Regresa Pastoral SJ

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El Portal web español que ofrecía diferentes recursos de oración y reflexión de Espiritualidad Ignaciana, sorprendió a todos despidiéndose el año pasado, tras 15 años de vigencia en la red.

En realidad, los contenidos que hasta ese momento habían sido publicados no desaparecieron, sino que quedaron disponibles en la misma plataforma, con la diferencia de que ya no aparecieron contenidos nuevos.

Sin embargo, la historia no terminó ahí. Un nuevo ‘Pastoral SJ’ ha sido inaugurado el día después de Pascua (17 de abril) con un formato, contenidos y propuestas renovados. Rescatando lo evaluado como positivo de la propuesta anterior, pero desde un formato más cercano a las necesidades y tendencias de estos tiempos.

El regreso de Pastoral SJ se había estado anunciado 60 días antes del mismo por distintas redes sociales. Hoy la página está activa y disponible para todos aquellos que quieran navegarla.

Novedades

Durante los próximos meses del nuevo ‘Pastoral SJ’ la idea es la de ir recuperando antiguos materiales, propuestas y espacios que se considera que aún constituyen recursos interesantes pero que por diversos motivos, han ido quedando olvidados. En la sección de recursos se encuentran muchos de los materiales que se usan mucho en pastoral: reseñas de libros (leer) , propuestas de cine-forum con películas y series (ver), oraciones de grupos (profundizar), y una nueva sección dedicada a músicas (oír)… También está la colección de oraciones que habían sido recopiladas para distintas ocasiones (orar).

Los contenidos principales se agruparán ahora bajo tres grandes títulos: ser, creer, vivir. En ellos se intentará hablar de dinámicas personales, de la fe cotidiana y del mundo que nos toca habitar. Manteniendo para todas esas secciones tres formatos: o las reflexiones que son marca de identidad de la web, o entradas más breves tipo blog, o pequeños vídeos que permitan otro lenguaje para la misma intención, que no es otra que compartir el evangelio en nuestro mundo y nuestra cultura.

 

Para leer en tiempo de Pascua: ‘La piedra que era Cristo’

Aprovechando el tiempo de Pascua, compartimos un texto del escritor venezolano Miguel Otero Silva (1908-1985) que forma parte de su último libro, que narra una vida de Jesús más centrada en las experiencias que en los hechos: La piedra que era Cristo

En la celebración de la Resurrección de Jesús, transcribimos para quienes no lo conozcan sus tres últimas páginas:

María Magdalena no se ha movido de su sitio al pie de la cruz. Uno de los soldados de Pilato alancea al crucificado en un costado y de la herida sólo fluyen las últimas gotas de sangre y el agua de la muerte. Dos servidores del muy rico y generoso José de Arimatea descienden el cadáver y se lo llevan a enterrar en un huerto cercano. María Magdalena y las cuatro mujeres que la acompañan los siguen hasta el sepulcro y se marchan luego a sus casas, a preparar perfumes y aromas para ungirlo.

María Magdalena subirá de nuevo al Gólgota, guiada por la sed de volver a ver al amado de su alma. Él ha resucitado y ella lo sabe. La historia de Jesús no puede concluir en tanta derrota, tanta desolación y tanta tragedia estéril. Es necesario que él se imponga a la muerte, que él venza a la muerte como ningún hombre la ha vencido jamás, de lo contrario será una fábula inútil su vida maravillosa, y la semilla de su doctrina irá a consumirse sin germinar, entre peñascos y olvido. Él ha anunciado la presencia del reino de Dios, y el reino de Dios nacerá de su muerte como nacen de la noche las lámparas insólitas del alba. Con su resurrección, Jesús de Nazaret vencerá al odio, a la intolerancia, a la crueldad, a los más encarnizados enemigos del amor y la misericordia. Junto con él resucitarán todos aquellos a quienes él amó y defendió: los humillados, los ofendidos, los pobres cuya liberación jamás será cumplida si él no logra hacer añicos las murallas que tapian su muerte.

María Magdalena encuentra desquiciadas las piedras de la tumba y no halla en el recinto del sepulcro el cuerpo de Jesús. La discípula se sienta perpleja sobre la hierba del jardín que se extiende alrededor de la roca donde fue enterrado el Maestro. De pronto oye unos pasos, y una voz que ella supone ser la del jardinero le dice: «¿Por qué lloras mujer? ¿A quién buscas?» Ella le responde: «Han tomado el cuerpo de mi Señor y no sé dónde lo han puesto; si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo correré a buscarlo.» Pero no es el jardinero el que habla sino el propio Jesús; nunca vio nadie sobre la tierra algo más blanco que la blancura de su ropaje; en sus ojos fulgura la luz intemporal de quien se ha asomado por un instante a la eternidad; a causa de esa mirada ella no lo había reconocido. Entonces la voz de Jesús dice: “¡María!”, y ella responde: “¡Maestro!”, y quiere echarse a sus pies para besarlos. Pero Jesús la detiene y le dice: “No me toques porque aún no he subido al Padre. Anda a decir a mis hermanos que me has visto.”

