Dos días después de la elección, el equipo de comunicación de la Congregación General se encontró con el Padre Arturo Sosa, SJ para conversar sobre su vida y su pensamiento. La conversación pretende dar a conocer al nuevo Padre General de forma más personal, y está pensada para todos los Jesuitas y los amigos y amigas de la gran familia ignaciana distribuida por el mundo.
Sobre su elección como Padre General
Como todos los electores llegué a la Congregación preguntándome quienes serían los mejores candidatos para el cargo de Padre General y, obviamente, yo no me tenía en esa lista. El primer día de las murmuraciones1 fue empezar a averiguar sobre los que yo creía que eran los candidatos, el segundo día empecé a escuchar que me preguntaban a mí, o que habían preguntado por mí, el tercer día comencé a preocuparme pues ya era mucho más directo y el cuarto más todavía. En los tres días últimos hablé con 60 personas, y muchos ya preguntaban por mi salud. Así que empecé a hacerme a la idea, aunque rogando que los compañeros se tomaran en serio lo que dice San Ignacio sobre ir a la elección sin la decisión cerrada. El día de la elección, al ver las votaciones, me fui haciendo a la idea, con una profunda intuición de que aquí me tengo que fiar del juicio de los hermanos, pues del mío no me fío. Si ellos me eligieron ha sido por algo, y trataré de responder lo mejor que pueda.
En esta elección yo creo que se valora la experiencia de trabajo local e internacional, y no dudo que los últimos años en Roma tienen que ver con ello. Pero principalmente entiendo que soy uno de tantos jesuitas de la Compañía Latinoamericana que ha intentado poner en práctica lo que las Congregaciones han dicho en los últimos 40 años. Yo loentiendo como una confirmación de la dirección que comenzó la Compañía en tiempo de Arrupe. Entiendo esta elección como una confirmación de que hay que seguir por aquí.
Pero yo, personalmente, soy como muchos jesuitas de mi generación.
I – Origen y Formación
Familia
Nací en el escasísimo periodo de democracia que hubo en la primera mitad del S. XX en Venezuela, en 1948. Mi nacimiento fue el 12 de noviembre, y el 24 de ese mes hubo un golpe de estado contra el 1er presidente elegido democráticamente en el país después de la independencia. Mis abuelos vivieron una gran pobreza, pero mi padre ya fue de la generación que construyó el país.
Éramos una familia muy extendida, donde compartíamos espacio varias generaciones. Para mí fue muy importante estar tan juntos. Nuestras casas no tenían muros, no había distinción entre un jardín y otro, todos vivíamos conjuntamente. Éramos una familia muy católica, aunque poco expresiva en su religiosidad. En ese entorno aprendí a ver la realidad desde la perspectiva de ir más allá de lo que hay, de que las cosas no son necesariamente como están. Me crié siempre batallando por ir un poco más allá de lo que había.
Era una familia en ese sentido muy sensible a la realidad y convencida de la necesidad de estudiar. Siempre me motivaron muchísimo a conocer la realidad, a abrirme al mundo, a aprender idiomas… Mi papá era un hombre muy inquieto, viajaba mucho fuera y dentro del país. Si en aquel tiempo en Venezuela habría 10 personas que leían la revista Time, uno era él. Era economista y abogado y estuvo dos veces en el gobierno. Muchas veces me invitaba a acompañarlo en los viajes internos. Cuando llegábamos a una ciudad que yo no conocía siempre me decía: «vamos a montarnos en la circunvalación», y dábamos la vuelta a la ciudad mientras me explicaba todo lo que íbamos viendo. Era como un constante abrir los ojos a una realidad siempre más grande, a no quedarme encerrado en lo que ya conocía.
