¿Cómo Perder la Fe sin darse Cuenta?
Puntos para crecer. Preguntas para ahondar.
Es muy común escuchar a gente que ya no tiene fe, que la perdió en el camino, que se enfrió en su relación con Dios. O que ya ni sabe bien qué le pasa con la dimensión espiritual de su vida y siente como poco «vuelo» al percibir la realidad que vive o vive sin alegría. Si bien es cierto que la fe es una experiencia muy personal de cada ser humano donada por Dios, también es cierto que puede escurrirse de entre los dedos de nuestra historia hasta desaparecer.
¿Cuáles podrían ser algunos de los elementos que pueden llevarnos a comprender el proceso de unas posibles pérdida y recuperación de la fe en el Dios de Jesús (no otro)?
PERDER LA FE…
1. POR SATURACIÓN RELIGIOSA. Algunas personas recibieron en su infancia y juventud una catequesis demasiado pesada, llena de conceptos, de reglas y de prácticas obligatorias que por exceso terminaron hastiando. Muchas veces los padres, catequistas o maestros piensan que transmitir la fe es que conozcan solo las cosas del Catecismo y vayan a misa. Con lo cual se produce una saturación religiosa donde la persona ya no quiere oír hablar de todo este tema. De hecho, con más frecuencia de la que uno espera, se olvida que la fe de una persona crece junto con su proceso de desarrollo espiritual, corporal y psicoafectivo. Entonces encontramos el fenómeno de gente adulta con una fe infantil, o mayores con fe adolescente donde quedó trabado el crecimiento y se desfasó.
2. POR FALTA DE PREGUNTAS FUNDAMENTALES. Sucede que por diversas causas como la superficialidad y la evasión consumista, que almidonamos nuestras preocupaciones de tal manera que no nos afecten. Tanto padres «sobreprotectores» como «por de más flexibles», provocan confusión en los hijos porque no los dejan entrar en contacto con la realidad, que es la que trae las preguntas que ayudan a caminar. Les pasa mucho a las personas que viven en ambientes satisfechos. Sin preguntas existenciales por la vida, el amor, la muerte, los otros, no hay posibilidad de entrar en contacto con la dimensión espiritual donde se da la fe. Lo cierto es que cuando llegan los sufrimientos de la vida no se sabe a dónde recurrir.
3. POR MIEDO A LA DUDA. En temas de fe tenemos el mito de que no se puede dudar. Entonces se ha creado una especie de «condena» a quien duda o cuestiona los fundamentos de la fe que le han transmitido. ¿Es de sentido común no experimentar dudas de fe? ¿Acaso no es procesual la incorporación de las cosas importantes de la vida? ¿De dónde hemos sacado que la fe es un bloque entero que se traga asintiendo doctrinas de un catecismo? La fe es un misterio y convivir con el misterio a nivel existencial es convivir con la duda. No podremos saberlo todo.
4. POR MORALISMOS RELIGIOSOS. La mayoría de las personas en muchos momentos de su vida, percibe la religión como un conjunto de reglas en el fondo de su experiencia religiosa. Es el reflejo que hacen aquellos que no quieren pertenecer a ninguna confesión religiosa cuando critican a la Iglesia, por ejemplo. ¿Qué hicimos los que ayudamos en el camino de la fe para que la gente crea que una experiencia y pertenencia de fe es cumplir con reglas? En algunos, para sostener la pertenencia a la religión, se produce una «esquizofrenia» donde por un lado vivo mi vida moral y por otro mi vida religiosa. Se divorcia la fe con la vida y entonces se pierde el sentido. (Ni hablar del tema de moral sexual que daría para otro texto). Quienes no están dispuestos a esta dualidad finalmente dejan la religión de las reglas para ser honestos con su experiencia de fe individual.
5. POR FALTA DE SOLIDARIDAD CON EL OTRO. Cuando nos quedamos encerrados en nosotros mismos el egoísmo nos consume la dimensión espiritual, la trascendencia de las cosas, y termina secando todo. El egoísmo es un fumigador de cualquier brote de vida real. Cuando somos insolidarios perdemos el contacto con lo esencial a toda persona que es su vincularidad a los otros. La solidaridad con los demás es el camino más claro por el cual podemos comprender si se tiene fe en el Dios de Jesús o no. Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré por las obras mi fe, decía el apóstol Santiago (Cf. Sant 2, 14-26).
