Se Puede Perdonar – Pentecostés

Diego Fares Sj

Leyendo a Guardini, lo que dice del Espíritu Santo al final de su libro “El Señor”, me quedé gustando un enfoque suyo nuevo para mí. Guardini dice algo así como que “hay una forma nueva de ser en el mundo que se suscita gracias a Jesús y que el Espíritu vuelve posible”.

Jesús, con su manera de ser, mostró que es posible amar al prójimo como a uno mismo. Abrió en el corazón de los hombres el deseo de ser así, como Él. Y al mismo tiempo, como bien mostraban los discípulos cada vez que le preguntaban a Jesús cómo podía ser posible una manera de vivir así, tan abierta y generosa, tan radical, Jesús se ocupó de dejar bien claro que “para los hombres, esto es imposible”. Pues bien: el Espíritu hace posible esta manera de vivir en cristiano. ¿Y cuál es la nueva manera de entender esto, de la que hablaba? Que se puede entender no en clave de un deber sino de una posibilidad.

Tomemos el ejemplo del perdón de los pecados. Jesús dice “Reciban el Espíritu Santo”, e inmediatamente agrega: “los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”.

A veces uno pone el acento en “yo, si soy cristiano, tengo que perdonar”. Y mucha gente se sincera y dice: “Padre, no puedo perdonar”. Desde la perspectiva de hoy no sólo no está mal “sentir esta imposibilidad” sino que es lo más cristiano: “Desearía perdonar y constato que no puedo y, en vez de angustiarme, recibo en este lugar de mi corazón la ayuda del Espíritu Santo”.

Jesús reafirma este deseo de perdonar, que él mismo sembró en el corazón del mundo y reafirma también que es imposible para el hombre realizarlo.

Aquí es donde radica toda su obra, que consiste en “enviar el Espíritu Santo para el perdón de los pecados”. El Espíritu es el que hace posible el perdón.

¿Qué quiere decir uno cuando dice: “no puedo perdonar”?. Quiere decir: lo deseo pero luego, en la práctica, veo que no es posible en plenitud. Muchas veces el rencor se vuelve a apoderar de la situación. El enojo del otro o mi herida se reabren y se produce de nuevo un alejamiento o una ruptura, o queda algo de distancia… Las relaciones se enfriaron de tal manera que no es posible restablecer un trato cálido, volver a confiar. El perdón es a veces un buen deseo y hay momentos en los que, realmente, se da un paso adelante: se vuelve a charlar, se explican las cosas, hay más comprensión del problema…, pero pareciera que siempre queda un sentimiento de fondo de que las cosas nunca volverán a ser como antes. Humanamente la realidad de la vida va por este lado. Hay infinitos matices en cada intento de reconstruir lo que el pecado rompió. Infinitos matices que lo que logran, en muchos casos, es volver más visible el jarrón que se rompió y no se puede volver a recomponer sin marcas y parches.

Ahora bien: eso es justamente lo que Jesús discierne como el problema más hondo del ser humano y allí envía al Remedio Santo: el Espíritu que hace posible perdonar y vivir en este ámbito suyo que es el del perdón.

Cuando uno perdona (como puede, con los sentimientos que le salen y las palabras que logra expresar, con todos sus miedos y peros…), cuando uno perdona, el Espíritu perdona.

El Espíritu perdona de manera tal que se hace realidad lo que expresa el hermosísimo himno gregoriano: el Espíritu “lava lo que el pecado manchó, riega la tierra que quedó árida e infecunda, sana las heridas (las famosas “heridas”, objeto de tantas dinámicas de introspección… el Espíritu es capaz de sanarlas para siempre, de convertir lo que supura en cicatriz, sana y gloriosa, señal de que se luchó y se recibieron golpes, pero ya no son más algo que infecta el presente y empaña el futuro). El Espíritu flexibiliza posturas rígidas, posiciones tomadas, y vuelve posible dialogar de nuevo. Y si se ha perdido el deseo y el fervor, Él calienta lo que está frío. Y si se ha errado malamente el camino, el Espíritu endereza los senderos del que está extraviado y encamina de nuevo las cosas por el buen camino. ¡Es tan verdad que “sin su ayuda no hay nada en el hombre, nada que sea bueno!”. Pero con ella, con su gracia, todo se transforma: el cansancio se pasa, hay consuelo para el llanto y alivio en el sufrimiento.

Ese es el mensaje, esa es la Buena Nueva de Pentecostés: no es que se deba perdonar, ¡es que se puede! Se puede perdonar porque hay Alguien que inmediatamente repara todo y consolida el nuevo espacio del perdón –ofrecido y aceptado- y crea las posibilidades para comenzar de nuevo.

