Pascual Cebollada SJ sobre la causa de beatificación del P. Arrupe

Una publicación del P. Pascual Cebollada SJ, postulador general de la Compañía de Jesús, en conmemoración del 30º aniversario del fallecimiento del P. Pedro Arrupe.

El P. Pedro Arrupe es considerado “Siervo de Dios” desde el momento en que se inició su causa de beatificación, cuya sesión de apertura tuvo lugar en el Vicariato de Roma el 5 de febrero de 2019. El 5 de febrero es el aniversario de su fallecimiento en 1991, hace 30 años hoy. Desde entonces, nosotros, el equipo del Postulador de las Causas de los Santos de la Compañía de Jesús, hemos estado trabajando por la causa del padre Arrupe en conexión con las diferentes secciones del Vicariato.

El tribunal ha entrevistado a más de 50 testigos en Roma y Madrid. A causa de la pandemia, dos veces ha suspendido su viaje a Japón para recoger otros 20 testimonios. Por el mismo motivo, varios jesuitas de procedencias lejanas tuvieron que cancelar su viaje a Roma. En total se deberá llegar a unas 80 declaraciones de personas que, habiendo tratado directamente o no al P. Arrupe, aporten información desde diversas perspectivas.

Varios “Censores Teólogos” siguen leyendo sus cientos de obras publicadas para dar fe de la ortodoxia de estos escritos. Uno de estos grupos se encarga de varias suyas que solo se encuentran en japonés. Los cinco componentes de la Comisión Histórica se concentran ahora en el archivo de la curia general, examinando los miles de cartas que escribió como Superior General de la Compañía durante 18 años. Otros archivos vaticanos ya han sido consultados, y su labor se completará cuando den cuenta de lo que contienen los de los lugares en los que vivió el padre Arrupe. También revisarán otros documentos que se refieran al contexto sociológico e histórico de esos años. A partir de este inmenso material elaborarán una densa relación sobre la personalidad del Siervo de Dios, tal como resulta de los textos consultados, que acompañarán el informe que se entrega al tribunal.

Confiamos que la pandemia no retrase más el proceso y podamos depender de nosotros mismos. Si no hubiera contratiempos notables, dentro de un año deberíamos estar muy cerca de la conclusión de esta fase diocesana, de celebrar la sesión de clausura y que todas estas pruebas recogidas fueran enviadas a la Congregación de las Causas de los Santos para su estudio y juicio. Mientras tanto, seguimos rezando por su intercesión:

“Dios, Padre bueno, que en el bautismo has revestido de Cristo a tu siervo Pedro Arrupe y lo llamaste a su seguimiento en suma pobreza espiritual en la Compañía de Jesús, escucha benigno nuestra oración.
Él se entregó a ti plenamente, como misionero y guía de sus hermanos, tanto en la salud como en la enfermedad.
Movido por el Espíritu Santo, lo has puesto al servicio de la fe convirtiéndolo en maestro de discernimiento y dócil servidor de la justicia del Reino.
Con confianza te rogamos que, a imitación de Jesucristo pobre y humilde, a quien amó entrañablemente, el Padre Arrupe pueda ser reconocido como modelo de vida evangélica y testigo de cómo ser profetas en el mundo, animándonos a ser, en toda cultura, ‘hombres y mujeres para los demás’.
Por su intercesión, y para tu mayor gloria, te pido ahora esta gracia particular […] que desees concederme para tu servicio y alabanza.
Por Cristo, nuestro Señor. Amén”.

Fuente: jesuits.globlal/es

Para mejorar la planificación apostólica

La planificación apostólica y su relación con el discernimiento se está poniendo cada vez más de relieve en la Compañía de Jesús. El 26 de enero, el Consejo General, junto con los responsables de los diferentes departamentos de la Curia, participaron en un curso especial en línea con la experta en planificación, Christina Kheng.

“El discernimiento y la planificación apostólica van de la mano”, dijo el Padre General Arturo Sosa. “Estamos iniciando todo un proceso de planificación aquí en la Curia General. Al comenzar, queremos asegurarnos de que vemos el panorama general y el camino que tenemos por delante, un camino donde es vital el papel que juega el Espíritu.”

La sesión por Zoom duró 90 minutos y abarcó temas como la manera de integrar el discernimiento en la planificación; la vinculación con las Preferencias Apostólicas Universales; la estructura del plan; la manera de asegurar que el plan se lleve a cabo.

Fuente: jesuits.global/es

Cristóbal Fones SJ y la música como lenguaje universal

La agencia internacional de noticias Rome Reports, publicó una entrevista realizada a Cristóbal Fones, jesuita chileno y músico. A continuación compartimos la nota:

“Lo que principalmente enriquece mi música son los rostros humanos y las historias que tocan mi corazón”, explica el padre Cristóbal Fones SJ.

La música es un lenguaje universal, capaz de comunicar las mismas emociones e ideas a personas de diferentes orígenes.

Para el sacerdote jesuita Cristóbal Fones, el canto ha sido una forma de transmitir la variedad cultural de su país natal y de todo el mundo.

