La vocación sacerdotal, un problema de todos

Alberto Hurtado SJ.

Documento preparado para una semana de estudios de los jóvenes de la Acción Católica sobre la vocación sacerdotal.

El tema de la vocación sacerdotal no puede ser de mayor importancia para la Iglesia, dada la misión del sacerdote. Al sacerdote confió Cristo la administración de sus sacramentos, que son en su Iglesia el medio por excelencia y el camino ordinario de la efusión de la Gracia.

La celebración de la santa Misa, que es la renovación en nuestros altares del sacrificio de la Cruz, el acto más excelente que se realiza bajo los cielos, el acto que mayor gloria da al Padre, más que todos los trabajos apostólicos, los sacrificios, las oraciones… y este acto, el centro de la vida cristiana, sólo puede ser realizado por los sacerdotes. La purificación de las almas manchadas por el pecado ha sido confiada al sacerdote. En aquellos países en que el sacerdote católico ha desaparecido la Iglesia ha terminado por desaparecer…

El problema de la vocación sacerdotal es un problema cristiano en todo el sentido de la palabra, que interesa no sólo a unos cuantos escogidos, que podrían estudiar su vocación, sino que es un problema de todos los cristianos: Problema de los padres que quieran dar educación cristiana a sus hijos; problema de los jóvenes que necesitan un guía en sus años difíciles, para que los dirija en sus crisis de adolescencia; problema de los pobres que han menester de un padre que se interese por sus necesidades; problema de los que aspiran a formar un hogar, que necesitarán guías de sus conciencias, directores espirituales; problema de los que no tienen fe, problema que ellos no perciben, pero por eso es aún más pavoroso, que necesitan de alguien que desinteresadamente les tienda la mano; problema de los enfermos que buscarán en vano quien les aliente a entrar serenos en la eternidad, y quien consuele a sus parientes y amigos.

Toda la vida cristiana está llena del sacerdote, y todos debieran interesarse porque su número sea cada vez mayor y, sobre todo, porque aumenten en espíritu. Santos, pero también muchos, porque la actividad apostólica de cada hombre tiene un límite, y una vez sobrepasado ese límite, sus fuerzas no dan para más… y quedarán los demás sin ningún auxilio en sus necesidades.

 

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