“El Padre Hurtado veía a Dios en el mundo”

Andrés Mardones, periodista – Publicado en Jesuitas Chile

A diez años de la canonización del Padre Hurtado, conversamos con el sacerdote jesuita Francisco Jiménez acerca de uno de los aspectos menos conocidos del santo chileno: su espiritualidad. ¿Cómo ese rasgo de su personalidad nos interpela hoy?

En octubre celebramos diez años de la canonización de Alberto Hurtado por el papa Benedicto XVI. Del santo jesuita conocemos mucho de sus obras y de su trabajo diario, de sus acciones en favor de los más necesitados de nuestro país. Pero es menos lo que sabemos de su espiritualidad, de su vida interior. El padre Francisco Jiménez, estudioso de la vida y obra del Padre Hurtado, nos da algunas pistas sobre este aspecto de su personalidad.

¿Cómo se fue forjando la vida interior del Padre Hurtado?

No tenemos tanta información de su vida interior. No dejó un diario o escritos estrictamente personales. Contamos con alrededor de diez mil manuscritos del Padre Hurtado, pero la mayoría son prédicas, cartas, documentos de preparación de conferencias, charlas, libros… desde ahí podemos ir desmenuzando su modo de vivir la fe. Dicho eso, pienso que lo principal es que la espiritualidad ignaciana lo marcó profundamente, muy fuertemente, desde niño. Fue muy jesuita, muy hijo de san Ignacio. Lo que se nota en varios aspectos. El primero es su inclinación por la acción. El Padre Hurtado, desde joven, fue una persona de acción, de hacer cosas. De hecho, al final de sus años en el colegio, estaba metido en las Congregaciones Marianas, escribía artículos, participaba en patronatos. Y después, en la universidad, ese aspecto se fue ampliando: participó en política, fue un hombre de decisiones. Y, segundo, diría que era muy conectado espiritualmente. Su relación con el Señor fue, aparentemente, muy fluida. En medio de su actividad vertiginosa, siempre dejaba tiempo para dar Ejercicios y para acompañar espiritualmente. Tiene un escrito muy bonito que se llama “Siempre en contacto con Dios”, en el cual dice que está demandado por cientos de actividades, trabajos, cosas en las que tenía que decir que sí, cuando quería decir que no, pero —expresa— “en un momento miro hacia arriba y salgo hacia Dios”. En ese sentido, el Padre Hurtado era profundamente religioso. Tenía una espiritualidad muy integrada. De hecho, vincula muy bien fe y justicia, incluso antes de que nos lo formuláramos como Compañía en 1975. Él siente muy fuertemente que lo que lo llama a la acción tiene que ver con su relación con Dios, con la fe en Jesucristo.

CONECTADO CON LA REALIDAD

Las acciones ético-sociales en el Padre Hurtado están estrechamente vinculadas a lo espiritual… se habla de un “místico social”.

Exactamente. Esa vinculación espiritual con lo social es muy potente.

…Siendo Cristo la figura central en su vida, el motor que activaba su dinamismo en el diario vivir.

Es la experiencia de ver a Cristo en el otro. De ver a Cristo sufriendo, de verlo en el marginado. Eso es muy fuerte en el Padre Hurtado.

Uno de los aspectos espirituales que me más conmueve de él tiene que ver con la lectura del Espíritu Santo. Estaba muy conectado con la realidad. Conocía lo que estaba pasando en política, lo que ocurría en Europa, lo que sucedía en la guerra, y predicaba mucho sobre eso. Era capaz de sintonizar con la cultura para rescatar lo que Dios estaba haciendo en ella. En eso fue bien precursor. En un país lejano, estuvo muy en sintonía con lo que acontecía en el mundo, en la Iglesia, en los cambios sociales. Que se haya metido en los sindicatos, fue un hecho revolucionario. Que un cura se involucrara en un mundo tan secular y tan contrario a las fuerzas católicas de la época… Sólo pensemos en que los sindicatos estaban dominados por los comunistas. Entonces, se lo trató de comunista, porque no tenía miedo de decir que éstos tenían razón, no en lo político sino en el hecho de estar con el pobre, con la masa trabajadora. Sentía que la Iglesia se estaba alejando de la masa trabajadora. Tuvo una lectura de la historia muy aguda y profunda.

¿Ese dinamismo social lo adquirió siendo religioso, o viene de antes?

