El momento en que te das cuenta de lo esencial

Reflexiones

Me había despertado muy pronto, como cada día después de tantos y haber perdido la cuenta. La luz entraba con su usual violencia por la ventana, porque la persiana estaba atascada por la mitad. Y no caía, aguantando estoicamente contra la fuerza de la gravedad, pero tampoco subía, pese a mis esfuerzos rocambolescos porque subiera, colgándome casi de la cinta sin éxito alguno. Así estábamos un poco todos, sin caer pero sumiéndonos en una especie de letargo aparentemente perpetuo (en cuestión de tiempo, el drama es quien mejor nos comprende) en el que, si pensábamos un poco, nos llevaba irremediablemente a algo parecido a la locura.

Era como ciencia ficción. O demasiado real, según de lo que estuviéramos hablando. Y tuve la osadía de enfadarme con amigos que me decían, con todo el dolor de su corazón, que se aburrían. Porque no podía entender que, con tantos medios para disuadir el tiempo tenebroso y pesado, te pudieses aburrir. Era el momento de saber de qué éramos capaces en medio de la búsqueda eterna por saber quiénes éramos de verdad.

Pasaban los días sin nada más que hacer que entretenerme. Me quedé dos meses sin trabajo (a Dios gracias, solo dos meses), en casa sola por pura elección. Me di cuenta de que me costaba concentrarme, muchas veces me costaba pensar, pero me dejaba llevar porque es la mejor manera de persistir en determinados momentos. Como cuando hay resaca en el mar y tienes que salir, que hay que mantener la calma y nadar en paralelo. Al son de lo que toca para no salir tocado, pero perdiendo la inercia: ya no vives, sin más, te tienes que esforzar por sobrevivir. Fue el momento, en medio del desconocimiento, la angustia y el miedo, de pensar cuál era la esencia de cada uno y por qué. Entiendo que muchas personas no llegaron a pensarlo, pero yo sí. No tuve más remedio.

Siempre he evitado quedarme sola. No me gustaba la soledad, pero comprendí y aprendí, sobre todo, que la soledad como estado no ha de ser preocupante. Siempre, la que duele, es la perteneciente o relativa al sentimiento. Y esa, por fortuna, no la frecuento. Me di cuenta de que la vida, como la fe, hay que cuidarla antes de cualquier contrariedad para que sea una bomba de oxígeno (también de felicidad) cuando aparece el revés inesperado. Y cuidarte, desarrollarte, estimular la mente y el alma, para que el silencio no aturda sino que sea tan de Dios que parezcan palabras que te hablan de suerte, de amor, de esperanza y tranquilidad. Como un susurro, como siempre habla Él.

Nunca fui consciente –como cuando has estado en un sitio especial y solo te invade un sentimiento estremecedor cuando pasa el tiempo y lo recuerdas– de que, tal vez, fue mi mayor momento de recogida y acogida, de encuentro con Dios. Porque pude reconocer lo que me había dado hasta entonces, que era mucho, sobre todo intangible y la serenidad que me daba saber que estaba ahí aunque me costase verlo. No podemos romantizar el año que hemos pasado, ni siquiera unos más que otros. Pero tal vez sí podemos agradecerle (a Él) que, mientras estuvimos en sus manos, fuimos un poquito diferentes.

Clara de Juan Bañuelos

Fuente: pastoralsj.org

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