¿Se Acabaron los Momentos de Reflexión?

¿Cuánto pueden afectar las nuevas tecnologías y los dispositivos electrónicos a nuestra capacidad de reflexión, contemplación y hacer silencio interior? Una reflexión sobre un tema que interesa y preocupa a muchos.

Por Teddy Wayne

Hay muchos momentos a lo largo de un día cualquiera en los que, en otra época, a falta de material de lectura impreso pensaba y miraba a mi alrededor: lo hacía mientras caminaba o esperaba en algún lado, tomaba el metro, me recostaba en la cama sin poder dormir o hacía acopio de fuerzas para levantarme.

Ahora, en cambio, en estas situaciones a menudo tomo mi celular. El último lugar donde hoy tengo garantía de estar a solas con mis pensamientos es la ducha.

“Encontrar momentos para dedicarse al pensamiento contemplativo siempre ha sido un reto, ya que siempre hemos estados sujetos a la distracción”, afirma Nicholas Carr, autor de “The Shallows”. “Pero ahora que llevamos con nosotros estos dispositivos multimedia todo el día, esas oportunidades se vuelven aun menos frecuentes por la sencilla razón de que tenemos esta capacidad de distraernos constantemente”.

En un mundo donde un teléfono o un ordenador casi nunca están fuera de nuestro alcance, ¿estamos eliminando la introspección en momentos que podrían haber estado dedicados a eso? ¿Acaso la profundidad de esa reflexión está en peligro porque nos hemos acostumbrado a buscar la gratificación inmediata de los estímulos externos?

Si los datos indican algo, la mayoría de nosotros utiliza los teléfonos más de lo que creemos: los participantes en el estudio calcularon que utilizaban los dispositivos 37 veces durante el día pero el número real se acercó a 85.

Si estás despierto durante 16 horas, encender o revisar tu celular 85 veces significa hacerlo aproximadamente una vez cada 11 minutos (eso sin contar las veces que utilizamos internet en una computadora), y 5,05 horas son más del 30 por ciento del día. ¿Qué efecto podría tener este comportamiento compulsivo en la reflexión?

Parece contradictorio decir que estamos entrado a una fase cultural irreflexiva, ya que nuestra época tiende a ser criticada por su ensimismamiento. No obstante, con frecuencia expresamos nuestro solipsismo de manera externa en vez de explorarlo internamente, con más énfasis en las imágenes que nunca antes. Cuando hay texto, los nuevos medios como Instagram por lo general dejan de lado el papel del lenguaje.

Las selfies son algo muy obvio en este caso particular, pero consideremos un tuit. Su brevedad tiene la longitud perfecta para un aforismo y poco más (a menos que alguien publique una secuencia).

Internet suele recompensar la velocidad por encima de cualquier otra cosa, una cualidad que contradice al pensamiento deliberativo. Además, nuestra hambre de velocidad va en aumento conforme mejoran las tasas de transferencia de información.

“Eso apunta a que, conforme nuestras tecnologías incrementan la intensidad de la estimulación y el flujo de cosas nuevas, nos adaptamos a ese ritmo”, dijo Carr. “Nos hacemos menos pacientes. Cuando surgen momentos sin estimulación comenzamos a sentir pánico y no sabemos qué hacer con ellos, porque nos hemos entrenado para esperar esa estimulación: nuevas notificaciones, alertas y similares”.

Esto a menudo se traduce en el discurso que define internet como una demanda de “momentos estimulantes”, inmediatos y superficiales, en vez de juicios sopesados con cuidado, ya sea sobre asuntos serios o triviales.

Carr también señaló los argumentos contrarios: formular pensamientos relativamente simples en internet puede producir otros más complejos mediante intercambios en tiempo real con la gente, y puede que las personas cuyo reflejo es publicar algo con prisa en vez de pensar en ello, tampoco habrían sido los pensadores más deliberativos en una época anterior a los teléfonos inteligentes.

Aun así, Carr considera que nuestro rumbo actual indica “la pérdida de la mente contemplativa”. “Hemos adoptado el ideal mental de Google, que consiste en tener una pregunta que se puede responder rápidamente: Preguntas finitas y bien definidas. Perdida en esa concepción está la idea de que también hay una manera abierta de pensar con la que no siempre estamos tratando de responder una pregunta. Estás intentando ir al lugar al que ese pensamiento te lleve. Como sociedad, estamos diciendo que la manera de pensar ya no es tan importante. Se ve como algo ineficiente”.

Fuente: New York Times

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