Muerte ¿Dónde está tu aguijón?
“El primer preámbulo es la historia, que es aquí cómo después que Cristo expiró en la cruz y el cuerpo quedó separado del alma y con él siempre unida la Divinidad, su alma bienaventurada, igualmente unida a la Divinidad, descendió al lugar de los muertos…” (Ejercicios Espirituales, N° 219, a).
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio tienen en este «preámbulo» como bisagra entre la Tercera y la Cuarta Semana, entre la Pasión y la Resurrección, una propuesta que podemos considerar específica para profundizar en ese misterio del Sábado Santo.
Jesús murió. San Ignacio nos invita a detenernos frente al Señor verdaderamente muerto y a apropiarnos de la «solidaridad» que este morir del Hijo de Dios en su humanidad contiene respecto a todo el género humano. El texto hace referencia a una verdadera muerte, ruptura de la unidad esencial del cuerpo y del alma. Dios habita incluso la muerte, se apropia de la muerte. El texto habla del cuerpo muerto «unido a la Divinidad» y de la bienaventurada alma, ahora separada de este cuerpo que la había sustentado, «igualmente unida a la divinidad». Es decir, la divinidad experimenta la des-integración de la muerte en Su muerte de Jesús. «Descendió al lugar de los muertos»: murió.
Es la culminación del despojo, del anonadamiento -hacerse nada- que el Dios Hijo inició cuando, en amor y obediencia al Padre y por la salvación de todos los hombres, había asumido la condición de creatura. El amor lo llevó a ese vaciamiento total de sí, hasta habitar el no-ser de la muerte.
En lo que me es personal, este misterio se me hizo relevante ante el cuerpo muerto de mi querido abuelo. Rígido, frío, descolorido y sobreviniéndole los demás accidentes propios de un cadáver en una sala velatoria… «Ni siquiera en este trance estamos solos, Tata, porque también este “dejar de existir” de la muerte fue habitado por el amor».
Es vertiginoso, hay una nada habitada donde la única palabra, todavía a la espera de la Resurrección, ya es el amor, el amor de aquél que lo ha asumido todo, incluso la muerte, por amor-obediencia al Padre, por amor a nosotros.
Y el que nos ha acompañado hasta en la muerte, también nos acompaña en todos los anticipos de la muerte, en todos los absurdos que para muchos constituyan una “muerte en vida”. La palabra más sólida es su amor.
Leonardo Amaro, SJ
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