“He podido ser testigo de muchas comunidades en distintos países y en varios rincones de Chile, comunidades rurales, comunidades urbanas, comunidades de jóvenes, de adultos mayores, de niños. En fin toda la diversidad que enriquece y refleja nuestra iglesia. Es decir, he visto toda la diversidad que enriquece y se refleja en nuestra Iglesia».

Con más de 700 conciertos de oración, 11 álbumes y un período de formación musical en el Berklee College of Music, el padre Cristóbal es un visionario en el mundo de la música. Sin embargo, su objetivo y motivación están lejos de obtener reconocimiento y fama.

«Lo que principalmente enriquece mi música son los rostros humanos y las historias que tocan mi corazón. Despiertan en mí el deseo de una respuesta más comprometida, más humana, más solidaria, más justa».

Explica que la música complementa su vocación primaria como sacerdote jesuita, y que la fe guía los temas que su música aborda.

“Quizá un momento muy importante en mi vida como ser humano y como sacerdote, fue el tiempo en que viví en una comunidad indígena en el sur de Chile, desde donde también surgió el deseo de componer una misa en lengua indígena pero sobre todo el deseo de conectar en lo profundo con nuestra esperanza y esta conciencia de un Dios que habita en el mundo completo”.

Además de esta misa indígena chilena, la primera de su tipo, entre sus obras está un álbum instrumental sobre el cuidado del medio ambiente, y un álbum de canciones compuestas por una comunidad de monjas carmelitas, basadas en los escritos de Santa Teresa de los Andes. Ahora espera completar un álbum de temas de jesuitas de todo el mundo, que espera esté listo a principios de 2021.

Con la universalidad de la Iglesia como inspiración, el padre Cristóbal continúa construyendo armonías capaces de llegar a personas en todas partes del mundo.

Podes ver el vídeo de la nota haciendo click aquí

Fuente: romereports.com

El P. General convocó la 71º Congregación de Procuradores

En una carta dirigida a todos los Superiores Mayores el 15 de enero de 2021, el P. Arturo Sosa anunció la celebración de esta importante reunión estatutaria de la Compañía universal. Se celebrará el 16 d Mayo de 2022 en Loyola y estará precedida por una semana de Ejercicios Espirituales que, según el deseo del Superior General, permitirá “atender más profundamente al Espíritu Santo, que está activo en nuestra Compañía.” Un anuncio con 16 meses de antelación, ¿no es demasiado pronto?

No, no lo es. Una Congregación de Procuradores reúne a los delegados de cada una de las unidades administrativas de la Compañía, Provincias y Regiones (a las que esta vez el P. General añade las dos “misiones” de Myanmar y Camboya). Los Procuradores deben ser elegidos en una Congregación Provincial (o Regional) y tienen el deber de visitar a los jesuitas y las obras de la Compañía para preparar un panorama de la situación de la Compañía en sus Provincias (Regiones) y responder a las preguntas que el General les proponga para ser discutidas durante la asamblea. Por lo tanto, una reunión de este tipo requiere una larga preparación.

Historia y propósito

Un poco de historia para situar esta instancia. La Congregación de Procuradores no estaba prevista en las Constituciones. Pero fue la 2ª Congregación General, en 1565, la que la creó. Sin entrar en detalles, podemos decir que desde los comienzos de la Compañía se sintió la necesidad de reuniones más frecuentes, a nivel universal, que las de las Congregaciones Generales que debían tener lugar especialmente cuando un General moría. Por lo tanto, se pensó que se podría celebrar una reunión de los “Procuradores” cada tres años. Más tarde se decidió que tendría lugar cada cuatro años y que se alternaría con otro organismo creado mucho más recientemente, la Congregación de Provinciales.

El primer papel de la Congregación de Procuradores es decidir si se debe convocar una Congregación General, después de haber informado al Padre General del “estado de la Compañía”. A partir de la 31ª CG (1965-66) se añadió otro propósito: tratar asuntos importantes a nivel de la Compañía universal. Esto amplió enormemente su papel. Una de las ventajas de esta reunión es que permite una representación de lo que se considera “la base” de la Compañía, ya que los Procuradores – que tienen que prepararse visitando su Provincia o Región – no son Provinciales ni Superiores Mayores. Ellos tienen la oportunidad de expresar sus opiniones al Padre General en varias ocasiones.

Anecdóticamente, observamos que varias de las Congregaciones de Procuradores han tenido que ser canceladas a lo largo de los siglos, una vez por la enfermedad del General, cuatro veces por epidemias, siete veces por guerras o tensiones sociales europeas. ¡La pandemia del COVID-19 no es la primera prueba que la Compañía ha experimentado a nivel universal!

¿Y en 2022, entonces?

En su carta de convocatoria, el Padre Sosa sitúa la próxima Congregación de Procuradores en el marco del Año Ignaciano con el lema: Ver nuevas todas las cosas en Cristo. Más precisamente, escribe: “la Congregación puede ser un momento en el que examinemos juntos las luces y las sombras de la Compañía, los desafíos particulares a los que nos enfrentamos y la acción del Espíritu Santo, que nos llama a una generosidad cada vez mayor al servicio de la Iglesia y de nuestro mundo. No cabe duda de que uno de los mayores retos a los que se enfrenta nuestro mundo es el Covid 19, cuyas consecuencias seguirán acompañándonos en el futuro previsible.”

