivencia de las víctimas, nos habita como una disonancia profunda con el mundo, tanto mayor cuanto lo sea nuestra implicación existencial con los grandes perdedores. Contribuir a cambios que ayuden a mejorar algo las cosas, cambios de la escala en que cada uno trabaje, puede hacer diferencias considerables en las oportunidades de algunas de esas víctimas. Para ellas, ‘un poco mejor’ resulta a menudo mucho mejor que ‘un poco peor’, porque han recibido tan escaso horizonte, tan mal punto de partida. Poner nuestro malestar en términos de blanco y negro, es el camino más expedito para acabar no haciendo nada, no sirviéndoles de nada.

El descontento sostenido con el mundo constituye así la clave de la transformación. La actitud cristiana (‘estar en el mundo sin ser del mundo’), requiere mantenernos en ese malestar sin pretender resolverlo con un solo toque de idealismo mágico. Solo en quienes aceptan un malestar interior sin soluciones rápidas, quienes resisten la fatiga de ese malestar, encuentra Dios los trabajadores para construir su Reino en la Historia humana.

Fuente: Entre Paréntesis

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 6 de Agosto

Evangelio según San Mateo 17, 1-9

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.

Reflexión del Evangelio – Por Maximiliano Koch SJ 

Si pensamos en nuestra vida, todos nosotros hemos sentido la invitación a subir difíciles montes. Todas nuestras relaciones son, en definitiva, caminos que debemos transitar y donde los problemas y complicaciones habrán de empañar el horizonte. En el ascenso, hemos sentido que el cansancio se acumula tras cada paso. La sed se hace más intensa y el agua que llevamos no es abundante. Sentimos el dolor en los pies y nuestras manos y fuerzas parecen inútiles o escasas. Cada tanto miramos en el horizonte todo lo que queda todavía para llegar arriba y poder, finalmente, descansar.

Es posible que, en el camino de las relaciones, el desaliento se haya apoderado de nosotros y seguramente hemos cuestionado su sentido. En definitiva, abajo estábamos cómodos. Quizá no plenos, pero sí cómodos. Pero escuchando la invitación al monte, nos hemos despojado de esas comodidades para comenzar a caminar. Y así abandonamos lo que nos es habitual, relaciones de familia y amistad, para buscar plenitud en otras que aparecen como promesas sin garantías.

Y hay momentos en que sentimos que finalmente hemos llegado. La claridad se apodera de nosotros. Vemos con orgullo lo que hemos podido alcanzar con nuestro esfuerzo bajo la compañía de Aquél que nos invitó a ponernos en camino. Sólo tememos que esta estabilidad no sea permanente. Como Pedro, queremos instalar tiendas en lo alto, donde pocos habrán de llegar para perturbar nuestra paz.

Pero Aquél que nos invitó a subir, nos invita ahora a descender. Porque la plenitud que podemos alcanzar en nuestras relaciones con amigos y parejas o, incluso con Dios, no es para que nos sintamos cómodos. No es para que nosotros gocemos de la alegría y claridad que se nos regala. Es para transformar nuestro entorno, nuestra realidad, aquella que se encuentra abajo entre la gente, en los trabajos, en las dificultades, en los pueblos. Se nos regalan estos momentos para que invitemos a otros a ascender, para que demos aliento y para que gocen por un momento de la claridad que a nosotros nos fue dada. Y seremos nosotros los que tendremos que invitar, luego, a descender.

A estas invitaciones hay que responder con la vida, con todo nuestro ser, con todos nuestros sueños y esperanzas, dudas y miedos, heridas y frustraciones. Tenemos que ascender con esta pesada carga, aunque el camino sea fatigoso, porque se nos dice que arriba seremos aceptados, amados, transformados y clarificados. Y tenemos que regresar para llevar esta luz a nuestro difícil contexto en el que la oscuridad parece apoderarse de todo.

El monte es el lugar del encuentro con lo más sagrado, con la plenitud, con la luz, con la revelación. Es el lugar donde el amor se hace presente y clarifica, transforma, transfigura y conduce. Pero no es un lugar para permanecer. Por ello, es significativo que tras este momento en que Cristo es confirmado en su misión por el Padre, descienda a Jerusalén para transformarlo todo. Pasará por la humillación, por el desprecio, por la soledad, por el abandono y, finalmente, por la muerte en la cruz. Pero su presencia herida abrirá una nueva era.

