Dos religiosas de la congregación de las Hijas de Jesús comparten su percepción de la realidad de la vida consagrada hoy.
Maria Luisa Berzosa y Silvia Rozas son Hijas de Jesús (Jesuitinas). Tienen, 74 y 42 años, respectivamente. Separadas por décadas, sin embargo, han encontrado una clave de lectura común del presente que es el carisma. No son rostros e historias de ayer o de mañana; son el hoy de la vida consagrada. María Luisa ha recorrido el mundo. Tiene el corazón lleno de historias vividas y revividas con los más débiles en Argentina, Roma y, ahora, Madrid. Dice que esta etapa es de júbilo. Dispone de tiempo para acompañar, transmitir y ofrecer la sabiduría que deja el paso del tiempo al calor de Dios.
Silvia Rozas es juniora. Llegó a la congregación con experiencia de vida, de fe y de Iglesia. Antes de entrar trabajó eficazmente en la oficina de información del Arzobispado de Santiago de Compostela en España. Silvia es testimonio del perfil de los jóvenes-adultos que hoy se están encontrando con la vocación a la vida consagrada.
¿La intergeneracionalidad es posibilidad o problema para los consagrados?
Silvia Rozas (SR). La verdad es que se habla mucho de la intergeneracionalidad y es una realidad en nuestras congregaciones. A través de la experiencia que voy teniendo siento que es posibilidad y problema a la vez, pero no por la edad sino por las actitudes personales que vamos teniendo.
A mí no me importa tanto la edad sino cómo nos situamos a los 40, a los 60, a los 80… El problema aparece cuando yo pretendo que mis hermanas de comunidad, tengan la edad que tengan, sean o hagan aquello que a mí me gustaría. Está claro que una persona de 40 no puede vivir como una de 80 ni una de 80 como una de 40. Pero el Señor nos llama a salir de nuestro propio amor, querer e interés para encontrarnos y vivir para los demás. Esa es la posibilidad, caminar juntas en obediencia a la voluntad de Dios.
María Luisa Berzosa (ML). Es un desafío grande pero enriquece a todas, nos da ocasión de encontrarnos en lo fundamental y aprender de las diferencias; sin duda es una gran posibilidad para aprovechar y crecer juntamente.
¿De verdad es el mejor momento para la vida consagrada?
(SR). Mi lógica mundana me pone ante los ojos una realidad complicada y compleja, un tiempo de transición en que lo nuevo no acaba de llegar y los moldes antiguos todavía continúan. Sin embargo, creo que es un momento de gracia, el Espíritu nos lleva a la disminución de fuerzas, a una cierta purificación de intenciones y motivaciones… y ojalá nos guíe a ser más de Dios. Esta es la hora de Dios en mi vida, por eso es el mejor momento para mí aunque tenga que atravesar miedos, oscuridades, incomprensiones…
Se trata de encontrar cómo ser mejores instrumentos de Dios y, para eso, no hay ni mejores ni peores momentos, sino el tiempo de Dios en cada persona.
(ML). Depende que entendamos por “mejor”; he vivido el postconcilio en mi formación nada más entrar en la congregación y considero una gracia enorme, en mi vida, aquel momento histórico y todo lo que se fue desarrollando a partir del mismo. Cada época tiene su momento “mejor”, si sabemos descubrirlo. Éste me parece una gran oportunidad, auténtico “kairós”, lleno de llamadas y desafíos de nuestro mundo, que nos posibilita una gran fecundidad apostólica en medio de un pluralismo apasionante.
¿Estaremos muy preocupados por lo que no es importante?
(SR). Cuando era laica veía que las congregaciones estaban demasiado centra-das en sus estructuras, en sus cambios, “en sus cositas internas” y que, mientras, tanto hombres y mujeres gritaban por su ayuda.
Es más, algo que me invitó a discernir de nuevo mi vocación es ver que mi congregación abría una nueva comunidad en Lleida, entre las personas inmigrantes, sin pensar en que casi no había nuevas vocaciones. Eso me alentó, ir a donde se necesite.
Hoy, ya como consagrada, comprendo la necesidad que tienen nuestras instituciones de aligerar estructuras para ser mejores instrumentos de Dios. El peligro está en centrarnos solo ahí. La tentación está en pensar que ya todo está perdido, que lo mejor es cerrar casas, juntar a las hermanas, deshacerse de las obras y esperar… a que caiga el sol. Me estoy poniendo en un extremo, claro, pero justo para expresar que habrá que cerrar unas casas y habrá que abrir otras, en otros lugares, según nuestras fuerzas reales, según las mayores urgencias y a la escucha de Dios.
(ML). Esa sí es una tentación, a veces nos distraemos de lo fundamental y ponemos demasiadas energías en lo secundario; se requiere un discernimiento continuo para no invertir los valores, porque de lo contrario no somos ni nos sentimos fecundas, y eso genera frustración.
¿Nos falta «pisar tierra» a los consagrados?
(SR). Tanto en España como en República Dominicana me he encontrado a consagrados que pisan tierra y se embarran cada día en las necesidades de las personas, sobre todo de aquellas que están más desfavorecidas. Creo que depende un poco de nuestra actitud, de cómo nos relacionamos con los demás, de cómo nos implicamos y de cómo nos afecta la vida de los otros. En general, “pisamos tierra” y ojalá la pisemos más, para comprender el dolor de cada uno.
(ML). Sinceramente, creo que hoy se “pisa tierra” en general; también hay grupos un tanto “espiritualistas”. Respeto los diversos modos, pero creo que se vive en contacto con la gente y con las realidades “a pie de calle”…
¿Cómo podrían ser las comunidades organizadas de otro modo?
