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¡Celebramos la Resurrección de Jesús!

Hoy es un día de regocijo y alegría para todos, ya que celebramos el Domingo de Resurrección, el evento central de nuestra fe cristiana. En este día, conmemoramos la victoria de Jesús sobre la muerte y su triunfante resurrección, que nos ofrece la esperanza de una vida nueva y eterna.

 

Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos.

 

El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán”. Esto es lo que tenía que decirles». Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de Él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán».

 

Jesús, el resucitado, nos ha regalado la fraternidad. ¡Jesús está vivo y camina con nosotros! El don que Jesús nos hizo al morir en la cruz y resucitar al tercer día es el de una nueva humanidad, fundada en la fraternidad.

 

Que el don de la Pascua de Jesús resucitado nos ayude a convertirnos en “hermanos de todos”, hasta el punto de desearnos mutuamente que crezca la unidad, para que quienes nos miren exclamen “qué hermoso y qué alegre es ver a los hermanos viviendo juntos”.

 

Un regalo, un compromiso. A partir de Cristo Jesús, muerto y resucitado, aprendemos a caminar y a crecer en su Amor y a testimoniarlo con un compromiso reflexivo.

 

Oración:

 

¡Has resucitado!

Como prometiste, Señor, ¡estás vivo y estás con nosotros!

La vida ha vencido a la muerte. El amor ha triunfado sobre el pecado.

La fe ha triunfado sobre la duda. La esperanza ha triunfado sobre la desesperación.

La caridad ha ganado al egoísmo. La prudencia ha ganado a la impulsividad.

La justicia ha triunfado sobre la iniquidad. La templanza ha triunfado sobre el instinto.

La fortaleza ha triunfado sobre el miedo.

Jesús, Hijo de Dios, Señor y Hermano nuestro, has triunfado porque confiaste en el Padre, ya que has puesto todo en sus manos.

Jesús, mi amigo y hermano, ayúdame a confiar, a ponerme en manos del Padre tuyo y nuestro.

Ayúdame a ir adelante y más lejos, ¡Ayúdame a vivir como el Resucitado!

 

Que esta Pascua sea para todos nosotros un tiempo de renovación espiritual y un recordatorio constante del amor incondicional que Dios tiene por cada uno de nosotros.

 

¡Feliz Domingo de Resurrección para todos!

¿Siervo, Amo o Amigo?

Raúl González SJ

¿Quien es el «siervo»?

 El siervo es aquél que hace todo para agradar a su Señor; y esto no es malo, pero tampoco es suyo.

Pero también sabemos que muchas de nuestras relaciones necesitan adaptarse para que funcionen, pero cuando esta actitud no es un momento de la relación sino que es un constante la cosa cambia: la relación empieza a tener sabor a servilismo: complacer o no desilusionar al otro.

Y podemos vivir como siervos, del propio jefe, o del marido o la mujer, de los mismos padres o de los amigos… y a veces decimos: «lo hago solo por ti», «hagamos como tu quieres» «no quiero desilusionarte»…

El problema del siervo es que no sabe nada de gratuidad: todo es intercambio, todo es debido; por eso es servil… sirve para algo… y por eso el que vive de siervo muchas veces es un inseguro: necesita comprar afecto, necesita dar cosas para ser aceptado, necesita coaccionar a los los demás para que lo avalen. y lo más triste el siervo siempre necesita una «amo».

También se puede vivir la relación como dueño o amo.

El amo es aquel que no acepta las razones de los demás, es aquel que cree que el afecto de los demás es un derecho, en definitiva son aquellos que sabe coaccionar al siervo para que siga esclavizado en su tarea de producir afectos.

 El siervo y el amo se buscan, se encuentran y se usan: porque aunque se usan jamás llegan a quererse bien.

En cambio el amigo es una relación gratuita. El amigo jamás siente que su amistad es un «deber», el amigo no tiene medida del amor.

