¿En camino juntos? Huellas de sinodalidad

Por María Luisa Berzosa, fi

Recuerdo que en el Sínodo de la Amazonía se nos preguntaba si queríamos un Sínodo de la Mujer. Varias de las participantes dijimos claramente que no, pero sí un Sínodo de Pueblo de Dios.

Se dan sugerencias y el Papa decide. Nos sorprendió con el Sínodo de la Sinodalidad, invitándonos a iniciar un proceso renovador de nuestro ser estar en la Iglesia de un modo diferente.

Y puso los tres elementos que conocemos: Comunión, Participación y Misión. Estamos cumpliendo un año de andadura; hemos terminado la primera etapa y hemos podido dar nuestra palabra, discernir, orar, buscar juntos, presentar esas luces que iluminen las sombras –¡a veces demasiado abundantes!– de nuestra querida Iglesia.

Tengo el regalo de vivir este proceso desde muy dentro, en la Comisión de Espiritualidad, una de las cuatro que colaboran en él y cuando miro atrás no puedo menos de agradecer los pasos dados.

Es muy emocionante recibir tantas aportaciones de impulso, de ánimo, de fe en el Señor Jesús, en ese Dios Padre y Madre por el que vale la pena arriesgar y no cejar en la búsqueda de una Iglesia más parecida a lo que Él sueña.

Muchos grupos, comunidades de laicos, diócesis, congregaciones religiosas, personas individuales… han reflexionado, discernido, orado juntos porque esto no ser puede hacer de manera individual y se han manifestado desde dentro, con corresponsabilidad, con enorme creatividad, con adultez en la fe desde esa dignidad que nos confiere el bautismo. La invitación ha sido universal, nadie ha quedado fuera de esta posibilidad de sumarse para hacer camino juntos.

Todo esto deja en mi corazón una gran consolación. Pero el  proceso, tiene también otra cara: resistencias, indiferencia, ataques, desánimo, cierta agresividad… Duele, pero no se pueden poner frenos al Espíritu, esto es también una fuerza que invita a permanecer.

Audacia y valentía para dar pasos desde el evangelio, mirar a Jesús como centro; la Iglesia no es meta sino un puente que nos acerca a él.

Agradezco a Dios el hoy de la historia que me toca vivir, con posibilidades, sueños y proyectos que enamoran mi corazón de mujer y me susurran que vale la pena seguir al Jesús del Evangelio, aquí y ahora.

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