En ese dinamismo social fue clave su madre. Una mujer que no se echó a morir tras la muerte de su marido. Ella, a pesar de tener muchas apreturas económicas, siempre tuvo una vocación social: llevó a Alberto a los patronatos, a trabajar con los franciscanos en las periferias de la ciudad. El segundo actor clave que lo marcó fue el colegio. En ese tiempo la mayoría de las clases las impartían jesuitas. Y tuvo insignes profesores, como Fernando Vives y Fernández Pradel, que fueron muy cercanos a él y lo marcaron en lo social. Y tuvo también compañeros notables: Manuel Larraín y el hermano de santa Teresa de los Andes, son dos de ellos. Vivió en un ambiente propicio para desplegar su personalidad.

SU RELACIÓN CON DIOS

En un libro el P. Álvaro Lavín habla de la “espiritualidad general y básica” del Padre Hurtado, y luego habla de “la práctica personal” de esa espiritualidad en el propio Padre Hurtado. ¿De qué se trata eso?

El Padre Hurtado rompió un cierto modelo de práctica espiritual en la época. La Compañía venía de la supresión, y estaba más bien asustada. En el siglo XIX, ya restaurada, se dedicó principalmente a la educación, a las misiones, a los Ejercicios, a las clases, y no mucho más. Se volvió cuidadosa, defensora del Papa y de la estructura de la Iglesia frente a la secularización. Eso, de cierta manera, la transformó en una “Orden monacal”. La vida jesuita se hizo más reglada, con oraciones comunitarias, con almuerzos en horarios exactos. Y el Padre Hurtado rompió con mucho de ello. Su vida espiritual ocurría en la acción. Estaba siempre muy ocupado. Y fue muy criticado por los jesuitas españoles que residían en Chile esos años. Hay varios informes de la Consulta en los que se dice que él era mala influencia para los otros jesuitas, porque no rezaba en coro, porque no llegaba a las comidas, porque no se sabía dónde estaba, porque “se mandaba solo”. Iba un poco contracorriente, pero recuperando lo más propio de Ignacio, que era justamente una vida espiritual, con silencio y oración, pero sobre todo siendo capaz de ver a Dios en el mundo.

¿Cuál es la imagen de Dios para el Padre Hurtado?

Él creía en un Dios que trabaja en el mundo. Elaboró mucho una doctrina que estaba en boga: la de Cristo Rey. La de un Dios que se encarna en la realidad fuertemente. El Cristo Rey es Aquél que interviene, actúa y vence en la realidad, muy diferente a la imagen que se tenía hasta entonces, cuando se creía más en un Cristo paciente, humilde, abnegado, centrado en la obediencia y la resignación. El Padre Hurtado promovía al Cristo Rey, un Cristo en la acción, un Cristo transformador, que no se deja vencer por los condicionamientos sociales ni históricos.

¿Y cómo se conectaba con Dios?

Valoraba en extremo su sacerdocio. La acción litúrgica, sacramental, fue muy importante para él. Hay varios escritos sobre eso. “Mi vida es una misa prolongada”; esa frase realmente resume cómo lo vivía. Dedicaba mucho tiempo a funerales, matrimonios… era muy sacerdote. Su espiritualidad se conectaba con eso. De hecho, pensaba que la solución para los problemas de la Iglesia era que hubiera más sacerdotes, porque creía que éstos tenían mucha influencia en la sociedad, y que había que potenciar y ocupar esa influencia. Sentía una conexión con Dios desde la mediación, un Dios que trabaja y que usa instrumentos para trabajar, y él se consideraba un instrumento privilegiado.

¿Cómo se ve actualizada la espiritualidad del Padre Hurtado en la Iglesia?

Se ve, sobre todo, en lo social, sin duda. Y en dos sentidos: Primero, en el llamado que hace el Papa hoy, de salir, de ser una Iglesia en salida, porque el Padre Hurtado fue muy en salida. Que lo social sea el eje de la Iglesia, es decir, una preocupación por el mundo, más que una preocupación por cuidarse a sí mismo, o por aumentar el número de fieles… Y, luego, algo que me hace sentido respecto de esto en el Padre Hurtado, es la vinculación entre fe y justicia. Algo que hoy no es tan fácil de unir. En su época era más simple porque la cultura era más católica. Actualmente es distinto. Se puede hacer trabajo social y no encontrarle ningún fin trascendente, o puedo dedicarme a lo netamente espiritual sin necesidad de unirlo con lo social. Pienso que esa vinculación que transmite el Padre Hurtado es muy sana para la Iglesia; que lo social transmita a Dios y que lo de Dios transmita que somos sociales por esencia.

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