A diferencia del siervo, el amigo no tiene turnos de trabajo, y justamente por esto el amigo nos sorprende con su presencia.

El siervo no ve la hora de terminar su turno, el amigo no ve la hora de encontrarse con el amigo.

 

Para Reflexionar en Tiempo de Pascua

No les resultaba fácil a los discípulos y discípulas expresar lo que estaban viviendo. De hecho, para hacerlo, los evangelistas acuden a toda clase de recursos narrativos y refieren esa experiencia de diferentes maneras. Sin embargo, el núcleo es siempre el mismo: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo decisivo, lo fundamental. Recuperan a Jesús lleno de vida.

Los discípulos se reencuentran con aquel que los había llamado y al que habían dejado solo. Ciertamente ya no será como antes, cuando estaban con él en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe. Tendrán que aprender a relacionarse con el Maestro de un modo completamente nuevo. Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán que recordar sus palabras y actualizar sus gestos.

Pero los anima el hecho de saber y sentir que Jesús está con ellos, y que la vida continúa.

Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible. Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre para hablar de sentimientos, lo subrayan una y otra vez: el resucitado despierta en ellos alegría y paz. Es tan central esta vivencia que se puede decir, sin exagerar, que de esta paz y de esta alegría nació la fuerza que impulsó a los seguidores de Jesús a querer transmitir su mensaje a otros.

Ahora bien, ¿con qué experiencias podemos contar nosotros para compartir la fe de los primeros cristianos?

¿Cómo alcanzar esa paz y esa alegría de las que ellos se sintieron inundados? ¿De qué manera podemos vivir la fe en la resurrección, sin reducirla a un mero convencimiento “en abstracto” y sin ninguna incidencia ni repercusión en lo concreto cotidiano? En definitiva, ¿qué significa creer en el Resucitado?

Creer en el Resucitado es comprender que el Evangelio es una invitación a vivir mejor. Es escuchar y comprender las palabras de Jesús como horizonte de sentido y camino de realización humana. Y es también dejarnos interpelar por esas palabras agudas y penetrantes del Maestro, que nos iluminan para no caer en la trampa de las numerosas “fuerzas de muerte” que se agitan alrededor de nosotros y que también operan en nuestro interior.

Creer en el Resucitado es experimentar que el mensaje de Jesús puede transformar nuestra existencia y dar más vida a todo lo bueno que hay en cada uno de nosotros; y puede liberarnos de todo aquello que nos ata y nos frena, que nos entristece y deprime, que nos inquieta y angustia, o que nos quita esperanza y ganas de vivir.

Creer en el Resucitado es trabajar por la vida y hacer todo lo posible por derrotar la muerte en cualquiera de sus manifestaciones. Es liberar las fuerzas de la vida y luchar contra todo lo que deshumaniza, degrada y aniquila a los seres humanos. Creer en el Resucitado es, en definitiva, mantener viva la esperanza de que otro mundo es posible; y desde ahí estar dispuestos a poner el hombro para hacer realidad en nosotros y en nuestro entorno la utopía de ese Reino de justicia, de paz y de una vida digna para todos que Jesús inauguró y con cuya causa se comprometió hasta la muerte.

Raúl Bradley SJ

 

Misión del Salvador – Concordia 2015

En Semana Santa, un grupo de 97 alumnos del colegio del Salvador, coordinadores, alumnos de la REI de Chile y del Colegio de la Inmaculada participaron de la misión del Salvador en barrios de las afueras de la ciudad entrerriana de Concordia.

Por quinto año consecutivo, el colegio realizó esta experiencia que forma parte de las actividades de servicio propuestas por el Movimiento Amar y Servir, la propuesta de pastoral para alumnos de los dos últimos años de Secundaria del Colegio del Salvador.

El objetivo de la experiencia es compartir la Buena Noticia, la Fe y la Vida con las familias de barrios carenciados de la ciudad entrerriana a través de visitas a las casas, talleres para niños, jóvenes y adultos y las celebraciones propias de la Semana Santa.