En la noche corre a dar aviso a los apóstoles, tal como Jesús se lo ha ordenado. Tan solo María Magdalena sabe dónde se esconden. Se esconden en las afueras de Jerusalén, en una casa con las puertas atrancadas, abatidos por una pena sin esperanza. Ella les da la buena nueva, les cuenta el prodigio que ha visto, pero ninguno de los once la cree. Tomás, el marinero de la barba bermeja y cuadrada, dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto mis dedos en los huecos que esos clavos dejaron, si no palpo la herida del costado, no creeré.»

Bartolomé, el que se sabe de memoria el Eclesiastés, dice que las mentiras y la fantasía de las mujeres les han extraviado siempre el camino a los hombres. María Magdalena repite entre sollozos las palabras que Jesús le ha dicho en el jardín, pero ellos se obstinan en no creerle. Finalmente logra persuadir a Pedro, tan sólo a Pedro, a quien Jesús le ha encomendado la continuidad de su obra y le ha dado las llaves de las épocas futuras.

Pedro, consciente ya de la fuerza universal que brotará del pecho de Jesús resurrecto y glorificado, acompaña a la mujer hasta el Gólgota. El más preeminente de los apóstoles de Cristo y la más rendida de sus discipulas, suben juntos a ver el sepulcro vacío y las mortajas abandonadas. Por el camino en ascenso, María Magdalena le va diciendo a Pedro:

Ha resucitado para que así se cumplan las profecías de las Escrituras y adquiera validez su propio compromiso. Ha resucitado y ya nadie podrá volver a darle muerte. Aunque nuevos saduceos intentarán convertir su evangelio, que es la espada de los pobres, en escudo amparador de los privilegios de los ricos, no lograrán matarlo. Aunque nuevos herodianos pretenderán valerse de su nombre para hacer más lacerante el yugo que doblega la nuca de los prisioneros, no lograrán matarlo. Aunque nuevos fariseos se esforzarán en trocar sus enseñanzas en mordazas de fanatismo, y en acallar el pensamiento libre de los hombres, no lograrán matarlo. Aunque izando su insignia como bandera se desatarán guerras inicuas, y se harán llamear hogueras de tortura, y se humillará a las mujeres, y se esclavizarán razas y naciones, no lograrán matarlo. Él ha resucitado y vivirá por siempre en la música del agua, en los colores de las rosas, en la risa del niño, en la savia profunda de la Humanidad, en la paz de los pueblos, en la rebelión de los oprimidos, sí, en la rebelión de los oprimidos, en el amor sin lágrimas.

Fuente: Entre Paréntesis

Emmanuel Sicre SJ: la Vocación es algo Normal

Una reflexión sobre la naturalidad con la que Dios llama a las personas de una comunidad para trabajar con él de un modo particular.

Por Emmanuel Sicre, sj

La experiencia del llamado a una vida consagrada a Dios (como sacerdote, religioso o religiosa) en muchas personas surge desde la infancia, resuena en la adolescencia y luego puede prolongarse a lo largo de la vida. La vocación religiosa cristiana está dada por el deseo de entrega a Dios y a los demás en el servicio al estilo de Jesús. Pero, no siempre se tiene la claridad de una vida consagrada o del sacerdocio a primera vista. Entonces, ¿cómo comprender esta realidad tan peculiar?

En primer lugar, es necesario naturalizar este tipo de vocación. Aún existe en muchos imaginarios familiares y sociales –justificados o no-, una figura estereotipada del religioso como alguien «celestial», «angelical», «inmaculado», pero también de todo lo contrario («perverso», «incompleto», «infeliz», “encerrado”, “bobo”, …). Ni uno, ni lo otro.

Es natural que en un ambiente donde se reza, o donde existen prácticas religiosas habituales, o donde se pregunta y reflexiona sobre Dios, o donde se sirve a los más frágiles con amor, o donde se da una experiencia trascendente significativa, alguien se sienta más directamente comprometido y atraído, al punto de querer dedicarse sólo a esto de una manera exclusiva.

Es natural que en una comunidad donde hay distintos roles (“carismas”, al decir de San Pablo. Cf. Co12,4ss) se suscite el de la consagración exclusiva. Es natural y sano para la persona de fe hacerse la pregunta por una vida dedicada a Dios y a los hermanos. Por eso, la promoción vocacional puede darse desde la infancia, pero no como una “lavada de cerebro”, sino como un ofrecimiento y un reconocimiento de que Dios llama a algunos de la comunidad para este servicio particular y propio.

A decir verdad, todos estamos llamados a servir a la comunidad desde nuestros dones, así lo podemos ver a lo largo de la historia del cristianismo. Pero el de la consagración, tal y como la conocemos hoy, se comprende como un tipo de vocación que Dios siembra en el seno de nuestros deseos para poder dedicarnos sólo a él en los hermanos como lo hizo Jesús.

En el contexto de nuestra cultura actual donde la crisis de las instituciones pone en marcha mecanismos de sospecha y desconfianza hacia quienes forman parte de una organización; en donde cierta hiperinflación de lo subjetivo desdibuja los contornos claros y distintos de las reglas institucionales para apropiarse de lo que más “me gusta” y abandonar lo otro (esquivarle a la cruz) de manera personalista; en donde las figuras de autoridad han quedado cuestionadas de arriba abajo, la consagración religiosa se ha diversificado bastante.

