Reflexión del Evangelio, Domingo II de Cuaresma

Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

Jesús subió a un cerro a orar, acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Mientras oraba, el aspecto de su cara cambió, y su ropa se volvió muy blanca y brillante; y aparecieron dos hombres conversando con él. Eran Moisés y Elías, que estaban rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo, que iba a tener lugar en Jerusalén. Aunque Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Cuando aquellos hombres se separaban ya de Jesús, Pedro le dijo: —Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Pero Pedro no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube se posó sobre ellos, y al verse dentro de la nube tuvieron miedo. Entonces de la nube salió una voz, que dijo: «Éste es mi Hijo, mi elegido: escúchenlo.» Cuando se escuchó esa voz, Jesús quedó solo. Pero ellos mantuvieron esto en secreto y en aquel tiempo a nadie dijeron nada de lo que habían visto.

(Lucas 9, 28-36).

1.- Subió con ellos a lo alto de la montaña para orar

El domingo pasado el Evangelio nos presentaba a Jesús solo, orando y venciendo las tentaciones en el desierto de Judea. Hoy lo encontramos con tres de sus discípulos, nuevamente en oración en otro lugar del que no se precisa el nombre, pero que presumiblemente es el monte Tabor, situado en la región de Galilea al norte de Israel, y cuya cima alcanza los 588 metros sobre el nivel del mar.

La oración, tanto en la soledad del retiro personal como cuando nos reunimos en comunidad, es necesaria para poder experimentar en nuestra vida la presencia transformadora de Dios. En medio de las situaciones difíciles que tenemos que afrontar, Jesús nos enseña con su ejemplo a buscar espacios de oración en los cuales vivamos el sentido trascendente de nuestra existencia y la acción renovadora de su Espíritu.

2.- Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban

Antes de este relato de la “Transfiguración”, Jesús les había dicho a sus discípulos que iba a ser condenado a muerte y al tercer día resucitaría (Lucas 9, 22). Así les había anunciado lo que iba a ser su sacrificio redentor, por el cual Él mismo, Dios hecho hombre, llevaría su mensaje de amor misericordioso hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta la entrega de la propia vida para la salvación de toda la humanidad.

El anuncio de su pasión y la exhortación a tomar la cruz y estar dispuestos a dar la vida a imitación suya (Lucas 9, 23), habían causado en sus primeros discípulos un efecto de desaliento. Especialmente en Pedro, quien había manifestado su desacuerdo con aquel anuncio, y en Santiago y Juan, quienes querían ser los preferidos en el reino que su Maestro les había dicho que iba a establecer. Jesús entonces, después de reprender a Pedro -que primero lo había reconocido como el Mesías Hijo de Dios, pero luego había tratado de disuadirlo de su misión – y de amonestar a los otros dos invitándolos a imitarlo en la disposición servir, sube con ellos a la montaña.

Según la tradición bíblica, la gloria de Dios solía manifestarse en los lugares altos, como había sucedido en el monte Sinaí -también llamado Horeb-, primero al recibir Moisés la revelación del nombre mismo del Señor, luego la Ley de los diez mandamientos, y unos dos siglos después al ser enviado por Dios el profeta Elías para exhortar al pueblo de Israel a la conversión, dejando a un lado la idolatría y la injusticia. En esta ocasión, es también en un monte donde Jesús manifiesta su gloria para fortalecer la fe de sus discípulos, haciéndoles ver en forma luminosa lo que sería el acontecimiento pascual de su resurrección e indicándoles simbólicamente, mediante las figuras de Moisés y Elías, que en Él se cumplirán las promesas del anuncio del Mesías Salvador, contenidas en los textos bíblicos de la Ley y de los Profetas.

3.- “Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”

También nosotros necesitamos, cuando nos sentimos abrumados por el peso de la cruz que a cada cual le corresponde cargar, que el Señor se nos manifieste dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de la vida. Pero para que esto suceda, es preciso que nos dispongamos, mediante la oración, a atender la voz de Dios que nos dice: “Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo” (Lucas 9, 36). Y lo escuchamos precisamente cuando leemos u oímos atentamente lo que Él nos dice en la sagrada escritura, especialmente en los Evangelios.

En la primera lectura, tomada del libro del Génesis (5, 12.17-18), se cuenta cómo “Abrán” -quien luego sería llamado “Abraham”, nombre que en hebreo significa “padre de multitudes”-, le creyó al Señor, y se le contó en su haber. Abraham, un hombre de fe que vivió en el siglo 19 antes de Cristo y cuyos descendientes han desarrollado a partir de él las religiones monoteístas, es decir, las que reconocen a un Dios único, sale de su patria en Ur de Caldea y emprende un camino hacia el futuro que el Señor le promete como un porvenir de bendición. Este porvenir es ofrecido no sólo a él y su descendencia, sino también a todos los seres humanos que crean en el único y verdadero Dios y obren de acuerdo con su voluntad, que es voluntad de amor, de justicia y de paz. La fe en la promesa de Dios lo impulsó a confiar en su futuro y en el de quienes vendrían después de él.

El Salmo responsorial [27 (26)], expresa la esperanza que brota de la fe en Dios: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. Y el apóstol Pablo, en la segunda lectura (Filipenses 3,20; 4,1), nos indica la razón de esta esperanza a la que nos invita la contemplación del misterio de la Transfiguración del Señor: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

Todos somos llamados por Dios a ponernos en camino hacia un futuro de felicidad, y ese llamado se actualiza cuando escuchamos su palabra. Para responder positivamente, necesitamos disponernos a que el Señor nos conceda el don de la fe. Una fe que nos haga posible no sólo emprender sino seguir recorriendo con perseverancia y con esperanza el camino que Él mismo nos muestra, para que podamos alcanzar la meta prometida de la felicidad eterna al participar plenamente de la resurrección gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.

Jesuitas Colombia

 

Día del ayuno voluntario. Cena del Hambre en la Comunidad de Matrimonios Loyola.

La reunión mensual de la Comunidad de matrimonios del Centro Loyola en Murcia, España, ha coincidido esta vez con el Día del Ayuno voluntario y primer viernes de Cuaresma. Por ello, hemos querido dar un significado especial a esta noche, celebrando la ya tradicional «Cena del hambre».