El colegio
El otro ambiente donde se desarrolló mi infancia fue el colegio San Ignacio, en Caracas. Empecé el colegio en kínder cuando tenía 5 años y ahí pasé 13 años hasta que terminé el bachillerato. Mi papá también había sido alumno del mismo colegio. Entonces en los colegios de la Compañía había muchos jesuitas, sobre todo jóvenes: maestrillos y hermanos. Para mí era una especie de segunda casa. Según mi mamá la primera, porque yo nunca estaba en la casa. Había actividad desde el lunes a veces hasta el domingo, día que había misa en el colegio. Si soy sincero no me acuerdo de la química o la matemática, pero sí recuerdo muy bien haber creado grupos dentro del colegio como la Congregación Mariana, el centro de estudiantes… teníamos mucha actividad de este tipo. Esto tiene mucho que ver con el nacimiento de mi vocación al haber experimentado la dimensión de sentido de la vida cuando te entregas a los demás.
II – Itinerario jesuita
Mi Vocación
Yo conocí a los jesuitas en el colegio y nunca tuve ninguna duda sobre mi vocación a la Compañía. Ni siquiera me la planteaba como sacerdocio, sino como ser jesuita. En concreto, haciendo memoria, los jesuitas que más me impresionaron fueron los hermanos.
Había muchos hermanos en la Provincia de Venezuela. En concreto, en el colegio había hermanos cocineros, el que arreglaba el autobús, el chófer… y había hermanos maestros. Las clases de los grados de primaria las daban bastantes hermanos, que eran de verdad pedagogos. Los hermanos y los maestrillos eran la gente que de verdad nos acompañaba, a los curas ni los veíamos.
Mi interés por la Compañía nace en este contexto, muy alimentado también con una fuerte mirada a la situación del país. Yo pensaba que uno puede hacer algo por la situación de este país y el mejor sitio, para mí, era la Compañía. Mi generación fue muy sensible a las necesidades de seguir construyendo el país, otros compañeros de grupos y de la Congregación Mariana fueron médicos, ingenieros, se fueron al Amazonas… había un sentido de fondo, creímos en un proyecto de país, de sociedad.
Tiempo del Concilio
El Concilio tuvo mucha importancia para mí, fue sin duda una gran noticia. Lo seguimos como si fuera una novela. La Congregación Mariana era como el lugar donde nuestra reflexión vinculaba lo social con lo espiritual y era allá donde leíamos los documentos que alimentaron la reflexión semanal de nuestros grupos durante los 4 años. Lo seguíamos muy paso a paso…
Y en ese tiempo vino la elección de Arrupe, que fue otra bocanada de aire nuevo. Arrupe es elegido cuando en mi grupo estábamos decidiendo si entrar a la Compañía. En el colegio era histórica la relación con las misiones de Japón y Ahmedabad, en la India. Así que la elección de un misionero en Japón fue muy simbólica e importante.
Ya en el noviciado, teníamos el libro de los decretos de la Congregación General 31 (CG 31) y los leíamos más que al Padre Rodríguez3 , los estudiábamos. Y vino la Carta de Río4 , coincidiendo con la Conferencia de obispos latinoamericanos en Medellín. Ocurrió algo parecido que con el Concilio, pues vivimos muy de cerca toda la dinámica y la reflexión. Los documentos preparatorios de esa conferencia fueron prácticamente transformados por una dinámica que venía de las bases, como un grito que había que escuchar, la propia gente decía que teníamos que cambiar, y eso significó un grandísimo aliento para la Iglesia latinoamericana y para la Iglesia venezolana.
Hay que decir que la Iglesia venezolana era una Iglesia muy frágil y por eso el Concilio es tan importante para nosotros. La Iglesia en Venezuela fue prácticamente exterminada durante el s.XIX. Se trata de una sociedad mucho más laica que la de Méjico o Colombia, mucho menos expresivamente religiosa. Además fue muy golpeada y expropiada por los distintos gobiernos. Por eso llegaron los jesuitas a Venezuela, los llamaron para trabajar en el seminario, para formar el clero de una iglesia pobre y frágil en la que no había vocaciones. Este es el contexto en el que el Vaticano II, Río, Medellín… era como decir: la Iglesia ha encontrado su fuerza en la gente, ha encontrado su fuerza en la fe.