Hoy, muchos jóvenes y personas adultas también, se sienten consagrados a Dios y a los hermanos, pero, podríamos decir, de manera “no formal”. Entonces, los que se preguntan por la vía formal, es decir, ser sacerdote, religioso, consagrado en una comunidad concreta, se encuentran con la disyuntiva de si “es necesaria tanta formalidad”. “Quizá yo puedo ser pobre, casto y obediente a mi manera”, dicen algunos.

Es cierto, pero lo que se desconoce, quizá por curioso idealismo, es que el hombre está llamado tanto a responder a sus íntimos deseos de servir a Dios en los demás, como a formar comunidad.

Y cuando hay comunidad se dan, al menos, dos momentos: el carismático donde la consolación y la experiencia de Jesús por el llamado aparece de manera fresca y gozosa; y el momento de la institucionalización de lo carismático, donde de forma casi espontánea surgen parámetros que buscan cuidar, proteger y fortalecer la experiencia originaria, sobre todo en los momentos de crisis. Son estas comunidades institucionalizadas con las que el llamado religioso muchas veces entra en conflicto.

Ante esto, es necesario dar el paso de aceptar que la realidad humana es más ambigua, más contradictoria y paradójica de lo que desearíamos. La honestidad para con el llamado se tiene que dar en todos los contextos. Por eso, la lucha por instituciones que cuiden y fortalezcan la fecundidad de las personas nunca será poca, si tenemos en cuenta que el más contundente crítico de la religión es el mismo que nos llama: Jesucristo. Fue él quien puso en el centro del corazón de los hombres al Buen Dios para darnos vida abundante (Jn10-10), a la vez que nos puso para siempre en el corazón misericordioso del Padre para que ya nada pueda separarnos de él (Rm8,35ss).

Fuente: Pequeñeces Blog

Se constituye la Red Clamor para trabajar por los migrantes, refugiados y esclavizados de América Latina

El Departamento de Justicia y Solidaridad (DEJUSOL) del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) reunió, entre el 27 y 30 de marzo de 2017, a gran parte de organizaciones de la Iglesia Católica  de América Latina y el Caribe que trabajan con víctimas del desplazamiento forzado de personas y la trata de personas para conformar la Red Latinoamericana y Caribeña de Migración, Refugio y Trata de Personas: Clamor. Dicho encuentro se llevó a cabo en República Dominicana.

Un proyecto que nace como atención a la voz de Dios, ante el clamor de un pueblo sufriente en las periferias de las zonas fronterizas, reconociendo el ministerio de Jesús encarnado como una persona que también vivió el drama de la migración. Aparece, a su vez, como muestra clara de respaldo a la Prioridad 1 del Proyecto Apostólico Común (PAC 2011-2020) de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina y El Caribe (CPAL): Cercanía y compromiso con quienes viven en las fronteras de la exclusión. También, como respuesta al llamamiento del Papa Francisco de mirar a los migrantes, desplazados, víctimas de trata y refugiados.

La Red Latinoamericana y Caribeña Clamor, tiene como objetivo articular el trabajo pastoral que realizan diversas organizaciones de la Iglesia Católica en América Latina y El Caribe para, desde la misión evangelizadora de una iglesia en salida, acoger, proteger, promover e integrar los migrantes, refugiados, desplazados y víctimas de tráfico y trata de personas.

La Red fue constituida a través de un proceso intenso de 4 días que incluyó una jornada vivencial en la frontera norte de Haití y República Dominicana (Dajabón y Ounaminthe), donde los participantes pudieron visitar las obras misioneras para migrantes que realizan los Jesuitas, la Fundación Solidaridad Fronteriza y las Hermanas de San Juan Evangelista de la zona en favor de los más necesitados de la frontera, en especial, niños y niñas que viven en situación de vulnerabilidad; además de compartir con desplazados y migrantes haitianos que viven en llamados refugios o bateyes en la zona de Guayubin.

Entre las organizaciones participantes destacan:

  • Red Scalabriniana Internacional de Migración
  • Servicio Jesuita a Refugiados de América Latina y el Caribe (SJR)
  • Secretariado Latinoamericano y del Caribe de Cáritas (Selacc)
  • Secretaría General del Consejo Latinoamericano de Religiosos y Religiosas (CLAR)
  • Red de Solidaridad para Migrantes y Refugiados de Brasil
  • Departamento de Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal de República Dominicana
  • Departamento de Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Mexicana
  • Departamento de Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal de Guatemala
  • Departamento de Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Haitiana
  • Consejería General de Apostolado de las Hermanas Scalabrinianas
  • Hermanos Franciscanos
  • Instituto Chileno de Migraciones
  • Fundación Un grito por la Vida
  • Red hacia la Libertad de la congregación El Buen Pastor,
  • Congregación de las Religiosas Adoratrices
  • Congregación de las hermanas de San Juan Evangelista
  • Dirección del Proyecto muchachos y Muchachas con Don Bosco.
  • Un precedente de la Red Latinoamericana y Caribeña Clamor fue el Seminario Latinoamericano sobre Migración, Refugio y Trata de Personas” en septiembre de 2016. En dicha ocasión las organizaciones coincidieron en la necesidad de crear una red de redes que permitiera articular y aunar esfuerzos en pro de ser voz del pueblo que sufre, a causa de situaciones relacionadas a la migración.