La Iglesia vive del Perdón. Es comunidad de gente que se confiesa sus pecados y recibe constantemente la gracia del perdón personal. Gracia que la lleva a aceptar a los demás como perdonados también y a perdonar en la medida que le toca y le corresponde hacerlo personalmente.

Se puede perdonar porque, cuando entre dos o más se perdonan o abren un ámbito de relaciones en las que está incluida la posibilidad del perdón, Jesús y el Padre envían allí al Espíritu que consolida ese espacio y lo hace vivible con paz y alegría.

Se puede perdonar, es más, perdonar se vuelve una tarea específicamente cristiana, porque hay una Persona de la Santísima Trinidad abocada íntegramente a propiciar y a bendecir esta actitud cristiana.

El Espíritu se derrama abundantemente sobre aquellos que perdonan, que piden perdón, que se abren siempre más a perdonar y que se animan a crear instituciones donde el perdón es la moneda corriente.

Allí donde sentimos la necesidad del perdón –de recibirlo y de darlo- invocamos al Espíritu.

 

Un Misterio Llamado Iglesia – Pentecostés

Raúl Bradley SJ

La fiesta de Pentecostés cierra el ciclo pascual. En este día, la comunidad de los primeros creyentes, apóstoles, discípulos, las mujeres que acompañaban a Jesús (entre ellas, María, la madre del Señor), recibieron al Espíritu Santo. Desde entonces, Dios mismo vino a habitar entre nosotros. El Señor les dio el poder de perdonar los pecados. Para ellos fue como comenzar de nuevo, como criaturas diferentes, recién creadas por Dios. Así comenzó la historia con Adán y Eva. Así comenzó nuestra Iglesia: toda pura. La fuerza del Espíritu no nos convierte automáticamente en santos y perfectos. Continuamos con nuestras debilidades y tentaciones, pero con la posibilidad de perdonar y ser perdonados. Esa es la fuerza que hace que la Iglesia, la comunidad de los creyentes, sea siempre joven, dinámica y que supere crisis, escándalos, dificultades y problemas que parecen invencibles. Es así desde hace más de 2000 años. Cuando escuchamos la palabra “iglesia”, inmediatamente pensamos en edificios muy lindos, grandes o chicos.

Pero no hay en el mundo templo más hermoso que la persona humana, de cualquier raza y condición, porque en cada uno habita el Espíritu Santo. Este es el gran misterio y el gozo de Pentecostés: el envío del Espíritu a las personas, que todas unidas formamos la Iglesia, el pueblo creyente. En estos tiempos de crisis, de dura lucha para vivir, se busca, a menudo, un momento de paz en las iglesias de Material. Y, en cierta medida, se lo encuentra. Pero mucho más profunda es la paz que puede dar el Espíritu que habita en nosotros.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Pont o y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en la propia lengua” (Hechos 2, 1-11).

El Espíritu Santo es el aliento vital y vivificador de Dios

Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (en hebreo la Ruah) de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2) y que el Señor “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Génesis 2, 7). La palabra ruah -en hebreo de género femenino- significa viento, aliento, soplo. En los Hechos de los Apóstoles se habla de un viento fuerte, en el Salmo 104 del aliento de Dios dador de vida, y en el pasaje del Evangelio según Juan 20, 19-23 escogido para este Domingo, del soplo de Jesús sobre sus discípulos para decirles: “reciban el Espíritu Santo”.

Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico para referirse al Espíritu Santo:

El fuego simboliza la energía divina que transforma, dinamiza, da luz y calor.

– El agua, signo de vida, expresa el nuevo nacimiento realizado en el Bautismo.

– El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza , se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos.

La paloma (Génesis 8, 11), en el Bautismo de Jesús (Juan 1, 32) evoca al Espíritu que “aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2).

– Con la imposición de las manos, abiertas y unidas por los pulgares representando a un ave con las alas desplegadas, se expresa la comunicación del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo produce el nacimiento de la Iglesia e impulsa su desarrollo

Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros -todas las personas bautizadas-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas para realizar los servicios o ministerios que el Señor asigna según la vocación de cada cual. Estos dones son siete:

1. Sabiduría para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas.

2. Entendimiento para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios

3. Ciencia para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla.

4. Consejo para orientar a otros cuando lo solicitan o necesitan ayuda.

5. Fortaleza para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades.

6. Piedad para reconocernos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros.

7. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero con un sentido diferente del miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos.

