La Iglesia chilena, al final de una extensa cuaresma
Fragmento de una nota de opinión publicada en el portal Religión Digital en ocasión de la renuncia del cardenal Ricardo Ezzati Andrello sdb, involucrado en acusaciones en torno a los abusos que asolaron a la Iglesia Chilena; y la asunción al cargo de Celestino Aós Braco, O.F.M. Cap.
Por Marco A. Velásquez
Se cierra un capítulo doloroso
Así, con la salida del cardenal Ezzati, se cierra un capítulo doloroso y complejo de la historia de la Iglesia chilena, donde la verdad podría tener más ribetes que los conocidos hasta hoy.
Ahora, con la llegada de don Celestino Aós Braco, O.F.M. Cap., a la Iglesia de Santiago, la esperanza resurge, como anticipo del final de una extensa cuaresma, donde la alegría acompaña la noticia de su nombramiento como Administrador Apostólico. La cantidad de reacciones que llenan la prensa y las redes sociales, delatan sutilmente que la suerte de la Iglesia importa, que sus caídas y vergüenzas, así como la penitencia pontificia impuesta a la jerarquía de la Iglesia chilena, golpeó también al Pueblo de Dios que, abatido, hoy parece despertar de una larga pesadilla. Aparecen entonces, indicios de una contrición largamente incubada en el espíritu de los cristianos de los confines del mundo.
Junto a los carismas personales de don Celestino, el espíritu capuchino de la alegría, de la vida sencilla y de la hospitalidad ayudarán a reconstruir la esperanza, conscientes que su instalación en la Iglesia de Santiago lo convierte en heredero de delicados y graves problemas, donde la colaboración leal y honesta, basada en la verdad y la justicia, junto con la corresponsabilidad, permitirán ir restableciendo paulatinamente la fraternidad.
Reconstruir desde las cenizas
Pero no hay que hacerse ilusiones baratas, la Iglesia de Santiago, junto a la Iglesia chilena debe ser reconstruida, desde las cenizas que dejan un extenso tiempo penitencial. De hecho, las desconfianzas han llegado a ser necesarias, por lo que la tarea de don Celestino será ardua, donde el sustrato de su encargo pastoral tendrá que ser diferente al de esos círculos de incondicionalidad que han rodeado, casi desde siempre, a los obispos chilenos. Don Celestino tendrá mucho que escuchar, tendrá que tejer vínculos de mutua colaboración con el laicado, donde las frustraciones han alejados a sus mejores contingentes.
En Santiago, como en Chile, hay muchas heridas que sanar, intensas esperanzas e impaciencias que atender, fieles menos incondicionales, un clero abatido y una vida religiosa golpeada por el abandono. Y afuera de los templos enormes contingentes humanos que ansían el Evangelio de la misericordia y de las bienaventuranzas. Así también, en Santiago, como en Chile, está ese servicio silencioso de la Iglesia que llega abundante a los más variados ambientes sociales, donde la Iglesia no ha dejado de servir, pese a tanto escándalo. Ésa también será tarea de don Celestino y de todos, porque es hora de visibilizar que mucho bien hace la Iglesia, precisamente ahí donde hay más necesidad.
Bienvenido sea don Celestino Aós a la Iglesia de Santiago.
Fuente: Religión Digital
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