Con este encuentro se consolida lo que en su momento fue una propuesta e inicia un camino en la unidad católica. Por ello, Monseñor Julio César Corniel, Obispo de Puerto Plata, considera que la Red CLAMOR “será una herramienta de apoyo que nos ayude a trazar líneas concretas para el trabajo con los migrantes, unificar criterios, sentirnos apoyados y juntos buscar soluciones a problemas que nos afectan. Sin duda es una gran esperanza”.

Fuente: CPAL SJ

Harvard: los Secretos para una Vida Feliz

Sin duda la cuestión de la Felicidad es fundamental para la vida de las personas. Esta vez, la universidad de Harvard toma la palabra para hablar sobre un estudio que viene desarrollando desde hacer 30 años.

Por Anahad O’Connor

¿Qué se necesita para vivir una vida feliz?

Las encuestas demuestran que la mayoría de los adultos jóvenes creen que obtener fama y riqueza es esencial para una vida feliz. Pero un estudio de Harvard que se desarrolló durante mucho tiempo sugiere que uno de los indicadores más importantes sobre si envejeces bien y vives una vida larga y feliz no es la cantidad de dinero que acumulas ni el renombre que recibes. Un barómetro mucho más importante de salud y bienestar a largo plazo es la fortaleza de las relaciones con tu familia, amigos y parejas.

Estos son unos de los hallazgos del estudio de Harvard sobre el desarrollo en adultos (Harvard Study of Adult Development), un proyecto de investigación que desde 1938 ha seguido y examinado de cerca la vida de más de 700 hombres, y en algunos casos de sus parejas.. El actual director del estudio, Robert Waldinger, resumió algunos de los hallazgos más impactantes de este largo proyecto en una conferencia TED reciente que fue vista más de siete millones de veces.

Estudios preliminares

El estudio comenzó en Boston en la década de los treinta con dos grupos de hombres muy distintos.

En un caso, un equipo de científicos decidió seguir de cerca a estudiantes de Harvard a través de su edad adulta para ver qué factores desempeñaban un papel importante en su éxito y crecimiento. “Pensaban que en aquel entonces se hacía demasiado énfasis en la patología y que sería muy conveniente estudiar a personas a las que les iba bien en su desarrollo de adulto joven”, explicó el Dr. Waldinger. El estudio reclutó a 268 estudiantes de Harvard de segundo año y los siguió de cerca; con frecuencia les hacían entrevistas y exámenes médicos. En los últimos años, el estudio también ha incorporado tomografías, exámenes sanguíneos y entrevistas con las parejas del sujeto y con sus hijos ya adultos.

Más o menos al mismo tiempo que comenzó el estudio, un profesor de leyes de Harvard llamado Sheldon Glueck empezó a estudiar a jóvenes de los barrios más pobres de Boston, incluyendo a 456 que se las arreglaron para no ser delincuentes a pesar de venir de hogares con problemas. Finalmente, los dos grupos formaron parte del mismo estudio.

A lo largo de las décadas, los hombres tuvieron todo tipo de profesiones: abogados, doctores, hombres de negocios y —en el caso de un estudiante de Harvard llamado John F. Kennedy— un presidente de los Estados Unidos. Algunos se hicieron alcohólicos, tuvieron carreras profesionales decepcionantes o sufrieron de enfermedades mentales. Los que siguen vivos ya tienen noventa años.

En estos años, el estudio ha aportado varios descubrimientos interesantes. Mostró que para envejecer bien, en el sentido físico, lo más importante que podías hacer era no fumar. Descubrió que al envejecer los liberales tenían una vida sexual más activa y duradera que los conservadores. Encontró, también, que el alcohol es la principal causa de divorcio entre los hombres del estudio, y que el abuso del alcohol, generalmente, antecede la depresión (y no al revés).

El estudio ha tenido varios directores. El Dr. Waldinger, que asumió el mando en 2003, es el cuarto. Extendió el estudio para concentrarse no solo en los hombres, sino también en sus esposas e hijos. Los científicos comenzaron a grabar a las parejas en sus casas, a estudiar su interacción y a entrevistarlos por separado sobre cada aspecto de sus vidas, incluso las rencillas del día a día.

El foco en las relaciones interpersonales

A medida que los científicos analizaban los factores que influían sobre la salud y el bienestar, encontraron que las relaciones con los amigos, principalmente con la pareja, eran fundamentales. La gente que tenía las relaciones más estrechas estaba protegida contra enfermedades crónicas y mentales, así como pérdida de la memoria, aunque esas relaciones tuvieran varios altibajos.

“Esas relaciones buenas no tienen que ser fáciles todo el tiempo”, afirmó el Dr. Waldinger. “Algunas de nuestras parejas que están en los ochenta pueden estar peleando todo el día. Pero siempre que sintieran que en verdad podían confiar en el otro cuando las cosas se ponían difíciles, esas discusiones no causaban estragos en su memoria”.

