Mis Cincuenta Años de Sacerdote
Por Ignacio Perez del Viso Sj
Cuando fui ordenado, el 5 de junio de 1965, sentí la vocación de seguir al Maestro, que enseñaba. Jesús predicó a las multitudes, formó a sus discípulos y conversó con personas, como Nicodemo, de noche, o la samaritana, al mediodía. A ella le pidió: “Dame de beber”. Y en este medio siglo no he dejado de predicar y enseñar Teología, pidiendo también a otros de beber.
Tiempo después sentí la vocación de seguir al Médico. Jesús curaba a los enfermos con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza, como dice el Prefacio del Buen Samaritano. Consolar y dar esperanza. Con ese fin, organicé dos grupos misioneros, uno a San José del Boquerón, en el monte santiagueño, y otro a Cona Niyeu, en la Patagonia. Encontramos gente sencilla que nos infundía esperanza, al trabajar tan duro para salir adelante.
Todos los bautizados son sacerdotes, lo que les permite comunicarse con el Señor, sobre todo al comulgar. Los sacerdotes ministeriales fuimos ordenados por el obispo para servir a los sacerdotes bautismales. El aceite del consuelo y el vino de la esperanza están al alcance de todos. Las mamás y los papás son los primeros en consolar y dar esperanza a sus nenes. En la figura del Buen Samaritano nos sentimos unidos los sacerdotes bautismales y los ministeriales.
Una de las esperanzas que más me motivó fue la ecuménica, para promover la unidad de los cristianos. Siendo estudiante de Teología, en San Miguel, organicé un partido de fútbol con los alumnos de la Facultad Luterana de Teología, de José C. Paz, que terminamos empatados. Después siguieron mis visitas a esa Facultad. Cuando fui ordenado, estuvieron presentes en toda la ceremonia el Rector y un profesor de la Facultad Luterana. Hoy continúo colaborando con la Comisión de obispos argentinos dedicada al Ecumenismo. Y el diálogo con otras Iglesias nos lleva al diálogo con otras Religiones, como el Judaísmo y el Islam, en la gran familia humana.
Mi vocación nació al conocer, en el colegio, a los jesuitas que lo dirigían.
Nuestro fundador, san Ignacio de Loyola, nos dejó el método de los Ejercicios Espirituales. Son una escuela de espiritualidad para aprender a discernir los caminos de Dios. Hasta los santos han tenido que experimentar, para encontrar su camino. La Madre Teresa, de Calcuta, ingresó a una congregación misionera, en Albania, y partió para la India. Allá se ocupaban de los pobres, pero quedaban los miserables en los basurales. Dejó entonces su congregación y fundó otra, para atender a los parias de la India y a los enfermos de Sida en Occidente.
Después de tantos años como jesuita, desde antes de ser ordenado, mi satisfacción no consiste tanto en haber aprendido a discernir los caminos de Dios cuanto en ver que otros, con alguna ayuda mía, han aprendido ese arte espiritual, que es valioso para todos los creyentes y no sólo para los católicos. Es un arte que nos continúa enriqueciendo a lo largo de la vida. Por todo ello, doy gracias a Dios y a mis amigos.
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