‘En la vida espiritual nunca dejamos de crecer’ – Emmanuel Sicre SJ

Compartimos parte de una ‘entrevista’ realizada al P. Emmanuel Sicre SJ, durante el programa ‘Noche Joven’ de Radio María Joven que se emite por Radio María Argentina los miércoles por la noche. La temática de la conversación giró en torno a la vida de oración, el descubrir la propia interioridad  y el diálogo con Dios. 

En lo que respecta a la oración o el discernimiento es una novedad para todos: para los que tienen muy poca idea o aún no hayan podido encontrarle el gusto dentro de su camino será toda una novedad. Para los que ya hayan dado algunos pasitos, siempre hay mucho más por dar; osea que está todo por decirse y todo por hacerse.

Me imagino. Ciertamente, en la vida espiritual, nunca terminamos de crecer: es como un Misterio porque uno nunca se gradúa en esto. Siempre hay hilo para seguir tirando del ovillo.

En tu experiencia con jóvenes, acompañando: ¿cómo introducís a quien está dando sus primeros pasos? ¿Cómo les presentas la oración como un camino importante para la vida de cualquier persona?

Creo que la vida de oración empieza cuando podés hacerte una pregunta y cerrar los ojos. Todos los seres humanos estamos habitados por muchas preguntas, por cuestiones por responder, por inquietudes, por dudas existenciales, y cuando esas preguntas llegan a nuestro interior, a nuestro corazón, es lindo cerrar los ojos y encontrar adentro las voces que van tratando de dar respuesta a las cosas que nos pasan adentro.

Hay algo que nos sirve mucho en el trabajo cotidiano que nosotros hacemos en el Colegio y también con los jóvenes universitarios, que es la ‘Pausa Ignaciana’. Es como un pequeño ‘parar la pelota’ para ver ‘cómo va el partido’, qué está pasando… cuando te animás a hacer esa pausa, a parar un poco , respiras hondo, cerrás los ojos y empiezan a emerger, desde lo más profundo, lo que estamos viviendo. Cuando dejamos que aparezcan estas cosas que nos vienen pasando dentro, podemos ‘conversar’ con ellas.

¿Qué es esto que me está pasando? ¿Qué es esto que estoy sintiendo? ¿Qué son estas personas que están habitando mi interioridad? Que pueden ser las personas más cercanas, las que más amamos, o aquellas con las que tenemos algún conflicto ¿no? De esa manera, la oración se convierte en algo que habla de la propia vida, de esto que vamos viviendo: qué es lo que quiero, a quiénes tengo que querer, quiénes me cuestan más. Y todo esto, hecho con los ojos cerrados, y tratando de preguntarle a Dios, nos trae como un eco desde el fondo de nuestro corazón que hace que sintamos que estamos hablando con alguien. Nos sentimos escuchados. Y al sentir eso, ya estamos ante la presencia de Alguien que no somos nada más que nosotros con nuestro mundo interior.

Nuestro mundo interior está siempre habitado por Dios. Entonces, cuando nos animamos a cerrar los ojos, a respirar profundo y a dejar que broten desde dentro las cosas que vivimos, Dios también las toma para darnos algún mensaje, para traernos paz, para decirnos algo que puede ser importante en ese momento de la vida que estamos atravesando.

A veces hay situaciones complejas, crisis familiares, o dificultades con el estudio, preguntas sobre la vocación, como ‘¿qué voy a hacer de mi vida?’; o sobre el noviazgo, si me quiere o no me quiere, o cómo querer más a una persona, cómo quererla bien… Todas esas preguntas pueden ser llevadas a la oración. Y nosotros, los seres humanos, somos los únicos, en toda la creación, capaces de hacer este ejercicio de mirar para adentro. Y eso es hermoso, porque cuando podemos mirar para adentro descubrimos que no estamos solos, aunque a veces experimentemos sensaciones de vacío o de soledad muy grandes . Si nos animamos a permanecer con los ojos cerrados, tratando de que Dios se haga presente, o nosotros, estando presentes para él en nuestro propio corazón, verdaderamente vamos a sentir que no estamos solos. Y que lo que estamos viviendo puede ser contenido, escuchado por esa presencia de Dios.

Pensaba Emma en esto que dijiste primero en torno a intentar hacer esta pausa y cerrar los ojos lo difícil que es para nuestra cultura, y para el ritmo que llevamos los jóvenes , en el que pareciera que es todo ‘para afuera’: con mucha energía e intensidad, cuánto nos cuesta generar estos espacios de pausa, donde poder conectarse con lo que uno vive, siente y piensa.

