La Juventud actual es Reacia a los Autoritarismos
En la posmodernidad se consolidan varias conquistas históricas que van configurando el llamado “cambio de época”. Tal cambio se ha ido incubando desde la llamada “revolución cultural del 68” hasta el actual proceso de globalización y su crisis, con la exclusión de pueblos enteros (también del Primer Mundo), que anhelan una sociedad más justa e inclusiva.
Una conquista. Sobre todo entre los jóvenes, los fundamentalismos políticos y religiosos provocan una fuerte reacción que se apoya en un postulado inamovible: somos personas y no simples “súbditos” o títeres de la autoridad que sea. Hay un rechazo visceral a seguir identificando sumisión con obediencia; y está instalada una convicción: la conciencia es el último responsable de los propios actos.
Anhelos Contemporáneos y Biblia-Tradición Especial
Por otra parte, el extendido rechazo contra toda ambición de poder que degrade a la persona y a las instituciones, armoniza con las afirmaciones evangélicas y con la doctrina católica más tradicional.
– El Evangelio, Hechos y Cartas Paulinas, son una invitación a la responsabilidad personal, con una inseparable vivencia comunitaria.
El Reino vivido y predicado por Jesús en aquella sociedad esclavista, significaba y significa hoy: formar comunidades alternativas, fraternas, donde cada uno pueda decir su palabra y donde se respete el disenso, como en la primitiva comunidad cristiana. Y quienes presiden, sean no opresores sino “servidores de todos”.
– Los escritores cristianos de los primeros siglos. Cabe recordar que aquellos cronistas iniciales quedaron absolutamente impactados por “el fenómeno Jesús, Dios y hombre”; con la realidad de la Gracia, entendida como el Espíritu Santo “in-habitando” en cada creyente y en todo el pueblo como tal.
Y estaban tan absortos por la novedad de ese Dios cercano, íntimo, restaurador de la dignidad personal y hacedor de comunidades de iguales… que hasta se olvidaban de hablar del pecado, entendido sobre todo como el que desune y destruye cualquier grupo que viva en armonía.
– En la tradición eclesial posterior: Tomás de Aquino e Ignacio de Loyola.
Entre tantos, seleccionamos a estos dos creyentes que acentuaron la dignidad personal y la responsabilidad, apoyadas no en temores infantiles sino en firmes convicciones. Con un fuerte sentido de Iglesia y de adhesión al Magisterio, el que incluye necesariamente el “sentir de los fieles” (verdad recuperada por el Vaticano II).
El desafío. Ambos personajes apuntaron a lograr la difícil articulación entre la fidelidad al Magisterio-Tradición y las inevitables decisiones que cada uno debe tomar a lo largo de su vida, “con una conciencia debidamente formada”.
Evitando los dos extremos clásicos: la sumisión a la ley, que nos libra de los riesgos personales y nos mantiene inmaduros (“que otros me digan lo que tengo que creer y practicar”); y el relativismo, donde yo me voy inventando “mi” ley, según lo que sienta.
Santo Tomás de Aquino (siglo XIII). Defendió la autonomía de cada individuo hasta afirmar que “la conciencia es el último juez de los actos personales; y hay que seguirla, incluso aunque sea errónea”. Afirmación de aquellos siglos que algunos llamaron tendenciosamente “la oscura Edad Media”, y sin embargo, digna de ser incluida en cualquier Declaración de los Derechos Humanos contemporánea.
Por una fe ilustrada. “Quienes investigan la verdad y lo enseñan, deben mostrar cómo es verdadero lo que dicen. De lo contrario, si el maestro sólo apuntala sus tesis con meras autoridades, el que oye no adquirirá ninguna comprensión nueva, y quedará vacío como antes”. Quodl IV. A.18
Entonces, para Santo Tomás -dada la Encarnación- una fe al margen de la historia, de la cultura y sin formulaciones racionales, caería en el autoritarismo fundamentalista: “Usted tiene que creer aunque no lo entienda”. Para el santo, lo correcto es: “Hay que comprender para creer”.
Pero completa su pensamiento, diciendo que el quehacer teológico y el compromiso ulterior como cristianos en el mundo necesita hacerse desde la fe, que ante todo es un regalo de Dios: “Hay que creer para comprender”.
Así, la fe es una respuesta libre-racional a la oferta gratuita de Dios.
San Ignacio de Loyola (siglo XVI). Frecuentó por varios años la misma Universidad de París que el Aquinate, de quien recibió importantes influencias en su pensamiento.
Una de las piezas claves de su espiritualidad es el discernimiento personal, que debe ayudar al cristiano a decidir por sí mismo las cuestiones fundamentales de su vida. Afirmación obvia en nuestros días.
Ignacio es hijo de aquella Modernidad emergente, cuando se comenzó a revalorizar hasta hoy la centralidad del individuo, donde el cristiano comenzó a vivir en medio del “ruido” de un mundo muy variado de nuevas ideas y creencias, de inéditos desafíos sociales y políticos. Se había terminado la Cristiandad monolítica.
Una espiritualidad para tiempos modernos. Por eso, el joven necesita hoy una espiritualidad muy personalizada, y no estar guiado solamente por motivaciones externas, ya sean de autoridad o de tradición. Siempre con un hondo sentido de pertenencia e integración en la comunidad eclesial.