San Pablo dice (Romanos 8, 8-7) que el espíritu que recibimos en nuestro bautismo no es el de la esclavitud que nos llena de miedo, sino el de la libertad de los hijos de Dios, en virtud del cual podemos llamarlo papá, que es lo que significa abba, el término familiar con el que Jesús se dirigía a Dios Padre. Jesús mismo les había prometido a sus discípulos que Dios Padre enviaría en su nombre al Espíritu Santo, al que también llama “defensor” (Juan 14, 15-16.23b 26), el que está junto al creyente para darle fuerza. Esto fue lo que experimentaron los primeros cristianos en medio de las persecuciones que tuvieron que sufrir por causa de su fe. Y es también lo que nosotros podemos experimentar cuando, en las situaciones difíciles, reconocemos la presencia actuante del amor de Dios, que es justamente a lo que llamamos “Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo hace posible la comunicación gracias al lenguaje del amor

Toda la historia de la acción creadora, salvadora y renovadora de Dios es un paso de la incomunicación de Babel a la comunicación de Pentecostés. Cuando la intención es de dominación opresora, la consecuencia es una confusión total que impide el entendimiento entre las personas (Génesis 1-9); pero cuando la intención es compartir, construir una auténtica comunidad participativa en el amor, saliendo cada cual del egoísmo individualista, por obra del Espíritu de Dios se produce la verdadera comunicación (Hechos 2, 1-12).

Al celebrar la fiesta de Pentecostés, unidos en oración como los primeros discípulos lo estaban con María, la madre de Jesús, invoquemos la intercesión de nuestra Señora en este mes, y repitamos en nuestro interior la petición que antecede en la liturgia eucarística al Evangelio de este día: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.-

 

 

Sobre Monseñor Romero

Por Rafael Velasco Sj

Sobre el final de su homilía del domingo 23 de marzo de 1980, monseñor Romero dijo: “Les hablo a ustedes, a las bases de la guardia nacional: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una ley que de un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que la orden del pecado…En nombre de Dios y de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben al cielo cada día más tumultuosos, les pido, les ruego, les ordeno, ¡cesen la represión!

Al día siguiente, mientras celebraba misa a las hermanas del hospital donde él mismo vivía, fue asesinado por un sicario pagado por el poder político.

La Iglesia ahora hace un acto de justicia al beatificarlo, proclamando además que su muerte no fue una muerte “ideológica” como sostenían (y aún sostiene) determinados grupos voluntariamente interesados en despolitizar el Evangelio; sino una muerte martirial, un testimonio del amor de Cristo por su pueblo.

Monseñor Romero fue un hombre de Dios y de la realidad. Leyó y vivió el Evangelio en una realidad doliente y marcada por la injusticia y la exclusión de las grandes mayorías. Supo escuchar el clamor tumultuoso del pueblo y- enfrentando sus propios miedos- tomó partido por aquellos que sufrían la violencia, la represión, la exclusión. Lo hizo desde el corazón mismo del Evangelio. No creía que el evangelio exigiera una “neutralidad” hipócrita que en realidad es dejar hacer a los poderosos contra los débiles.

Por eso se comprometió con los campesinos y empobrecidos que eran víctimas de la violencia sistemática. Por eso abrió el obispado para los más débiles y asumió la misión de amplificar su voz. Sus homilías dominicales eran escuchadas por toda la población; en ellas hablaba de Jesucristo y de lo que estaba pasando a su pueblo. Basta leer su célebre última homilía para ver que junto con la reflexión del evangelio, se van enumerando los atropellos a los derechos humanos, deteniéndose sobre los asesinatos, detenciones ilegales y violaciones de garantías que ocurrieron durante la semana; algo que para nuestras latitudes parecería raro, era lo normal, porque el Evangelio de Jesús es denuncia y anuncio, Palabra de Vida que denuncia la muerte y anuncia la Esperanza.

Su palabra, como toda autentica palabra profética, fue regada con su propia sangre. Contrariamente a lo que sus asesinos suponían, con su muerte su voz no fue silenciada, sino que se perpetuó y se propagó con más fuerza. Con la fuerza de la Palabra que surge del Evangelio.

En algún momento él mismo dijo “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Estaba en lo cierto Monseñor; y se equivocaba a la vez. Ha resucitado no sólo en su pueblo, sino en toda la Iglesia y en el corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que siguen comprometidos con la justicia del Reino de Jesús.

Beato Oscar Arnulfo Romero; ¡Ruega por nosotros!

 

Monseñor Oscar Romero – Biografía

Oscar Arnulfo Romero Galdámez nació en Ciudad Barrios, San Miguel, el 15 de agosto de 1917; era el segundo de ocho hermanos. Su padre se llamaba Santos Romero y su madre Guadalupe de Jesús Galdámez. Era una familia humilde y modesta. Su padre empleado de correos y telegrafista; su madre se ocupaba de las tareas domésticas.

A la edad de 13 años y con ocasión de la ordenación sacerdotal de un joven, Oscar habló con el padre que acompañaba al recién ordenado y le comunicó sus deseos de hacerse sacerdote. Un año después Oscar entró al Seminario Menor de San Miguel. Allí permaneció durante seis o siete años.

