III Congreso Continental de Teología
Mensaje final del III Congreso Continental de Teología, realizado por la Red Amerindia en la sede de la UCA en San Salvador y las reflexiones posteriores al encuentro de uno de los participantes: Tim Noble de la República Checa.
Mensaje a los pueblos de América Latina y Caribe
Hermanas y Hermanos de Abya Yala, la Patria Grande, Nuestra América,
“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos tocado con nuestras manos, la Palabra de la Vida que se manifestó, nosotros lo compartimos con ustedes” (1 Jn 1, 1).
Somos más de 600 hermanos y hermanas de países de América Latina y el Caribe, concluyendo el 3er. Congreso Continental de Teología, promovido y realizado por la Red Amerindia, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas – UCA en San Salvador. Somos una diversidad de personas cristianas: laicas, comprometidas con pastorales sociales y movimientos populares, religiosas y religiosos, presbíteros, diáconos y tres obispos. Marcaron su presencia jóvenes teólogos y teólogas, así como también hermanos y hermanas de Iglesias evangélicas y pentecostales.
Celebramos los 50 años de la 2ª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968). En estos días hemos vivido una experiencia caracterizada por una convivencia alegre, expresada en celebraciones, diálogos en grupo, ponencias, teatro, música, danzas y peregrinación a los lugares sagrados del martirio de Monseñor Romero y otros mártires. Hemos confirmado que Medellín significó un verdadero Pentecostés para las comunidades de nuestro continente. Allí el Espíritu de Dios se manifestó dando un rostro latinoamericano-caribeño a nuestras Iglesias. Allí hemos empezado a cambiar nuestra mirada desde adentro para fuera, como “Iglesia en salida”, y hemos recibido el encargo de ser “una Iglesia pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida con la liberación de toda la humanidad y de cada ser humano en todas sus dimensiones” (Medellín 5, 15).
Ahora nosotros, como fruto de esa Iglesia que nació en Medellín, deseamos dirigir una palabra a ustedes, hermanos y hermanas de toda América Latina y el Caribe. Acá nos unimos a ustedes, cristianos/as, religiosos/as de otras tradiciones y también a todas las personas que creen que la Vida es sagrada y debe ser defendida. En nombre de nuestras comunidades, les saludamos con cariño desde El Salvador, esta tierra santa fecundada por la sangre de tantos y tantas mártires.
En estos días, reaprendimos a leer nuestra fe y vivirla desde los principios que nos han enseñado Monseñor Romero, el padre Ellacuría y tantos otros que se hicieron nuestros maestros y maestras, en el seguimiento de Jesús. Ellos y ellas nos revelan que tenemos que vivir la fe dando atención e importancia a la realidad social, política y cultural, mirada desde la causa de los empobrecidos, como nos propuso Medellín. Queremos hacer esto hasta que la misma realidad nos evangelice, esto es, hasta que nos dejemos transformar por el Amor y nos apasionemos por el proyecto divino de una sociedad nueva de justicia, paz y comunión con la Madre Tierra.
En Medellín la Iglesia se insertó conscientemente en los procesos de transformación social y política, vigentes en el continente. 50 años después queremos renovar nuestro compromiso con la liberación integral de nuestros pueblos. Constatamos con alegría que, desde Medellín, algunas conquistas fueron logradas. Nos ponemos en sintonía con los esfuerzos de integración continental y la lucha contra todo tipo de colonialismo. Nos unimos a los muchos esfuerzos por otra economía, pensada desde la solidaridad y las necesidades de las comunidades. No descansaremos mientras no podamos vivir una economía al servicio del bien común y del cuidado de la Tierra, el Agua y toda la naturaleza a la cual pertenecemos como hijos y hijas.
Sigue cuestionándonos la violencia institucionalizada a todo nivel, que roba vida, dignidad y futuro, especialmente a los empobrecidos, condenándolos a la muerte. Sabemos de los conflictos y los sufrimientos impuestos a víctimas inocentes de norte a sur del continente. En nuestros países la sociedad dominante no respeta ni valora las comunidades indígenas de diversas etnias y sus culturas ancestrales. Nos unimos a todas ellas, agradecemos todo lo que aprendemos con ellas y reafirmamos nuestro compromiso de comunión.
Nos unimos a las luchas de las mujeres que, en todos los países, son víctimas de diversos tipos de violencia y, a pesar de eso, siguen luchando por la libertad y la dignidad común. En estos 50 años, reconocemos el aporte de las teologías negras, el de los pueblos originarios y, de manera especial, la propuesta de la teología feminista a pensar una Iglesia de hecho fundamentada en el discipulado de iguales. Asumimos la causa de las víctimas de abusos sexuales, cometidos en contra de niños, adolescentes y mujeres. Es terrible constatar que muchas veces esos crímenes son cometidos por ministros de Dios. Es urgente cambiar la estructura patriarcal y clerical de nuestras Iglesias. Que el Espíritu fortalezca las luchas por igualdad, por una justa relación de géneros y por el respecto a los hermanas y hermanas LGBT.
Sabemos de las masacres de jóvenes, especialmente pobres y, en algunos países, en su mayoría negros, víctimas del deterioro de las condiciones de vida y de la violencia urbana. Es bueno saber que algunos de nuestros teólogos y teólogas jóvenes están acompañando de forma creativa esas luchas.
Somos solidarios con todos los pueblos en América Latina y el Caribe donde constatamos que en estos 50 años crece la desigualdad social y el irrespeto a los derechos de personas que continúan siendo masacradas. Aún si los gobernantes cometen errores y repiten actitudes que no esperábamos de quien se proclama al servicio del pueblo, los ideales de nuestros libertadores y de tantos héroes de nuestros pueblos siguen vivos y por ellos vale la pena luchar.
Denunciamos la responsabilidad de los centros financieros internacionales y del imperio norteamericano, que sigue siendo un factor de desestabilización de aquellos gobiernos que no se dobleguen ante sus exigencias colonialistas. Continuaremos luchando contra las políticas xenófobas, racistas e inhumanas del presidente de los Estados Unidos hacia los migrantes, especialmente, nuestros hermanos y hermanas pobres, que intentan traspasar la frontera norteamericana.
La conferencia de Medellín propuso una Iglesia profética, al servicio de la liberación de nuestros pueblos, desde la opción por los pobres. La comunidad eclesial debería reflejar en sí misma lo que propone a la sociedad en su conjunto. Por eso hoy queremos comprometernos por una Iglesia más sinodal y valiente, en permanente diálogo con la humanidad y especialmente con los movimientos sociales, organizados para cambiar el mundo. Agradecemos a Dios el testimonio profético y la actuación evangélica del papa Francisco, de los obispos y pastores que actúan en la defensa de los pobres en continuidad con el testimonio de Oscar Romero. Pedimos a Dios que siempre ilumine a todos y todas quienes hacen suyo ese camino.
Reconocemos como signo del Espíritu la propuesta del “Buen Vivir”, que recibimos de los pueblos originarios del continente. Comprendemos que el “Buen vivir” es camino de una sociedad de comunión, que privilegia el bien común sobre el particular y toma en serio los derechos de la hermana Madre Tierra y de la Vida. Esto responde a la palabra de Jesús quien dijo: “Yo vine para que todos/todas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
Como dijo nuestro San Oscar Romero, “sigamos haciendo lo que podamos, pero hagamos”. Con esa esperanza firme e inquebrantable, la acción del Espíritu que se expresa en la fuerza de los pobres nos ilumine y nos guie a todos/as por los caminos del Reino.
San Salvador, 2 de setiembre de 2018
Fuente: CPAL Social
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