4 Meses antes de la Conferencia de Obispos de Medellín, los Provinciales jesuitas de América Latina, reunidos con el Padre Arrupe, dirigen una carta a la Compañía, llamada «Carta de Río » (mayo 1968) que resultará clave para el impulso de la posición de la Compañía en la defensa de la justicia social en Latinoamérica; del pueblo y de esa fe tenemos que vivir y de esa fe vamos a poder generar otra Iglesia.
Magisterio en el Centro Gumilla
En este momento la Compañía estaba creando en América Latina los centros de investigación y acción social (CIAS), haciendo un esfuerzo para que los jesuitas se formaran en ciencias sociales. Muchos compañeros fueron enviados a estudiar economía, sociología, antropología… y empezaron a formarse grupos de investigación y de trabajo. Al primero de esos CIAS en Venezuela se le puso el nombre de Centro Gumilla, un jesuita que anduvo por el Amazonas y escribió una gran cantidad de obras sobre antropología y botánica. Ese grupo comenzó justo cuando yo acababa de entrar en la Compañía y como novicios nos tocó ayudar a montar la biblioteca. Yo tenía muchas ganas de estudiar ciencias sociales y toda esta coincidencia fue muy motivadora.
Años más tarde, los provinciales empezaron a plantearse posibles destinos de magisterio fuera de los colegios y tuve la suerte de ser enviado de maestrillo al Centro Gumilla de Barquisimeto. Este Centro se ocupaba fundamentalmente de las cooperativas campesinas en los barrios de dicha población. Otros compañeros fueron a parroquias. La provincia estaba en la actitud de ofrecer a los jóvenes posibilidades distintas de las tradicionales.
Teología en Roma
Tuve que venir a Roma a regañadientes pues en Venezuela no había oportunidad de estudiar teología. Nosotros queríamos estudiar teología en Chile o en Centroamérica, pues en esos momentos eran lugares de un vivo dinamismo religioso y político. Viéndolo desde este momento, agradezco que me hayan obligado a venir a Roma, pues nunca habría podido experimentar de otra manera el vivir intensamente con jesuitas de 30 países distintos. En este tiempo la gente y el entorno estaban muy vivos. En Italia conecté muy bien con comunidades cristianas. Estos años fueron claves para mi apertura a otras perspectivas de sociedad, de Iglesia y de Compañía.
Eso sí, en mi grupo nos empeñamos en que el 4º año de teología queríamos hacerlo de vuelta en Venezuela, y Arrupe – con la palanca del padre McGarry – fue muy comprensivo. Tras la creación del Centro Gumilla, se creó un conjunto de comunidades religiosas en Venezuela con la idea de hacer una facultad de teología, y en este tiempo pude hacer un cuarto año ad hoc de seminario intensivo.
III – Ciencias políticas
Universidad Central de Venezuela
El padre Gumilla, misionero jesuita del siglo XVIII, fundador de varias poblaciones en los ríos Apure, Meta y Orinoco, era sobre todo un hombre de acción y un perspicaz observador de la naturaleza y la antropología. Murió en algún lugar de Los Llanos venezolanos el 16 de julio de 1750, tras 35 años de labor como misionero.
Durante el último año de teología también trabajábamos. En ese tiempo yo estaba en actividad más bien pastoral. Ese año vivíamos en Catia6 – parroquia de la Compañía en Caracas – y trabajaba con otro compañero en una parroquia cercana en El Valle mientras se hacían los estudios de teología. Al terminar este año comencé los estudios en Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela. Se trataba de la universidad más importante del país, donde además había jesuitas profesores y llevábamos la parroquia universitaria. Era un ambiente muy importante para la Compañía, empeñada en mantener presencias no solamente en la Universidad Católica, sino también en la Central donde había mucha más amplitud de discusión ideológica.
Centro Gumilla
En este tiempo me destinan al Centro Gumilla, en Caracas, de forma que comienzo a trabajar en la revista SIC al mismo tiempo que hago el doctorado y doy clases en el ciclo básico. Estuve trabajando en este centro desde el año 1977. Cuando al P. Ugalde le nombran provincial, me nombran director de la revista y en dicho trabajo estaré volcado por los siguientes 18 años hasta el 96. La revista era el órgano de comunicación del Centro Gumilla, encargado de la difusión del trabajo intelectual y de investigación que realizaba el Centro directamente. La revista se llama SIC, que significa «sí» en latín, pues había nacido en el Seminario Interdiocesano de Caracas, muchos años antes y fue después tomada por el Centro Gumilla.