En cuanto a las cuestiones que el Superior general pide tratar en las Congregaciones provinciales, y sobre las que los Procuradores deberán informar, indica, en primer lugar, el seguimiento que debe darse al amplio proyecto de las Preferencias Apostólicas Universales, prestando especial atención, según los deseos del Papa Francisco, a la primera, la de “mostrar el camino hacia Dios con la ayuda de los Ejercicios Espirituales y el discernimiento”. En segundo lugar, la pastoral juvenil ignaciana y el vínculo con la promoción de las vocaciones a la Compañía.

¡Muy bien, la mesa está puesta! Las Congregaciones Provinciales deben reunirse en el plazo de un año para elegir a su Procurador. Deben preparar su informe sobre el estado de la Compañía en su propio territorio y preparar las respuestas a las preguntas del Padre General antes de llegar a Loyola a principios de mayo de 2022. Se prevé la presencia de 87 participantes, entre ellos el Padre General y algunos de sus asistentes.

*Las fotos son de la última Congregación de Procuradores, en 2012, en Nairobi (Kenya).

Fuente: jesuits.global/es

Rutilio Grande, testigo de la fe expresada en el compromiso por la justicia

Rutilio Grande es el nombre de un jesuita muy conocido en América Latina, pero quizás no tan conocido en el resto del mundo. Sin embargo, es un testigo – un mártir – de la fe expresada en el compromiso por la justicia. El Padre Rutilio, un jesuita de El Salvador, había desarrollado una gran amistad con Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el Arzobispo de San Salvador que también fue asesinado por su compromiso con los pobres y la paz. De hecho, fue en buena parte gracias a esta amistad que Monseñor Romero pudo ver mejor las dimensiones sociales esenciales de la fe en un contexto de abuso de poder y violencia.

Durante su pasantía en el Servicio de Comunicaciones de la Curia General, el joven periodista Luca Pirola quedó impresionado por una sala de reuniones que puede llamarse “la Sala de los Santos de la Compañía”. Las paredes están cubiertas con retratos de personajes famosos de la historia de la Compañía, desde San Ignacio y San Francisco Javier hasta los santos jesuitas del siglo pasado.

El retrato del P. Rutilio Grande no está todavía allí, pero Luca Pirola, después de haber tenido la oportunidad de conocer su historia, se reunió con el Asistente del Padre General para América Latina Septentrional, el P. Jesús Zaglul, comúnmente conocido como el Padre Chumi. Quería hablar con él sobre este jesuita que fue asesinado en 1977 y cuyo proceso de beatificación está en marcha, con la aprobación del Papa Francisco.

En el siguiente video podes ver la entrevista:

 

Fuente: jesuits.global

Rafael Velasco SJ: «Populismo jesuita», un anacronismo

Un artículo del P. Rafael Velasco SJ, Superior Provincial de los Jesuitas en Argentina y Uruguay, para el Diario La Nación.

Un anacronismo es utilizar una categoría del presente para juzgar situaciones históricas del pasado. Se puede hacer, de hecho hay quienes lo hacen continuamente, pero no es riguroso intelectualmente, dado que se está valorando un período histórico que tenía sus propias categorías, su propio contexto y criterios valorativos con una categoría que es fruto de una evolución del pensamiento en otro contexto totalmente diferente. Este uso de los anacronismos puede llevar a malentendidos o a juicios inexactos, o claramente tendenciosos.

Estas valoraciones anacrónicas se dan, por ejemplo, en el abordaje que hacen determinados autores de las misiones jesuitas del Paraguay. Muchas teorías hay acerca de por qué los guaraníes lograron congeniar con los jesuitas. Algunas intentan comprender el espíritu de esa época y otras incurren en anacronismos. Una de estas teorías es que el modelo de pueblos propuesto por los jesuitas les resultaba conveniente porque los protegían contra la esclavitud. Se habla también de que el mito guaraní de «la tierra sin mal» coincidía con la promesa del cielo cristiana y una vida comunitaria más solidaria (que iba de acuerdo con el modo de vida guaraní). Nótese que las misiones no protegían de la «modernidad», sino de la esclavitud lisa y llana. Estas se organizaban en pueblos con el fin de tener una mejor posibilidad de evangelizar (objetivo principal de la labor de los jesuitas) y con la finalidad no menor de proteger a los aborígenes de la esclavitud, que estaba abiertamente permitida entre los portugueses, y de la «encomienda», que era la esclavitud encubierta de los españoles.

Es anacrónico, en cambio, aplicar términos como «populismo jesuita» a una época (siglos XVII y XVIII) en que la categoría populismo no existía. En las categorías de la época, lo que los jesuitas buscaban era anunciar el evangelio, y hacer crecer la Iglesia. Eso para algunos hoy puede ser discutible, desde otros criterios históricos y sociológicos, pero no parece honesto valorar el pasado desde nuestro particular modo de pensar. No había intención «populista», entre otras cosas porque el término populismo surge a fines del siglo XIX, en un contexto muy diferente. Aplicarlo retroactivamente y descontextualizadamente no parece apropiado, a menos que lo que se pretenda sea el viejo truco de abusar del pasado para pegarle a alguien en el presente (por ejemplo, a un papa jesuita).

