S. Alberto Hurtado SJ: Hay que Darse con una Sonrisa

Una Reflexión sobre San Alberto Hurtado y su capacidad de llegar y motivar los corazones de las personas para ponerse al servicio.

¿Cuál fue la magia del Padre Hurtado? ¿Dónde radicaba esa fuerza que movía los corazones? Sin duda, en su relación personal con Jesús. En un amor apasionado por ser otro Cristo.

¿Pero cuál era su arma secreta para entrar en los corazones? Algunos podrán decir que es una ingenuidad o una nimiedad. Creo que mucho de lo que hizo se jugó en su sonrisa. Sí, en esa sonrisa transparente –tal vez, la sonrisa de Dios-, esa sonrisa que abría los corazones, derribaba cualquier obstáculo, espantaba las penas, unía a las personas.

“¡Contento, Señor, contento!” No es la alegría ingenua de quien parece no darse cuenta de las cosas, de los dolores y de las carencias de los demás y pasa por la vida sin afectarse con nada. No, la del Padre Hurtado, es la alegría de quien acepta su vida, reconoce los regalos recibidos, no esconde sus dolores, pero pone toda su confianza en el amor bondadoso y paterno-materno de Dios.

“¡No sólo hay que darse, sino darse con la sonrisa!” Acá hay tanto que aprender. Quien está así de contento, buscará por todos los medios transmitir esa convicción. Eso es lo que hacía el Padre Hurtado. Por eso su energía incansable. Quería contagiar su alegría, la dicha que sentía por dentro. Compartirla, especialmente, con los que más desfavorecidos.

Es la alegría de Cristo resucitado: porque conoce el dolor, porque lo ha vivido y se ha dejado afectar por él, es capaz de consolar.

“¡Contento, Señor, contento!” es la expresión del que está consolado con quien se es, y antes de manifestar una queja, un lamento, encuentra muchas razones para agradecer. Solo quien tiene esta experiencia interna, se volcará a servir enteramente a los demás, no importando lo que haya que hacer. Hasta que no se produce esta experiencia, uno gasta tiempo en sí mismo, porque toda la atención está puesta en la propia búsqueda o necesidad.

Qué gran cosa sería si a todos se nos viera contentos. No con la alegría impuesta, fingida. No con esa máscara que a veces nos ponemos y nos hace aparecer con un rictus que acalambra el rostro, sino la alegría que nace de un corazón que se siente amado aún en medio de las dificultades.

Que San Alberto nos ayude en este camino.

Fuente: Fundación Manos Abiertas

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