La fiesta de la Transfiguración del Señor es una invitación a vivir, plenamente, encuentros significativos con el Señor y con los hombres y mujeres que nos rodean para, luego, descender llevando la claridad que se nos ha ofrecido a los lugares donde todavía la oscuridad parece reinar.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

Relaciones Asimétricas

La asimetría de las relaciones nos invita a respetar las diferencias y vivir el amor con gratuidad.

Por José María Rodríguez Olaizola, SJ

¿Por qué será que nunca parece que el amor sea exactamente correspondido? Todos conocemos historias en las que parece que Cupido, de existir, es un canalla. Luis ama a María, que está coladita por Jorge, que babea por Laura que a su vez bebe los vientos por Alfredo… y así hasta el infinito. Y, como dice una amiga mía, encima tienes que aguantar que el que te gusta –que no te corresponde– te presente a su amigo (que es el que no te gusta), por qué a él sí le gustas tú. Incluso cuando hay correspondencia, tampoco es todo recíproco. Las dos medias naranjas no dan una naranja perfecta. En las relaciones siempre hay alguien que apuesta más, o que parece tirar más, y el juego de pasiones, frialdades y afectos es sutil y a ratos turbulento.

Para hacerlo más complejo, esto no ocurre únicamente en las relaciones de pareja, aunque quizás es donde más se nota. También la amistad tiene desproporciones, y hay quien da más de lo que recibe, o quien espera más de lo que encuentra. Y el equilibrio entre la libertad y la dependencia es delicado y a veces fuente de mucha zozobra. Hay quien sufre mucho por esa inadecuación, y vive como fracaso o rechazo el no ser respondido con idéntica entrega de la que pone. Sin embargo las cosas empiezan a cambiar cuando te decides a amar sin cálculo ni estrategia, sin recibo ni minuta. Cuando abrazas la cercanía, pero también aprendes a aceptar las distancias. Cuando amas, pero no impones. Cuando aprendes a acoger la distinta manera de querer de otros, y a respetar su libertad en el camino. Cuando la amistad, y el amor, la das, no lo exiges. Cuando te das cuenta de que las historias compartidas se construyen desde la diferencia, y no hay dos iguales.

Hay quien diría que es imposible, o inhumano, querer así. Que el amor siempre espera vuelta. Que todos buscamos un eco poblado de abrazos o ternura. Pero la verdad es que nosotros somos el eco. Porque hay una voz que nos grita desde dentro palabras infinitas: “No temas, yo te he elegido, te he llamado por tu nombre, eres mío… porque yo te amo” (Is 43) Hay un Dios que nos ama tan incondicional y definitivamente, tal y como somos, que ya nuestra entraña vibra con ese amor. Somos el eco de Dios, el que ama primero.

(PD: El que no exijamos respuesta no quiere decir que no la valoremos, y cuando la encontramos hay que saber cuidarla como un tesoro, que en nuestro mundo ya hay suficiente soledad y sequedades.)

Fuente: Pastoral SJ

 

Palabras y Más Palabras

Sobre todo el bien que podemos hacer a través de las palabras.

Por Javi Montes, SJ

A veces tengo la sensación de que nos saturan las palabras: en las clases, en la televisión, en los periódicos, en las liturgias, en internet… Y dice san Ignacio que el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras. Y es verdad, pero poner el amor en las obras no impide ponerlo en palabras, aunque eso nos compromete a cuidar la calidad de las palabras.

Y es que hay palabras que aunque no son necesarias tienen una fuerza enorme. Como cuando tu amiga te dice que la conversación de esta mañana le ayudó mucho más de los que sospechabas y no te queda otra que darle un abrazo; cuando el cliente al irse te da las gracias por haberlo tratado con amabilidad y te deja con esa sonrisa medio boba en la boca; cuando tu hijo te dice que te quiere o que la comida está muy rica y se te encoge el corazón; o esa alumna que te ha dado tantos quebraderos de cabeza durante todo el curso te dice que eres la mejor profe que ha tenido y se te humedecen los ojos; o esa vecina mayor que te dice que está más tranquila sabiendo que puede llamarte en cualquier momento.

Como nos indica san Ignacio podemos poner mucho amor en las obras, y también empapar nuestras palabras de ese mismo amor, porque en las palabras nos decimos y en las obras nos realizamos.