En 1937 Oscar ingresa al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador. Siete meses más tarde es enviado a Roma para proseguir sus estudios de teología. En Roma le tocó vivir las penurias y sufrimientos causados por la Segunda Guerra Mundial.

Oscar fue ordenado sacerdote a la edad de 24 años en Roma, el 4 de abril de 1942.

La primer parroquia a donde fue enviado a trabajar fue Anamorós, La Unión. Pero poco después fue llamado a San Miguel donde realizó su labor pastoral durante 20 años. Impulsó muchos movimientos apostólicos como la Legión de María, los Caballeros de Cristo, los Cursillos de Cristiandad y un sinfín de obras sociales: alcohólicos anónimos, Cáritas, alimentos para los pobres.

Con el tiempo, es elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador. El 3 de mayo de 1970 recibe la notificación de haber sido nombrado Obispo y fue ordenado el 21 de junio de 1970 y nombrado Obispo Auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González. Monseñor Romero vivía en el Seminario Mayor, que en aquel entonces era dirigido por los padres jesuitas. Allí conoció y se hizo amigo del Padre Rutilio Grande.

Monseñor Romero defendía y divulgaba los criterios pastorales y los caminos señalados por el Concilio Vaticano II y Medellín, aunque no concordaba con la Teología de la Liberación.

Fue nombrado Obispo de la Diócesis de Santiago de María, el 15 de octubre de 1974; tomó posesión el 14 de diciembre de 1974 y se trasladó para esa Diócesis. Estaba comenzando la represión contra los campesinos organizados.

En junio de 1975 se producen los hechos de “Tres Calles”. La Guardia Nacional asesinó a 5 campesinos. Monseñor Romero llegó a consolar a los familiares de las víctimas y a celebrar la Misa. Los sacerdotes le pidieron que hiciera una denuncia pública, pero Monseñor optó por hacerla privada y envió una “dura” carta al Presidente Molina, que era amigo suyo. En el fondo sentía estas muertes, pero sentía desconcierto en la forma de actuar.

En la época de las “cortas” mucha gente pobre llegaba a la ciudad. Monseñor Romero abría las puertas del Obispado para que pudieran dormir bajo techo. Lo que como sacerdote veía en San Miguel, como Obispo de Santiago de María los seguía comprobando: pobreza e injusticia social de muchos, que contrastaba con la vida ostentosa de pocos.

La Iglesia defendía el derecho del pueblo a organizarse y clamaba por una paz con justicia. El gobierno miraba con sospecha a la Iglesia y expulsó a varios sacerdotes.

En medio de este ambiente de injusticias, represión e incertidumbre, Monseñor Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador, el 3 de febrero de 1977.

Tenía 59 años y su nombramiento para muchos fue sorpresa. Monseñor Romero tomó posesión de la Arquidiócesis el 22 de febrero de 1977, en medio de un torbellino de violencia. La ceremonia de toma de posesión fue sencilla y sin la presencia de autoridades civiles ni militares.

A un escaso mes de su ministerio arzobispal, es asesinado el Padre Rutilio Grande, de quien era amigo. Este hecho impactó mucho en Monseñor Romero. Recogiendo las sugerencias del Clero, Monseñor Romero accede a celebrar una Misa única en Catedral, como un signo de unidad de la Iglesia y de repudio a la muerte del Padre Rutilio.

Monseñor continuó la pastoral de la Arquidiócesis y le dio un impulso profético nunca antes visto. Su lema fue “Sentir con la Iglesia”. Y esta fue su principal preocupación: construir una Iglesia fiel al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia.

Monseñor puso la Arquidiócesis al servicio de la justicia y la reconciliación en el país. En muchas ocasiones se le pedía ser mediador de los conflictos laborales. Creó una oficina de defensa de los derechos humanos, abrió las puertas de la Iglesia para dar refugio a los campesinos que venían huyendo de la persecución en el campo, dio mayor impulso al Semanario Orientación y a la Radio YSAX.

A pesar de la claridad de sus predicaciones Romero fue acusado de revolucionario marxista, de incitar a la violencia y de ser el causante de todos los males de El Salvador. Pero nunca jamás de los labios de Monseñor salió una palabra de rencor y violencia. Su mensaje fue claro. No se cansó de llamar a la conversión y al diálogo para solucionar los problemas del país.

De las calumnias pasaron a las amenazas a muerte. Monseñor sabía muy bien el peligro que corría su vida. A pesar de ello dijo que nunca abandonaría al pueblo. Y lo cumplió. Su vida terminó igual que la vida de los profetas y de Jesús. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, en San Salvador. Sus restos se encuentran en la Cripta de Catedral Metropolitana de San Salvador.

Su muerte causó mucho dolor en el pueblo y un gran impacto en el mundo. De todos los rincones llegaron muestras de solidaridad con la Iglesia y el pueblo salvadoreño. Él mismo dijo que si moría resucitaría en el pueblo salvadoreño. Año tras año mucha gente lo recuerda y celebra el aniversario de su martirio.

