Reflexión de las lecturas, Domingo III de Pascua

Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

Lecturas:

 Hechos de los Apóstoles 5, 27-32. 40-41

Apocalipsis 5, 11-14

 Juan 1-19

• El relato de los Hechos de los Apóstoles, que acabamos de escuchar, plantea un problema que siempre ha estado presente en la historia de la Iglesia; se trata de los incontables intentos por silenciar la proclamación del Evangelio. Jesús lo experimentó durante su ministerio apostólico, y previno a sus Apóstoles sobre las persecuciones que los esperaban a ellos y a sus sucesores.

• En la escena de los Hechos de los Apóstoles, aparece furioso el Sumo Sacerdote, que reprende a los Apóstoles: “Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”. ¿Por qué la rabia del Sumo Sacerdote? Jesús había sido un personaje muy incómodo para la clase dirigente de Israel. Después de utilizar todo tipo de artimañas, lograron condenarlo a muerte. Y, finalmente, el Viernes Santo respiraron tranquilos. Pero tres días después, empezaron a circular rumores que afirmaban que estaba vivo. Y sus seguidores, hombres y mujeres del pueblo, en lugar de haber permanecido silenciosos por miedo a ser castigados, hablaban de Jesús en todos los lugares públicos. Por eso el regaño del Sumo Sacerdote. El texto de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que “los miembros del Sanedrín, mandaron azotar a los Apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del Sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”.

• Esta escena se seguirá repitiendo hasta el fin de los tiempos. Los poderes de este mundo se sienten profundamente incómodos con la proclamación del Evangelio. Durante las últimas semanas, los medios de comunicación nos han permitido conocer los asesinatos cometidos por el llamado Estado Islámico y sus compinches fundamentalistas, que se han ensañado con las comunidades cristianas.

• La proclamación de un Dios trascendente, Señor del universo, y la defensa de la dignidad sagrada del ser humano son incompatibles con todas las formas de absolutismo. Por eso los cristianos de los primeros siglos rehusaron adorar la estatua del emperador y ofrecer sacrificios a sus dioses. Por eso las persecuciones de los nazis, comunistas y dictadores de todos los colores políticos.

• El Papa Juan Pablo II, que padeció los rigores del Marxismo, fue defensor incansable de la libertad religiosa. Su liderazgo internacional le permitió jugar un papel decisivo en la desaparición del imperio soviético.

• La otra estrategia para enmudecer la voz profética de la Iglesia, diferente de la del terror, ha sido comprar su silencio mediante la concesión de beneficios y prebendas. Estas alianzas del poder político y los líderes eclesiales, han hecho que la Iglesia haya guardado un silencio cómplice ante flagrantes violaciones de los derechos humanos.

• La Doctrina Social de la Iglesia siempre ha producido malestar entre los grupos de interés que se han sentido señalados por las denuncias del Magisterio. Las declaraciones sobre la justicia social han sido estigmatizadas como inspiradas por el Marxismo; y hace algunas décadas, cuando la Teología de la Liberación sufría duros embates particularmente por parte de algunos altos jerarcas católicos, hablar de los derechos humanos significaba estar aliado con los grupos guerrilleros. La víctima más reciente de las críticas neo-liberales ha sido el Papa Francisco quien, en su Encíclica Laudato si, es muy crítico de los modelos de desarrollo económico que están destruyendo la casa común y ponen en riesgo el futuro de la vida en el planeta Tierra. Su propuesta de Ecología Integral pide una reformulación de los modelos económicos y de las formas de organización social.

• En algunos países del llamado primer mundo, los laicistas militantes exigen, en nombre de la radical separación entre la Iglesia y el Estado, que desaparezcan todos los símbolos cristianos de los lugares públicos; no quieren crucifijos en las escuelas y oficinas; exigen que desaparezca toda referencia a Dios en los textos de la Constitución y las Leyes. Rechazan cualquier referencia a la tradición cristiana de muchos países. Estas presiones han aumentado fuertemente en Europa con la presencia masiva de los musulmanes.

• Hasta el momento hemos hecho referencia a las presiones ejercidas por fuerzas externas a la Iglesia, que quieren impedir la proclamación del Evangelio con sus implicaciones éticas, sociales y políticas. Lamentablemente, también existen fuerzas dentro de la Iglesia que pretenden silenciar las voces críticas que surgen en medio de la comunidad; hay quienes quieren impedir los debates sobre temas teológicos y morales. ¿Qué argumentos esgrimen en favor de guardar un silencio prudente? Hablan de fidelidad, obediencia y protección de la unidad de la Iglesia.

• A este respecto es muy refrescante leer lo que el Papa Francisco expresa en su Exhortación Apostólica el Gozo del Evangelio, número 40: “En el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio”.

• Este testimonio de la Comunidad Apostólica, que no se deja intimidar por el Sumo Sacerdote y el Sanedrín en su anuncio evangelizador, muestra el camino de libertad profética que debe seguir la Iglesia, sin limitarse a decir simplemente lo que es políticamente correcto.

Jesuitas Colombia

 

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