Fuente: Pastoral SJ

 

San Ignacio: Convalecencia y Conversión

Después de ser herido, parecía que a San Ignacio se le venía el mundo encima. Sin embargo, Dios le permitió conocer un mundo nuevo, y también, construir una nueva versión de sí mismo.

 Por Nestor Manzur, SJ

La herida que sufrió en Pamplona fue un momento decisivo en la vida de Ignacio. Fue durante su larga y dolorosa convalecencia que empezó a sentirse interesado en el Señor y decidió que, en lugar de buscar la gloria de hazañas militares y el honor del mundo, se convertiría más bien en soldado del ejército celestial y trataría de lograr conquistas espirituales.

Y eso fue lo que hizo. Ignacio siempre había sido un joven apasionado y, tras su conversión, su naturaleza impetuosa encontró otro interés que le fascinó: la Persona de Jesús. Así pues, cuando se hubo recuperado lo suficiente para poder viajar, se dirigió a la ciudad de Montserrat, en la que hay un santuario dedicado a la Virgen María.

Muchas veces como Ignacio, los procesos de “curación” son procesos de encuentros con nuevas realidades, nuevas miradas, nuevas decisiones. El Encuentro con Dios se produce a través de “una herida”, una ventana que nos anima a mirar nuestra vida desde otra óptica, nos limpia la mirada cegada por un mundo que siempre nos invita a cosas ilusorias, de cosas que nos nublan el entendimiento. La conversión de Ignacio tiene un proceso: el hombre de los grandes deseos y la construcción del hombre de Dios.

El hombre de Grandes deseos. 

El desafío de ser como San Francisco de Asís o como santo Domingo. La pregunta, se cuestiona sus “fuerzas” para seguir la invitación a hacer grandes cosas, si ellos pudieron, ¿por qué yo no?. Él interpreta la invitación de Dios como un desafío a sus fuerzas, sin embargo a lo largo del tiempo se da cuenta que la invitación de Dios no va por la “fuerza”, sino más bien por el Mayor bien “A la Mayor Gloria de Dios”.

La construcción del hombre de Dios.

Para ser hombre de Dios hay que conocer a Dios. Nadie ama lo que no conoce. Y por eso se pone en camino. Una vez que mi “herida” comienza a sanar, debo ponerme en movimiento, poner “las manos en la masa” y comenzar a construir esa nueva realidad, no nos podemos quedar quietos esperando que Dios nos cambie o nos construya la casa, debemos vivir y experimentar la construcción o para conocer el camino debo ponerme a peregrinar. Esto en Ignacio supone despojo y confianza, dos elementos sumamente necesarios en nuestra vida de hoy. Confiar en que esto es una invitación de Dios: hacerme cargo de “mis” cosas, de mis “problemas”, de mis “conflictos” y creer mas en los dones que Dios me regala, despojarme de aquellas cosas que no me dejan libre, que me esclavizan: esas máscaras o armaduras que no me reflejan la verdadera persona que soy.

La herida, la convalecencia son momentos de espera, de paciencia y de reflexión, son un momento propicio para prestar atención a las invitaciones que recibimos a diario, tener paciencia al proceso de “sanar” y no hacerlo con rapidez o con magia. Es momento de pedir a Dios: claridad, en los nubarrones, para encontrar el camino a transitar y así ser: Hombres y Mujeres de Dios. Ser Hombres y Mujeres para los demás.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Ser Uno Más

Sobre la necesidad de encajar y el imperativo de parecerse a los demás.

Integrarse en la muchedumbre. No destacar. No ser diferente. Ser igual. Ser uno más. Adaptarse para ser aceptado. Qué terrible presión para ser igual que todos. Para caber. Para gustar. Para no perder el sitio.

Compartimos una canción de Alvaro Fraile, quien, en esta ocasión, pone su música al servicio de los excluidos, los invisibles, los nadies (como diría Galeano). Nadie es uno más.

 Dicen que hay que salir

vestirse de valor

tragarse el sol

“nunca estés solo”

y despertar

no es fácil si el colchón

y el edredón

son tu refugio

 

Dicen que hay que seguir

saber disimular

y aparentar

que algo hace gracia

tal vez buscar

secreto algún rincón

algún lugar

sitio seguro

 

Solo ser uno más

ser uno más

Solo ser uno más

 

Dicen que hay que vivir

barrerse el dolor

¿y qué hay peor

que no estar vivo?

y hay que callar

no llames la atención

es el silencio

un buen escudo

 

Que tienes que venir

y entrar en el redil

y parecerte

a otras ovejas

y hay que asumir

si llueve hoy también

mañana habrá

nuevas tormentas

 

¿Cómo ser uno más?