En su entierro, el 30 de marzo, alrededor de 100 mil personas se hicieron presente en la Plaza Cívica (frente a Catedral), para acompañar a Monseñor Romero. Los actos litúrgicos, se interrumpieron a causa de la detonación de una bomba, seguida de disparos y varias explosiones más. La reacción de la multitud fue de pánico, con la consecuente dispersión, atropellamiento, heridos y muertos. Monseñor Romero fue sepultado apresuradamente en una cripta en el interior de Catedral.

La Arquidiócesis de San Salvador ha postulado en el Vaticano la causa por la canonización de Monseñor Romero. Para muchos, Monseñor Romero es un profeta y un santo.

Este sábado 23 de Mayo, será beatificado en El Salvador.

 

Mensaje de los Provinciales – CPAL

Estimados compañeros y colaboradore(a)s, un saludo fraterno.

Del 4 al 9 de mayo hemos celebrado en un espíritu de comunión la 30ª Asamblea de la CPAL. Ha sido un “tiempo fuerte” para los provinciales y superiores de América Latina y el Caribe para reflexionar y discernir nuestra misión común. La coordinación de la reunión estuvo a cargo del consejo y del equipo central de la CPAL. Participaron los asistentes de América Latina, los Superiores Provinciales y los Superiores y Delegados de Cuba, Jamaica, Haití, Guyana y Belice. También participaron Douglas Marcouiller, asistente del Padre General para la asistencia de Norteamérica y le dimos la bienvenida a Flavio Bravo, superior designado de Puerto Rico.

Iniciamos nuestra Asamblea con la presentación de la Provincia de Colombia y la realidad del país.

Es motivo de agradecimiento todo el bien que hacen nuestros compañeros jesuitas por el servicio de la fe y la promoción de la justicia en medio de esta realidad. Nos unimos en oración por nuestro compañero, Carlos Eduardo Correa y toda la Provincia, para que el Señor los siga fortaleciendo en ese compromiso de sembrar la paz y la esperanza en medio de esta realidad.

En la primera sesión de trabajo Jorge Cela, presidente de la CPAL, nos compartió su informe y nos presentó el objetivo de esta Asamblea. Agradeció de manera especial a los provinciales la disponibilidad que tienen a la hora de ofrecer jesuitas de su Provincia para los diferentes servicios de la CPAL. Sin embargo, nos incentivó a seguir explicando en nuestras provincias que el jesuita que sirve en la CPAL está trabajando al servicio de su provincia, pues todos somos corresponsables de nuestra misión común y actores del presente y futuro de la misión en la gran América Latina. El objetivo principal de esta Asamblea era presentar la evaluación de medio término del Plan Apostólico Común (PAC). Nos informó que antes de la Asamblea se hicieron dos resúmenes: el consolidado de los temas y prioridades y otro el de las provincias.

Al evaluar nuestras prioridades apostólicas en común reconocemos que hemos crecido en el trabajo interprovincial e intersectorial. Hay acuerdos que se han realizado entre obras de diferentes sectores que han permitido atender mejor a los pueblos más vulnerables de nuestro continente. Nos falta seguir creciendo en redes internacionales para responder mejor a la misión. Sin embargo, hay proyectos, como el de la región Panamazónica que está haciendo un esfuerzo consciente de acompañar a todos los pueblos de la Amazonía a través de la educación, espiritualidad ignaciana y la investigación – incidencia. Gracias a las Provincias y el equipo interdisciplinario de la CPAL que nos compromete con la vida digna en este pulmón del mundo.

En la Asamblea también tratamos los siguientes temas:

• Con respecto a la Formación: se confirmó la terna para el nuevo rector del CIF de Colombia, se presentaron las diferentes propuestas de cuarto año de teología en América Latina, se dialogó sobre el encuentro de hermanos en formación para el 2016 y se decidió Colombia como sede, se presentó el avance con respecto al Noviciado Interprovincial (Bolivia, Perú y Ecuador), se aprobó el Filosofado zonal del Caribe y se dieron los detalles del curso de formadores a realizarse del 17-28 de agosto en Paraguay.

• Con respecto al Gobierno: se respondieron las preguntas sobre los tres secretariados de la curia general: Fe, Justicia y Colaboración y se presentaron candidatos para los secretariados de Fe y Colaboración. Se creó una comisión que ayude a preparar la próxima reunión de mayo 2016 que se tendrá entre las dos conferencias (CPAL – JCU) en Nicaragua con el Padre General. Se compartió información sobre la próxima CG 36. Se aprobó una comisión para preparar un documento sobre el gobierno de la Compañía para la próxima reunión de la CPAL y en miras a la CG 36.