Fue el quinto y último año que el colegio misiona en este lugar, de manera que se cierra un ciclo para que el próximo año comience otro proceso de misión en San José del Boquerón, Santiago del Estero.

Testimonio de Pablo Echavarría (alumno de quinto año)

«En la misión, se vive la Semana Santa de una forma muy particular, vas viendo como Jesús deja la vida por cada uno de nosotros, a través de la oración de la mañana en la que rezamos la lectura de cada día . Pero los encuentros que uno más ve, son los encuentros con la gente. Dios siempre está presente pero allá en Concordia lo sentís mucho más cerca que de lo normal, lo sentís en cada persona que te abre la casa para compartir algo, en cada chiquito con una sonrisa, en cada momento de la semana, yo sentía que Dios estaba acompañándome, como siempre pero de una manera muy particular. ¿Vieron que casi siempre nos acordamos de Dios para pedir por algo/ alguien? Bueno, al tener que pedir por muchas cosas en mis oraciones diarias, tuve el espacio para agradecer que cada día fue mejor que el día anterior, tuve muchos encuentros con Dios, desde mi experiencia personal.

Para mí, la misión es la mejor experiencia que te brinda al colegio, me siento muy afortunado de poder haber ido dos años seguidos al mismo barrio: Colonia Roca que siempre voy a tener presente en mis oraciones diarias y siempre voy a llevar en lo mas profundo de mi corazón ya que estoy muy agradecido con la gente colonioroquense.»

 

 

Renacer – Red Juvenil Ignaciana Mendoza

Desde Mendoza nos llega este testimonio de la vivencia de la pasada Semana Santa.

Agrelo siempre es volver a mirarnos y volver a mirarte, Señor.

Esta vez la invitación fue el animarnos a descubrir nuestra pasión, mirarlo a Él, y en su mirada descubrir su Pasión por nosotros, el secreto de Sus ojos.

El retiro de Semana Santa, al que llamamos “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, convocó a más de 60 personas que decidieron acompañar a Jesús en camino pascual, para encontrarse con Él en el silencio de la oración y dejarse mirar.

La propuesta fue como en El Secreto de tus ojos, poder descubrir a Jesús, encontrarlo en esos espacios, lugares, momentos que Lo apasionan… es ahí adonde nos espera, y donde lo esperamos, donde lo invitamos a quedarse y se vuelve anfitrión, y con pan y vino descubre nuestros ojos, nos da vuelta la estantería, desarma nuestros enrosques y quejas, y nos invita a mirar más allá del dolor del momento, haciéndonos parte de una historia mucho más grande. Jesús se mete en nuestra historia, la revoluciona y la simplifica, le da un sentido distinto a nuestro caminar. Descubrir en Sus ojos su pasión por nosotros, encontrarnos en Su mirada, y dejarnos mirar por Él, abrazar por Él, consolar por Él. Y desde ahí mirar a otros, regalarnos a otros, contagiar esta nueva forma de mirar…

Esta Semana Santa fue reencuentro de miradas, de abrazos, fueron mates compartidos, nuevo encuentro de esta comunidad mendocina en el caminar con Jesús.

Comunidad diversa que se deja consolar, perdonar y lavar los pies por Aquel que renueva nuestro andar.

Comunidad que se anima a ofrecer sus dolores en ese Via Crusis que los Peregrinos nos regalan, con tan maravillosa puesta en escena en los cerros de nuestra grutita de la Virgen de Lourdes.

Comunidad se silencia en Getsemani, contempla, sostiene la mirada y se deja sostener por Jesús

Comunidad que como Magdalena se deja mirar hondo por Jesús, lo deja entrar a su corazón, se deja cuestionar y abrazar por Él, y se enamora de Él.