En esa revista intentábamos hacer un seguimiento mensual de la realidad social además de fomentar la formación socioeconómica de estudiantes, grupos de las parroquias, grupos populares… Teníamos también una fuerte vinculación con la universidad donde todos trabajábamos dando clase o con algún grupo de investigación. En Barquisimeto promovíamos cooperativas de ahorro y crédito en los barrios y cooperativas agrícolas en las zonas campesinas. Teníamos una reflexión común muy interesante y esos años me dediqué a escribir, leer, discutir, y participar en cursos de formación.
IV –Liderazgo jesuita
Época como Provincial
Me toca comenzar de Provincial en 1996 cuando ya se veía que los cambios sociales iban a ser fuertes y se necesitaba fortalecer la identidad de la provincia. Todo estaba ya listo para abrirse a las vocaciones venezolanas dentro de la provincia, no sólo a las vocaciones jesuitas sino también a tanta gente que ya estaba comprometida con las distintas instituciones: la universidad, colegios, Fe y Alegría, parroquias… era un momento muy interesante, ya había un cuerpo de gente que estaba con nosotros y con un fuerte sentido de identidad en una misión compartida. De ahí salió la idea de hacer un proyecto apostólico de largo plazo, hasta el 2020, que aún está en marcha. Aquellos años fueron muy intensos, fue una reflexión muy interesante en la que la oficina provincial era únicamente un catalizador, se implicó a muchísima gente, laicos y jesuitas, y duró varios años hasta llegar a las grandes orientaciones de la provincia.
Llegó un momento en que logramos dar un sentido de sujeto apostólico. Esa expresión que hoy todo el mundo usa, la inventamos en Venezuela en ese tiempo. Ahí viví en primera persona la intuición de que la misión apostólica no nos pertenece. No la he leído, la he experimentado al encontrarme con gente que vive la misión con mayor profundidad que uno mismo, desde condiciones mucho más difíciles. Al fin y al cabo nosotros estamos liberados para hacer eso pero hay muchos colaboradores que lo hacen a la vez que llevan adelante una familia y en situaciones bien complejas, sin disminuir por ello su gran compromiso con la misión. A raíz de este movimiento comenzó la necesidad de crear condiciones para fomentar la identidad compartida. Lo mismo que hacen falta 20 años para formar un jesuita, con estudios, experiencias, ejercicios, etc… nos pusimos a pensar en una oferta de formación y experiencias más sistemática para los laicos. De ahí surgieron nuevas formas de ofrecer Ejercicios Espirituales a todos los niveles sociales, o el mismo movimiento Huellas, que se plantea como un itinerario de formación para jóvenes. La idea de fondo es que la experiencia cristiana es una experiencia de formación en la fe y que junta el compromiso apostólico con la formación y con la vida espiritual y el conocimiento del país.
Universidad de Frontera en Táchira
Táchira está a 1000 km de Caracas, ya en la frontera con Colombia, y allá no había posibilidad de estudios universitarios. En los años anteriores al Concilio, el obispo del Táchira intuyó que la forma de mantener a la gente joven en la zona era ofrecer una universidad. Los jesuitas ayudaron a hacer una extensión de la Universidad Católica Andrés Bello en el Táchira, bajo la responsabilidad de la diócesis. Tras 20 años se convirtió en la Universidad Católica del Táchira.
Cuando llegué, la universidad estaba más o menos consolidada, había que impulsar su crecimiento tanto institucional como misionalmente. Hicimos un campus nuevo, creció el número de estudiantes, pero sobre todo pusimos mucho énfasis en fomentar el contacto con la realidad, clave de nuestro concepto de formación integral que va más allá de lo académico.