Importancia del acompañamiento. En los Ejercicios Espirituales Ignacianos, “el que da los EE” está para orientar al ejercitante en su oración y discernimiento. Su función es ayudarlo, nunca obligarlo o manipularlo para que tome un camino no decidido por él mismo. En especial, cuando se trata de elegir “estado de vida”.
Actualizar el Espíritu de las Primeras Comunidades
Las expectativas de nuestros jóvenes coinciden con aquel ambiente de las primeras comunidades y de las sanas tradiciones eclesiales. Para ello, una pregunta insoslayable es: ¿En qué Iglesia creen?
Los formadores debieran recordarles que su compromiso cristiano se asienta sobre una verdad eclesiológica básica: la Iglesia es, al mismo tiempo, un misterio de fe, una comunidad de amor… y una institución humana falible, siempre necesitada de reforma. “Casta y pecadora” (“casta meretrix” en su original latino), según San Ambrosio.
El Diálogo: Antídoto contra el Autoritarismo Intolerante
El diálogo dentro de la Iglesia y con el mundo. Un medio para concretarlo, es el sano debate, que incluye la confrontación de ideas y posturas. Sin ello, no hay ni persona libre ni comunidad madura.
Lo contrario del “monólogo” de una persona o grupo (donde los demás no intervienen), es el “diálogo”, que significa comunicarse uno(s) con otro(s) desde las convicciones propias pero respetando las ajenas. Y con la intención de buscar las mayores coincidencias posibles.
¡Qué importante para los jóvenes… y qué utópico -no imposible, pero arduo- para nuestro ambiente sociopolítico!
– Tres momentos eclesiales.
1. Pablo VI, el Papa del diálogo. Profundizó la gran intuición de Juan XXIII, quien anhelaba un Vaticano II no de condenas sino de mutua escucha, dentro y fuera de la Iglesia. Y en continuidad con “el Papa Bueno”, Pablo VI expresó su personal visión programática del concilio; y la refrendó en 1964 un año después de asumir el gobierno, en su primera encíclica, Ecclesiam Suam.
En ella considera que el intercambio respetuoso es el medio indispensable para el reencuentro intraeclesial y para acercarse a la problemática de la sociedad moderna. Por eso, quiso mostrar el rostro de una Iglesia “que propone y no impone, y que quiere estar cerca de los que sufren”.
“La religión es un diálogo entre Dios y el hombre”. Entonces, a partir de tal origen trascendente, “la Iglesia debe ir hacia el diálogo, entre los creyentes y con el mundo en que le toca vivir”. Y “con prudencia pedagógica, debe tener en cuenta a las distintas culturas (inculturación), pero sin atenuar o disminuir la verdad” (evangelización).
2. Durante el Concilio Vaticano II. Con un enfoque papal tan esperanzador, con el diálogo como actitud y como instrumento de comunicación, se recuperó una “riqueza de familia”, que aparece en los escritos del Nuevo Testamento.
Es que desde los comienzos, ya había pluralidad de comunidades eclesiales: en Jerusalén, los primeros cristianos procedían del más puro judaísmo; pero en Antioquia, enclave donde convergían distintas creencias, se dio una mezcla de cristianos venidos unos del judaísmo y otros del paganismo.
Lo mismo en Corinto y otras poblaciones de Asia y Europa, con cristianos casi todos ellos antiguos paganos.
En verdad, una amalgama de razas, culturas y tradiciones bien diversas, donde, sin embargo, se trataba de respetar las diferencias, y también los disensos ante los inevitables y frecuentes conflictos. Y la autoridad, como un servicio al resto del Pueblo.
Única “Tradición” apostólica, pero con una “transmisión” actualizada y pluralista. La Ecclesiam Suam recalca que la Palabra es innegociable en sus principios de fe básicos.
Sin embargo, se revela en la historia con sus diferentes etapas; y en las culturas de pueblos muy diversos, que incluso han ido enriqueciendo el Mensaje Único desde una distinta comprensión y recepción.
La Revelación no existe sino transmitiéndose. Así, hay que hablar de “tradición” en un doble sentido:
“Tradición apostólica”: conjunto de verdades y vivencias de la primera época, que debemos conservar y poner en práctica; y la “Tradición-transmisión”, que recoge esas verdades, pero las va actualizando, según los tiempos y los pueblos.
3. Después del Vaticano II, quedó ese anhelo primitivo de la unidad en la diversidad. Pero de un ambiente marcado por el entusiasmo y la búsqueda de renovados caminos para la intercomunicación dentro y fuera de la Iglesia, se pasó a un estilo de control y uniformidad, de miedo al pluralismo, con la tendencia al “pensamiento único” empobrecedor.
Conclusión. Una tarea Urgente: Seguir Profundizando en el Diálogo
Nuevas perspectivas. Han resurgido inmensas expectativas de renovación a partir del nombramiento del papa Francisco, aunque junto a fuertes resistencias al cambio. Se impone “blanquear” distintas crisis sectoriales, muy interconectadas entre sí.
“Las crisis se producen cuando lo viejo no acaba de morir, y lo nuevo aún no acaba de nacer”, Bertolt Brecht.
Oscar Calvo SJ