Comunidad que renueva su luz con la luz del Resucitado, que no puede callarla, la canta con guitarras y cajones, la abraza en la paz… y sale a anunciarla, a gritarla, a regalarla. Que después de dejarse mirar y amar por este Jesús que cala hondo, se anima a mirar a los demás, se expone, se brinda.

“Levantemos nuestros corazones, demos gracias a nuestro Dios”

Gracias a cada uno de los que en esta Semana Santa se acercaron a Agrelo para dar una mano, para compartir las celebraciones; a los cocineros que tanto nos mimaron con exquisiteces, el agua pa´l mate, las pizzas; gracias a Charly por el sonido, a todos los grupos de la RJI Cuyo, por tanta preparación y sus magníficas actuaciones, a todo el Secretariado de la Casa de Ejercicios, por recibirnos, por acompañarnos en este andar, por abrazarnos.

Gracias al Padre Tomás por tanto. Por esta invitación tan clara en estos años compartidos a hacer comunidad, a acompañarnos unos a otros, a mirarnos, a conocernos, a sostenernos, a remarla juntos. Hoy cura querido como comunidad te enviamos a nuevas tierras, nueva misión, nuevos amigos, mates uruguayos… con la certeza de encontrarnos en cada fracción del pan.

Que Jesús Resucitado sea luz en nuestras miradas que nos permita iluminar, acariciar, consolar a otros.

 Red Juvenil Ignaciana Mendoza

Misión de Pascua – Santa Fe

Cuenta la historia que, cuando San Ignacio envía a San Francisco Javier a Oriente, le dice “Id, inflamad todas las cosas”. Muchos años después y en otra parte del mundo, un obispo chileno, que había conocido a San Alberto Hurtado, escribe sobre este: “su fuego era capaz de encender otros fuegos”… Y creo que de eso se trata, mucho más en Pascua: de ser fuego, de encender a otros, de inflamar todo con el fuego del amor de Dios.

Esta Semana Santa fue distinta y especial para las más de 80 personas que participamos (y por qué no, para las muchas que fueron visitadas) en la Misión de Pascua organizada por la Red Juvenil Ignaciana de Santa Fe del jueves 2 al domingo 5 de abril.

Nuestro destino fueron los barrios de Alto Verde, La Vuelta del Paraguayo y La Boca, donde la Compañía de Jesús hace casi 80 años, tiene encomendada la Parroquia Jesús Resucitado y tres capillas más: Ntra. Sra. de los Milagros, Santos Mártires Rioplatenses y San Alonso Rodríguez.

La propuesta era, acompañar a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección a través de la visita a las casas y a enfermos, realizando actividades para niños, participando de las celebraciones y vigilias, preparando Vía Crucis, y compartiendo con la comunidad de la parroquia y de las distintas capillas.

Al igual que San Francisco Javier, también fuimos enviados a una misión; a compartir nuestro fuego; a encender a otros; a trabajar en la construcción del Reino. Y queda la alegría del encuentro, de la escucha, del aliento, de saber que fueron muchos lo que ésta Semana Santa pudieron acercarse, de una manera u otra, al Dios de la vida que se entrega por cada uno para salvarnos y, de esta forma, la muerte no tiene la última palabra. Pero, también queda el compromiso de intentar parecerse cada día más a Cristo; entregarse en cuerpo, mente y alma al prójimo; hacer el esfuerzo de vivir amando, a cualquier precio y sin ningún tipo de condición; con compasión, con misericordia. En definitiva, el compromiso de amar y servir, en todo.

Eloy Frugoni

 

Vía Crucis con Fe y Alegría

En nuestro Centro Educativo FE y ALEGRIA en Resistencia (Chaco) la Semana Santa se vivió con mucha participación. Como en años anteriores, se realizó un Vía Crucis por las calles del barrio, organizado y dirigido por docentes y estudiantes del nivel secundario de Fe y Alegría. Cada estación fue representada en distintas casas de vecinos que ofrecieron el espacio para reflexionar sobre la Pasión de Cristo en sus pasos hacia la cruz. El objetivo fue llevar el mensaje de paz, amor y esperanza, y que la comunidad se encuentre unida y hermanada.