Ser uno más

Solo ser uno más

 

Deja de buscar tu sitio

No ves que estás siempre

Fuera de lugar

 

No le des más vueltas

siempre sobras, eres raro,

tú no eres normal

 

Deja de buscar molinos

que estos son gigantes

y son de verdad

 

No busques remedio

pato feo, oveja negra,

no eres uno más

 

Tú no eres uno más

Que no eres uno más

 

Dicen que hay que salir

luchar por cada hoy

que cada herida

te hace invencible

creo que hay que salir

luchar por cada hoy

sería mejor

 

Fuente: Pastoral SJ

Tiempo de Arriesgar

Seguir insistiendo en sostener la Resurrección como un modo de vida.

Pensar en la Resurrección puede convertirse en un ejercicio de complacencia. “Jesús Resucitó”, “Feliz Pascua”, “qué bonito es todo…”. Besos y sonrisas para todos…Llenamos nuestras liturgias de cantos que hablan de gozo sin límites y felicidad plena. Recitamos oraciones que dicen que el mundo está lleno de luz, que la tiniebla ha desaparecido, que la gracia desborda en torrentes, que es tiempo de cantar… Pero si uno tiene ganas de ser escéptico el mundo ayuda mucho; miras alrededor y los periódicos siguen llenos de noticias trágicas. El que ayer sufría hambre hoy sigue con el estómago vacío. Los violentos no parecen haberse transformado en dóciles corderos. Nuestra Iglesia sigue necesitando más diálogo y menos seguridades. No hay 0´7 para ayudas al desarrollo, sigue habiendo deuda externa, no se ha abolido la pena de muerte, y así podríamos seguir mostrando semillas del mal (¿Y dónde quedan entonces las semillas de la resurrección que tanto exaltábamos la semana pasada?)

Tenemos que ser conscientes de que la Resurrección no es una cuestión de “todo o nada”, de un ya definitivo. Sólo es un anticipo, una promesa que ha empezado a cumplirse, un motivo para seguir luchando, una razón para correr riesgos.

Pastoral SJ

 

Para Sentirse Iglesia: Crecer y Creer en Comunidad

La Iglesia es el espacio donde se hace concreta la invitación a vivir la fe en comunidad, que constituye una de las características fundamentales del cristianismo. Esta consideración no va en desmedro de la dimensión individual o personal de la fe y la relación con Dios. Por el contrario, esa experiencia de Dios que habita cada persona, se enriquece al compartirla y confrontarla con otros.

En esta misma línea, y entendiendo que todo conjunto humano necesita de un modo de organizarse, San Ignacio asume que Dios, dentro de su plan, se sirve de mediaciones humanas para canalizar su amor. Y que gracias a esas mediaciones, el Espíritu puede comunicar e inspirar muchas cosas.

Es en este sentido en que, Ignacio acepta el carácter jerárquico del gobierno de la Iglesia, y la existencia de una cabeza que presta su servicio desde ese lugar, para dedicar su tiempo al discernimiento del rumbo de la institución. Esto no supone, sin embargo, que las personas que constituyen el gobierno de la Iglesia, ni su accionar, sean perfectos. Por el contrario, aceptar la jerarquía supone aceptar la debilidad y el pecado propios de una humanidad que es débil.

Claro que, dentro de la Iglesia, no sólo somos testigos de la debilidad humana y sus posibles consecuencias, sino que también es el lugar donde buscar el Magis, es decir, la mejor versión de cada uno. Se nos invita, una y otra vez, a la mayor perfección y a ayudar siempre a las personas que puedan dar o darse más para que den o se den más. La Iglesia está invitada ser generosa en el servicio de Dios; a no conformarse con poco. Dentro de esta generosidad, estará la capacidad de dar a cada persona el lugar y la oportunidad de ponerse al servicio y de crecer a través de él.

 

En la Vida a Cuestas

Cuando Dios se hace presente en medio de las adversidades.

Por Elena Lozano Santamaría

Antes de que la vida le haya dado tiempo para aceptarlo, ella recoge con tranquilidad sus maletas. Nunca pensó que algo semejante podría ocurrirle a ella, una mujer trabajadora y con gran fe, que nunca dudaba de la presencia de Dios. Nunca hasta ahora, cuando empieza a no entender aquello de hágase tu voluntad. ¿Qué voluntad podría ser aquella, que dejaba a su familia en la calle?

