Reflexiones alrededor de Dilexit nos (II)
Quisiera completar las reflexiones anteriores sobre la encíclica Dilexit nos con un aporte teológico. Considero que hay varios aspectos a tener en cuenta y que merecen un comentario más concreto.
Enlace al artículo precedente: Reflexiones alrededor de Dilexit nos (I) t.ly/DQUve
El corazón, sustento para la teología
En el n.º 15 de la encíclica, el Papa recuerda que la palabra «corazón» es importante para la teología e indica que esta pretende alcanzar una síntesis integradora. En este sentido, el corazón permite reconocer nuestra interioridad, recordando que «lo más íntimo de la realidad es amor» (n.º 16) —idea que recoge una cita de Karl Ranher de Escritos de Teología III—. No vamos a descubrir ahora la figura de Rahner, pero es interesante que casi al comienzo del texto sea citado y se aluda a su pensamiento, a su obra. En el artículo que el papa Francisco cita, Rahner comienza hablando de nuestra vida religiosa personal. La teología se ha de situar desde una vivencia interior sustentada en la figura de Cristo.
A partir de aquí, el Papa se adentra en el significado de la palabra «corazón» con el fin de presentar el sentido del «corazón de Cristo» y, así, entender la expresión «He aquí este corazón que tanto ha amado a los hombres». Para ello, es necesario conocer al Cristo y su amor. Ya desde el inicio se sitúa el «corazón-amor» en el centro de la teología. No es una casualidad ni un acto devocional. Hay una intención y una indicación muy clara, como veremos en el punto final de estas reflexiones.
La labor de la teología viene marcada por ese deseo de alcanzar una síntesis integradora que pueda ayudarnos a entender y situar a Dios en el mundo y al ser humano frente a Dios. Pero para el Papa, que ya ha repetido en diversas ocasiones que el tiempo actual nos pide hacer una nueva teología, todo ello viene transitado por ese Dios-ágape (Ad theologiam promovendam, 8), que vincula la teología con la vida y nos ayuda a discernir los signos de los tiempos.
Una teología unida a la vida
En el n.º 63 se recoge la reflexión de Olegario González de Cardedal, teólogo, y se nos habla de cómo la espiritualidad y la religiosidad popular han suplido los posibles vacíos de la teología.
Probablemente en los últimos tiempos hemos tenido dos grandes teólogos en el territorio español. Uno, el ya citado Olegario González de Cardedal; otro, nuestro querido José Ignacio González Faus. A este no lo cita, pero sí que hay una referencia cristológica a la humanidad nueva (n.º 219) en la que se indica que solo el amor de Cristo la hará posible. La humanidad nueva precisamente es el título de uno de los libros más importantes y conocidos de González Faus y donde presenta su cristología. Probablemente solo sea una casualidad.
Volvamos a la cita de González de Cardedal. Se reconoce que en ocasiones la teología ha tenido vacíos. Según el Papa, estos vacíos vienen marcados por su distancia con la vida, con la pastoral —lo dirá en varios documentos, como Veritatis gaudium o Ad theologiam promovendam—. Es una preocupación real de Francisco: que se desarrolle una teología ajena a la realidad. La teología se ha de nutrir de la vida y ha de servir a la vida. Pastoral y teología tienen que complementarse y alimentarse. Esta preocupación, que comparto con el Papa, no es otra que la ruptura entre la teología y la pastoral o la vida de nuestras parroquias. Parece como si fueran dos mundos separados que no pudieran ayudarse.
En continuidad con lo expresado, en el punto número 154 hay una referencia directa al sensus fidelium. Le acompaña una referencia a santo Tomás de Aquino que nos recuerda que, cuando se ejercita la fe en Cristo, el alma accede a la realidad de su vida divina (Summa Theologiae, II-II, q.1, a.2, ad; q.4,a.1). El Catecismo de la Iglesia define el sensus fidelium como «la apreciación sobrenatural de la fe por parte de todo el pueblo, cuando, desde los obispos hasta el último de los fieles, manifiestan un consentimiento universal en materia de fe y de moral» (92), descripción que se sustenta en la Lumen gentium. Aquí el Papa lo retoma pensando en el pueblo de Dios, en los fieles, y lo vincula con lo ya formulado por González de Cardedal, es decir, con la idea de la importancia de la espiritualidad en la teología —tema ya propuesto en el documento Ad theologiam promovendam, n.º 7.
Configurar una nueva teología
Es desde la vivencia plena del Espíritu en el situarnos ante el «corazón-amor» de Cristo desde donde podemos poner las bases para una nueva teología.
Vinculado a este aspecto, destaca, en el número 87 —del que ya hablamos en el artículo anterior—, la referencia al jansenismo. Simplificando mucho, el jansenismo es una doctrina que exageraba las ideas de San Agustín acerca de la influencia de la gracia divina para obrar el bien, menguando así la libertad humana. El Papa tiene miedo a que dentro de la Iglesia haya renacido el dualismo jansenista, que se vincula con el gnosticismo y la negación de la salvación de la carne.
Por todo esto, la encíclica defiende la necesidad de una nueva teología para el momento actual. Esta teología debe superar los errores de interpretación de nuestro tiempo y las desviaciones generadas: ausencia de encarnación en el mundo y en la realidad, negación de la libertad, exceso de autorreferencialidad y falta de sinodalidad. Así como ha insistido anteriormente —y volverá a hacerlo en el punto siguiente— en el peligro de la falta de vida espiritual, recalca también el riesgo de ausencia de vida real, de vida libre y situada en el mundo, de vida abierta a la realidad y a las necesidades que nos envuelven.
Intellectus amoris
Muy al comienzo del documento, nos encontramos con la referencia a la teología de Ignacio de Loyola, que tiene por principio el affectus (24). La mención a esta teología nos lleva a pensar que esa nueva teología no puede ser fruto de la razón, sino del amor. Es lo que Jon Sobrino definía, tomando como base la misericordia, como intellectus amoris:
Definí la teología como intellectus amoris (iustitiae, misericordiae), más allá del intellectus fidei, proveniente de san Agustín, y del intellectus spei, como lo reformulaba Jürgen Moltmann, en 1978, en su Teología de la esperanza.
[Esta teología implica] Hacer de la misericordia el principio motriz y directriz.[1]
Esto supera tanto cualquier espiritualismo como cualquier activismo y vuelve a situarnos en la encarnación desde el amor, para pasar de la ortodoxia a la ortopraxis por el camino de la ortopatía.
Para concluir, la encíclica nos conduce a una nueva manera de pensar, de vivir, de amar y de hacer teología. Tarea a la que ya el Papa nos ha invitado en otros documentos —aquí citados— y que habrá que acoger de una vez por todas.
[1] Fuera de los pobres no hay salvación, Trotta (2007) 18-19; 49.
[Imagen de Steen Møller Lauersn en Pixabay]
@cristianismeijusticia | t.ly/TH2wJ