El Reino de los Cielos
Por Julio Villavicencio
Tal vez sea preciso iniciar dando las gracias por invitarme a compartir esta reflexión que no quiere ser más que una mirada del Evangelio de un cristiano para otros cristianos. Donde cada uno podrá acoplarla o no, a su propia reflexión del Evangelio desde su experiencia de fe. Experiencia que cuando es humana y profunda, nos va dando los criterios para seguir a este Jesús tan vivo y tan presente en las personas y en nosotros mismos.
Y esta presencia del Señor se da en el Reino de los Cielos. El es en sí mismo el Reino de los cielos y al mismo tiempo, es el mensaje que nos viene a dar, la invitación de sentido profundo de la existencia, el Reino de los Cielos. Pero pareciera que el Reino de los cielos es una experiencia tan profunda que no tenemos palabras para definirla, de hecho Jesús mismo cada vez que habla del Reino utiliza la comparación. El ayudarse con elementos de la vida cotidiana para entender que en esas experiencias hay relación con lo experimentado en el Reino de los Cielos. Por eso aquí Jesús compara el Reino de Dios con una situación muy cotidiana, que Jesús habrá visto desde pequeño en su vida, es la situación de un campesino, de un hombre que siembra una semilla en tierra y esta crece. En este caso me gustaría rescatar algunas características de este acto de sembrar, ya que en estas pequeñas cosas hay un mensaje para nosotros, para nuestras vidas en orden de caminar al Reino de Dios.
Primero, el sembrador. Quién ha visto a un sembrador se dará cuenta que su trabajo es cooperativo. No es él que hace la tarea de sembrar solo. No. Él es uno de los actores de este gran prodigio de dejar que la vida crezca. El sembrador se pone en colaboración con tierra, con el agua y las lluvias, con el mismo misterio de vida que encierra la semilla dentro de sí. Finalmente el sembrador se pone en colaboración con otras personas, porque aunque el sembrador este solo, a él alguien le tuvo que enseñar a sembrar. Ha sido una comunidad, una herencia de persona a persona, una comunicación humana la que le ha dado la capacidad al sembrador de hacer lo que hace. Ningún hombre es una isla, somos parte de una vida que nos envuelve y nos atraviesa y de la cual somos beneficiarios y responsables.
Segundo. Aquí hay una característica marcada en la comparación que hace Jesús “el grano brota y crece, sin que él sepa cómo”. “Sin que él sepa cómo”, esta es una faceta del Reino que me parece importante profundizar. El saber que se puede entender de este pasaje es un saber técnico quizás, académico, de dar explicación del proceso en sí de la siembra. Sería una explicación racional del proceso en sí que nos podría dar un agrónomo o un botánico, o incluso un curioso del tema en cuestión. Aquí pareciera que el Reino de los Cielos no necesita de esta explicación racional, o mejor dicho, no depende de ella. Basta con que el sembrador crea en su experiencia, en lo que otros le han enseñado para que él confíe que ahí crecerá la vida y arriesgue a hacer la jugada. No depende del sembrador ni de su voluntad que la semilla al final crezca. En ella hay una fuerza que el sembrador puede llegar a explicar, pero no le pertenece, es una fuerza interna que desarrolla vida si le damos las condiciones necesarias. Pero si miramos con detenimiento aquí hay una comparación con la vida misma increíble de Jesús, pues la vida en cuestión es un camino sin certeza alguna más que la muerte. Y así y todo, amanecemos cada mañana, abrimos los ojos y una fuerza incontenible nos impulsa hacia fuera, a pesar de mis miedos, de mis inseguridades, hay una fuerza interna que me llama a la vida. No sabemos cómo, hay una fuerza interna que hace la vida siga, a pesar de las frustraciones, de las tristezas, la vida sigue, continúa y es eso es algo que se puede ser testigo cuando uno acompaña comunidades víctimas de mucha violencia. La vida sigue.
Tercero. Esa fuerza requiere paciencia y confianza. Es que el Reino de depende de nosotros pobres mortales. No es que nosotros haremos que el Reino se cree. No, el Reino de los cielos ya está misteriosamente en esa fuerza interna de la vida. Ya está aquí. Contigo, sin ti y a pesar de ti y tus pecados, el Reino está aquí ¿Somos capaces de confiar en la vida misteriosa que encierra? y ¿de aventurarnos como el campesino, que sin saber cómo, arroja la semilla en tierra, en colaboración con la vida que lo rodea y se confía en la vida que crecerá si él la cuida? Porque de algo está seguro el campesino, si él no cuida la vida de esa semilla, la puede perder. Y ese cuidado implica la paciencia de aquél que no ve el fruto inmediato, pero confía. Es la paciencia que a veces debemos poner en algunos procesos de nuestras vidas. Procesos que no tienen ningún fruto aparente, que solo nos implican esfuerzos y trabajo, pero que al parecer no hay ningún resultado. La vida, las relaciones con las personas por donde esa vida pasa y se fortalece, es una trabajo que requiere la paciencia del sembrador. Es que el Reino de los Cielos sin poder definirlo sabemos que implica la vida y la vida en abundancia y esa vida ya esta en nosotros, ya nos atraviesa, ya esta aquí.
Finalmente, ¿a qué se parece el reino de los Cielos? a aquellas pequeñas cosas de las esta hecha la vida, los amigos, la familia, las charalas, los abrazos, los besos, el amor y el enamoramiento. Todas aquellas pequeñas cositas que son como el grano de mostaza, el más pequeño, pero cuando crece es una árbol que da alimento y refugio a otros.
Que sepamos descubrir el Reino de los cielos que ya está aquí.
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