Creciendo en Trabajar Juntos: Escuela de formación en Identidad Ignaciana

Desde 2017 se lleva adelante en Argentina y Uruguay la “Escuela de formación en identidad ignaciana”. Son tres los ejes sobre los cuales se proyecta el curso: espiritualidad, crecimiento personal y compromiso apostólico. La propuesta consta de dos reuniones al mes para tratar dos o tres documentos: una entre todos los participantes en los respectivos centros y conectados con los otros mediante videollamada y otra en grupos más pequeños para discutir los documentos de manera más personal. Está destinado para instituciones vinculadas a la Compañía de Jesús (parroquias, centros de espiritualidad, colegios, universidades, centros de formación, movimientos, voluntariados y grupos misiones) y también para instituciones que no estén vinculadas de manera directa y para el público en general.

Compartimos la experiencia de Graciela Reyes, que realiza la propuesta en la ciudad de Córdoba, en la Parroquia Sagrada Familia.

Ignacio, un santo de procesos

Para comenzar, hay que saber que San Ignacio fue un hombre que pasó por un proceso de conversión, crecimiento, en la vida y en la vida de fe. Y por eso nos dejó sus “pasos”, en esos cambios de su vida, en forma de ejercicios espirituales.

Todos pasamos por “etapas” en nuestra historia que nos hacen crecer, madurar; y en este caso, en la Escuela de Identidad ignaciana; podemos “ver”, “sentir”, “observar”, discernir” nuestras etapas y con ello lo que Dios nos está proponiendo hoy a cada uno de los que hemos sido invitados generosamente a formar parte de esta Escuela, a la luz de las experiencias de San Ignacio.

Él lo vivió hace varios siglos, escritos como sin tiempo en la historia. Pero fue tan importante que hoy nos ayuda a nosotros varios siglos después.

 Ignacio, un santo de la propia vida

Lo aprendido, leído y compartido el primer año fue para conocernos en nuestro interior, en nuestras pequeñas familias. Cómo Cristo vivió, y por eso cómo Dios quiere que vivamos nosotros hoy.

Personalmente me ayudó muchísimo para “recordar” algunas cosas olvidadas y aprender otras que nos ayudan a ser más buenos, más comprensivos, más compañeros, y en todo esto poder escuchar más y mejor a Dios, desde “mi historia”, mi casa, mi familia, mi pequeño entorno. Y luego trasladarlo a las otras comunidades de las que uno forma parte, la familia más grande, los grupos de amigos, el trabajo, la parroquia, etc.

Así podemos reaprender, volver a involucrarnos, recordar que la invitación de Jesús es siempre estar atentos, poder ver, preocuparnos y ocuparnos “del otro”, del que necesita algo, del pobre, del que está solo, del que sufre, de los que padecen adicciones, de aquel que sufre injusticias.

Que lo sepamos ver, que lo defendamos. Pero también que nosotros no cometamos alguna injusticia con nuestros “otros”. Para que seamos justos.

Y por lo tanto logremos ser siempres misericordiosos, acompañantes, buenos, como Dios lo es con nosotros.

 

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