Espiritualidad de la Misericordia en el Contexto Cristiano-Católico

Una reflexión sobre la necesidad de una espiritualidad cristiana católica que verdaderamente acepte y refleje los dones de las mujeres.

Por la Hermana Mary Aquin O’Neill, RSM

Se habla mucho de espiritualidad en un mundo donde muchos insisten que son “espirituales” pero no son “religiosos”. Sin embargo lo que se entiende por espiritualidad no es siempre claro. La mayoría de los que escriben sobre ella indican que la espiritualidad implica un esfuerzo por integrar la vida propia y entrar en relación con una realidad que transciende el yo. En todas las formas de espiritualidad, este esfuerzo incluye prácticas que disponen a la persona a la transformación y a una comunión íntima con esa realidad.

Para los cristianos católicos, la transformación más importante que se puede desear es la que resulta al llegar a ser una creatura nueva en Cristo. La práctica esencial, en este caso, es la participación en la liturgia eucarística, que lleva al creyente bautizado a una unión cada vez más profunda con Dios, con la humanidad y con toda la creación en el Cuerpo de Cristo. Todas las otras prácticas de oración fluyen y regresan a esta práctica comunitaria: la meditación, el rezar la Liturgia de las Horas en alguna de sus formas, la lectura espiritual, el estudio de las Sagradas Escrituras, la recitación del Rosario, novenas, retiros, danza sagrada, etc. Las últimas palabras de la liturgia eucarística indican que la oración no termina con el culto, sino que se extiende a las obras de misericordia que llevan los frutos de la liturgia a la vida: “Vayan a amar y servir”. La espiritualidad de los cristianos católicos es, por lo tanto, transformadora a través de la participación como un solo cuerpo que se ofrece a sí mismo a Dios por Cristo y recibe la gracia necesaria para continuar siendo el medio de transformación para los demás a través de un servicio como Cristo lo hizo.

Sin embargo, los grandes escritores espirituales a través de los siglos nos han advertido que las prácticas espirituales cristianas no son disciplinas que se asumen a fin de lograr una meta que podría obtenerse por nosotros mismos. En última instancia, la espiritualidad cristiana consiste en aceptar dejar a Dios que, si nosotros cooperamos, actúe en nosotros, aceptando nuestra propia pobreza con humildad, confiando que Dios efectuará los cambios necesarios para liberarnos de los obstáculos a la unión.

Como cristianas católicas dedicadas al servicio de los pobres, de los enfermos y de los que no tienen estudios, las Hermanas de la Misericordia tenemos una espiritualidad que está moldeada particularmente por la interacción con las personas a quienes dedicamos la vida y con quienes vivimos. La transformación que buscamos pone de relieve el desarrollo de un corazón misericordioso o compasivo. Un corazón compasivo siente con el otro, se apropia la miseria del otro, como lo hace la lástima. Pero la misericordia, distinta de la lástima, no es simplemente una experiencia pasiva; es una virtud activa. Por esta razón, las Hermanas de la Misericordia se comprometen a aliviar la miseria, a abordar sus causas y a apoyar a todas las personas que luchan por su dignidad plena.

Como mujeres en la Iglesia católica, tenemos muchas de las dificultades que otras mujeres tienen con las formas oficiales de la oración católica. El lenguaje exclusivo de la liturgia hace que la participación de muchas sea penosa, puesto que parece que estamos excluidas de las imágenes centrales en el culto. Las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II eliminaron muchas de las fiestas marianas, y los cambios en el leccionario resultaron en la exclusión de un número de lecturas que mencionaban a mujeres en una función importante. Esto ha hecho que la oración litúrgica sea más centrada en lo masculino, privando a las mujeres de las imágenes de fuerza y santidad femenina. El número decreciente de sacerdotes hace que el acceso a la liturgia eucarística sea un reto algunas veces y presenta interrogaciones sobre cómo las personas a quienes conocemos y servimos—y nosotras mismas—seremos sustentadas espiritualmente en el futuro.

Sin embargo, otras generaciones de cristianos han enfrentado dificultades en cuanto al sostenimiento de su vida espiritual en tiempos de conflicto. Quizás nosotras, también, responderemos a los retos presentados por nuestro tiempo, llevando el espíritu audaz y humilde de la Magnificat de María a la lucha por una espiritualidad cristiana católica que verdaderamente acepte y refleje los dones de las mujeres.

Fuente: sistersofmercy.org

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