Los niños de primaria representaron la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en el Domingo de Ramos; un alumno entró montado a caballo a la escuela y todos sacudieron en alto sus ramos con alegría.

Finalmente, los más pequeños de nivel inicial, hicieron dibujos y actividades en torno al pan que Jesús compartió con sus discípulos en la última cena.

De esta manera se vivieron los principales momentos de la Semana Santa en comunidad, ofreciendo a cada fecha un significado distinto y promocionando una cultura del encuentro, como propone el Papa Francisco; comunicación cercana, sentir con el otro, salir de uno mismo para brindarse a los demás. Este fue el mensaje primordial.

 

Misión de Pascua – Grupo Misionero Pinceles

El paso de Dios deja siempre huellas en aquellos que lo experimentan. Compartimos aquí tres testimonios de jóvenes que estuvieron misionando esta Semana Santa al norte de Córdoba en un pueblo llamado Lucio V. Mansilla, que el Grupo visita cada dos meses durante tres años, siendo este su segundo año de trabajo misionero allí. 

Vivir la Pascua es morir con Cristo y resucitar con Él.

Es ver que una madre atravesada de dolor por la muerte de su hijo, no llora, sino que da apoyo a otros tantos que sufren.

Es ver que dos amigos son fieles hasta el final.

Es ver que un hombre diabético le presta su insulina a quienes la necesitan pero no la pueden comprar.

Es escuchar a una señora agradecer por un día más de vida y no pedir por su salud, estando enferma de cáncer.

Es ver a un niño abrazando con todo su amor a un desconocido.

Es correr y gritar hasta cansarse para que un par de niños sean felices por dos horas.

Es ver a los niños corriendo con una sonrisa en la cara.

Es compartir charlas profundas y los mates más dulces del mundo.

Es aprender a acompañar en silencio.

Es poner los dones al servicio.

Es aprender a perdonar. Y a ser perdonado.

Es prender una llama de amor en el corazón.

Es revivir pasiones.

Es, en definitiva, sentir en carne propia el amor más grande del mundo.

Victoria Galera

 

Pies Descalzos y Corazón a Flor de Piel

Este fin de semana pisamos nuestra Tierra Santa nuevamente a pies delcalzos y corazón a flor de piel, morimos y resucitamos en ella junto a Jesús y con el pueblo. Nuestros corazones se llenaron de amor, de rotros que reflejan al cristo vivo, de lágrimas de alegría como asi también de dolor, nuetros ojos se llenaron de esperanza. Aquí también aprendimos a abrazar nuestra Cruz y seguirlo porque entendimos que en Èl y con El todo es mas fácil y al seguirlo descubrimos un mundo lleno de bendiciones, que cada latido de nuestros corazón vale y que cada cosita por pequeña que sea pero hecha con mucho amor puede cambiar vidas. Aprendimos que los abrazos expresan mas y hacen sentir mucho mas amor de lo que en realidad significa, que la escucha es solo lo que a veces alguien necesita para ser inmensamente feliz. Es muy difícil expresar con palabras lo que vivimos esta Pascua en Lucio V. Mansilla. Para entender lo que decimos solo basta ser valientes y animarse a vivir esta locura que nos corre por las venas: la locura de Cristo, porque Él hace nuevas todas las cosas y créanme que es así porque lo vimos con nuestro propios ojos y lo vivimos con nuestro corazón. Gracias por tanto Pinceles, gracias por dejarse hacer instrumento, gracias por ser amor, gracias por el inmenso sí que dan y la entrega que hicieron. No puedes callar lo que has visto y oido… Y ahora esto sigue en el día a día, ese es el mayor desafió. Adelante.