• Otros: se presentaron los avances con respecto al Proyecto Caribe y se informó del nombramiento de Mario Serrano como nuevo coordinador del proyecto. Se presentó el nuevo proyecto de Centros Loyola en Cuba y la necesidad de un jesuita para animar la pastoral juvenil y vocacional. Se aprobó el proyecto de comunicación de la CPAL, el cual busca responder de manera integral a nuestro plan apostólico común. Se aprobó apoyar al coordinador de la prioridad jóvenes de la CPAL para elaborar una propuesta y reflexión sobre el tema jóvenes para nuestra próxima reunión.

En el mediodía de descanso tuvimos la oportunidad de visitar la Universidad Javeriana. Fuimos recibidos por el rector y su equipo administrativo para un almuerzo y después pasamos a conocer la facultad de teología. Hermann Rodríguez, junto con todo el equipo directivo de la facultad nos explicó los detalles de la misma. Todos nos sentimos agradecidos por el bien que la facultad está haciendo por el futuro de la Compañía. Después visitamos el cerro de Monserrate y compartimos con nuestros escolares del CIF, donde tuvimos la oportunidad de celebrar la eucaristía y cenar con nuestros compañeros. Gracias a Jorge J. Mejía y todos los que prepararon esa excelente noche.

Agradecemos a la Provincia Colombiana por su acogida a lo largo de nuestros días de Asamblea, en especial al Provincial y su secretaria, Flor Alicia Moncaleano. El equipo Provincial ha sido eficiente, discreto e incondicionalmente servicial para el buen desarrollo de la misma. Gracias a las Hermanas Misioneras de la Consolata que con tanto cariño han cuidado de todos los detalles de la casa.

Cuenten con nuestras humildes oraciones.

Finalmente encomendamos los frutos de nuestra Asamblea a Mons. Romero, ahora que nos preparamos, junto a la iglesia de El Salvador, a celebrar su beatificación. Le pedimos que interceda por nosotros y nos ayude a ser alcanzados por la gracia de ser puestos con el Hijo para poder hacer la voluntad del Padre a través de su Espíritu.

La Alegría Anunciada

Por Leonardo Amaro SJ

“Ustedes estarán tristes y el mundo se alegrará, pero la tristeza de ustedes se convertirá en alegría”.

En nuestro texto, la tristeza anunciada, es la tristeza de los amigos, cuando Jesús sea maltratado y asesinado; cuando se queden solos -sin su maestro- perplejos y asustados por la victoria del mal. E intenta infundirles confianza, porque su vida arrebatada, desde él, será vida entregada por amor. Y esa entrega dará frutos y les traerá una alegría invencible.

Jesús está viviendo su propia entrega como una gestación, como la gestación de un mundo nuevo, que -ya madurada en su historia personal- deberá llegar hasta el final, hasta el misterioso testimonio de su amor en la cruz. El Señor avanza en la esperanza, en la fe que anticipa lo que todavía no ve. Lo que se ve, lo que se impone, es la cruz a ser asumida, la noche; lo que se espera, el triunfo del amor, un hombre nuevo, un definitivo amanecer. Se espera con confianza en la fidelidad de Dios. Su propia resurrección será el primero y el más sublime de los frutos, en el que estarán contenidos todos los demás, la salvación de todos los hombres y su Espíritu derramado para hacernos capaces de vivir como él la plenitud del amor.

El propio Evangelio de Juan nos habrá contado la turbación en el alma de Jesús ante la proximidad de “su hora”. “Y, ¿qué diré: Padre, líbrame de esta hora? Si para esta hora he llegado. ¡Padre, glorifica tu Nombre!” Y los otros evangelistas nos explicitarán el drama de la oración de Jesús en el Huerto: “Siento una tristeza de muerte. Padre, si es posible, que no tenga que beber esta copa. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Jesús no habla de oídas, cuando anuncia a sus discípulos una tristeza a ser asumida, e invita a creer en la luz que brillará al otro lado del túnel, en el definitivo triunfo de una alegría que ya nada les podrá arrebatar.

Para comprender esto desde dentro, desde el dolor habitado con esperanza -desde la tristeza presente, de algún modo ya superada por la alegría anticipada- el Señor nos pone como paradigma a la mujer, específicamente a la madre: la que conoce la dicha entre los los malestares de la gestación, la que habita, llegada su hora, el “trabajo de parto” y el propio dolor y gozo de dar a luz. Y no es una “improvisación del cuerpo”, es todo su ser implicado en el dolor, la tristeza, la esperanza y la alegría; todo su ser envuelto en el misterio del amor encarnado que da fruto.

La Búsqueda Espiritual

«El recorrido entonces que hay que hacer entonces siempre va a ser el mismo: atravesar esa zona donde rendir nuestra autorreferencia y entregarla.