Afirmar, además, que la Iglesia Católica, y los jesuitas en particular, identifica reino de Dios con un régimen político determinado (pasado o presente) es faltar a la verdad. El anuncio del reino de Dios, que no es patrimonio ni invento de los jesuitas, sino que surge del Evangelio y tiene raíces en corrientes del judaísmo, refiere a una realidad escatológica, meta histórica, que va gestándose, sí, en la historia, y que tiene que ver más con un estilo de vida en el que se comparte el pan, el perdón es moneda corriente, en el que los últimos son los primeros porque son los más necesitados. pero no se identifica con un partido o movimiento político determinado.

Decir, además, que de ese «populismo jesuita» vienen movimientos autoproclamados revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI y que los jesuitas son los ideólogos de esos movimientos es una afirmación bastante superficial y carente de fundamentos sólidos. Por muchas razones, entre ellas porque las corrientes teológicas más afines a los movimientos «revolucionarios» no han sido lideradas por los jesuitas como cuerpo orgánico, aunque hayan participado jesuitas. Los principales referentes han sido otros: por ejemplo, el fraile dominico Gustavo Gutiérrez (autor del libro Teología de la liberación, que da nombre al movimiento), Leonardo y Clodovis Boff, Frei Beto, Hugo Assmann. ninguno de ellos jesuita.

Pero vamos a ejemplos actuales: el rector de la universidad jesuita Simeón Cañas, de Managua, está siendo perseguido por el régimen de Daniel Ortega y su señora. La universidad está siendo estrangulada económica y socialmente por su crítica al régimen; en Venezuela, la posición crítica jesuita del régimen de Maduro es clara, y fue memorable la posición crítica del padre jesuita Luis Ugalde, rector de la Universidad Católica Andrés Bello, contra el presidente Chávez. Lo mismo ha sucedido y sucede con la posición crítica de la Compañía de Jesús respecto de determinados gobiernos latinoamericanos reputados como neoliberales.

En fin, el uso de los términos no es inocente, y lo más apropiado es tratar de comprender cada tiempo en su contexto. De ese modo se evitaría caer en «relatos» que son, como se sabe, una caricatura de la historia. Para evitar lo que en nuestro lunfardo se llama sanatear (término que proviene de sanata), habría que leer más de teología y tener cierto rigor que resista a la tentación facilista de usar la historia para castigar a los enemigos ideológicos.

Fuente: www.lanacion.com.ar

Ignacio y la pobreza III: «La auténtica pobreza necesita incesante discernimiento»

Tercer y último artículo del Secretario del Servicio de la Fe, James Hanvey SJ, sobre la pobreza religiosa, tema que el Consejo Ampliado del Padre General puso como prioridad durante el encuentro que tuvo lugar la semana pasada.

La auténtica pobreza necesita incesante discernimiento – Por James Hanvey, SJ

No hay duda que Ignacio y sus primeros compañeros, incluso antes de que decidieran fundar una orden religiosa, se habían comprometido a una pobreza evangélica personal al servicio de Cristo. Cuando se consagraron a Él y prometieron en Montmartre seguirlo en la misión, ya habían renunciado a todo excepto a las necesidades básicas de su viaje. Nunca perdieron el mencionado compromiso ni la convicción que la pobreza evangélica era condición necesaria para predicar el evangelio. Fue el sello distintivo de un testimonio auténtico y condición para la libertad en la misión.

Es interesante ver cómo se interpreta y aplica dicha condición de la misión cuando se encuentra con las exigencias de la fundación de nuevas obras apostólicas y colegios. No sólo necesitaban mendigar, lo que parecían aceptar con gusto, sino que tenían que pensar en la necesidad de sostener estos esfuerzos. Cómo expresar y vivir la pobreza como una gracia apostólica pasa a ser una realidad discernida. No tenían intención de comprometerse, pero se dieron cuenta que la pobreza tenía que ser vista en la perspectiva de la misión y sus exigencias. Aquí también está el riesgo. Siempre hay razones excelentes y válidas para buscar la seguridad material, no tanto para uno mismo como para nuestros ministerios. Por eso la pobreza debe ser vivida con un discernimiento vigilante. Para ser garantizada, debe convertirse en una disposición interior; un sesgo o “hábito” – “un modo de proceder”- que siempre será reconocido en sus efectos aunque los tiempos, el trabajo y las circunstancias puedan ser diferentes.

Del “Diario Espiritual” de Ignacio podemos vislumbrar cuán profunda es esta pregunta. Está en el corazón mismo de la nueva orden emergente: cómo proteger el voto de pobreza como fuente de vida y misión evangélica – tanto personal como comunitaria – y, sin embargo, preservarlo como una realidad discernida en tanto que servicio a la misión. Lo que Ignacio y la Compañía naciente hacen es establecer un único Norte, o punto cardinal fijo de práctica concreta y algunos principios centrales de discernimiento que deben ser siempre operativos para resistir a las componendas.