El Dr. Waldinger encontró patrones similares en relaciones fuera del hogar. La gente que se esforzaba por sustituir a sus viejos compañeros de trabajo por amigos nuevos después de que se jubilaban estaban más sanos y felices que los que invertían menos esfuerzo en mantener sus círculos sociales una vez que dejaban de trabajar.

“Una y otra vez en estos 75 años”, sostuvo el Dr. Waldinger, “nuestro estudio ha demostrado que la gente a la que le va mejor es aquella que se apoya en las relaciones con su familia, amigos y con la comunidad”.

El Dr. Waldinger admitió que la investigación mostró una correlación y no necesariamente una causa. Otra posibilidad es que es más fácil que la gente que desde un inicio es más saludable y feliz mantenga y cree relaciones, mientras que los más enfermos poco a poco se aíslan socialmente o terminan en relaciones malas.

Pero dijo que al seguir a los sujetos durante muchas décadas y al comparar el estado de su salud y relaciones desde el inicio, estaba bastante seguro de que los lazos sociales fuertes son la causa de salud y bienestar a largo plazo.

¿Entonces qué acciones en específico recomienda?

“Las posibilidades son infinitas”, explicó. “Algo tan sencillo como remplazar el tiempo que pasamos ante una pantalla con tiempo de convivencia, o revivir una relación aburrida con una actividad en común, como ir a caminar o salir juntos. Ponte en contacto con aquel familiar con el que casi no hablas, porque esas disputas familiares que son tan comunes suelen afectar más a los que están resentidos”.

Fuente: The New York Times

¿Qué puede aportar la Iglesia a la Valoración de la Democracia?

Algunos puntos desde la Doctrina Social de la Iglesia que pueden sumar al debate sobre el desencanto que vive hoy la población respecto de la democracia representativa, sus resultados y las instituciones que la encarnan.

Por Gustavo Monzón SJ

Uno de los principales tópicos de discusión actual en los campos de la filosofía y la ciencia política es la constatación de la crisis de la democracia representativa. Existe enormidad de bibliotecas que exploran las causas de la crisis, buscando, al mismo tiempo, soluciones desde diversas corrientes y tradiciones políticas; todas ellas concuerdan en que la ruptura en la valoración de la representatividad se debe a un incumplimiento de las expectativas que la ciudadanía tenía con respecto a su funcionamiento.

En ese sentido, la experiencia latinoamericana nos puede servir de ejemplo. Luego de las restauraciones democráticas de los ochenta –impactadas, de paso, por una serie de dificultades económicas-, en los noventa se desarrollaron diversas políticas que, haciendo énfasis en la estabilidad económica y los equilibrios fiscales, dejaron de lado una serie de demandas sociales de sectores que quedaron desfasados de esta modernización que se prometía. Esto dejó un primer desencanto en la restauración democrática de finales de siglo, posibilitando la llegada de gobiernos autodenominados progresistas que, tomando estas demandas insatisfechas, construyeron su agenda política sobre las mismas. Si bien al inicio tuvieron relativo éxito en su cumplimiento -mediante la transferencia de recursos y el reconocimiento de los derechos incumplidos-, no fueron capaces de generar un encantamiento democrático. El uso indiscriminado de los recursos públicos, las acusaciones de corrupción, las prácticas autoritarias y de corte populistas, el bajo desarrollo institucional y el aumento de la brecha social y de la inseguridad pública fueron los resultados visibles de estos experimentos. Pese a la frustración, no existió por parte de la ciudadanía un deseo de volver hacia atrás, con soluciones autoritarias o económicamente irresponsables ya que creció en la conciencia ciudadana la necesidad de una auténtica y efectiva democracia, basada una elevada probidad ética, buenas prácticas institucionales y el respeto de los derechos y obligaciones de todos los participantes del contrato social.

Ante el peligro de confundir la democracia con relativismo e indiferencia de valores y un individualismo mal entendido, nuestra tradición nos recuerda que una auténtica democracia no es respeto formal de reglas, sino la “aceptación convencida de los valores (…) la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre y la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 407).

De esta manera, hoy se nos presenta como desafío al interior de nuestras sociedades la necesidad de reconstruir confianzas, teniendo en cuenta que la verdadera justicia se da, al decir de John Rawls, en una “sociedad bien ordenada”. Para que ocurra, son necesarias dos cosas: la primera, una república fuerte en donde se dé la división de poderes, el respeto de las leyes y el control de gobernantes a gobernados. La segunda, una visión de desarrollo que sea mayor al mero crecimiento económico y que resguarde la libertad de los ciudadanos asegurando su capacidad de agencia y participación.

Ante este desafío, como Iglesia podemos aportar al debate público con nuestra comprensión de la sociedad. Propongo hacer especial énfasis en dos cosas. En primer lugar, velar por la existencia de un pluralismo moral, que nos obliga a dialogar de manera pública y a no influir con prácticas de lobby para evitar la aprobación de leyes contrarias a nuestra visión de mundo. En segundo lugar, siendo realmente conscientes de nuestra rica tradición en una propuesta de vida buena. En ese sentido, la Iglesia, al aportar su visión, cumple un doble cometido: por una parte, exhorta a los creyentes a trabajar por ser mejores ciudadanos, y, por la otra, propone al resto de los ciudadanos un fortalecimiento de las convicciones democráticas, sumando así al bien común. Por tanto, ante el desencanto de la democracia, la Iglesia nos recuerda que “este sistema nos asegura la participación de los ciudadanos en la posibilidad de elegir y controlar sus propios gobernantes” (Centesimus annus, 46).