Los maestros son los que son capaces de ayudar a dar ese paso. Y hoy en día tenemos el gran don de poder elegir los nexos y los modos de hacer este camino»

Javier Meloni Sj reflexiona sobre la búsqueda espiritual que todos los seres humanos tenemos.

La Búsqueda Espiritual

Encontrar a Dios en el Silencio.

«…un tercer momento en que ninguno de los dos habla, los dos nos escuchamos.

En una presencia todavía dual pero en el silencio, porque en la comunicación ya se ha establecido en un lugar más hondo que las palabras.»

Con estas palabras Javier Melloni Sj reflexiona sobre el Encuentro con Dios en lo más profundo de nosotros mismos.

Encontrar a Dios en el Silencio.

 

Fiesta de Nuestro Señor del Mailín

Historia

La historia cuenta que un día de 1780 el anciano Juan Serrano se sorprendió al observar una potente luz al pie de un algarrobo. Con curiosidad se acercó al lugar y descubrió una cruz de madera con la imagen pintada de Cristo, con una calavera bajo sus pies. Esto ocurrió en las inmediaciones de la actual población de Mailín, Santiago del Estero, donde se construyó un templete para este Cristo que con el tiempo fue denominado popularmente Señor de los Milagros de Mailín.

A comienzos del siglo XIX se levantó una capilla para celebrar los oficios religiosos, y en 1870, por iniciativa del General Antonio Taboada, comenzó la edificación de la iglesia mayor. En 1904 se iniciaron los trabajos para construir el actual templo donde se conserva la imagen del Cristo, protegida en una caja de oro y plata.

Poco a poco el sitio se convirtió en lugar de peregrinación de alcance nacional, dando lugar a festividades anuales muy concurridas. La celebración principal tiene lugar el día de la Ascensión (22 de Mayo), y se lleva a cabo una procesión que es muy pintoresca, especialmente por el colorido de las vestimentas femeninas. La gente se acerca a la imagen y corta pequeños trozos de las ramas de los árboles que la rodean, con cuyas hojas se hacen tés medicinales, pues se considera que la presencia del Cristo las ha bendecido. Es común oír frecuentes estampidos, porque se queman cohetes cerca de las patas de los caballos que se habían extraviado y el Cristo ayudó a encontrar.

Oración al Señor del Mailín

Un día, en un algarrobo del Mailín, te dejaste encontrar por Juan Serrano.

¡Gracias por este designio providencial de tu amor!

Hoy nosotros podemos compartir también tu amistad y el gozo de este ENCUENTRO, contigo y con nuestro Pueblo.

Al acercarnos a tu Cruz, nuestra vida cambió.

Estábamos perdidos y desorientados. Hoy nos traes el consuelo de tu cercanía y el resplandor de tu Presencia.

¡Renueva nuestra Fe y Nuestra Esperanza! 

Vivimos en un mundo complejo y dividido.

¡Ayúdanos a calmar nuestras violencias interiores y a sanar las heridas del alma!

Acompaña nuestra decisión de dialogar y respetar a los demás así como nosotros queremos ser respetados.

Entra en nuestra casa como Tú entraste en la de Zaqueo para encontrarte con él .

Abrázanos y cúbrenos con el manto de tu Misericordia y perdona nuestras injusticias y mezquindades.

¡Que podamos construir una sociedad más justa y solidaria!

Que la llama de tu Espíritu encienda y abrace nuestros corazones para llegar a las más alejadas ‘Periferias’, con tu Mensaje de Justicia, de Amor, de Paz.

¡Que nadie quede excluído de este nuevo Templo, que todos formamos, en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo!

Amén.

 

Ascensión del Señor

Por Diego Fares SJ

La escena de la Ascensión contiene la esencia del Evangelio.

 El Señor da testimonio de que ha vivido su vida humana, singular y única como la de cada uno, sin nada agregado, buscando cumplir con amor todo lo que el Padre había ido enseñando a su pueblo elegido. Y gracias a esta fidelidad, todas las promesas que el Padre había hecho a su pueblo, muchas de las cuales parecían imposibles por demasiado hermosas (la promesa de cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne, la promesa de establecer un reino de paz en el que todos se amaran y ayudaran, la promesa de que Dios fuera Dios con nosotros…), todas las promesas han encontrado en el corazón de Jesús como un imán: en Él todo lo bueno se hace real y posible.

Segundo, les abre el entendimiento para comprendan todas las Escrituras y les anuncia la esencia del Evangelio. Tengamos en cuenta que el Nuevo Testamento no estaba escrito. Jesús les da la gracia de poder comprender, partiendo de Él, todo lo escrito antes. Para lo nuevo, para lo que tendrán que anunciar y escribir, necesitarán la fuerza que viene de lo alto.

