¿Dónde te metiste, Jesús?
Compartimos la Homilía preparada por Emmanuel Sicre SJ para la misa de los egresados 2019 del Colegio del Salvador.
Por Emmanuel Sicre, SJ
Hemos venido a este Templo a agradecer tanto bien recibido. Queremos decirle a Dios que hemos sido felices en este tiempo, que hemos dado nuestras batallas, que aquí estamos. Igual que la familia de Nazaret cada año para la Pascua como nos relata Lucas. Y en este contexto es que se Jesús se les desaparece.
¡Qué bonita familia!
Imagino que a muchos de uds. se les ha perdido Jesús alguna vez. Pensaban que estaba siempre en el mismo lugar, pero resulta que lo vas a buscar y no está. Se corrió, se movió, se te esfumó. En varias oportunidades nos pasa que nos sentimos alejados de él. Muchos tienen nostalgia de algunos encuentros con Jesús de otros tiempos o, simplemente, anhelan descubrir eso que todos llamamos Dios. Otros se cansan de no hallar nada y desisten, pero, me atrevo a decir, que conservan cierta inquietud.
Algunos cumplirán esos lindos ritos como ir a misa, comulgar, rezar, hacer la pausa, reconciliarse, hacer Ejercicios Espirituales, o conversar con Dios, tal como María, José y el niño que van al Templo “todos los años para la fiesta de la Pascua, como de costumbre”. Y nada, Jesús, se nos hace escurridizo igualmente.
¿Dónde está Jesús? ¿Por qué se nos escapa sin que nos demos cuenta? ¿Por qué nos despista así en algunos momentos de nuestra vida? ¿Qué pasa que creemos que está en donde debería estar –en la caravana de regreso, en lo conocido, en lo de siempre- y no? ¿Por qué nos deja angustiados saber que no lo podemos atrapar? ¡Qué Dios misterioso este Jesús!
Veamos qué hacen sus padres para “recuperarlo”.
“Caminaron todo un día”,
“comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos”,
“volvieron a Jerusalén”.
Quizá aquí encontremos una pista, chicos: Caminar, buscar y volver para hallar a Jesús.
Para encontrar a Jesús hay que caminar, como en la misión, o en el voluntariado, no por los pasillos balconeando para hacer tiempo y no llegar a clase, sino en la peregrinación para llegar a donde está lo que tanto deseamos en nuestra vida. Caminar todo un día, una semana, en fin, toda la vida, insistentemente, aunque nos dé pereza. Caminen, chicos.
Para encontrar a Jesús hay buscarlo, en medio de una caravana confusa –nuestro mundo, nuestra realidad-, entre quienes nos hablaron de Él, entre quienes lo conocen, entre quienes los aman: sus familias, sus amigos, sus educadores, sus referentes. Buscarlo, como tantas cosas que buscamos en internet, en las redes sociales, o en los lugares a donde vamos. Sean buscadores honestos, chicos.
Para encontrar a Jesús hay que volver al lugar donde lo encontré por última vez, según la clave del Evangelio. Ejercitar el músculo de la memoria y regresar al momento donde se detengan los afectos y me digan: “aquí es”. Aunque tenga que ir hasta cuando aprendí a rezar, o a la primera Comunión, o volver -como tantos- aquí a la comunidad del Colegio que me vio crecer. Vuelvan, esta es su casa, su Templo, su Iglesia, su comunidad. Vuelvan y encontrarán el sentido cuando se les pierda.
Con estas tres acciones, al tercer día hallarán a Jesús. El famoso 3 que nos habla del Dios Padre, hijo y Espíritu.
Supongamos ahora que, como María y José, encontramos a Jesús con sus 12 años, hecho un hombre para el mundo judío de su época –como uds. en la nuestra-, en el Templo, en el lugar donde habita Dios, tu corazón, el corazón del Colegio, sorprendiendo a todos los que lo oyen.
Entramos en relación con él y le preguntamos, tal como sus padres, con cierto tono de reproche: “¿por qué nos has hecho esto?”, ¿dónde te metiste?, ¿dónde estás?, ¿por qué nos desconcertás? Y él nos responde tan consciente de sí mismo y libre: tengo que ocuparme de la misión de Dios. Estoy empezando a crecer y me doy cuenta de que esto que hay en mí tiene que florecer, tiene que ser comunicado a tantas personas que sufren, que se sienten solas y abandonadas. Me estoy dando cuenta de que tengo una misión, que algo se me mueve interiormente con tanta fuerza que quiero darle toda mi vida. ¡Qué bella intuición la de Jesús!
Él con sus 12 años los provoca a uds. con 17/18 y los invita a reconocer cuál es su misión en el mundo de hoy. A qué están dispuestos a darle la vida. A descubrir qué les pide la vida para ser plenos. A sentir la responsabilidad de esa voz que por dentro les está hablando del futuro.
Quizá, como sus padres, no entendamos mucho lo que Dios nos dice hoy a nuestra vida y nos toque guardar las cosas que no comprendemos de este Dios intrépido en el corazón, como hace María.
Sin embargo, podremos seguir caminando con la esperanza de ser una familia, una comunidad, que busca y vuelve cada año a renovar su fe a los lugares donde la memoria nos conduzca.
Que Dios les ayude a caminar, buscar, y volver para hallar a Jesús.
Fuente: Blog Pequeñeces
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