La reunión comienza entorno al oratorio, en silencio, tomando conciencia de estar en presencia del Señor, poniendo en sus manos todo lo vivido durante este mes. Una breve oración nos abre el corazón y nos dispone a compartir el tema en los pequeños grupos. Recibimos el alimento espiritual, acompañados por nuestros consiliarios: P.Jose Luis Cano SJ, P. Justo Prieto SJ y P. Rafael Torcal SJ. Este mes hemos orado y trabajado el capítulo 10 de «Las Bienaventuranzas, camino de salvación» de A. Grünn.

Texto meditado antes de la cena:

“Dios nos ha regalado un mundo hermoso, para que podamos vivir todos felices. Porque los bienes son de Dios, no del primero que los coge y se adueña de ellos.

Sin embargo, hay mucha gente que sufre, que no tiene lo que a otros les sobra y tiran. Uno de los mayores pecados de la humanidad es la insolidaridad.

En esta celebración vamos a tomar conciencia de nuestra obligación, vamos a colaborar para acabar con este grave problema.

Vamos a sentirnos responsables de las enormes diferencias que existen entre los hijos de un mismo Padre -Dios.

¿Qué pensarán estas personas que pasan hambre comparando su vida con la nuestra? ¿Qué pensará Dios ante esta injusticia? Vamos a aprovechar el comiezo de esta celebración para pedir perdón a Dios.

Tenemos miedo de saber lo que pasa alrededor. No queremos conocer los problemas de la gente, porque así no tenemos necesidad de salir de nuestras comodidades para cambiar el mundo.

Señor, ten piedad…

Tenemos miedo de servir, de ayudar. Creemos que cada uno se basta a sí mismo y que si un día haces algo por los demás, ya nunca te van a dejar tranquilo. Por eso, preferimos venir a Misa, ocupar nuestro asiento y pensar que ya hemos cumplido…

Cristo, ten piedad…

No abrimos la boca para defender a nadie. Tampoco para condenar. Tenemos miedo a denunciar, miedo a ser testigos de Jesús y dejamos que las cosas sigan como están…

Señor, ten piedad…

Señor, que has querido que todos los hombres

seamos y vivamos como hermanos;

ayúdanos a comprender que,

mientras nosotros vivimos una vida feliz,

existen millones de seres humanos,

hijos tuyos y hermanos nuestros,

muertos de hambre y de abandono,

víctimas de la injusticia y de la explotación.

Haznos sentir la angustia

de la miseria universal

y líbranos de nuestro egoísmo y tacañería.

Te lo pedimos, por Jesucristo, Nuestro Señor.

Amén.

El profeta Isaías nos dice que la religión no está tanto en las prácticas religiosas, cuanto en las obras de justicia con los necesitados.

Is 58, 7-10

Esto dice el Señor:

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu propia carne.

Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana, te abrirá camino la justicia, detrás irá la Gloria del Señor.

Entonces clamarás al Señor y te responderá. Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la difamación, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

Palabra de Dios.

«Las cifras son y resultan frías; pero tratemos de ver lo que hay detrás de estas cifras. Es impresionante. Es escandaloso y vergonzoso. Porque la verdad es que son personas como nosotros, con la misma dignidad y con los mismos méritos.

Cuarenta millones de niños mueren de hambre al año en el tercer mundo; para hacernos una idea más cercana: es como desaparecer en un año todos los habitantes del territorio nacional.

Más de mil millones de personas pasan hambre, es decir, una de cada cinco personas está mal alimentada.

Más de mil millones de personas deben vivir con menos de quince euros al mes. Es lo que nos gastamos en un menú de diario en cualquier bar.

Con lo que se gasta en un día de guerra se podría alimentar y vestir al tercer mundo, durante más de veinte años.

Si reducimos toda la población del mundo a un pueblo de mil habitantes, para no perdernos en millones… en este pueblo de mil habitantes se darían los siguientes problemas:

-750 personas del pueblo pasarían verdadera hambre.

-700 personas del pueblo morirían antes de cumplir los cincuenta años.

-600 personas del pueblo vivirían en chabolas, sin luz, sin agua, sin servicios de ninguna clase.

-250 personas del pueblo no sabrían leer ni escribir, serán totalmente analfabetos.

-80 personas del pueblo morirían antes de cumplir los cinco años de edad.

-60 personas del pueblo serían dueñas de todo: viviendas, terrenos, alimentos, empresas y comercios; manejarían todo el dinero de todos. 940 personas dependerían de esas personas ricas y poderosas.

Pues hermanos y hermanas, nosotros los que estamos aquí, somos unas de esas 60 personas ricas del pueblo, que tenemos mucho más de lo necesario para vivir, mientras los demás se están muriendo de hambre.»

Hermano, yo tengo hambre…

abre los ojos, contempla mi figura, mi semblante.

Con tus oídos escucha mi palabra suplicante:

Hermano, yo tengo hambre…

Se que buscas soluciones,

que estudias y que convocas mesas redondas con hombres de muy buena voluntad;

pero tal vez tú no sabes que me faltan mesa y pan

y voy a morir de hambre, mientras vosotros habláis…

No me digas que hay un Dios,

que a estos problemas humanos les puede dar solución:

Ese Dios nos hizo hermanos y nos dio como tarea

el cultivo de la tierra, el dominar lo creado,

la explotación de la mina, la riqueza del océano…

para que todos tuvieran una vida noble y digna;

para que alegres pudieran cantar un himno a la vida.

Somos los hombres los dueños de los mares y la tierra,

pero hay un torcido empeño en acaparar riquezas,

dejando a la mayoría en dolorosa miseria…

¡Dame mi pan! No te tardes que se me apaga la vida.

 

Si Dios llamase a tu puerta

seguro que le abrirías gozoso, con gran presteza

y mil cumplidos le harías;

pero mi voz no te inquieta; no quieres ver ni escuchar

y dices: «tanta miseria no puedo yo remediar».

No puedes tú resolver el gran problema del hambre.

Tú solo, no;

han de ser muchas manos, centenares de miles,

todas unidas en un gesto fraternal, intrépidas, decididas.

Más, para unir vuestras manos, tienen que estar vacías:

«Soltad las armas, hermanos» ¡No más guerras, haya paz!

Unid vuestras manos y colaborad juntos.