En Táchira, además de la universidad, los jesuitas tenemos la responsabilidad de dos parroquias en la zona de frontera, una emisora de radio y cinco escuelas de Fe y Alegría. En la parte colombiana también hay instituciones de la Compañía, especialmente escuelas de Fe y Alegría. Así que se planteó hacer el esfuerzo de trabajar en un proyecto interprovincial y regional, ya que en esa zona la frontera es algo completamente artificial. Es cierto que tiene razones históricas, pero es la misma cultura, la misma gente e incluso las familias están dispersas en los dos lados. Se trata de la frontera más fluida entre Venezuela y Colombia y nos planteamos aprovechar ese fuerte sentido de identidad y crear una zona apostólica que pudiera juntar las dos naciones con varios tipos de trabajo propios de laCompañía, como la educación universitaria, primaria, secundaria, el trabajo pastoral, el trabajo con refugiados… Logramos un trabajo interesantísimo porque los estudiantes participaban en las actividades de la pastoral y los centros educativos, y el resto de las obras utilizaban la universidad como centro de referencia.
Experiencias de articulación latinoamericana
La época de Provincial fue un momento también de entrar en contacto con la Compañía de Jesús y la Iglesia latinoamericana. Destacaría tres experiencias muy fuertes de construcción conjunta en esos años:
La Conferencia de Provinciales de América Latina (CPAL) nació cuando yo estaba de Provincial en Venezuela. Ya estaba madura la decisión de mantener dos asistencias pero a la vez crear una única conferencia de provinciales. El arranque de la CPAL fue una apuesta por la articulación en contra del parecer de mucha gente. Mucho le debemos a la tenacidad del P. Francisco Ivern. Latinoamérica es muy grande y diversa, de México a la Patagonia hay una buena distancia y el Caribe no tiene nada que ver con la Argentina. Nuestro esfuerzo tenía que romper con una larguísima tradición de América Latina norte y cono sur caminando separados. Pero nos pusimos a ello y empezaron a salir proyectos comunes.
La otra experiencia fue el nacimiento de la Asociación de Universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (AUSJAL). Ha sido precioso participar en la evolución de la AUSJAL hacia una red efectiva. Pasar de ser un club de amigos donde los rectores nos reuníamos una vez al año para compartir experiencias, a una organización donde lo que funciona es el cuerpo – lo que llamamos los grupos de homólogos – promoviendo proyectos sobre pobreza o liderazgo juvenil y donde participan varias universidades. Así se va creando la red. En mi experiencia de universidad pequeña, aislada, en la frontera… AUSJAL supuso un respiro de verdad, abría posibilidades de experiencias, intercambio de profesores, de estudiantes, ideas, proyectos, que dan otra dimensión al sentido de mantener proyectos frágiles, pero significativos.
Otra experiencia de articulación supra-provincial fue el nacimiento de Fe y Alegría y su transformación en una red internacional. Con Fe y Alegría los lazos son de mucho tiempo. Realmente tengo que decir que yo empecé a conocer los barrios de la mano de Fe y Alegría. Desde el colegio San Ignacio cuando estaba en 6º grado – que fue cuando empezó Fe y Alegría – ya íbamos a los barrios de la mano de este movimiento. En bachillerato me encantaba la biología y mis padres me regalaron un microscopio y yo iba con mucha frecuencia al barrio de Petares al colegio Madre Emilia, uno de los primeros colegios de Fe y Alegría. Cuando entré en la Compañía mi madre me preguntó “¿qué haces con el microscopio?, ¿se lo regalas al colegio Madre Emilia?» El Padre Vélaz, el fundador de Fe y Alegría, era una persona conocida en el círculo que nos movíamos. Poder apoyar desde donde yo estaba y ver el crecimiento de Fe y Alegría como red internacional, fue una experiencia bien gozosa. Las redes son especialmente importantes desde las fronteras, donde los recursos son muy escasos. Es un privilegio ver cómo la pertenencia a la red hace posible una escuela de Fe y Alegría en zonas muy vulnerables con una fortaleza que no puede tener por sí sola.