Ciertamente. A veces da esta sensación de que estamos viviendo ‘para afuera’. Justamente, una vez hablaba con alguien que decía: ‘yo vivo haciendo cosas para los demás y descubro que los demás no hacen cosas por mí’. Entonces, claro, se sentía como buscando afecto pero, en realidad, no conseguía nada. Y siempre estaba así, como para afuera.

A veces estamos muy para afuera porque no nos animamos a mirar para adentro. Y porque muy pocas veces valoramos lo que somos, o no estamos tan acostumbrados. Pensamos que valorarnos por lo que somos es un acto de egoísmo o de soberbia. Y en realidad, valorar lo que somos, es darle gracias a Dios porque nos ha dado la vida. Tenemos que hacer ese ejercicio de hablarnos y de reconocernos a nosotros mismos como a una persona que queremos. Si vos pensás en alguien que querés mucho, en un amigo una amiga, o alguien de tu familia, nunca lo tratarías mal. Te podés pelear, como con todo ¿no? Pero no lo tratarías mal si tuvieras una charla en serio.DSCN8570

Y con nosotros a veces no nos pasa eso. Nos pasa que hablamos con nosotros mismos pero somos un poco toscos, un poco bruscos para decirnos las cosas. A veces cuando nos equivocamos o sentimos que hemos hecho algo mal o tenemos una pequeña culpa, nos cuesta ser comprensivos. Nos autoexigimos o nos dejamos llevar sin pensar en las consecuencias y quedamos como entrampados. Si pensamos que no vamos a poder cambiar nunca, nace en nosotros cierta la pereza y nos entregamos a lo que nos ofrecen las pantallas sin hacer nada. Como que el mundo va pasando al lado nuestro en paralelo y nosotros lo vamos deslizando en la pantalla. Y, finalmente, nos da miedo enfrentarnos a nuestros propios deseos, a nuestras propias búsquedas; a veces porque nos parecen muy grandes, a veces porque no las conocemos tanto y no nos llegamos a entusiasmar… yo creo que vale la pena que, en este día, al cerrar los ojos, y al conectarnos con nosotros mismos, podamos vernos a nosotros como a alguien a quien queremos mucho.

Mientras te escuchaba, pensaba ‘qué misterio, qué regalo el tener al alcance de la mano la posibilidad de entrar en contacto, en diálogo con Dios, en algo tan sencillo como frenar un ratito en mi casa, tratar de reconocerme, tratar de entrar en contacto conmigo mismo, en ese momento empezar a escuchar, a sentir una moción en la que no estamos solos; pienso qué misterio que en esto tan sencillo, el hombre entre en diálogo con Dios.

Lo que pasa es que Dios está más cerca de lo que nosotros pensamos. Me pasó una vez que descubrí que la experiencia de Cristo no está tan afuera. Está más bien, adentro. No por un intimismo, sino porque, en las experiencias que tenemos de contacto con los demás, se nos despierta algo a nosotros interiormente.

Muchos de los que tienen experiencias de misión dicen la famosa frase de que ‘fuimos a misionar o a compartir, y nos misionaron a nosotros.’ Es como si el Cristo propio despertara el Cristo del otro. Como si cada uno fuéramos como María, que estamos embarazados de Cristo. Este Cristo se despierta en nosotros con el contacto, en las relaciones, en el modo en que vivimos. Y en la oración, lo que hacemos es hacernos presentes a ese Cristo que habita en nosotros. Y ese Cristo tiene una voz. Escuchar esa voz en la interioridad es hacer el discernimiento.

Es decir, descubrir cómo Dios me está hablando a mí de manera personal en este momento de mi vida. Y me habla a través de la creación, de las cosas que me maravillan, de las cosas que me espantan; me habla a través de los demás, con las cosas que me atraen, con las cosas con las que siento rechazo; me habla a través de mis propios actos, de las cosas que hago y de las que provoco. Muchas veces hacemos cosas y no las evaluamos, no las examinamos, no pensamos en sus consecuencias…y no hacemos el ejercicio de decir ‘¿qué me pasó con esto?’ después de que lo dije.

Por ejemplo, que tuve una charla importante con alguien y tuve que decirle algo fuerte. Y bueno… a veces queremos olvidarnos de las cosas que decimos, pero podemos hacer el ejercicio de decir ‘a ver ¿qué me pasó acá?’, ¿Qué sentí? ¿qué me costó?¿a qué le tuve miedo? Y ahí van a empezar a emerger las voces importantes para escuchar. Hay veces que tenemos que decir cosas difíciles, pero cuando las decimos sentimos una gran paz. Esa paz, viene de Dios.