Libres de egoísmos, ¡dad!, ¡compartid!

Unid las manos, las mentes;

cread un nuevo orden.

¡Mirad, que le mundo es redondo y cuántas vueltas puede dar!

¡Si tú fueras el hambriento y sintieras soledad…!

Trabajad: estáis a tiempo. Colaborad.

¡Sonó la hora de un nuevo orden internacional…! “

Después de esta primera parte, pasamos todos juntos a compartir el alimento corporal. Este mes, sustituimos los alimentos que cada uno traemos de nuestras casas, por pan y aceite.

Tras este momento de oración, pasamos a cenar solidariamente el pan de la hermandad y a compartir nuestra ayuda como ofrenda a la obra social del Centro Loyola.

Jesuitas Murcia

 

Fernando Cardenal: dialogar en las fronteras fe-cultura-justicia

Ha fallecido en Managua el sacerdote jesuita nicaragüense Fernando Cardenal, a los 82 años de edad. En otros sitios pueden encontrarse algunas notas necrológicas, como esta de la agencia Efe, esta firmada desde Managua o esta otra. Nosotros queremos aquí evocar su figura, desde nuestra perspectiva particular: es decir, desde la llamada a dialogar en las fronteras y, más concretamente, desde la vinculación creativa entre la fe, la justicia y la cultura.

 Fernando Cardenal fue conocido, sobre todo, por su participación en la revolución sandinista en la década de los años 1970 y 1980, contexto en el que llegó a ser Ministro de Educación entre los años 1984 y 1990. Desde este compromiso, su vida ofrece una experiencia y una reflexión muy interesantes acerca del diálogo en las fronteras. Sin duda, aquellos años ofrecen un ejemplo muy particular de encuentro entre los movimientos revolucionarios y las comunidades cristianas. Por supuesto, hubo muchos errores, excesos y desenfoques. Pero hubo también muchísima generosidad, entrega, fecundidad y deseos honestos de servir a una población secularmente oprimida. Su vida plasmó también el diálogo entre la teoría y la praxis, con sus dificultades y sus potencialidades. Situado en la corriente de la teología de la liberación, Fernando Cardenal fue más práctico que teórico. En términos del documento vaticano Diálogo y Anuncio, su vida plasmó sobre todo los dos primeros niveles del diálogo: el de la vida y el de la acción.

 Es también muy conocido que este modo de estar en las fronteras fue problemático. Concretamente, Fernando Cardenal se vio abocado a afrontar la difícil decisión de mantenerse en el gobierno, a costa de tener que abandonar el ejercicio público de su sacerdocio y de tener abandonar la Compañía de Jesús en 1984. El proceso fue largo, serio y complejo, pues conllevó una objeción de conciencia formal. Puede verse aquí su famosa Carta a mis amigos, de diciembre de 1984, y un análisis de la revista jesuita nicaragüense Envío, en esa misma época. Desde entreParéntesis solemos subrayar la necesidad de buscar cauces de encuentro, consensos y entendimiento, pero somos conscientes también de la dimensión conflictiva de la historia y de la misión que se nos encomienda. La vida de Fernando Cardenal lo muestra con nitidez. La fidelidad puede ser dolorosa.

 Como se sabe, Fernando Cardenal vivió siempre en casas de la Compañía de Jesús y pudo, finalmente, reingresar en el noviciado en el año 1996. Como él mismo escribió en una hermosa carta de despedida en 2010, “desde hace 58 años vengo participando o celebrando la Eucaristía todos los días de mi vida. Siempre la Misa diaria todos estos años”. Con esto queremos destacar su honda vida de fe y su profunda espiritualidad que está, sin duda, en la base de todo su compromiso. Un único detalle: cuando estaba haciendo su Tercera Probación (es decir, la etapa final de su formación como jesuita) en Medellín, Colombia, en el año 1970, tuvo una honda experiencia que le llevó a formular la promesa de “que dedicaría lo que me quedara de vida a la liberación de los pobres, a la lucha por la justicia, por amor a ellos, inspirados en ellos”. Esa promesa explica y concreta sus opciones posteriores como jesuita y como sacerdote.

 Hablamos, pues, de la justicia que brota de la fe (Rom 9, 30). Su compromiso por los pobres fue una expresión de su seguimiento del Señor Jesús y de sus predilectos, los pobres. Esto implica el compromiso social y, en un contexto revolucionario como el nicaragüense, la dimensión política de la fe cristiana. Como han señalado todos los Papas del siglo XX y como hemos ido descubriendo con una claridad creciente a lo largo de las décadas, la caridad no puede quedarse en el nivel interpersonal sino que existe una verdadera caridad política. De nuevo, la vida de Fernando Cardenal lo muestra con nitidez.

 El modo concreto en que Fernando Cardenal realizó esta misión fue a través de la cultura y, más específicamente, a través de la educación. Señalamos cuatro ejemplos. Primero, la famosa Cruzada Nacional de Alfabetización, lanzada en 1980 y coordinada por él, que logró bajar la tasa de analfabetismo del 51% al 12% de la población nicaragüense, para lo cual movilizó a casi 100.000 personas. Segundo, el tiempo en que sirvió a su país como Ministro de Educación. Tercero, su periodo como director nacional en Nicaragua del Movimiento de Educación Popular Fe y Alegría, cargo que desempeñó hasta el final de sus días. Cuarto, una de sus últimas iniciativas como director de Fe y Alegría: el lanzamiento, a finales de agosto de 2015, de una cruzada de educación y alfabetización ecológicas, inspirada en la encíclica Laudato Si, del papa Francisco.

 Descanse en la paz del Buen Dios, P. Fernando Cardenal. Continúa inspirando nuestro camino de diálogo en las fronteras de la fe, la justicia y la cultura.

Fuente: Entre Paréntesis

Haciendo balance de mi vida

Joaquín Ciervide SJ

Con mis más de 70 años de edad, uno se pone a hacer evaluación de lo vivido: ¿acerté metiéndome jesuita? ¿atiné pidiendo ir al Congo?

Con sinceridad puedo decir que, globalmente, no me arrepiento de las grandes opciones de mi vida. Si tuviera que empezar de nuevo, volvería a elegir la vida religiosa, la Compañía de Jesús y el misionerismo.

Sin embargo, bien pensado, creo que, en lugar de hacerme sacerdote, entraría en la Compañía como hermano. Eso fundamentalmente no por humildad. Cierto que la humildad tiene un alto valor evangélico pero, a mi modo de ver, la vocación de hermano lleva un aspecto más importante que el de ser un camino humilde. A ver si me explico.

Fui tomando conciencia de lo que quiero explicar, en el Chad, entre los años 2006 y 2013, cuando trabajé primero con los refugiados sudaneses y luego en la recientemente creada red de escuelas de Fe y Alegría. En los dos contextos se trataba de una población totalmente musulmana donde mi trabajo consistía en ayudarles a elevar la calidad de sus escuelas. Allí no cabía anunciar el evangelio. Hacer proselitismo estaba fuera de lugar. Allá las escuelas funcionan en régimen de ‘laicidad’ : en la escuela se educa a los niños sin entrar en la dimensión de la educación religiosa que se da o en la casa o en la mezquita.

Fueron para mí cinco años en los que fui tomando conciencia progresivamente que esa manera de trabajar y vivir, lejos de ser una invalidez, como si me hubiese quedado mudo, era una forma de vida que me resultaba muy evangélica y profundamente satisfactoria. Me sentía feliz con aquella manera de proceder.

Con los refugiados estaba metido en lo que se llama el trabajo humanitario. Son personas que han huido de la guerra, han perdido sus casas, sus pueblos, su país. Hay que ayudarles a rehacer una vida nueva. Y en Fe y Alegria se trataba de algo parecido: pueblos en una situación de gran necesidad.

Alumnos, maestros, compañeros de equipo, prácticamente todos eran musulmanes y, sin embargo, nos sentíamos muy unidos. Nos unía el deseo común de salir de la miseria y desarrollar la humanidad, la cultura, la educación, la instrucción. La Buena Noticia se anunciaba a los pobres por medio de acciones aunque no se nombrara a Jesús.

Progresivamente fui tomando conciencia del valor de esa manera de funcionar. Obras son amores y no buenas razones. En los sermones cabe la hipocresía. En la acción se es más auténtico. Eso por una parte. Por otra, y era lo que para mí era lo más importante, es que, en la acción, yo podía percibir con claridad en mis amigos musulmanes los mismos ideales que yo intentaba perseguir: la compasión, la generosidad, la humildad, la honradez, la sinceridad, la piedad, la alegría. Hassane Awada, Mahmat Nour, Souleyman, eran compañeros con quienes yo me sentía muy unido.

La potencialidad de la acción cristiana en un medio no cristiano fue un bello descubrimiento. Me quedaba por descubrir que esa misma potencialidad es fecunda en un medio descristianizado como éste en el que vivimos ahora, aquí en España. Por aquel tiempo, XX, un voluntario español en nuestra organización, me hizo saber que había perdido la fe, que había dejado de ir a Misa y que se sentía tan feliz como cuando iba a Misa. Lo sentí, pero, pensándomelo mejor, se me encendió la bombilla para ver que yo podía vivir en comunión con XX de la misma manera que con Hassane Awada, ya que XX seguía sirviendo a los demás tan bien o mejor que cuando iba a Misa.

El hermano predica el evangelio por lo que hace, no por lo que dice. Por eso es por lo que, si me tocara volver a vivir, me gustaría ser hermano, de la misma manera que me gustaría tocar la guitarra y bailar, tres bellas cosas que no he hecho en mi larga vida.

 

Imaginar el futuro de Fe y Alegría en África

Beatriz Borjas

Nunca creí que tendría la oportunidad de volver al Chad. Cuando estuve en octubre de 2010 mi propósito era colaborar en la formación del equipo pedagógico que acompaña la red de escuelas primarias de Fe y Alegría en Mongo, en la región de Guera. Ya hoy se ha consolidado otra red de escuelas en Bitkine en la misma región; además, está en marcha el nivel de preescolar y se comienza a sentar las bases del nivel secundario en algunos centros ante la demanda de los mismos estudiantes y de sus padres y madres. No sólo los niños y niñas son protagonistas sino las personas jóvenes como quedó demostrado durante mi segunda estancia en Mongo y en N’djamena donde Foi et Joie Tchad ha abierto recientemente un centro de formación profesional; son estos jóvenes quienes recurren al teatro como medio para sensibilizar a la población sobre la importancia de la escolarización de las niñas y de las adolescentes.

Si bien la vuelta me permitió recorrer la ruta ya casi toda asfaltada hacia Mongo, permanecí allí menos de 24 horas ya que en esta ocasión mi viaje tenía otro propósito: compartir con los participantes del Congreso de Fe y Alegría África los inicios del movimiento en Venezuela y los elementos que marcan su identidad. Mientras que el Congreso invitaba a imaginar el futuro en los países africanos, yo me preparé para viajar hacia el pasado de Fe y Alegría Venezuela y, entre documentos, “descubrí” las cartas en las que el Padre José María Vélaz mostraba su interés por ver implantada Fe y Alegría más allá del continente americano. Un año antes de su muerte en 1985, el P. Vélaz le escribía a la hermana de las carmelitas descalzas, Ana María de Jesús Acedo, las siguientes palabras: “Mi deseo de que Fe y Alegría se establezca solidariamente en África es firme, pues opino que si debemos servir a los más pobres, muchos de ellos están en las Naciones Africanas. Allí tendríamos un campo maravilloso de trabajo” (Cartas del Masparro).

Reunidos durante cuatro días en el Centro Bethel de Bakara, empezamos por caracterizar este “campo maravilloso de trabajo” debatiendo en grupo y llegando a acuerdos sobre los desafíos de la educación en el continente africano. No muy lejos se encuentran estos desafíos de los nuestros: la necesidad de un sistema educativo adaptado a la realidad del contexto, formación de los y las docentes, la defensa de una educación de calidad, recursos pedagógicos e infraestructura, así como la participación de la comunidad en la gestión del centro…

¿Cómo podrá Fe y Alegría responder a estos desafíos en los países que se hicieron presentes en este Congreso? Para buscar una respuesta hicimos el ejercicio de entrelazar las experiencias que habíamos visto en Mongo y Bitkine, las experiencias de Fe y Alegría en Madagascar y de otros proyectos educativos que tanto la Compañía de Jesús como algunas congregaciones religiosas vienen realizando en África, con los diez principios que caracterizan la identidad de Fe y Alegría. De este cruce, los participantes resaltaron tres: “nosotros educamos”, “somos promoción social” y “optamos por los sectores excluidos”; pero añadimos uno nuevo que no aparecía en el decálogo elaborado recientemente por la Federación Internacional de Fe y Alegría: la inculturación, la educación concebida como compromiso de la comunidad y adaptada a la realidad de cada país.