6. POR FALTA DE VIDA EN COMÚN CON OTROS CREYENTES. La fe cristiana nació comunitariamente y así se ha sostenido por más de dos milenios. Quien no comparte su fe la pierde, porque se le convierte en un adefesio individualista donde yo «creo a mi manera». Todos creemos a nuestro modo ¿quién puede negarlo? pero todos compartimos el hecho de ser engañados por el Mal Espíritu. Entonces, cuando no hay una comunicación de la experiencia de fe o se queda sólo aferrada a un par de normas para autojustificarse, o me invento un dios solo para mí, apartado del modo en que el Dios verdadero quiere comunicar el Espíritu del Reino entre nosotros.
DARLE ESPACIO AL DON DE LA FE
1. AMIGARSE CON EL SILENCIO Y DEJAR BROTAR. Quien no puede darse unos minutos en el día para estar en silencio no podrá nunca albergar aquello que viene de su interior. La tradición nos dice que la fe entra por el oído. En la medida en que aquietamos el cuerpo y la mente aunque sea con dificultad, podremos dejar brotar las múltiples manifestaciones de la vida y de la fe. Dios habla en lo más intimo de nuestro corazón, ¿cómo podremos acoger su voz si no callamos los ruidos internos?
2. CONVIVIR CON EL MISTERIO. La vida de fe es la vida de quien se anima a dejar de controlar todo con su mente y se abre a vivir en conexión con aquello que le da sentido a su ser pero sin saber mucho cómo se llama. Abrirse al misterio de la vida es aventurarse a descubrir los insondables dones que nos habitan, y que están esperando ser fecundos en un mundo que los necesita. Convivir con el misterio de un Dios que se hizo hombre para solidarizarse con nuestros sufrimientos y llevarnos a la vida plena de la Resurrección.
3. DEJARSE ROMPER LOS ESQUEMAS PRECONCEBIDOS Y SUPERAR LA PRUEBA. Para poder crecer en la vida de fe tenemos que aprender que la fe evoluciona junto con las crisis propias de nuestro desarrollo. No podemos seguir creyendo en los reyes magos a los 30 años. Dios no cabe en nuestra mente por lo que es siempre nuevo. Si nos quedamos con aquello que aprendimos en la catequesis cuando éramos niños, o si nos estancamos en la rebeldía contra Dios de nuestra adolescencia, no podremos recibir la fe de un adulto, y más todavía, la preciosa experiencia de una fe madura. El crecimiento en la fe se da con el acompañamiento de otros que caminan en esta búsqueda y que nos ayudan a aprender y desaprender toda la vida.
4. COMPADECERSE DEL OTRO. Las primeras comunidades cristianas comprendieron que la gran novedad de Jesucristo había sido la compasión. A ningún judío de su época se le hubiese ocurrido ser solidario con un no judío, y menos aún compartirle su Dios. Por eso el escándalo de Jesús. Si hay una experiencia que logra consumar toda la experiencia cristiana para dejarnos vibrantes del Espíritu es la compasión. Con los demás y con nosotros mismos. Cuando somos capaces de hacerle lugar en el propio corazón y bolsillo a los «samaritanos» con los que nos encontramos a diario estamos comenzando a entrar en el misterio de Jesús.
5. DIALOGAR CON EL DIOS DE JESÚS (no otro). Es posible que muchos crean que rezar es recitar de memoria oraciones solamente. Pero no, quien quiera tener una experiencia religiosa del Dios de Jesús tendrá que dirigirse a él con sus propias palabras. Con aquellas que brotan de su vida cotidiana, de sus preguntas más inquietantes, de sus miedos, de sus sentimientos y emociones, de sus relaciones más profundas con los demás. Y hablar con el Padre de Jesús, o con Jesús mismo, o con el Espíritu que ora en nosotros.
6. FORMAR PARTE DE UNA COMUNIDAD. Tal como decíamos la forma de sostener una fe verdadera es siendo parte del Pueblo de Dios en alguna comunidad concreta donde pueda vivir, compartir y celebrar la fe. Es importante porque ayuda a sostenernos en los momentos de crisis espiritual. El Espíritu no tiene otro modo de comunicar su energía si no es en el vínculo que se establece entre las personas de la comunidad. No resulta común una especie de «ciencia infusa» dada a unos pocos místicos que ilustran al resto. Y si esto se da, la comunidad es la que en definitiva constata su veracidad.
Si bien podríamos ampliar toda esta realidad, creo que con estos puntos es posible entrar en diálogo en nuestro monasterio interior para que, al conversarlo con quien pueda ayudarnos, crezcamos en la experiencia de fe y no dejemos que se nos escurra de entre los dedos un don tan lindo como este. ¿Qué podremos perder?
Emmanuel Sicre Sj
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