Anita Korap Bazán

 

Un pedazo de Cielo en la Tierra

«Hay mas cosas en el cielo y en la tierra, que todas las cosas que pueda soñar tu filosofia». [Shakesperare; Hamlet, acto 1, escena 5]

Creo que esta frase refleja tan solo una porción de lo que he vivido, sentido, gustado y comprendido en este fin de semana de mision.

Hubo situaciones vividas en Lucio V. Mansilla que hacen que de un pueblito mas de la Prov. de Córdoba, pase a ser mi Galilea, mi Tierra Santa. En cada casa visitada, en cada una de las charlas, risas, mates, abrazos, gritos de la inocencia de un niño, consejos de un adulto, la energía de los jóvenes, las locuras de los pinceles, como también en cada silencio, en cada lágrima derramada, en cada paso a paso al lado de uno en silencio, en cada nudo de la garganta compartidos… en cada experiencia vivida hubo un motivo para encontrar a Dios.

Y no es ese Dios escrito en las páginas de un libro, ese Dios que solo se lo puede comprender con un nivel elevado de estudios teológicos. No era ese Dios decorado en el altar. NO. no era ese DIOS ABSTRACTO… Era un Dios sencillo, humilde, que se me presentaba en lo pequeño, en lo cotidiano. Dejaba de ser un Dios Teórico y pasaba a ser un Dios Práctico, tangible. Un Dios que me mostraba realidades y me enseñaba hablándome directamente. Eso sí, para oírlo solo debía escuchar atentamente aun en los sonidos del silencio.

Gracias Grupo Misionero Pinceles por permitirme darme una vez mas la posibilidad de ver un pedazo de cielo en la tierra…

De poder ver que hay cosas mas allá del entendimiento de mi lógica, de mis coordenadas de tiempo y espacio, de cosas mas allá de lo que mi filosofía pueda llegar soñar.

Pablo Peralta

 

 

Resurrección

Lo que Dios quiere donarnos con la resurrección es una vida más grande que aquella a la que nos vamos acostumbrado, una vida más plena que la que nos damos a nosotros mismos, una vida más rica que la que decoramos con dinero, una vida más honda que la que apenas rozamos con nuestro corazón, una vida más entera que la que se nos fragmenta con el estrés, una vida más alta que la propuesta por la cultura, una vida más musical que ruidosa, más carnal que sensual, más espiritual que boba, una vida más llena de él en los hermanos y menos del propio ego, una vida más libre y menos esclava, una vida más luchada y menos fácil, una vida cada vez más amplia y generosa llena de rostros, una vida más divina, y por tanto más humana. Como la del Resucitado.

Emmanuel Sicre SJ

¿Qué no encontramos?

El relato del evangelio del día de hoy es una sucesión de cosas no encontradas

Las mujeres, Pedro y el otro discípulo no encuentran

…la tumba cerrada por la piedra…

… a Jesús muerto amortajado con la vendas…

… el rostro de Jesús cubierto con el sudario…

… a Jesús muerto dentro del sepulcro…

… el lugar donde lo han puesto…

 y todavía no habían comprendido que… él debía resucitar (Jn 20,9)

Cuando no encontramos lo que deberíamos encontrar…

Cuando ya ha terminado el tiempo del dolor…

Cuando la angustia ya no se cierne sobre nuestras cabezas

Cuando la incertidumbre ha dejado de ser esa cosa moleta que nos remuerde la consciencia

Cuando el otro ha dejado de ser nuestro enemigo…

Entonces la historia ha empezado a tomar otro rumbo….

Entonces tal vez debamos empezar a comprender que debemos resucitar con Él.

Raúl González SJ

Novedades Papa Francisco

Francisco nos invita a ser testigos del amor de Cristo

Este III Domingo de Pascua, en la Regina Coeli, el papa recordó la importancia que tiene ser verdaderos testigos del amor de Jesús, para la Iglesia y el mundo.