Tres principios clave

Las Constituciones (§553-54) establecen un primer principio: nadie alterará lo que pertenece a la pobreza en las Constituciones, excepto para hacerla más estricta. En cierto sentido, esto es una consecuencia del Principio y Fundamento de los Ejercicios porque es el signo distintivo de nuestra completa dependencia de Dios y nuestra necesidad de mirar a Dios en todo lo que somos y recibimos. Establece que la pobreza no es realmente negociable. Se da entonces una práctica concreta: no permitir a los jesuitas apostólicos o a las comunidades apostólicas ningún ingreso de activos fijos. Esto se aclara más tarde en la Congregación General 31 y se expresa en las normas jesuitas. (CN137)

El segundo principio se establece en las Constituciones §555-56 y dice que aunque las obras de la Compañía, o aquellas de las que tienen cuidado o responsabilidad, pueden tener algún capital fijo, la Compañía no debe tener ningún control sobre dicho capital. En otras palabras, la Compañía, no debe poseer ni el capital ni los intereses. De nuevo, esto expresa lo que yo considero los dos elementos centrales de nuestra pobreza evangélica, tanto espiritual como práctica. Primero, se trata de asegurar que la Compañía nunca esté dispensada de confiar en Dios, “que él hará que se provea todo lo que pueda ser conveniente para su mayor alabanza y gloria”. Segundo, que la Compañía permanezca libre de toda obligación financiera en lo que toca a la misión. El principio es claro: los bienhechores y las donaciones deben apoyar la misión, pero no condicionarla.

El tercer principio, que se encuentra en el §557, dice que los “profesos” y todos los que tienen votos perpetuos (§560) deben vivir de limosnas. No deben beneficiarse de ningún capital fijo de la casa o de las obras de las que forman parte.

Podemos ver que estos tres principios son fundamentales pero llanos. Son para evitar la acumulación de riqueza y las obligaciones que la acompañan, y para preservar la libertad e integridad de la Compañía con respecto a su misión.

Interpretación

A lo largo de los siglos estos tres “principios” y su traducción en la práctica concreta necesitaban ser aplicados e interpretados de acuerdo con las diferentes culturas y situaciones cambiantes: ¡en el siglo XVI no había ninguna comodidad como las transacciones bancarias en línea, las inversiones o las tarjetas de crédito! Pero creo que son notablemente claros; conservan la orientación fundamental de nuestro voto como una libertad interior y material para la misión. Este punto está bien ilustrado en las instrucciones a los jesuitas que reciben misiones especiales del Papa, “Además, el que ha sido designado por Su Santidad para ir a alguna región debe ofrecer su persona generosamente, sin pedir provisiones para el viaje o causar una petición para que se haga algo temporal”. (Cons. §609;610).

Estos “principios” nos ayudan a ver cómo, en lo que concierne al voto de pobreza de la Compañía – sobre todo cuando se entiende en términos de los otros dos – no se trata en primer lugar de un ascetismo impuesto, aunque esto forma parte sin duda de él, sino que está ordenado a la libertad de estar con Cristo resucitado en su misión – Cristo que lo recibe todo del Padre. Esta pobreza nos hace completamente dependientes de Dios; espiritualmente y materialmente, nos fundamenta en nuestro ser seres creados. Nos devuelve a la gran comunión de todas las cosas creadas, y reordena nuestra relación de interdependencia con ellas. En esta medida, ofrece una gracia redentora o restauradora y puede permitirnos convertirnos en ministros de esa gracia para otros, de hecho, toda la creación. De ahí que la pobreza de la Compañía deba estar marcada por una total generosidad y gratitud. Es realmente la libertad de ser enviado sin condiciones, puramente al servicio de Jesucristo, para abrazar el mundo con su amor costoso pero sin medida.

Fuente: jesuits.global/es

Ignacio y la pobreza II: «Nuestra pobreza implica un servicio real y el contacto con los pobres a todos los niveles»

Segundo artículo de la serie «Ignacio y la pobreza», escrito por James Hanvey SJ, luego del encuentro del Consejo Ampliado del Padre General, convocado para ahondar y reflexionar en torno al tema de la pobreza en sus distintas dimensiones.

¿La pobreza de los jesuitas tiene valor hoy en día? – Por James Hanvey, SJ

Desafiar al materialismo y a la reducción de la persona humana

Una de las formas más profundas y sutiles de pobreza en nuestra cultura es la reducción de la persona humana a un número puramente material. Una vez que tomamos ese camino, la persona rápidamente pasa a no tener más valor que el que se reconoce en términos de utilidad y generación de riqueza. Las personas se vuelven desechables y, por supuesto, impotentes. Por lo tanto, una de las acciones transformadoras más radicales es la atención a las dimensiones espirituales, intelectuales, psicológicas y materiales de una vida cualquiera que sea su estatuto o condición. Fácilmente podemos quedar ciegos al hecho de que los pobres y marginados también tienen necesidades espirituales. Cuando olvidamos esto podemos participar sin querer en los sutiles reduccionismos de la sociedad. Nuestra pobreza es un testimonio de la profundidad de la persona humana y de nuestro deseo de servir a la persona en su totalidad.