Por otra parte, ante el peligro de confundir la democracia con relativismo e indiferencia de valores y un individualismo mal entendido, nuestra tradición nos recuerda que una auténtica democracia no es respeto formal de reglas, sino la “aceptación convencida de los valores (…) la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre y la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política” (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 407). Ante la destrucción del Estado de derecho por parte de los gobiernos autócratas y populistas, se nos recuerda que “el Estado de derecho tiene como soberana a la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres” (Centesimus annus, 44).

Como podemos ver, la Iglesia no posee una solución técnica ante los problemas, sino que con su mensaje de fe “orienta la mente a soluciones plenamente humanas” (Gaudium et Spes, 11). Sin embargo, dada la realidad de nuestro continente, en donde se conjuga un catolicismo fuerte con una institucionalidad débil, es nuestra responsabilidad como creyentes cooperar con nuestra reflexión y buenas prácticas a la construcción de la casa común.

Fuente: Territorio Abierto

Reformas en la Iglesia: se dan pero no Hacen Ruido

El cardenal hondureño, Óscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del Consejo de cardenales creado por el Papa, afirmó para la revista Italiana ‘La voce e il Tempo’ que el C9 creado por el Papa Francisco para colaborar en el gobierno de la Iglesia, lleva una labor constante y efectiva: hasta ahora se han alcanzado 18 objetivos. Sin embargo, se tiene poca noticia de ello ya que no han causado un gran revuelo dentro de la Iglesia.

No es cierto que el Papa y los cardenales no son productivos: «Ya hemos hecho 18 reformas. Hay resultados, pero no se ven porque no hacen ruido». Lo afirmó Óscar Rodríguez Maradiaga, el coordinador del Consejo de los nueve cardenales (el llamado «C9») creado por Francisco para renovar la curia romana.

‘A veces —dijo Rodríguez Maradiaga— nos preguntan: “Pero, ¿qué es este Consejo de cardenales? No vemos resultados”’. Sin embargo, recordó, Papa Francisco se refirió a ellos en el discurso de la Navidad pasada a la Curia, ‘justamente para demostrar que se camina’, que ‘hay resultados, pero no se ven’, solamente porque ‘no hacen ruido’. Hasta ahora ha habido 18 reformas.

El cardenal contó cómo nació el C9 y describió el trabajo que ha desempeñado durante estos años. ‘Entre los nudos que hay que afrontar, está el número excesivo de los dicasterios’, indicó el cardenal hondureño, según quien ‘se ha procedido acordando algunos consejos en dicasterios, no para dar más importancia a algunos, sino para simplificar la burocracia y trabajar con mayor agilidad. No un centralizar, sino un agilizar’.

Según el coordinador del «C9», “cuando estén hechas las reformas” saldrá la nueva constitución sobre el gobierno de la Iglesia: ‘No será el comienzo, sino el fin de un proceso’, recordó, pero el ‘consejo continuará porque no fue constituido solo para reformar la “Pastor bonus”, sino también para ofrecer consejos cuando el Santo Padre los pida’.

Rodríguez Maradiaga subrayó también que ‘cuando Papa Francisco habla de “Iglesia en salida”’, dice ‘que no debemos quedarnos en nuestras curias, en nuestras canonizas, sino salir al encuentro de los que se han alejado o de los que nunca hemos encontrado, porque nadie les ha hablado de Dios’. Se trata de difundir ‘esa alegría del Evangelio’ que surge de la exhortación apostólica «Evangelii gaudium», que ‘resume el estilo sudamericano de Papa Francisco: la alegría’.

Con respecto al próximo Sínodo sobre los jóvenes, el cardenal salesiano indicó que ‘debemos prepararnos bien, escuchando también a esos chicos que no van a la Iglesia, a los marginados por la droga, debemos atraerlos hacia Dios’.

Hay que comportarse don Bosco, explicó, ‘y como nos repite Papa Francisco, teniendo en mente una Iglesia que camina con ellos, abierta al cambio, en salida para hacerse cercana a cada uno’.

Fuente: Vatican Insider

Domingo de Gloria: Ha resucitado Cristo, mi Esperanza

A lo largo de esta semana santa compartiremos distintos materiales escritos por jesuitas de Argentina y Uruguay, con la invitación a no dejar pasar esta semana santa sin haber rezado, reflexionado y acompañado el camino de Jesús desde su entrada gloriosa en Jerusalén hasta su Resurrección en el Domingo de Gloria.

Por Rafael Stratta SJ

“Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y las vestiduras. Ha resucitado Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea”.

(Tomado de la secuencia de Pascua)

A partir de hoy, domingo de Gloria, la liturgia nos invita a rezar con la secuencia de Pascua, una oración muy antigua que se lee en las misas antes del Evangelio. Estas palabras son como la puerta de acceso al relato de resurrección, y en ella se “cita” a la primera de los testigos del hecho: María Magdalena.