Remarcando el testimonio que da Pedro acerca de la Resurrección del Señor y las Palabras mismas de Cristo que ponen al descubierto la condición de los apóstoles, cuando dice, “Ustedes son testigos de todo esto.” (Lc 24,48), el obispo de Roma, nos recuerda cómo la alegría de la Resurrección fue el motor para que los amigos del Señor salieran a predicar para que la verdad de su mensaje llegara a todos mediante su testimonio.

Y no solo eso. Francisco, hablo de la gran tarea que los cristianos tenemos encomendada a partir de ese momento de alegría, en que cada uno se convierte y ya no puede ignorar tal gozo. Entonces el testigo relata, no en manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado vida. El testigo es uno que ha cambiado vida.

Testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz, esta es la invitación, y quizá la obligación que todos los bautizados tenemos en este tiempo pascual, que vale la pena cada día renovarla como un compromiso, como un pasito mas. Él puede ser testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su constante conversión en la Penitencia, recuerda Francisco, al mismo tiempo que no le da lugar a pensar en una vida de poca entrega o a medias, pensando más bien en un cristiano donde su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, alegre, valeroso, humilde, pacífico, misericordioso. Bien lo decía Francisco de Asís “predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras”.

Al finalizar sus breves palabras, el Papa, le rogó a nuestra Madre María que nos concediera este don de su hijo, de poder serle testigos, mas allá de las fragilidades, de la gran alegría y misericordia que el Señor tiene en cada uno, gozo que no es estático sino que invita a salir al encuentro del otro.

 

‘El Misterio de sus llagas es el misterio de su Amor Misericordioso’

13/04/2015 – Traemos aquí el texto de la Homilía del Papa Francisco para este segundo domingo de Pascua. 

San Juan, que estaba presente en el Cenáculo con los otros discípulos al anochecer del primer día de la semana, cuenta cómo Jesús entró, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes», y «les enseñó las manos y el costado» (20,19-20), les mostró sus llagas. Así ellos se dieron cuenta de que no era una visión, era Él, el Señor, y se llenaron de alegría.

 Ocho días después, Jesús entró de nuevo en el Cenáculo y mostró las llagas a Tomás, para que las tocase como él quería, para que creyese y se convirtiese en testigo de la Resurrección.

 También a nosotros, hoy, en este Domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, el Señor nos muestra, por medio del Evangelio, sus llagas. Son llagas de misericordia. Es verdad: las llagas de Jesús son llagas de misericordia.

 Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso.

 A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios: su Pasión, su vida terrena –llena de compasión por los más pequeños y los enfermos–, su encarnación en el seno de María. Y podemos recorrer hasta sus orígenes toda la historia de la salvación: las profecías –especialmente la del Siervo de Yahvé–, los Salmos, la Ley y la alianza, hasta la liberación de Egipto, la primera pascua y la sangre de los corderos sacrificados; e incluso hasta los patriarcas Abrahán, y luego, en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que grita desde la tierra. Todo esto lo podemos ver a través de las llagas de Jesús Crucificado y Resucitado y, como María en el Magnificat, podemos reconocer que «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,50).

 Ante los trágicos acontecimientos de la historia humana, nos sentimos a veces abatidos, y nos preguntamos: «¿Por qué?». La maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida. Y nos preguntamos: ¿Cómo podemos salvar estos abismos? Para nosotros es imposible; sólo Dios puede colmar estos vacíos que el mal abre en nuestro corazón y en nuestra historia. Es Jesús, que se hizo hombre y murió en la cruz, quien llena el abismo del pecado con el abismo de su misericordia.

 San Bernardo, en su comentario al Cantar de los Cantares, se detiene justamente en el misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que «las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios».

 Es este, hermanos y hermanas, el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él, Jesús, Crucificado y Resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia.