Todo lo que venga con paz, con esperanza , con alivio, con cierto dejo de suavidad, viene de Dios, del Buen Espíritu.

Y todo lo que deja como un remordimiento feo, una conciencia de culpa dañina, que comúnmente nos martilla, que nos rompe el autoestima, ahí yo dudaría, porque ¿qué hace Dios? Si alguien dijera: ‘vamos a descubrir cómo Dios habla’ , ¿dónde tendríamos que ir a buscar? En el evangelio ¿no?. ¿Y qué hace Jesús en el Evangelio? Sana, cura, enseña, dialoga, corrige, restaura, explica, es como una persona que nosotros no podemos dejar de mirar.

Entonces, en el discernimiento, en la oración, en la vida cotidiana, cada vez que cerramos los ojos y nos animamos descubrir esas voces, tendríamos qué preguntarnos cómo es que Cristo nos está hablando hoy, cómo habrá sido su voz hoy. Por la noche, podríamos irnos a dormir preguntándonos ¿cómo habrá estado Cristo hoy?

Por lo pronto partimos de la base de que, esto que nos invitabas de hacer una pausa, cerrar los ojos, no es para hablar con nosotros mismos sino que hay otro con quien entro en diálogo.

Si, porque nuestra interioridad está habitada. Estamos ahí con Dios. Dios como que está desde antes, como esperándonos a que vayamos hacia allá.

Y que Dios tiene ganas de encontrarse con nosotros.

Y a veces nos pasa que tenemos la sensación de que Dios nos clavó el visto. Porque vamos a la interioridad, cerramos los ojos , hacemos el ejercicio de hablarle y parece que del otro lado nada. Por un lado tiene que ver con que nos hemos acostumbrado a las comunicaciones excesivamente inmediatas. Viste que hay muchos que nos ponemos ansiosos cuando no nos responden, o cuando nos clavaron el visto y decimos ‘bueno, por qué no me responde, qué pasa’. Esa sensación de una especie de ansiedad en la que estamos como ‘presos’, porque nos acostumbramos a que todo tiene que ser ‘ya’.

Dios no funciona en ese ‘ya’. Porque el vive fuera del tiempo. Y entonces, cuando sentimos que no tenemos respuestas viene una especie de angustia o de deseo de abandonar la oración, o de decir ‘bueno pero esto no me sirve para nada’, o que me sirvió una vez pero ya no me sirve más. Quizás en esta ‘espera’, de ir siempre al pozo a buscar agua y no siempre sacarla, puede ser que se nos esté enseñando el valor de esperar lo importante.

El sentido de las cosas no lo podemos poner nosotros, es algo que ‘llega’, ‘aparece’. Muchas veces, hay cosas en la vida que parece que no tienen sentido. Después con el correr del tiempo decimos ‘ah, era por esto’. Es en la oración donde te das cuenta de eso. Cuando no nos damos ese tiempo para poder unir las cosas que nos pasan, nos amargamos con nuestra vida, con nuestra historia, y queremos borrarla o armarla a nuestro gusto y ahí yo creo que nos perdemos una gran oportunidad, que es, en la espera, encontrarle sentido a las cosas.

DSCN0768

También se me ocurre esto: a veces tenemos una mirada muy utilitarista de las cosas que hacemos o delas cosas en las que invertimos tiempo . En realidad, cuando vamos al encuentro con un amigo la invitación no siempre es a estar tratando de sacar algo, sino que con sólo estar nosotros y compartir la vida, ya es algo muy valioso.

Una vez leí en un librito que me gustó mucho que nosotros nos relacionamos con Dios como nos relacionamos con las personas, con la realidad y con la naturaleza. Si a nosotros nos pasa que sentimos con las personas demasiada envidia, celos, bronca, o somos muy irritables, también lo somos con Dios. O si no nos interesa nada de la realidad o estamos muy metidos en nuestro propio mundito, encerrados en un frasco y que no nos conmueve nada, tampoco nos conmueve Dios. Y con la naturaleza también. Si no tenemos contacto con la naturaleza, tampoco tenemos contacto con el autor. Esos son 3 espacios que nos pueden dar pistas de cómo está nuestra relación con Dios.

Entonces, podemos revisarnos en función de nuestra relación con estas cosas, y empezar a destapar algunas arterias que se nos pueden haber tapado, de canales que están haciendo ruido, y cuando empecemos a explorar por ahí puede que nos encontremos con un Dios que nos espera del otro lado.

Fuente: Radio María 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *