¿Por qué los jesuitas deseamos participar en la vida universitaria?

Discurso del Padre General Arturo Sosa en la Universidad de Zagreb

Los vínculos entre la Compañía de Jesús y el mundo universitario se remontan al siglo XVI, cuando Ignacio Loyola y sus primeros compañeros se conocieron en la Universidad de París. Se podría decir que la Compañía de Jesús fue concebida en un entorno universitario, aunque no originalmente para fundar universidades.

Durante los primeros años de la Compañía, Ignacio, de buen grado, enviaba a jóvenes jesuitas a universidades ya existentes como Coimbra y Padua, Lovaina y Colonia.

Sin embargo, al poco, la Compañía comenzó a crear sus propias estructuras educativas, y en algunos casos, progresivamente se convirtieron en universidades. Ignacio tomó conciencia del gran potencial apostólico de la educación y no dudó en situarla por encima de otros “servicios ordinarios”, ya que la educación aportaba mayor gloria y servicio a Dios al promover un bien más universal. Ignacio promovió un compromiso en la educación superior porque el bien que se podía lograr a través de las universidades era más “universal”.

Tanto Ignacio como los primeros jesuitas vieron ‘en letras y ciencias’ un medio para servir a la sociedad mostrando también el camino hacia Dios. Esta visión de fe nunca ha entrado en contradicción con la búsqueda de la verdad y del bien universal independientemente de fe o religión. Por lo tanto, en la tradición académica jesuita, que ha dado forma a muchas universidades en todo el mundo, no existe incompatibilidad entre los objetivos de toda universidad y la inspiración cristiana e ignaciana que nos es propia.

La Universidad es una comunidad comprometida en la búsqueda incesante de la verdad, reconociendo críticamente el carácter provisional de nuestras formulaciones. Esta tarea también es muy apreciada por la fe cristiana y por nosotros los jesuitas. Siempre queremos comprender mejor el mundo en el que vivimos, para servir el bien más universal.

Contemplando el mundo que nos rodea, somos testigos del escándalo de los crecientes niveles de desigualdad que generan violencia, migraciones forzadas, discriminación racial, pobreza extrema, autoritarismos y populismos que hacen falsas promesas de redención social. Lamentablemente, también somos testigos de la imposibilidad de detener el deterioro del medio ambiente, debido a la falta de responsabilidad en el cuidado de nuestro Hogar Común.

Esta toma de conciencia representa un desafío a la investigación en nuestro trabajo científico, que debe arrojar luz sobre nuestra realidad, descubrir las raíces de la injusticia y proponer alternativas para la transformación económica y social. Y nuestros sueños de transformación deben también informar nuestra enseñanza. Desde esta forma de ver, desde esta postura frente a la realidad, encarnamos la opción preferencial por los pobres, por la que la universidad se convierte en un proyecto de transformación social para generar una vida plena.

La universidad no existe para sí misma, sino para la sociedad y para su transformación a mejor. Cuando la universidad se concibe como un proyecto de transformación social, se mueve hacia las periferias y fronteras de la historia humana, donde encuentra a aquellos que son descartados por las estructuras y poderes dominantes. Una universidad así abre sus puertas y ventanas a los márgenes de la sociedad, acogiendo un nuevo soplo de vida que hace de los esfuerzos de transformación social una fuente de vitalidad y autorrealización.

Al contemplar el mundo hoy, también debemos mirar hacia el mañana. La implicación en la universidad, tal y como la entendemos en la tradición jesuita, debe tener una capacidad creativa, que se manifiesta sobre todo en su capacidad de anticiparse a su tiempo, de caminar varios pasos por delante.

Esto es particularmente importante en una era de globalización y cambios rápidos acelerados por la cultura digital. La Universidad es un lugar privilegiado para discernir las tendencias y los posibles efectos de las diferentes corrientes de la globalización, para promover aquellas que producen una vida plena. Debemos discernir dónde la globalización a través de la estandarización de las culturas puede poner en riesgo el multiculturalismo, y dónde, por el contrario, es capaz de multiplicar los espacios multiculturales y promover oportunidades para la interculturalidad. La universidad también parece ser un lugar privilegiado para explorar la experiencia espiritual de la religión como dimensión de las culturas, fomentando la victoria sobre todas formas de fundamentalismo.

Educar a las personas para la ciudadanía mundial – que se opone a la tendencia a crear un espacio global uni-cultural – significa reconocer la diversidad como una dimensión constitutiva de una vida humana plena. En este sentido, la Compañía considera que acompañar la formación de todos los jóvenes, pero especialmente de aquellos que deciden servir en la política, es una de las mayores contribuciones que podemos hacer para mejorar la situación de las sociedades humanas en todo el mundo.

Fuente: sjcuria.global

 

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