Siempre me ha consolado el testimonio de esta gran mujer. Ante la pregunta por el dato –qué viste- responde por el Quién. Sólo unos pocos signos le bastan para hacer la declaración de su vida: “resucitó Cristo, mi esperanza, quien me mantiene viva, quien me ha dado vida”. En este domingo de Pascua se hace patente este dato: Dios es amor y también es esperanza. Dios es el sostén amoroso donde se apoya nuestra vida, pero también es el horizonte abierto de gracia que quiere contar con nuestra libertad para elegir siempre la vida.

El camino de madrugada de “la magdalena” refleja muy bien la realidad de la Pascua, que es a la vez “paso” –camino- de la muerte a la vida y “comienzo” –madrugada- de algo nuevo. La gloria de Dios de este domingo no sólo se da por el milagro ocurrido, sino también por lo que viene. Por esto la esperanza y la misión son dos compañeras inseparables.

San Ignacio de Loyola, cuando invita a rezar en los Ejercicios Espirituales con los relatos de resurrección, recalca que es bueno considerar “cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, aparece y se muestra ahora tan milagrosamente” por sus efectos. Jesús se muestra plenamente como aquel hombre atravesado de divinidad, y plenamente también como ese Dios atravesado por la humanidad. La divinidad se muestra en la Vida, en la consolación. Y su primera consecuencia no es otra que la misión: el Resucitado “precederá a los discípulos en Galilea”.

El domingo de Gloria es consecuencia de una lucha entre la muerte y la vida. Hablar del “sepulcro del Cristo viviente” es dejar en claro que la vida y la esperanza de hoy no eximen de la lucha contra la muerte y la desesperanza, son un llamado a enfrentarlas y a combatirlas en nuestras Galileas de todos los días, en nuestras tierras de misión cotidianas. Así como no se entiende el amor separado de la esperanza (Dios es ambos), tampoco se puede separar la resurrección de la misión, el Resucitado glorioso y Sufriente crucificado son el mismo Cristo. Ambas caras forman parte del mismo milagro: la acción de Dios que nos regala Vida y Esperanza, frente a la muerte y el dolor que evidentemente no tienen la última palabra.

Uno de los Padres de la Iglesia, San Ireneo, se ha hecho muy conocido por una frase que ayuda a vivir este domingo de Pascua: “La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. La resurrección conjuga de la mejor manera esta frase, por eso hablamos de “Domingo de Gloria”, pues el Hombre está vivo, y los hombres pueden ver en ese mismo Hombre a Dios en su plenitud. ¿Dinos qué viste?… He visto al Cristo viviente.

 

Sábado Santo: detenerse en el Silencio de Nuestras vidas

A lo largo de esta semana santa compartiremos distintos materiales escritos por jesuitas de Argentina y Uruguay, con la invitación a no dejar pasar esta semana santa sin haber rezado, reflexionado y acompañado el camino de Jesús desde su entrada gloriosa en Jerusalén hasta su Resurrección en el Domingo de Gloria.

Por Franco Raspa SJ

Jesús ha muerto. Atrás quedaron sus enseñanzas y sus discípulos. Su madre, aún con los ojos puestos en su hijo escucha la confesión de fe del soldado romano, mientras ve como la multitud desconcertada se aleja en silencio. El Hijo de Dios es trasladado hacia la tumba, y allí, yace como el más muerto de los muertos. Aquel, que estaba destinado a vivir, descansa envuelto en lienzos perfumados.

En el día de ayer, el evangelio de Juan finalizaba simplemente diciendo “tomaron el cuerpo de Jesús…” y lo depositaron en un “…sepulcro que estaba cerca”. Hoy, Mateo comienza su relato diciendo “Pasado el sábado…”. Pareciera ser que los evangelistas guardan silencio con respecto a este tiempo. Pero ¿qué sucedió? ¿No lo sabían los evangelistas? ¿No les contó Jesucristo a sus amigos lo que acontecería en este período de ausencia? O será que los amigos de Jesús prefirieron reservarse lo sucedido.

En este tiempo de silencio, similar al descenso de vida acontecido en el seno de su madre, las escrituras nos relatan que Jesús desciende aún más todavía. Ahora, al centro de la tierra, al sheol, al lugar de los muertos. De allí, según la creencia judía, no se regresa. Es el fango, la soledad más solitaria. Las tinieblas, en donde no habita Dios. Los muertos, son los refaim, los impotentes que residen en la tierra del olvido. Allí, como Jonás en el vientre del pez, desciende Jesucristo haciéndose solidario con la soledad de los callan.

El abismo que toca Jesucristo en este sábado Santo, se repite cada vez que el Señor baja al hondón de los corazones desesperados. Marcando un límite a la condenación en sí ilimitada. Él, anunciando la vida y rompiendo las ligaduras que nos atan a lo abisal, es quien planta un mojón del cual comienza el camino de retorno. De este modo, Jesús se transforma en el Señor, también del infierno. Porque en último término, lo importante no es tanto el descenso a los muertos, sino más bien el retorno de allí.

