¿Religión o espiritualidad? Tan Lejos, Tan Cerca

Un texto que nos ayuda, primero a definirlas y diferenciarlas y luego, ver cómo se relacionan.

Por Ignacio Sepúlveda

En los últimos años han surgido con intensidad distintos movimientos reivindicativos de una nueva espiritualidad. Algunos autores intentan definir la espiritualidad como aquello que es del (E)espíritu, pero esta definición no da mucha claridad. Es complejo poder precisar qué se entiende por espiritualidad. Y esta dificultad radica, creemos, en dos puntos fundamentales: la novedad del fenómeno (aunque la espiritualidad en sí es muy antigua) y las diferentes definiciones que sus mismos defensores dan de ella. Aun así, intentaremos señalar algunas características de este nuevo fenómeno.

En una primera aproximación a la espiritualidad algunos filósofos y sociólogos de la religión destacan su aspecto subjetivista. Hay una centralidad de la propia vivencia sobre las tradiciones o dogmas que destacan en las comunidades religiosas. Junto con lo anterior, pareciera haber un gran acento en la idea de la unidad entre lo esencial de uno mismo (self) y el todo. Por otra parte, se da la preminencia de la búsqueda personal (autónoma) auténtica de un sentido plenificante que no se encuentra en los dogmas y ritos de las comunidades religiosas tradicionales.

En su trabajo, el sociólogo de la religión Wade Clark Roof se fija en las diferencias entre religión y espiritualidad a través de varios testimonios recopilados en sus investigaciones. Así, las religiones pondrían su acento en la doctrina y tradición, mientras que la espiritualidad se acercaría más a un sentimiento interior de relación con el todo. Su foco es la trascendencia la propia plenitud. Por otra parte, se pone un fuerte énfasis en los sentimientos (aunque hay espiritualidades que se distancian de ellos), lo que la puede hacer propensa a quedarse en una suerte de intimismo. Meredith McGuire, por su parte, entiende la espiritualidad como una sensación de condición individual en proceso, que sugiere una experiencia no terminada que está en desarrollo y es abierta.

En contraste con la ‘religiosidad’, la ‘espiritualidad’ puede ser usada para referirse a patrones de prácticas y experiencias espirituales que comprenden la ‘religión vivida’ como algo individual. La ‘religiosidad’, por su parte, tiende a describir la religión individual en términos de características tales como la membrecía formal o de identificación, porcentajes de participación en servicios religiosos, frecuencia en la oración o en la lectura de los textos sagrados, o el consentimiento a ciertas creencias y mandatos morales de una iglesia determinada.

Charles Taylor, por su parte, afirma que los que oponen espiritualidad a religión, creen que la espiritualidad se define por una especie de exploración autónoma que el sujeto debe hacer por sí mismo (aunque muchas veces hay un guía que acompaña la experiencia). Junto con esto, hay un rechazo a todo el moralismo religioso y a todas las expresiones ‘fetichistas’ que se encuentran en las iglesias. Esta postura proviene de dos reacciones: la primera de ellas es que no se siente la necesidad de la disciplina religiosa y, la segunda, el sentimiento de que las respuestas dadas por las iglesias son demasiado rápidas, demasiado fáciles y trilladas, y que ellas no reflejan una búsqueda profunda.

Muchas veces estos movimientos espirituales –que cubren un amplio rango de creencias muy distintas entre sí y que, por desgracia, se meten a menudo en el mismo saco- se tienden a concebir como movimientos que solamente intentan potenciar el desarrollo humano, pues se focalizan en la inmanencia y en el puro perfeccionamiento interior, dejando de lado las preocupaciones de contenido más social o trascendental. Aunque algunas veces esta crítica puede ser verdadera, quedarse en ella puede significar perder de vista la verdadera realidad espiritual de nuestro tiempo: la búsqueda individual de la trascendencia. El sociólogo y antropólogo inglés Paul Heelas afirma que muchas de las expresiones espirituales ponen el acento en el bienestar inmanente. Pero sería injusto decir que todos los movimientos espirituales modernos caen bajo el mismo patrón, pues en la actualidad muchos buscan ir más allá.

La riqueza de la espiritualidad, como muchos autores destacan, apunta a la transformación personal y al descubrimiento –o redescubrimiento- de la dimensión más profunda del ser humano. Leonardo Boff, quien también ha trabajado el tema de la espiritualidad, cita al Dalai Lama para explicar que se la espiritualidad: “no produce en usted una transformación, entonces no es espiritualidad”. La espiritualidad debe generar una transformación que nos abre desde la mera individualidad a un espacio de paz en medio de los conflictos y desolaciones sociales existentes. En este sentido, la espiritualidad remitiría a lo más profundo del ser humano. Así, la espiritualidad no sería un movimiento para estar o sentirse bien –como puede ser en el movimiento New Age-, sino para desinstalarse y hacer que nos pongamos en un camino de crecimiento. Como alguno ya habrá notado, desde esta perspectiva espiritualidad y religión no son tan lejanas como se podría pretender. Ambas tienen la apertura a la trascendencia y, se quiera o no, también un elemento social.

Es importante afirmar, pese a lo que algunos pudieran señalar, que este nuevo fenómeno de las llamadas nuevas espiritualidades no parece ser una moda pasajera con fundamentos frágiles, sino más bien un fenómeno fuerte que seguirá dando de qué hablar en el futuro.

Fuente: Entre Paréntesis

 

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