Si uno mira bien, esta pedagogía de Jesús es muy consoladora para nosotros. Al ascender a las Alturas, al ocultarlo la Nube de la vista de ellos, Jesús Resucitado abre un espacio y un tiempo nuevo en los que el protagonismo lo tienen “el Espíritu Santo y nosotros”. Al irse al Padre y dejar a los suyos, iguala a los discípulos de todos los tiempos. Lo que transmiten los apóstoles es el kerygma: que en Jesús muerto y resucitado nos son perdonados los pecados. Esta semilla del evangelio es anunciada con la fuerza del Espíritu y el mismo Espíritu obra en los que escuchan. El Espíritu es el encargado de “recordar todas las cosas que dijo e hizo Jesús” y de ir marcando el camino, lo que hay que hacer. Esto significa que no tienen ventaja los primeros. El Espíritu da la misma chance a todos.

nota

Con pequeños “toques” el Señor “recapitula su vida” y la “comunica” de manera tal que, sin dejar de estar presente, permite que nosotros, gracias al Espíritu, vivamos nuestra propia vida sin perder autonomía. Esto es lo que diferencia al cristianismo de toda religión mítica o racionalista.

El que ha hecho la experiencia de lo que significa enseñar a un discípulo de modo tal que el discípulo tome lo que uno sabe y lo haga propio y lo retransmita mejorado, puede vislumbrar la maestría del Señor. ¡Qué manera de vivir algo y de dejarlo como herencia viva!

Gracias a que Jesús toma Altura nos permite crecer. Crecer desde abajo y desde lo más íntimo, desde la virtud del Espíritu que hace nido en lo más íntimo de los apetitos (sensitivo y racional) de nuestro corazón humano. Al tomar Altura Jesús atrae a todos desde adentro.

Por eso la semilla va directo a lo más íntimo: al perdón de los pecados. Ese es el nudo que el hombre no puede desatar y absolver por sí solo y que impide crecer en el amor: los propios pecados contra el amor. Los pecados de los que sentimos que nos tendrían que haber amado más y los pecados contra los que tenemos conciencia de que tendríamos que haber amado más (nuestros padres y hermanos, maestros y amigos, de la sociedad en la que nacimos y nosotros mismos también).

Nuestra carne sufre las heridas del pecado y aunque racionalmente uno se de cuenta de las cosas y siga adelante, la carne herida conserva las huellas del pecado sufrido o cometido y dificulta o impide la vida. En las personas adictas se ve con tanta claridad este mecanismo. Los adictos, digo , se dan cuenta con más lucidez que nadie de lo mal que les hace la sustancia a la que están ligados y desearían más que nada en el mundo liberarse de ella. Pero el hambre de las células de su carne es tan voraz que en ciertos momentos los arrastra irremisiblemente hacia lo que los esclaviza. De eso es de lo que Jesús nos libera con su Carne. En su carne crucificada, muerta y resucitada, nuestra carne, que era lo que nos impedía acceder a Dios, es liberada (conservando las llagas, como los adictos que quedan adictos para siempre pero pueden “no pecar”) de su esclavitud y cuidada por la gracia, principio de una libertad nueva.

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El testimonio de la muerte y resurrección de Jesús para el perdón de nuestras ‘adicciones’ es la tarea de los apóstoles.

Lo demás lo dejan al Espíritu y a cada uno.

Este es el principio de una Iglesia que anuncia la vida y sigue adelante, porque confía en el corazón de los hombres, confía en que cada comunidad (cada persona, cada familia, cada cultura) sacará por sí misma las consecuencias de un Anuncio tan hermoso para su vida cotidiana.

Es el principio de una Iglesia que propone y no que impone, de una Iglesia que convoca a los que quieren y no persigue a los que no quieren…

Queda, entonces para cada uno la tarea linda de “ver las consecuencias de la resurrección del Señor”. Resurrección enmarcada en este contexto en que me sitúo en el tiempo y el espacio del “Espíritu Santo” y del “nosotros” que me anuncian los testigos.

Si en la Reconciliación está el remedio para mis adicciones, ¿cómo tengo que hacer para conseguirlo?.

Si la Eucaristía es el Pan de vida que sacia todas mis hambres, las más carnales y las más espirituales, ¿qué estrategia debo implementar para que mi vida gire en torno a ese Pan?

Si las Escrituras, cuando las abro, se iluminan con la luz del Espíritu, que me enseña a rezar y a contemplar y me abre la mente para comprender lo que dicen de Jesús y lo que eso significa para mi vida, ¿qué puedo hacer para tenerlas más a mano, para rezar con ellas?

Aclaración

Llamo adicciones al pecado porque puede ayudar a descubrir de qué me tengo que confesar, qué es aquello que me esclaviza y entibia o directamente reemplaza el amor incondicional a Jesús.