Amartya Sen tiene una visión luminosa cuando presenta a la pobreza no sólo como un estado económico, sino como la privación a las personas de la realización de sus capacidades, capacidades políticas, personales y sociales. La privación de la educación, especialmente la educación holística de la persona en su totalidad, es una de las mayores lacras de la pobreza. No sólo empobrece la humanidad de una persona, sino que la disminuye en términos de su irradiación social. De esta manera, toda la comunidad sufre. Por ello, me pregunto si esto no estaba implícito en la decisión de la Compañía de hacer de la misión de la educación su opción prioritaria universal.

No hay límites para el amor de Dios

Nuestra pobreza también muestra que no hay límites o barreras para el amor de Dios. Es un amor que no necesita pasaportes, visados o permisos especiales. La única prioridad es nuestro sufrimiento y necesidad. San Pablo nos recuerda que Cristo se hizo pobre para que nosotros nos pudiéramos hacer ricos. Esta es la lógica y el dinamismo de la pobreza jesuita, de hecho de toda pobreza religiosa: la voluntad de usar todos nuestros recursos humanos y espirituales para hacer ricos a los demás, especialmente a aquellos que la sociedad no sólo identifica como pobres sino que a través de opciones políticas y económicas los mantiene pobres. Así, esta pobreza que viene como el sello del seguimiento de Cristo nos pone al servicio de toda la humanidad, especialmente de ‘los pobres’ en cualquier forma en que la pobreza se manifieste.

El contacto con aquellos que son materialmente pobres

Nuestro servicio y nuestra pobreza implica un servicio real y el contacto con los pobres a todos los niveles. Es demasiado cómodo permitir que “los pobres” se conviertan en un concepto abstracto o una estadística. Aunque ellos sean necesarios para ayudarnos a comprender la cuestión a nivel de estrategias y sus resultados, nunca debemos perder de vista la cara, la persona con nombre y apellido. El compromiso personal y el contacto, por muy pequeño que sea, ayuda a guardar los pies en tierra. Cuando Cristo pronunciaba el Sermón de la Montaña, y los llamaba “benditos”, ellos estaban allí enfrente de él. Él los estaba mirando. De parecida manera, creo que nuestro voto de pobreza puede darnos un “corazón que tiene ojos” para ver lo que, con demasiada frecuencia, nuestras sociedades quieren ocultar o hacer invisible.

Desafiar la ideología de mercado

Nuestro voto de pobreza también puede ayudarnos a desenmascarar todas las ilusiones del mercado y las fantasías persuasivas de que la riqueza material o tal o tal producto pueden traernos felicidad y estatus, también conocido como poder. Buscando, primero, la gracia de la pobreza espiritual, uno se libera de la tiranía del éxito y del reconocimiento; de ser tenido por respetable. Lo único que realmente importa es Cristo y aprender a perder el miedo a ser considerado un tonto; hacerse un paria con los parias.

La práctica de la pobreza material es la libertad de distribuir y compartir. No tenemos que aferrarnos a las cosas por nuestra seguridad, pero podemos hacernos puentes por donde ellas pasen en beneficio de los demás. Y como, por providencia de Dios, la Compañía puede moverse a través de todos los niveles de la sociedad, podemos facilitar la distribución de los bienes de la creación: materiales, culturales, intelectuales y espirituales.

Hacer comunidad

Nuestra pobreza también construye una comunidad, ya que no sólo tenemos cosas en común, sino que también nos necesitamos unos a otros, especialmente los dones y habilidades que otros nos traen en nuestra pobreza. Puedes ver esto todo el tiempo en las comunidades religiosas y laicas donde se da esta generosidad de corazón. Es el fruto de una pobreza vivida y todos nos enriquecemos en amabilidad y en espíritu.

En tal “economía de la pobreza” también experimentamos lo que yo llamaría la “ley de la desproporción”. Es, de hecho, una ley de la gracia: experimentamos que las necesidades y demandas siempre superarán nuestros deseos y recursos. En otras palabras, viviendo de la “ley de la desproporcionalidad” – nunca llegar a hacer todo lo que querríamos hacer – experimentaremos el dolor y la frustración que la elección de la pobreza con Cristo también puede traer. Pero esto también es importante porque nos priva de atribuirnos la gloria, de pensar en nosotros mismos como la respuesta. Nos niega el poder de ser el “dador”, en control, y nos deja sólo como dependientes de Dios – siempre seremos los mendigos de Cristo.

Por supuesto, otra dimensión de la pobreza voluntaria se ha puesto más de relieve con la crisis ecológica. Imaginen una nueva economía y una nueva ecología si tuviéramos la libertad de romper con la interminable manipulación del deseo, esa frenética carrera del consumismo, y nos contentáramos con lo suficiente y lo sostenible. Esto no sólo transformaría nuestras relaciones económicas y ecológicas, sino que también reajustaría y reequilibraría nuestras relaciones sociales.

