Los Mandados de Jesús

Jesús entra en Jerusalén “manso y montado en un asna y un burrito”. Les mandó decir a los dueños que se lo presten, que “los necesita y se los mandará de vuelta enseguida”.

 Es un pedido como los que hace la gente humilde: “prestame que necesito. Te lo devuelvo enseguida”. La palabra que usa es “aposteilo” – la misma que usa para sus “enviados”, los apóstoles: aquí es “les mando de vuelta el asna y el burrito”. Son “los mandados de Jesús”.

 Y se me ocurre que una cosa es esta de “los mandados”. Siempre me sorprende en el Hogar la disponibilidad que tiene la mayoría de los más pobres para hacer un mandado en el momento mismo en que les pido. Con otras personas me cuesta más, por ahí llamo a un colaborador y me dice “ya voy”, pero tarda un rato, porque está ocupado en otras cosas. Los pobres que ayudan también están ocupados, pero apenas les digo “podés venir un momento”, dejan todo y vienen “inmediatamente”, como dice Jesús. Es que no consideran “las cosas que están haciendo” como suyas. El jueves que había paro, al ir llegando al Hogar vimos que no había pasado el camión de la basura. Les pedí ahí nomás a los que estaban en la cola para el desayuno si me daban una mano para llevar las bolsas hasta uno de esos volquetes nuevos que están a una cuadra. Dos me siguieron antes de ver bien lo que había que hacer, ahí nomás se les sumaron otros tres y a dos que los vi hacerse los desentendidos, cuando volvíamos para una segunda tanda (porque era mucha basura), ya estaban viniendo con algunas bolsitas en la mano.

 Hace unos días también tuve una situación con esto de los mandados. Uno de los huéspedes se había enojado mucho porque decía que lo mandaban siempre a él a las tareas y a otros no y que lo habían tratado mal. Me esperaba porque “quería hablar con el director”. Lo escuché un rato y dejé que me contara todo y cuando terminó con sus quejas (que como yo hacía silencio repitió dos o tres veces) le pregunté: “Y ¿qué era lo que te mandaron?”. Puso cara de “qué tiene que ver” y dijo “a lavar los platos”. Yo puse todo el énfasis que pude y le dije ¡¿Lavar los platos?! En el Hogar lavar los platos es un honor!. Te cuento que el otro día tuve que reemplazar en la cocina a Favio que se tenía que ir al médico y no había otro y me tocó lavar una olla. No sabés lo contento que estuve lavando esa olla. Hacía como un año que no lavaba una. Varios me ofrecieron deje padre, pero yo la lavé con gusto… Yo iba hablando y de golpe lo miro y me doy cuenta de que le caía una lágrima. ¡Una lágrima! Una sola. Se la enjugó con la manga y me dijo: No padre, yo estuve mal. No fue que me forrearon. Yo fui mal, estaba con bronca. Ya está. Ya entendí.

 Hay otras personas que para que hagan una tarea que no les gusta mucho o que les pidieron de improviso uno les puede explicar horas y hasta años enteros por qué conviene que hagan algo y siempre hay un sí, pero… en el fondo me estás usando. Como soy de esas personas y muchas veces, cuando estoy entre pares, me fijo quién es el que me pide y si no le toca a otro, no tengo empacho en decir que en esto los pobres me enseñan (nos enseñan, si queremos aprender). Nos enseñan la pobreza de espíritu que tiene su termómetro en la rapidez y el gusto con que uno “hace los mandados”.

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 Me animaría a decir que así como el amor se nota en la alegría (tanto amo cuanto estoy alegre) y la humildad en las humillaciones (la medida de mi humildad la da la medida de las humillaciones que soy capaz de soportar sin hacer caras ni reclamos), así la pobreza de espíritu se nota en la prontitud para los mandados, especialmente esos imprevistos que me hace cualquiera en cualquier momento.

 En la oración del Huerto, todo el diálogo del Señor con el Padre es acerca de este tema: “No se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres”. “Si es posible, que pase y se aleje de mí este cáliz, pero si no puede pasar sin que yo lo beba que se haga tu voluntad”.

 Y así como él está atento a “los mandados del Padre” quiere que sus amigos estén atentos a los suyos: le encanta que le pregunten “donde quieres que te preparemos la cena de Pascua” y, cuando está rezando en el Huerto, les manda que lo acompañen, que le estén cerca, rezando a su lado. Les reprocha que no hayan podido velar una hora con él, en ese momento tan importante, el más importante de la historia. Sin embargo el reproche es de amigo y más por ellos mismos que por él, para que saquen enseñanza y no se pierdan las oportunidades grandes de mostrar su amor en pequeños mandados.

 El Cireneo puede ser ejemplo de estos “pobres” que pasan por allí y les encajan la cruz como mandado: lo forzaron, dice Mateo, a que llevara la cruz. En general son los pobres quienes se ven “forzados” a llevar la cruz. Otros sabemos zafar. La cuestión es que el Cireneo –más forzado o menos- quedó como ejemplo en esto de los mandados en los que, sin saberlo, estamos ayudando al mismo Jesús.

 También podemos reflexionar en los otros “mandatos”: los de los que le dicen al Señor: “Bájate de la cruz”. Esos no los obedece. Y eso que “hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

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 José de Arimatea siente el “mandato” interior de hacerse cargo del cuerpo del Señor y se anima a pedírselo a Pilato. María Magdalena y la otra María, “se quedaron allí sentadas enfrente al sepulcro”. Eran las más pobres de espíritu y por eso fueron las primeras mandadas por el Señor resucitado: “Vayan, anuncien a mis discípulos que vayan a Galilea, que allí me verán”.

 El ser apóstoles tiene que ver con esta “actitud existencial” de ser pobre de espíritu que se concreta en un estar pronto para los mandados. Eso es lo que hoy llamamos “voluntariado”: la gente que se ofrece para colaborar en lo que se le mande, en lo que haga falta. Es el sentido del voluntariado: así como el sentido social se ve en la capacidad para conmoverse y sentir lo que les pasa a los otros como propio, el sentido del voluntariado se ve en la prontitud para los mandados, lo que en el lenguaje de San Ignacio se llama “disponibilidad”.

La petición al Rey eterno que entra en Jerusalén será: “pedir gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad” (EE 92).

Esta prontitud para los mandados Ignacio la ejemplificaba con “dejar la letra comenzada”. Cuando te pedían algo, si uno estaba escribiendo una carta, ser capaces de dejar no sólo la carta o la frase sino “la letra comenzada”.

 

Diego Fares sj

 

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