Este ejercicio de diálogo en grupos y luego en plenaria fue permitiendo crear un lenguaje común entre los más de cuarenta participantes a quienes se nos exhortó a hacer sugerencias y recomendaciones a los actores que pueden hacer posible la expansión de Fe y Alegría en el continente africano; pero no podíamos concluir sin antes enumerar los recursos que se necesitan, entre los cuales se mencionaron el contar con personas comprometidas en la misión, un gran sentido de creatividad, las alianzas y las redes y una fuerte estructura de comunicaciones entre las organizaciones involucradas. Ya de vuelta a mi país me viene a la memoria las palabras del P. Suñol durante el discurso de apertura: “Desde América Latina después de 60 años de Fe y Alegría, necesitamos de la novedad de los que en estos años están empezando, ni unos ni otros nos repetiremos…”. Y desde aquí pienso que es nuestra tarea ahora aprender de esta “iglesia de fronteras” como evocaba Monseñor Henry Coudray, obispo del Vicariato Apostólico de Mongo, de fronteras geográficas, climáticas y religiosas, que está comenzando a establecer diálogos entre países vecinos para construir un oasis de paz a través de la educación. Participemos, entonces, en este diálogo abierto Sur-Sur sin detenernos en las distancias culturales y las diferencias de idiomas, porque, como lo escribió el P. Vélaz, cuando soñaba una Fe y Alegría en África: “En Fe y Alegría no tenemos ningún criterio preestablecido para dar educación a losmás pobres” (Cartas del Masparro).

 

Transformemos el mundo desde el afecto y la ternura

Mirando el mundo tal y como está no hay duda de que necesita una revolución. Necesita una revolución ecológica, política, social y económica, pero fundamentalmente necesita una revolución del afecto y la ternura. No nos podemos permitir ni un minuto más amar y amarnos tan poco y tan mal. Nuestro cuerpo, nuestra psicología y nuestro corazón ya no resisten más odio, desesperanza y egoísmo. No podemos con más desconfianza, más miedo y más indiferencia. Estamos hechos para el amor. Somos seres limitados. Vivimos en un cuerpo con necesidades concretas e ineludibles que van cambiando a lo largo de la vida. No podemos vivir ignorando la realidad de nuestra fragilidad y finitud. No podemos eludir nuestra necesidad de los demás, porque no podemos vivir sin amor ni reconocimiento. Nos necesitamos los unos a los otros, para sentir el calor de la estima y la amistad, para consolarnos de nuestra contingencia, para acompañarnos en nuestra soledad esencial. Nos necesitamos para sentirnos vivos, nos necesitamos para estar vivos.

No hay afecto sin el otro a quien amar. El afecto se expresa con palabras, gestos, actitudes y hechos. El afecto coge a toda la persona, transforma la cabeza, el corazón y los sentidos. En el abrazo, nos abrazan; en la mirada a los ojos, nos miran; en la cordialidad, el corazón se calienta; en la caricia, nuestra piel se siente reconfortada…

No hay riqueza que compre el afecto o que destierre el odio, ni hay dinero que construya la esperanza y la confianza. Es tarea de cada uno de nosotros en la desnudez de nuestra humanidad y es tarea de toda la comunidad humana, confiando, eso sí, en que en el corazón de cada hombre y cada mujer Dios ha sembrado ya la simiente del Amor.

Sin afecto y ternura, sin dedicar tiempo y energía a cuidarnos, estamos externalizando costes. Lo pagan nuestro cuerpo y nuestra psicología, lo pagan los más vulnerables y los excluidos de este mundo, lo paga la naturaleza, lo pagan las mujeres, lo pagan los niños y las niñas, las relaciones de vecindad, la familia, los amigos.

En un mundo hostil a la Vida y a la humanidad, que nos endurece el corazón y nos desintegra, reivindicamos la revolución del afecto y la ternura como punto de partida, como lentes con las que mirar el mundo y las personas. Es desde aquí, desde donde queremos poner el foco sobre cinco realidades que necesitan ser transformadas o acogidas.

1. La cuestión ecológica

Los síntomas de agotamiento que sufre la tierra (escasez de agua potable, pérdida de biodiversidad, pérdida de tierras de cultivo…) y los signos de alerta que constantemente da aquí y allá (desertificación, contaminación de ríos y mares…), son preocupantes.

Creer que la tecnología y la ciencia arreglarán el problema ecológico en el futuro es una falacia que nos anestesia y nos desresponsabiliza. Nos jugamos la vida en ello, la presente y la futura. Ya sufrimos los efectos: enfermamos y tenemos peor calidad de vida. Pero lo que aquí es una afectación que puede pasar desapercibida, en otros lugares es cuestión de vida o muerte. Hay lugares en los que el cambio climático y la acción irresponsable del ser humano sobre la tierra, matan. El abuso y su efecto no coinciden en el espacio y en el tiempo. Por ello tenemos que superar la «miopía espacial» y la «miopía temporal», y cambiar la mirada utilitarista y fragmentada de la realidad por una mirada sapiencial y holística. La revolución ecológica comienza por nosotros mismos. La conversión a la sobriedad compartida no solo permitirá que viviendo nosotros con menos, otros puedan vivir, sino que se revelará como factor de liberación para nosotros mismos. Tenemos que redescubrir la dimensión profética de los pequeños gestos cotidianos para mostrar que otras maneras de vivir son posibles. Así se va creando una cultura compartida de respeto a todo lo que nos rodea (consumo, hábitos, redes comunitarias…).

Nos tenemos que dar cuenta de que nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza no es diferente de nuestra manera de relacionarnos entre nosotros. Las relaciones humanas interpersonales, las relaciones de género, las relaciones entre las culturas, los pueblos, los Estados, pueden ser de dominio, de explotación, de falta de escucha… o al contrario.

La casa común necesita afecto y ternura, necesita cuidados urgentes y esto se tiene que traducir en una nueva manera de vivir, consumir y pensar el mundo y las relaciones, y también en nuevas formas de participación social y acción política.

2. La insoportable desigualdad

Concluimos el año 2015 con unas cotas de desigualdad inéditas hasta hoy: el 1% de la población ya tiene tanta riqueza como el 99% restante. El número de ricos (aquellos que tienen más de un millón de dólares) crece un 40% en España desde el inicio de la crisis. 6 billones de dólares se mueven en estos momentos de manera opaca en paraísos fiscales. Al mismo tiempo la pobreza en nuestras ciudades se cronifica: más de 1/3 de los hogares españoles tienen ingresos medios inferiores a los 800 euros mensuales; el paro disminuye solo a base de creación de puestos de trabajo precarios y mal pagados… y podríamos seguir.

La utopía de los más ricos tiene la forma de la peor distopía para los pobres, inconscientes los primeros de que el bienestar de los últimos es la única clave para el bienestar de todos. Somos conscientes de la dificultad de cambiar un sistema económico hegemónico a nivel mundial y enraizado culturalmente. El capitalismo solo es legítimo si es capaz de mejorar la vida de los que están peor. Cuando no lo hace, merece ser claramente cuestionado. Ahora sabemos que no podemos seguir viviendo así si queremos que otros puedan vivir mejor. Pero tampoco podemos seguir viviendo así porque este modelo de vida no nos hace más felices, más solidarios ni más humanos. En el «mientras tanto» de esta historia de dolor y sufrimiento, el afecto y la ternura que mueven a la compasión nos obligan a examinarnos. ¿Qué es aquello que me encadena y me deshumaniza? ¿Cómo puedo vivir de manera más solidaria y comunitaria?

3. De la hostilidad y el rechazo a la hospitalidad y la acogida.

Asistimos hoy en día a un desplazamiento forzado de personas que no tiene parangón con ninguna situación pasada. Por un lado las desigualdades económicas se han vuelto abismales; el capitalismo con la compra masiva de tierras, y la explotación de los recursos materiales, ha dejado inmensos territorios sin ningún tipo de perspectiva de futuro. Por otro lado, el incremento del número de conflictos armados ha provocado que el número de refugiados se disparase hasta superar los 60 millones de personas.

Ante esta situación las zonas «ricas y con estabilidad» de nuestro mundo, en vez de abordar las causas de los desplazamientos y buscar la protección de todas estas personas, han corrido a proteger sus fronteras para dificultarles el paso. Esta actuación por parte de algunos estados es simplemente criminal. En todo el mundo, sin embargo, se va despertando la conciencia de que por mucho que levantemos muros no solucionaremos el problema de fondo. Harán falta soluciones políticas globales. Europa no puede seguir en este desgobierno e indiferencia, lavándose las manos cuando es parte activa en la creación de estos desequilibrios a escala mundial.

Pero será necesario un trabajo de abajo a arriba que vaya generando una cultura de la hospitalidad que se oponga a la de la hostilidad. Habrá que combatir a aquellos que quieren pescar políticamente en el río de los discursos xenófobos, que se aprovechan del miedo, y que solo buscan levantar muros entre las personas. Venimos de una tradición bíblica en la que las referencias a la hospitalidad son constantes, porque para aquel que vivía en el desierto la hospitalidad era sinónimo de supervivencia. Actualmente es así para millones de personas, que solo tienen en nuestra acogida una posibilidad de futuro. Estamos obligados a ello, por una ley de humanidad escrita en nuestros corazones y que va más allá de cualquier ordenamiento jurídico. Este cambio solo se producirá si logramos ir diluyendo la frontera que separa el «nosotros» de los «otros», y somos capaces de ver en estos «otros» a «nuestro hermano».

4. La revolución de los cuidados

Cuidado, afecto y ternura son valores atávicamente atribuidos a las mujeres pero ni el mundo se puede permitir que el 50% de la humanidad delegue estos valores en las mujeres, ni los hombres se pueden permitir renunciar a los beneficios que para su vida puede suponer cuidar a los demás.

Para poder hacer realidad la revolución de los cuidados, para poder construir unas relaciones humanas más justas e igualitarias, hay que desenmascarar las desigualdades que nos atraviesan. Por lo tanto, hay que buscar la encrucijada entre una vida basada en la igualdad entre mujeres y hombres, en los derechos sociales, políticos y económicos, en la libertad, en la redistribución de la riqueza y del trabajo, en el fortalecimiento de los servicios públicos, etc., y una vida centrada en el cuidado y en la interdependencia. Porque no puede haber una verdadera justicia social si por el camino dejamos de cuidar a las persones que nos rodean… o si los cuidados recaen exclusivamente en las mujeres.

Solo restableciendo el equilibrio entre identidades relacionales (tradicionalmente vinculadas con la feminidad) e identidades individualizadas (ostentadas históricamente por los hombres a través del mantenimiento del poder y el privilegio y de su apropiación del espacio público), encontraremos la vía para desarrollar esta ética del cuidado y de la responsabilidad colectiva que tan acertadamente describe la filósofa Carol Gilligan:

En un contexto democrático, el cuidado es una ética humana. Cuidar es lo que hacen los seres humanos; cuidarse de uno mismo y de los demás es una capacidad humana natural. La diferencia no estaba entre el cuidado y la justicia, entre las mujeres y los hombres, sino entre la democracia y el patriarcado. Socializar el cuidado es, por lo tanto, la clave para «hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad» de forma colectiva y para construir una verdadera democracia.

Por eso hay que concienciarse de que somos seres vulnerables y de que la atención a esta vulnerabilidad es una responsabilidad social.

5. El año de la misericordia

El Papa Francisco quiere que la Iglesia mire el mundo desde esta perspectiva especial. Esta mirada misericordiosa ha de ser la que la Iglesia y el pueblo de Dios tienen que tener hacia todos aquellos que fracasan en el intento de lograr el ideal evangélico propuesto por Jesús. También debemos tener una mirada de misericordia cuando los que fracasamos somos nosotros o la propia Iglesia.