Experiencia en el gobierno central
Viví la CG32 cuando estaba estudiando en Roma. Nunca olvidaré lo que fue escuchar al propio Arrupe contarnos a los estudiantes del Gesù, su propia experiencia en dicha Congregación tan importante para nuestra Compañía. Mi primera experiencia como delegado fue en la CG 33, a donde fui elegido con tan solo 34 años. Era el congregado más joven. Fue una experiencia muy intensa, un momento complejo en que no era fácil acertar y vivimos el rápido consenso en la elección de Kolvenbach como una experiencia realmente inspiradora. El nuevo Padre General se manejó magistralmente en esa transición hacia ganarse de nuevo la confianza de otros sectores de la Iglesia hacia la Compañía sin que dejásemos de profundizar en las grandes intuiciones de la CG32. Luego participé también en la 34, muy de la mano del P. Michael Czerny, encargado de la coordinación de la comisión de justicia social. Ahí conocí al P. Adolfo Nicolás, que era el secretario de la Congregación. Mi vinculación en el gobierno central comienza en la CG35 cuando el P. Nicolás crea los asistentes no residentes (otros nos llamaban volátiles o volantes…). Tras ser elegido, me dijo en un pasillo: “quiero que participes del gobierno de la Compañía, pero no desde aquí”.
Nos nombraron al P. Mark Rotsaert y a mí, y fue una experiencia bien interesante pues participábamos del consejo general pero no vivíamos en Roma. Veníamos fundamentalmente en los tiempos fuertes, 3 veces al año y traíamos una mirada y una voz más allá de la cotidianeidad. Fue una etapa agotadora, pero aprendí mucho ya que suponía mantener contacto con la compañía universal, ya a nivel de gobierno general, no en clave deliberativa como son las Congregaciones. Años más tarde, el asistente me mandó un email preguntándome «cómo ves tú la posibilidad de trabajar como responsable de las casas internacionales de Roma?» y yo le mandé la clásica respuesta jesuita: «Entré en la Compañía para hacer lo que me digan, no lo que yo quiera, pero me parece que…» y expliqué todos los argumentos para el no.
Honestamente me quedé muy tranquilo pues pensaba que las casas internacionales de Roma estaban fuera de mis competencias y además había sido muy crítico con ellas. Semanas más tarde me llegó el nombramiento. No me preguntaron más. El provincial me llamó y me dijo «tengo una noticia que no puedo ni decirte, no puedo ni hablar, pues no sé qué vamos hacer con la universidad si tú te vas». Y así terminé viniendo a Roma por segunda vez.
Debo decir que la experiencia de estos dos años aquí ha sido muy interesante. Es muy distinto estar de estudiante en la Gregoriana con 28 años que venir a los 60 y pico para serresponsable de 400 jesuitas que trabajan en las casas internacionales. Esta nueva perspectiva supone conocer las personas más de cerca y las dinámicas de las instituciones. Tengo que reconocer los grandes esfuerzos que se han hecho en los años anteriores por renovar estas estructuras. El gran sueño ahora es que se constituya el consorcio universitario entre las tres instituciones clásicas de la Compañía en Roma. Nombre que recibe la comunidad de jesuitas que cursan su primer ciclo de teología en Roma. La comunidad es adyacente a la Iglesia del Gesù.
Durante estos dos últimos años he tenido la ocasión de encontrar al Papa Francisco cuatro o cinco veces, siempre con ocasión de cuestiones relacionadas con las casas internacionales de la Compañía en Roma. La relación ha sido siempre muy gentil y con mucha chispa, con esa sintonía propia de este Papa que nace de la simpatía. Creo que el mensaje del Papa Francisco en estos últimos años ha sido una manera de entusiasmar a la Compañía en lo que estamos haciendo – aquí y en otras muchas partes. Así como en la CG35 fue clave el discurso de Benedicto, en este tiempo Francisco nos está confirmando que estamos en la dirección propia de la misión de la Compañía. Incluso nos anima a ir más allá, como si dijera: «ustedes están todavía muy atrás en lo que pueden hacer». Es el Santo Padre, con su ejemplo y con su conocimiento de la Compañía, el que continuamente nos confirma que estamos en buena dirección.