Pobreza y solidaridad

Además de reconocer nuestra dependencia de Dios, la pobreza elegida por el bien de Cristo y a su servicio también reconoce nuestra interdependencia. Esto también debe formar parte de nuestro modelo de encarnación. Gran parte de nuestras vidas se construyen sobre el deseo de adquirir y acumular para ser “libres” o “autónomos”. La independencia se convierte en un signo de fuerza y la dependencia en un signo de debilidad. Pero el don de la pobreza por el bien de Cristo contrarresta esto, y expone su idolatría e ilusión ocultas. Soy finito, soy creado y por mucho que lo intente no puedo escapar a esta realidad de base. Mi libertad reside en aceptar; aceptar mi ‘creaturidad’: el regalo de la vida que he recibido y reconocer la amorosa soberanía de Dios que también me ofrece el regalo de toda la creación. Me mantiene en la base de la gratitud porque me impide olvidar que no tengo nada que no haya recibido de la generosidad de Dios y de los demás. Con esta ‘solidaridad’ de todas las cosas creadas, también viene la responsabilidad de usar bien y no abusar, de apreciar y nutrir, de no lucrarse ni destrozar; de reconocer que mi necesidad no es una debilidad sino mi lugar en una comunidad de vida con la que tengo responsabilidades. Esto significa, también, compartir el sufrimiento así como la esperanza que conlleva dicha solidaridad.

Por supuesto, la última pobreza y solidaridad está en la muerte. Nos despoja de todo lo que tenemos excepto el bien que hemos hecho y el amor que hemos dado y recibido. Sólo en esta pobreza última puedo apreciar cuánto ha dependido toda mi vida de otros que compartieron sus riquezas conmigo.

Una obra en acción

Sería ingenuo pensar que estos frutos de la pobreza evangélica están fácilmente disponibles y que vivimos de su gracia sin esfuerzo. Es una lucha, porque sabemos lo fácil que es quedar atrapado en los engaños y los placeres del consumo. Las instituciones y las comunidades religiosas no son inmunes a esto también. Siempre existe la legítima necesidad de ser prudentes, de crear seguridades materiales y sociales. El voto en sí mismo puede incluso convertirse en una forma de ejercer el control de los demás. Puede haber jerarquías e injusticias subrepticias en comunidades condicionadas por los que tienen acceso a los recursos y los que no lo tienen. Debemos tener cuidado que las patologías no redimidas de nuestra naturaleza no se disfracen de virtud, especialmente cuando la pobreza se convierte en excusa para la tacañería, en una herramienta de control, en una reivindicación de superioridad moral o en una disculpa por la mala administración de los bienes que se nos confían. Así pues, el voto de pobreza requiere mucho compromiso y trabajo constantes; trabajo que es tanto interior como en nuestras prácticas individuales y comunitarias. Creo que ayuda si recordamos que todos los recursos que tenemos pertenecen a los pobres de Cristo y nos son confiados para su beneficio. Nuestro voto de pobreza nos hace libres sólo para ser más generosos al darnos los unos a los otros, especialmente a aquellos que están necesitados de tantas maneras.

Fuente: jesuits.global/es

Ignacio y la pobreza I: «Elegimos la pobreza porque queremos imitar a Cristo»

La semana pasada, el Consejo Ampliado del Padre General se ocupó del tema de la pobreza religiosa. A partir de lo trabajado, la Curia General en Roma publicó en su sitio oficial tres artículos sobre el tema “Ignacio y la pobreza”, escritos por el P. James Hanvey, Secretario del Servicio de la Fe, en la Curia Generalicia.

¿Por qué la pobreza? – Por James Hanvey, SJ

San Ignacio y los primeros compañeros concedieron un alto valor a la pobreza. Veo tres razones para ello: la imitación personal de Cristo, la libertad apostólica para la misión y como parte de una renovación evangélica de la Iglesia.

Imitación de Cristo

Elegimos la pobreza porque queremos imitar a Cristo, confiar en la providencia de Dios y liberarnos para servir al Evangelio. Con Ignacio, la vocación a la pobreza comienza con su conversión y continúa siendo una dinámica a lo largo de su vida. Por eso a menudo se refería a sí mismo como “el peregrino”, alguien que depende completamente de la generosidad de Dios y de los demás. Podemos apreciar el mismo modelo en todos los primeros compañeros después de su propia conversión a través de los Ejercicios. La médula de esta pobreza por el bien del Reino es la dependencia de Dios y la confianza que Dios proveerá en nuestras necesidades. De hecho, central al carisma de todos aquellos que reforman o fundan una orden religiosa o comunidad cristiana, es esa intuición central sobre la pobreza. Se resume en las palabras del teólogo protestante, Karl Barth: “…no conocemos realmente a Jesús (el Jesús del Nuevo Testamento) si no lo reconocemos en este pobre hombre, en este (permítanme la palabra controvertida) partidario de los pobres y, en fin de cuentas, en este revolucionario”. (Karl Barth)

Libertad para la Misión

Ignacio y sus compañeros tomaron el Evangelio y, especialmente, el consejo de Cristo de ir sin bolsa y sin par de zapatos de repuesto de una manera directa y casi literal. En su corazón está la exigencia del Reino y una profunda fe que Dios proveerá. A menudo eso será a través de la generosidad de aquellos que responden a la presencia del Reino y quieren apoyarlo: los bienhechores que son en sí mismos un sacramento de la atención providencial de Dios.