La misericordia va más allá de la justicia. Un mundo justo eliminaría la gran mayoría de problemas de la humanidad actual. Pero la justicia según la cual se tiene que «dar a cada uno según lo que le corresponde» nos aboca a una meritocracia religiosa o económica que requiere sistemas de compensación para todos aquellos que no consiguen «hacer méritos». Sin misericordia, un sistema de justicia se vuelve cruel hacia los más débiles. Un Dios exclusivamente justo acaba siendo implacable con los pecadores. Jesús, en cambio, se rodeó de gente que no tenía ningún mérito ante la sociedad: pecadores, ladrones, leprosos, ciegos, prostitutas…

La mirada de misericordia es necesaria para dejar de mirar a todos los marginados de nuestra sociedad como culpables y merecedores de su propia suerte y pide al ser humano una acogida sin condiciones. Para lograr esta mirada de misericordia, también la Iglesia necesita una revolución de afecto y ternura, para mirar al mundo y para mirarse a sí misma y para actuar desde la compasión.

Acabamos el año 2015 particularmente «maltrechos y desesperanzados, como ovejas sin pastor» y con la tentación de encerrarnos en nosotros mismos y dejar para otro año la lucha por el otro mundo posible que anhelamos.

Sin duda es ahora, cuando el mal nos deja desnudos y a la intemperie, cuando tenemos que confiar en el poder del afecto y de la ternura, y desde lo más pequeño de nuestras relaciones y vidas cotidianas, transformar el mundo.

Cristianisme i Justícia

 

SJR Colombia – Día Internacional de las Manos Rojas 2016

La situación de miles de Niños, Niñas y Adolescentes (NNA) que se han visto involucrados en el conflicto armado a través del reclutamiento, uso y vinculación, es fuente de preocupación e interés para el Servicio Jesuita a Refugiados – Colombia (SJR Colombia), máxime cuando esta problemática se ubica entre una de las principales causas de desplazamiento forzado en las regiones donde hacemos presencia.

A la luz de estos hechos hemos liderado desde hace varios años el Día Internacional de la Manos Rojas, fecha en que los NNA de los colegios de la Compañía de Jesús, colegios Fe y Alegría y otros centros educativos, así como los grupos juveniles que se acompañan desde el Área de Prevención y la comunidad en general, tiñen sus manos de rojo y las estampan en telas, papeles, murales o en cualquier superficie, como símbolo de rechazo al reclutamiento, uso y vinculación de NNA en el conflicto armado.

Este año la propuesta de las áreas de Prevención/Red Colegios, Incidencia y Comunicaciones del SJR está basada en tres líneas estratégicas. La primera, desvinculación inmediata de niños, niñas y adolescentes que se encuentran en los grupos armados; la segunda, prevención del reclutamiento, uso y vinculación de NNA por parte de cualquier grupo armado. Y finalmente, la participación efectiva de los NNA en la construcción de la paz.

Los equipos regionales del SJR, la Red SJR Colegios y la Red Solidaria de Jóvenes de España, han acogido esta propuesta y se prepararon para conmemorar esta fecha con la siguiente programación:

Programación SJR Colombia 12 Día de las Manos Rojas

El trabajo con hombres y mujeres jóvenes que lideran procesos de sensibilización masiva en sus centros educativos y en sus grupos de referencia, constituye para el SJR una manera de proyectar una visión justa y menos estigmatizada de la población víctima del conflicto armado, contribuyendo a la formación de nuevas ciudadanías para la paz y la reconciliación.

Jesuitas Colombia

Reflexión del Evangelio, Domingo I de Cuaresma

Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

En aquel tiempo Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”».

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo esto, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: – «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto»».

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le contestó: – «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Completadas las tentaciones, el diablo se marchó hasta otra ocasión.

(Lucas 4, 1-13). 

Desde el miércoles pasado ha comenzado el tiempo de la Cuaresma, los cuarenta días de preparación para la Semana Santa. Junto con la señal de la cruz que nos identifica como seguidores de Jesús, marcada en nuestra frente con ceniza bendita, hemos recibido la invitación que Él mismo nos hace: “conviértete y cree en el Evangelio”. Convertirse es cambiar la mentalidad egoísta por una disposición al amor verdadero, reorientándose uno hacia Dios, que es Amor. Y creer en el Evangelio es acoger la Buena Noticia de Dios proclamada por el mismo Jesús, una noticia de liberación de todo cuanto encadena al ser humano impidiéndole ser verdaderamente feliz. Hoy, continuando como trasfondo esta misma invitación, los textos bíblicos nos exhortan a renovar nuestra fe en Dios, a vencer las tentaciones siguiendo el ejemplo de Jesús con la fuerza del Espíritu Santo, y a reafirmar nuestra confianza en su poder de salvación.

1.- El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo

Marcos, Mateo y Lucas, los tres evangelistas que narran el retiro de Jesús al desierto de Judea inmediatamente después de su bautismo, indican que lo hizo conducido por el Espíritu. Lucas lo llama Espíritu Santo para indicar más explícitamente que Jesús era movido por el aliento vital de Dios, al que reconocemos en el Credo como la “tercera persona” de la santísima Trinidad. Y es precisamente con el poder del Espíritu Santo como Jesús vence las tentaciones provenientes del “diablo” (en griego diábolos, traducción del hebreo satán o satanás), palabra que significa adversario y con la que es denominado en los textos bíblicos el poder del mal que se opone al Reino de Dios.

Los apetitos desordenados básicos de todo ser humano son el ansia de poseer, el ansia de dominar y el ansia de aparentar. En otras palabras, el hambre del dinero fácil, la ambición de poder sobre los demás para someterlos a los propios caprichos y la inclinación a la vanagloria. Esta es la triple tentación original, la de los inicios de la humanidad y la de siempre, que corresponde al deseo de “ser como Dios” (Génesis 3, 5), pero no en el sentido de identificarse con lo que Él es realmente (Dios es Amor -1 Juan 4, 8.16-), sino en el de una concepción distorsionada de la divinidad, según la cual ser “dios” es tenerlo todo, someter o esclavizar a los demás y hacerse adorar de ellos.

2. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios…”

Jesús quiso ser sometido a las tentaciones para enseñarnos a vencerlas con la fuerza del Espíritu Santo. Acababa de ser proclamado Hijo de Dios en su bautismo, y ahora lo vemos en un retiro de 40 días, al final de los cuales el tentador le hace tres propuestas, cada una con la frase inicial “si eres Hijo de Dios”.

El relato de las tentaciones a las que se sometió Jesús es interpretado por los estudiosos de los textos bíblicos como una contraposición entre lo que muchos esperaban que fuera el Mesías prometido -un superhéroe que resolvería los problemas humanos por artes de magia, en forma poderosa y espectacular, y la verdadera misión que Dios Padre le había dado a su Hijo Jesús: hacer presente el Reino de Dios por la acción de su Espíritu, que es Espíritu de Amor, llevando hasta las últimas consecuencias el amor auténtico al entregar su propia vida en la cruz por la salvación de toda la humanidad. Las tres respuestas de Jesús son, paradójicamente, expresiones de su condición de Hijo de Dios, cumplidor cabal de la voluntad de su Padre.

El evangelista san Lucas termina el relato diciendo que “el diablo se marchó hasta otra ocasión”. En efecto, Jesús no sólo fue tentado en el marco de aquellos 40 días. Las tentaciones continuaron en toda su vida pública, como por ejemplo cuando la gente quiso proclamarlo rey después de la multiplicación de los panes y peces; o cuando los doctores de la ley le exigían una señal espectacular para creer en Él; o cuando, después de anunciar su pasión, Simón Pedro -a quien le respondería “apártate de mí Satanás”– trató de disuadirlo para que no se sometiera a ella; o finalmente, cuando en el Calvario le gritaban que bajara de la cruz para demostrarles que era el “Hijo de Dios”.

3.- “Tú que habitas al amparo del Altísimo, di al Señor: confío en ti” (Salmo 91)

La primera lectura (Deuteronomio 26, 4-10) nos presenta la profesión de fe de los israelitas, que rememoran su pasado como una historia de salvación anunciada a los patriarcas (Abraham, Isaac, Jacob y sus 12 hijos, que darían origen a las 12 tribus de Israel), realizada en la liberación de la esclavitud de Egipto y que sigue sucediendo gracias al poder liberador de Dios. Este poder se canta en el Salmo 91 (90), propuesto para este domingo como salmo responsorial, no en la forma tergiversada en que lo cita el tentador, sino en el sentido de una confianza humilde en Dios que nos salva en medio de las tribulaciones o situaciones difíciles, porque, como dice la segunda lectura (1 Romanos 10, 8-13), “quien confía en Él no quedará defraudado”.

Por eso, en todo momento pero de modo especial durante el tiempo de la Cuaresma, Dios mismo nos invita a renovar nuestra confianza en su amor infinito manifestado en nuestro Salvador Jesucristo, disponiéndonos a una sincera conversión e invocando la fuerza del Espíritu Santo para luchar victoriosamente contra todos los poderes del mal, tal como nos enseñó Jesús a pedir en el Padre Nuestro: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal».

Testimonio: Mi experiencia de Misión

por Luis Horacio Larrea

Escribir sobre lo vivido en la misión en esos días no es muy fácil, porque poner en palabras lo que el corazón vivió con intensidad.

La llegada a esta misión fue para mí fue un poco extraña, le contaba a mis desconocidos compañeros de comunidad, que no estaba acostumbrado a este estilo o forma de misionar en la cual no tenía idea del material que se iba a trabajar, ni quiénes serían las personas con las que compartiría estos días. No terminaba de dimensionar los días previos todo lo que podía llegar a suceder y me costó un poco el no haber sido parte de las instancias de preparación, o conocer materiales, actividades, etc.

Quizás me había olvidado de que Dios hace nueva todas las cosas, y que cada día es una novedad en nuestra vida. Y lo viví de ese modo especialmente en cada actividad a lo largo de esa semana: desde la primera oración del a mañana, la salida a las casas, el compartir en los encuentros con los niños, celebrar la eucaristía hasta terminar compartiendo a la noche con mis ya no tan desconocidos compañeros de comunidad, me empezó a embarcar en esta “Misión Joven”.

Ahí empezó la misión. Ahí empecé a intentar a mirar un poco con la mirada de Cristo: cada entrada a una casa era motivo de alegría y de agradecimiento de que se me permita palpar con la escucha, con las charlas, con las sonrisas, con las lagrimas del tesoro más preciado de Jesús que es el corazón de cada uno de esos rostros con los que nos fuimos encontrando. Los encuentros con los más chicos fueron el motor de cada día, un momento para olvidarse de las preocupaciones, las estructuras, las “cosa de los grandes” para entrar en ese mundo sencillo y tierno de jugar y reír sin importar tiempo ni lugar, simplemente hacerse como niños.

No puedo olvidarme de la Eucaristía y de la oración, elementos fundamentales para no desfallecer o caer en la tentación de creernos “centros de la misión” , cuando el único centro de todos estos días era el mismo Dios queriendo estar más cerca de su pueblo.

No quiero terminar esta pequeña historia de cómo viví, sin recordar a mi comunidad, a los misioneros con los que me toco compartir estos días, cada uno diferente, lleno de dones y repleto de un amor ardiente por el evangelio, que no dejaron que por ser “nuevo” me quede aislado o me sienta incómodo. Desde el primer día con pequeñas charlas, con pequeños gestos, con preguntas interesándose sobre mi vida, me hicieron sentir como que nos conociéramos de toda la vida, y esas cosas solamente suceden si está Cristo de por medio. Estoy completamente agradecido por mi comunidad.

Mis palabras de conclusión son simplemente de agradecimiento, para los coordinadores, encargados, intendentes, misioneros, sacerdotes, religiosas y religiosas y para todo Cardona-Florencio Sánchez. Mi felicidad no tiene palabras, el reencontrarme con la misión me llena el corazón y me desafía a poder hacer que en el difícil día a día de mi vida pueda intentar “Ir sin miedo para servir” confiando en que no estoy solo, que Él me ama hasta el extremo, y que sale a mi encuentro y en mi búsqueda cada día. Con esta frase espero que quede plasmado lo que me llevo de esta misión: «Jesús no necesita que seamos perfectos para hacer cosas buenas, con nuestros defectos y limitaciones podemos hacer muchas cosas buenas con los demás».