 Los Santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, «me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, “fue traspasado por nuestras rebeliones” (Is 53,5). ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?» .

 Con los ojos fijos en las llagas de Jesús Resucitado, cantemos con la Iglesia: «Eterna es su misericordia» . Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza.

Fuente: NEWS.VA

Francisco: ¡Jesucristo ha resucitado!

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!

 ¡Jesucristo ha resucitado!

 El amor ha derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la oscuridad.

Jesucristo, por amor a nosotros, se despojó de su gloria divina; se vació de sí mismo, asumió la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. Por esto Dios lo ha exaltado y le ha hecho Señor del universo. Jesús es el Señor.

 Con su muerte y resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y la felicidad: y esta vía es la humildad, que comporta la humillación. Este es el camino que conduce a la gloria. Sólo quien se humilla pueden ir hacia los «bienes de allá arriba», a Dios (cf. Col 3,1-4). El orgulloso mira «desde arriba hacia abajo», el humilde, «desde abajo hacia arriba».

La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se «inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que «inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.

El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer… Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.

Esto no es debilidad, sino autentica fuerza. Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.

Imploremos hoy al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz. Pedimos a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, así como de todos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y las violencias que se están produciendo. Son muchas.

Roguemos ante todo por la amada Siria e Irak, para que cese el fragor de las armas y se restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que conforman estos amados países. Que la comunidad internacional no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria dentro de estos países y el drama de tantos refugiados.

 Imploremos la paz para todos los habitantes de Tierra Santa. Que crezca entre israelíes y palestinos la cultura del encuentro y se reanude el proceso de paz, para poner fin a años de sufrimientos y divisiones.

 Pidamos la paz para Libia, para que se acabe con el absurdo derramamiento de sangre por el que está pasando, así como toda bárbara violencia, y para que cuantos se preocupan por el destino del país se esfuercen en favorecer la reconciliación y edificar una sociedad fraterna que respete la dignidad de la persona. Y esperemos que también en Yemen prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda la población.

Al mismo tiempo, encomendemos con esperanza al Señor que es tan misericordioso el acuerdo alcanzado en estos días en Lausana, para que sea un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno.

Supliquemos al Señor resucitado el don de la paz en Nigeria, Sudán del Sur y diversas regiones del Sudán y la República Democrática del Congo. Que todas las personas de buena voluntad eleven una oración incesante por aquellos que perdieron su vida ―y pienso muy especialmente en los jóvenes asesinados el pasado jueves en la Universidad de Garissa, en Kenia―, los que han sido secuestrados, los que han tenido que abandonar sus hogares y sus seres queridos.

Que la resurrección del Señor haga llegar la luz a la amada Ucrania, especialmente a los que han sufrido la violencia del conflicto de los últimos meses. Que el país reencuentre la paz y la esperanza gracias al compromiso de todas las partes interesadas.

 Pidamos paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga, muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. E imploremos la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas, que ganan con la sangre de hombres y mujeres.

 Y que a los marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo rechazados, maltratados y desechados; a los enfermos y los que sufren; a los niños, especialmente aquellos sometidos a la violencia; a cuantos hoy están de luto; y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, llegue la voz consoladora y sanadora del Señor Jesús: «La paz esté con ustedes». (Lc 24,36). «No teman, he resucitado y siempre estaré con ustedes» (cf. Misal Romano, Antífona de entrada del día de Pascua).

Francisco

Fuente: NEWS.VA

Fortalezcan sus Corazones

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2015 que lleva como título “Fortalezcan sus corazones”. El texto ha sido dado a conocer por la Sala Stampa de la Santa Sede el 4 de Octubre de 2014.

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos.

Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.

Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres.

Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen «parte» con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

FRANCISCO-I-LAVATORIO-DE-PIES

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos.

Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia.

La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31).

Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: «Fac cor nostrum secundum Cor tuum»: «Haz nuestro corazón semejante al tuyo» (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

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