No pretendamos adelantar la pascua al sábado santo, no intentemos ponernos delante del Espíritu de Dios. Detengámonos en el silencio de nuestras vidas, y tomemos parte espiritualmente en este descenso. Acompañemos al Señor que desciende en soledad extrema. Participemos de esa soledad. Vayamos nosotros también con Él, abrazando aquellos lugares sin respuestas de nuestros corazones, estando muertos con Dios muerto.

Permitamos que el Señor en este sábado santo, ilumine la soledad más desolada de nuestras vidas. Pero no lo hagamos como si fuéramos simple espectadores de algo que no me atañe. Toma tu vasija en tus manos, y ofrécesela al Señor. Acompaña el obrar de Jesús, confiando que Él pondrá palabras donde hoy, hay temor y temblor.

Sé participe tú también del silencio y oscuridad de este día santo, para que cuando llegue la noche gloriosa, reconozcas tú también a Aquel, que te ha desatado de las ataduras de la muerte.

 

Viernes Santo: Un Dios que Ama sin Negociar su Amor

A lo largo de esta semana santa compartiremos distintos materiales escritos por jesuitas de Argentina y Uruguay, con la invitación a no dejar pasar esta semana santa sin haber rezado, reflexionado y acompañado el camino de Jesús desde su entrada gloriosa en Jerusalén hasta su Resurrección en el Domingo de Gloria.

Por Maximiliano Koch SJ

Solemos leer la historia con los ojos puestos en Jesús. Le contemplamos solo, sufriendo, incomprendido. Y tal mirada está muy bien, pero para comprender qué sucedió aquél viernes en que fue crucificado, quizá tengamos que detenernos un momento en los otros personajes, los que le rodeaban, los que lo traicionaron, los que lo abandonaron. Y preguntarnos por qué actuaron así frente al hombre con el que habían compartido vida, proyecto, sueño, alegrías, tristezas.

¿Entregó Judas a Jesús por unas monedas? ¿Pedro le abandonó sólo por miedo? Los demás, ¿se escondían porque temían ser también crucificados? Todo esto es posible. Pero quizá exista una razón más profunda, una razón que a nosotros mismos nos cuesta asimilar dos mil años después de aquél suceso: Cristo, aquél día, con aquella muerte, decepcionó a sus seguidores y amigos. Ese hombre, aquél señalado como el “Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16), después de ser humillado e insultado, estaba siendo traspasado en un madero.

Ese hombre no podía ser el Mesías. Porque el Mesías debía ser capaz de liberar al pueblo, como lo hizo Moisés. O llevar a Israel a la gloria, como lo hizo David. Debía ser capaz de librar del dolor, de la injusticia, del sufrimiento, de la angustia. Y, sin embargo, aquél de quien esperaban tantas cosas (Lc 24,21), se desangraba aquél viernes en una cruz, dando bocanadas para respirar todavía un poco más. Un poco más…

Sí… Jesús decepcionó a sus amigos aquél viernes de dolor en Jerusalén. Y en esa decepción, todos sus gestos y palabras quedaron olvidadas o parecieron perder su sentido. El sueño de un reino de Dios, de justicia y amor, colgaba ahora en el Gólgota y los dueños del poder, aquéllos a los que había denunciado, parecían tener la razón: éste no podía ser el Mesías. La muerte de Jesús decepcionó a sus amigos y sus amigos le dejaron solo. Todo se puso en duda… ¿De qué valía morir por un proyecto que no era? Y la duda disipó a los que habían invertido su vida, sueños y esperanzas en aquél hombre.

Y tenemos que reconocer que nosotros tenemos mucho de Pedro, de Tomás, de Judas. Esperamos todavía ese Dios que nos libre del dolor y la injusticia. Y nos decepcionamos cuando ese Mesías no soluciona mágicamente nuestras vidas. Y nos preguntamos qué sentido tiene permanecer junto a la cruz, ser humillados por un mundo que vende al justo por dinero y al necesitado por un par de sandalias (Am 2,6). Y nos alejamos también nosotros, decepcionados, sintiéndonos traicionados porque Dios no es lo que esperamos.

Y Jesús, al igual que cuando fuera tentado en el desierto al iniciar su camino (Mt 4,1-11), rechazó esas expectativas de divinidad. Y nos mostró, aún con dolor y decepción, quién es verdaderamente Dios: aquél que ama sin negociar su amor y aquél que ama entregándose hasta el último aliento. Y este amor de Dios no se impone, no se exige: se ofrece como la alternativa para terminar con las injusticias, la violencia, la indiferencia. Pero chocando con las injusticias, la violencia, la indiferencia, puede tornarse peligroso al hacernos vulnerables. Pero no se puede amar sin hacerse vulnerable y sin que nuestra vida se comparta con los vulnerables. Y la vulnerabilidad absoluta cuelga en el Gólgota, desangrándose, compartiendo los dolores de tantos hombres y mujeres que se desangran en esta tierra. Porque para ellos, como para Jesús y para el amor, parece que no hay sitio en el albergue (Lc 2,7). Y la cruz nos señala, por último, que en el amor no siempre hay éxitos y que la felicidad que promete no está en el resultado, sino en la entrega generosa y absoluta.