(SR). Creo que el horizonte lejano está en comunidades de familias carismáticas… no es nada nuevo, corre mucha tinta sobre esto. Pero mientras no llega, seguimos en proceso ensayando diferentes formas que nos ayuden al principio y fundamento: Anunciar a Jesús.
Lo que nos une es el proyecto de Jesús, la organización es secundaria, según tiempos, lugares y circunstancias. Y sabiendo –con realismo– que la palabra clave es “cambio”; lo que hoy y vale mañana está caduco.
(ML). Creo que el futuro apunta mucho más a una realidad intercongregacional y, por tanto, deberíamos comenzar a prepararnos. Mientras tanto favorecer grupos más amplios con una única animadora, con proyectos apostólicos comunes en la misión y con la diversidad de modos que requiera cada grupo.
Cuando los consagrados hablamos de innovación, ¿qué queremos decir?
(SR). La Iglesia siempre ha sido sabia en análisis de la realidad y lo que las congregaciones religiosas aportan al mundo de la educación, de la sanidad. Es impagable, buscando siempre lo nuevo que pueda ayudar a la tarea concreta. Pero cuando hablamos de innovación en las congregaciones, ¿de qué hablamos realmente? No lo tengo muy claro. Como estoy en formación, pienso en la necesidad que tenemos de acoger con respeto a otras mujeres que se acercan a nosotras para ayudarles a crecer en la vocación a la que son llamadas.
No se trata de innovar por innovar, se trata de buscar aquello que más ayude al hoy, a lo concreto de hoy. Si algo no ayuda, busquemos otra cosa, esa es la innovación.
(ML). Entiendo que se refiere a actualizarnos, ponernos al día con las novedades que el mundo nos ofrece para la misión, ahondando en la raíz de nuestro ser de mujeres consagradas, es decir, con la mirada puesta en Jesús y su programa de vida; pero con un lenguaje existencial inteligible hoy.
Y si un día nuestras congregaciones no tienen colegios, hospitales o centros propios…
(SR). Si fuera así indicaría que ya no se necesitan. Entonces, ese día, seremos más libres para ir allí donde hay más necesidad, para provocar procesos en otras personas y para irnos –sin dependencias– porque ya no se nos necesita. ¡Estupendo!
(ML). Estaríamos mucho más en la línea evangélica: colaborar con otras personas sin obras propias; creo firmemente que el Espíritu es capaz de suscitar diversas formas si estamos abiertas al futuro que ya grita…
¿Estamos tomando decisiones arriesgadas de cara al porvenir?
(SR). Yo creo que se están tomando las decisiones que se pueden en cada momento. Soy persona de eficacia y rapidez pero el Evangelio es otra cosa. Las decisiones son las posibles, pero confieso que desearía más riesgo para la Iglesia, más caminos nuevos, más llegar a donde otros no pueden llegar sin pensar tanto en estructuras o normas.
(ML). Me parece que no, percibo que seguimos estáticas mientras el mundo cambia a gran velocidad. Nosotras no nos anticipamos al futuro, nos lleva por delante… Nos quedamos más “en lo que ya no podemos” que en buscar nuevos caminos posibles aún en la realidad que nos toca vivir.
¿Qué podríamos hacer para que nuestra vida se acerque más al ritmo de la calle? No es cuestión de horarios e inmuebles, pero donde estamos y como estamos ¿ayuda?
(SR). Sabiendo que muchos consagrados ya lo están haciendo… para acercarnos al ritmo de la calle lo único que hay que hacer es “estar en la calle”, abrir puertas y ventanas, trabajar como todos, gestionar los inmuebles, ir más allá de estructuras conventuales que no encajan en la vida apostólica, tomarnos el pulso con Dios y con la comunidad eclesial. Y, por supuesto, que nuestras casas estén abiertas, acogiendo lo que supone de incomodidad, de cambiar planes, escuchar gratuitamente… pero ¿no hacía eso Jesús?
(ML). Se han hecho muchos esfuerzos pero no llegamos, siempre quedamos lejos o fuera… tampoco es fácil desprendernos de los inmuebles que tenemos pero todo esfuerzo por vivir encarnadas será poco; mientras no podamos dejarlos, aprovechemos para abrir puertas y ser acogedoras, compartir con otras personas y/o instituciones, lo que tenemos.
Cuando hablamos de misión compartida, ¿qué queremos decir? ¿Es posible para la vida consagrada compartir vida y misión con otros y otras? ¿Son posibles las comunidades mixtas?
(SR). Por supuesto. Para mí significa que, desde la vocación particular de cada uno, hagamos un discernimiento juntos sobre el paso del Señor, en aquello que el Espíritu nos va mostrando. Es posible, ¡ya está siendo posible!
Hay muchos laicos que son tan compañeros de camino como mis hermanas de congregación, ellos hacen crecer mi vocación consagrada y juntos buscamos el querer de Dios.
Las comunidades mixtas ya existen en algunos lugares y cada congregación estará a la escucha del Espíritu. Porque lo importante es acoger lo nuevo aunque nos provoque inseguridad: ahí está Dios haciendo equilibrios con nosotros.
(ML). Sí, estoy totalmente convencida de que podemos compartir vida y misión con otros y otras. Serían nuevas formas de vida, ya que en torno a la misión común podemos unirnos también para otros muchos momentos de vida compartida. Participar del mismo carisma nos lo posibilita; sería una gran riqueza para todos, personas con votos y otras sin ellos. El carisma tiene fuerza suficiente para ello… las comunidades mixtas son un camino para soñar el futuro.
Es urgente no dejar de abrir caminos nuevos a la escucha del Espíritu y sus “ecos” en nuestro mundo.
Fuente: Vida Religiosa