En los Ejercicios, Ignacio distingue dos aspectos de la pobreza: una pobreza espiritual y una pobreza material. Opino que es fácil olvidar la primera, cuando es de hecho el fundamento que hace fructífera la segunda. Esa pobreza ‘espiritual’ es una creciente humildad ante Dios y los demás. Pasa de un mundo ‘centrado en mí’ a un mundo centrado en Dios; un mundo en el que el servicio a los demás es prioritario. En ese sentido, la ‘pobreza espiritual’ es la capacidad de amar con una libertad radical y subversiva. La humildad no se ve atrapada en la tela de araña de falsos valores que sólo conocen el poder, la posición social y el prestigio. Es una liberación de la avaricia y la envidia de nuestro mundo. Si somos libremente pobres por Cristo, ¿cómo puede nuestra sociedad pretender un dominio sobre nosotros en términos de valor espiritual o social y riqueza material? La seguridad de la pobreza es diametralmente distinta a todo lo que el sistema social y económico puede ofrecernos.

La pobreza como renovación y reforma

Así, si la pobreza es a la vez imitación de Cristo y libertad al servicio del Reino, también es un testimonio que puede inspirar renovación y reforma. Es difícil para nosotros hoy en día comprender cuán poderosa era la Iglesia, económica y socialmente, en los tiempos de San Ignacio. De hecho, hubo muchos llamamientos a una reforma que provenían tanto de la Iglesia como de los reformadores protestantes. La Compañía primitiva ciertamente se vio a sí misma como parte del movimiento de renovación interna, así como también parte de la defensa de la Iglesia frente a una oposición política y teológica. El compromiso a favor de la pobreza considerada ‘la muralla inquebrantable’ es ciertamente parte de ello. Los primeros jesuitas querían permanecer tan libres como fuera posible de la acumulación de riqueza y propiedad, de ahí las prohibiciones contra ello en las Constituciones de la Compañía. De esa manera, buscaban no sólo preservar la libertad de la Compañía para su misión apostólica sino también querían asegurar su integridad evangélica y reformadora. Esto puede también ser un regalo para la Iglesia de hoy.

¿Qué pueden enseñarnos los Santos Jesuitas de hoy?

“Los santos están vivos” es una nueva serie de la Curia General de los jesuitas en Roma, que en su primer capítulo presenta a Pedro Claver SJ. 

Los santos han estado presentes en todos los tiempos. Se trata de personas que sirven como ejemplos que pueden ayudar a toda la comunidad cristiana.

“La gente hoy en día necesita ejemplos – necesitamos estímulo en nuestras vidas”, según el P. Pascual Cebollada, Postulador General de la Compañía de Jesús. “La vida nos presenta muchos retos. Por eso nos ayuda echar la vista atrás a los santos que nos han animado; por ejemplo, San Francisco Javier, un misionero del siglo XVI que inspiró a tantos jóvenes a unirse a la Compañía de Jesús, o San Luis Gonzaga, el joven jesuita que murió apestado mientras se acercaba desinteresadamente a las víctimas contagiadas. Estas son personas que pueden ayudarnos como modelos de generosidad, personas que han vivido bien, mujeres y hombres de fe, esperanza y amor.”

El realizador y presentador de la serie es Luca Pirola, de la Oficina de Comunicaciones de la Curia Jesuita, afirma: “Este ha sido un proyecto increíble en el que trabajar. Empezó por casualidad, porque me fascinó una de las salas de la Curia, que tiene imágenes de muchos santos jesuitas. Sé que en mi propia vida me he beneficiado de tener personas que fueron ejemplos de cómo vivir bien. Todos estamos de viaje y cada uno de nosotros necesita ayuda en el camino.”

  • La serie se fija en los santos y traza paralelos con la vida moderna. Presentará a:

– San Pedro Claver, que trabajó en Cartagena, Colombia, con esclavos negros, y puede decir mucho sobre el hecho de que “las vidas negras importan”.
El Venerable Rutilio Grande, que trabajó por los derechos humanos en El Salvador, puede decir mucho sobre la búsqueda de la democracia hoy en día.
San Luis Gonzaga, que ayudó a las víctimas de la peste en Roma, tiene algo que decirnos en una época de Covid19 y de pandemia.
– San Francisco Javier, misionero en la Asia, puede ayudarnos a entender este mundo cada vez más globalizado.
– San Alberto Hurtado, que apoyó con energía a la gente pobre de Chile, puede ayudarnos a entender cómo afrontar esta crisis económica y social.

La Curia General de los jesuitas proyecta publicar uno de estos cada dos semanas durante el próximo período de tiempo.

 

Fuente: jesuits.global/es