V – Y ahora… de Espíritu y de corazón
Mirando al Futuro
La gente me pregunta ¿cómo está? y siempre respondo que estoy tranquilo. Estoy convencido que no hay Compañía si no es «de Jesús». Y esto tiene dos vertientes: no habrá Compañía si no hay una unión íntima con el Señor, y por otro lado si verdaderamente es de él, confiamos que nos ayude a cuidar de ella. Creo que esa centralidad es una de nuestras claves: si la persona de Jesucristo no está delante de nosotros, dentro de nosotros y con nosotros todos los días, la Compañía no tiene razón de ser.
Una consecuencia de esta intuición es la certeza de que se trata de «su» misión, la misión que compartimos nosotros es la de Jesús, junto con todos los demás que comparten dicha llamada. Por eso hay dos temas que me parecen fundamentales, y que abordé en la homilía de la Eucaristía de acción de gracias: la colaboración y la interculturalidad.
El énfasis en la colaboración no es una consecuencia de que no podemos solos, es que no queremos. La Compañía de Jesús no tiene sentido sin la colaboración con otros. Ahí estamos llamados a una enorme conversión, pues en muchas partes aún vivimos la nostalgia de cuando hacíamos todo, y no nos queda más remedio que compartir la misión. Creo profundamente que es exactamente lo contrario, nuestra vida está en que podamos colaborar con otros.
El otro es el de la multiculturalidad/interculturalidad, pues es lo propio del Evangelio. El Evangelio es una llamada a la conversión de todas las culturas para afianzarlas como culturas y llevarlas a Dios. El verdadero rostro de Dios es multicolor, multicultural y multivariado. Dios no es un Dios homogéneo. Todo lo contrario. La creación nos está mostrando por todas partes la diversidad, cómo se complementan unas cosas con las otras. Si la Compañía logra ser imagen de esto estará siendo ella misma expresión de ese rostro de Dios.
Creo que tras el Concilio la Compañía ha logrado esta variedad cultural. Hemos logrado enraizarnos en todas partes del mundo y de ahí surgen vocaciones tan auténticas unas como otras. Puedes encontrar jesuitas, verdaderos jesuitas, en cualquier lado, de cualquier color, en cualquier actividad. Creo que hay ahí un signo de la Iglesia para el mundo. En nuestra diversidad nos une la vinculación con Jesús y el Evangelio y de ahí surge la creatividad de la Compañía y la gente con la que compartimos misión. Es increíble cómo son capaces darle el propio toque al mismo mensaje que es el mensaje para todos.
Conclusión
Tengo una gran esperanza en que esta congregación ayude a la Compañía y al recién electo General a tener claro hacia dónde hemos de caminar y cómo. La Compañía no tiene muchas dudas de cuál es su misión, pues lo que formuló la CG 32 y reformularon las siguientes ya se ha hecho sangre en nuestra gente. Podemos decir que ya sabemos lo que podemos ofrecerle a la Iglesia. El gran desafío de la Compañía de Jesús es ahora cómo nos organizamos para ser eficaces en esa misión. Por eso introduje el otro tema de la profundidad intelectual, porque no es una cuestión de copiar modelos, sino de crear. Crear significa entender. La creación es un proceso intelectual muy arduo. Entender lo que está pasando en el mundo de hoy, en la Iglesia de hoy, poder entender la fe… es lo que nos puede dar las claves para focalizar la misión sobre la que ya hemos encontrado un gran consenso y encontrar los modos más eficaces de hacerlo.
Mi impresión es que la Compañía está muy viva y que hay muchos procesos en marcha. Hay que focalizar lo que hacemos, hemos de abonar, sabiendo que podemos plantar, pero no sabemos cómo crecerán nuestras semillas. Eso lo sabe Dios. Él es el que labora, la clave es ayudar, no estorbar. Nuestra pasión está fundada en la certeza de que acompañamos a la gente con la garantía que Dios está con nosotros, precediéndonos!!
Fuente: gc36.org