Las dudas nunca habían tenido más sentido que en estos días, en los que ni las palabras de su madre podían librarle de su angustia. Ella aún no es consciente, pero en esas dudas y en esas palabras aparecen destellos de la luz que desprende el sepulcro vacío. Vacío como la casa que ahora tiene que abandonar. Ha descolgado de sus paredes las tallas de la cruz desnuda que solía ayudarle a afrontar las dificultades del día a día. Esa cruz que lleva ahora a cuestas en forma de maleta cerrada.

Contempla a su madre, nerviosa tras la espalda de un policía, que extiende sus brazos desde lejos. Se le inundan las pupilas y comprende. Dios mío, no nos has abandonado, piensa, a pesar de que le invade el miedo a mirar hacia atrás y descubrir que está a punto de perderlo todo. Bueno, casi todo, porque hay algo que nunca podrá perder. En el brillo de los ojos de sus pequeños aparece alguien que le da la mano. Que le ayuda a cargar con su nueva cruz. Y que le inspira una verdad profunda que escucha cada domingo, pero que nunca había llegado a entender. Apareces.

Fuente: Pastoral SJ

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 16 de Julio

Evangelio según San Mateo 13, 1-23

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”. Los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”.

Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane’.

Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.

Reflexión del Evangelio – Por Fabio Solti SJ 

Hoy nos toca compartir una lectura que tiene mucho de riqueza en cuanto a su contenido.

Nos podríamos detener en dos partes:

El momento previo a la parábola y la parábola propiamente dicha.

 Por un lado me gustan el verbo de la acción de Jesús: salió de casa. Jesús sale “hacia”. Jesús sale “para”. Hacia y para nosotros. Él es el totalmente disponible siempre. El que está esperando para decir una palabra.

Hoy la “palabra” está en un momento de la historia en que se la subestima y abusa y no se la usa.

En el principio era la palabra, dice el prólogo del evangelio de San Juan.

La palabra estuvo con nosotros y está con nosotros.

La palabra es lo mas importante que tenemos para construir y debemos valorarla como tal. Tenemos que hacernos conscientes del valor de la palabra, de lo que discernimos con ella, de los que anunciamos con ella.

La palabra puede mudar la realidad. La palabra puede construir.

El tema es desde donde la “usamos” y no ese otro desde donde que nos hace “abusar” de ella y subestimarla.

El “desde donde” la usamos tiene que venir del diálogo con Jesús.

Si volvemos al evangelio Él sale al encuentro y aquellos que acreditan en su palabra acuden a Aquel que tiene algo que decirnos.

Jesús no nos impone nada. Simplemente nos convida a una relación. El movimiento es duplo: el está ahí, totalmente disponible, y yo puedo acudir.

Acudo desde mi libertad y mi responsabilidad. Libertad que me mueve a querer escuchar esa palabra y responsabilidad que me mueve a anunciarla y “obrarla”. No simplemente atesorarla para mi, que de hecho ya es muy bueno, mas la Palabra me convida a compartirla. A hacerla vida en mí y en otros.

 En el evangelio de hoy Jesús nos dice con un lenguaje simbólico: el lenguaje parabólico. En esta parábola que compartimos hoy Jesús expone los diferentes “oídos”.

El órgano del oído tiene la sensibilidad para poder oír. Esa es su especificidad. Mas oír, no es escuchar.

¿Cuántas veces “oímos” ésta parábola? ¿Cuántas, la escuchamos?

Escuchar quiere decir usar la sensibilidad de mi oído y desde, otra vez, mi libertad y responsabilidad atender aquello que me dicen. Escuchar implica intencionalidad. “Quiero” escuchar.

Quiero escuchar la palabra para poder decirla y ser escuchado. Decirla y transformar la realidad a una realidad de Reino de Dios.

Tenemos que empezar a usar las facultades de que gratuitamente nos ha provisto el Creador: Inteligencia, libertad, responsabilidad.

 Que ojalá, podamos acudir a la escucha de lo que Jesús tiene para decirnos. Como acudieron los del evangelio. Como acudieron otros tantos antes de nosotros.

Que ojalá nos animemos a evocarla también a otros. Como se animaron a evocarla tantos.

Y por último, que me anime a obrar a partir de la palabra escuchada y dicha. Y que la coherencia también hable por mi de Él. Que mi tierra sea fértil.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe