Instrumento en sus Manos

Dejarse en manos de Dios para que haga de nosotros una obra de arte

Por Angel Benítez Donoso, SJ

De entre todos los instrumentos musicales no hay ninguno que se pueda comparar al violín: sus curvas elegantes, su fino mástil culminado en la bella voluta y sus cuatro cuerdas de las que brotan inigualables melodías cuando se desliza sobre ellas el arco. Pero por más que lo intente, el violín por sí solo no conseguirá sacar ni una sola nota. Se retorcerá y luchará toda la noche pero de sus cuerdas no saldrá un solo sonido. Y es que el violín parece haber olvidado que es un instrumento, el más bello de todos ellos pero instrumento al fin y al cabo.

Todo violín necesita de las manos del artista, ese músico que lo conoce a la perfección, que lo quiere y lo cuida con esmero. En sus manos el violín es capaz de interpretar las más bellas sinfonías que se han escrito en la historia de la música pero sin él no es más que otro trozo de madera. Si el violín se empeña, y hay violines muy tercos, acabará por desafinarse, o incluso puede que rompa alguna de sus cuerdas, pero jamás conseguirá por sí solo sacar un sonido de entre sus cuerdas.

En algunas ocasiones al violín le toca ser solista y de pronto todos los focos recaen sobre él, otras aparece en cuarteto y entonces debe aprender a acompasarse con el chelo y la viola, pero la mayoría de las veces se encuentra en medio de una orquesta, pasando más desadvertido pero disfrutando también de la variedad de instrumentos que la componen y de la aportación imprescindible de cada uno de ellos. Lo que nunca se ha visto y nunca se verá es a un violín sin su músico.

No luches, no te desafines, deja que sea el artista el que haga vibrar tus cuerdas, conviértete en instrumento en sus manos.

Fuente: Pastoral SJ

 

Arturo Sosa SJ, La Misión de la Compañía de Jesús

Entrevista realizada por el periódico L’Osservatore Romano para al actual Superior General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa SJ, en la que habla del presente de la orden y los desafíos que plantea el discernimiento sobre hacia dónde encauzar su rumbo.

¿Cómo ve la situación en Venezuela?

A pesar de todo tengo una mirada optimista, aunque ignoro el futuro. Pero obviamente es grande la preocupación por la sucesión de noticias, como han expresado más de una vez los obispos y jesuitas de mi país, el Papa, el cardenal Secretario de Estado y en diversas maneras la Santa Sede. Pero quiero subrayar un hecho: el referéndum del 16 de julio fue la manifestación civil más importante de toda la historia venezolana porque participaron siete millones y medio de personas, es decir, la mitad del electorado. El recorrido del debate político sería la única vía para detener la violencia y hacer verdaderamente política al servicio de las grandísimas necesidades del pueblo.

Han pasado más de nueve meses desde su elección, ¿cómo han transcurrido para usted?

Con gran paz, con mucho trabajo y con la necesidad de aprender muchas cosas nuevas, rápidamente. Ante todo con paz espiritual porque ocupo una cargo que no he buscado y que ni siquiera podía imaginar que pudiese recaer en mí: lo he recibido de mis hermanos en la congregación general, pero lo entiendo y lo vivo como algo proveniente del Señor Jesús, que he elegido como compañero hace más de medio siglo. El trabajo es realmente mucho y no es simple conocer, desde esta nueva posición mía, un cuerpo tan rico y variado como la Compañía de Jesús y mis compañeros en la misión. Todo esto a gran velocidad, porque las decisiones no pueden esperar.

¿Qué haría hoy Ignacio de Loyola?

Esta es la pregunta que me planteo cada día, junto a todos los jesuitas. Ante todo junto a los trece consejeros generales que cada semana encuentro regularmente uno por uno, cuando no nos lo impiden los respectivos viajes, mientras el martes y el jueves se reúne todo el consejo. Y tres veces al año, en enero, junio y septiembre, durante una semana entera tenemos un encuentro extendido con los presidentes de las seis conferencias provinciales y con cuatro secretarios, en total veinticuatro personas.

¿Qué objetivo tiene este método de gobierno tan complicado y laborioso, que imagino en cualquier caso muy útil para las decisiones que debe tomar el Padre general?

La intención es precisamente la de comprender las decisiones que hay que tomar, porque para la Compañía de Jesús, y por consiguiente, para todos los jesuitas, es fundamental y necesario ser creativamente fieles a la propia vocación y a la misión. Mirando a san Ignacio, debemos recorrer continuamente el camino del regreso a nuestras fuentes originales. Esto ha querido el Concilio Vaticano II y esta decisión ha sido la salvación para la vida religiosa, que en la visión católica es una inspiración del Espíritu.

¿Hay criterios para entender cómo realizar esta fidelidad?

Miremos la experiencia de los primeros diez jesuitas, cuando Ignacio y sus compañeros estaban en Venecia para ir a Tierra Santa. El proyecto se reveló imposible y se transformó en el viaje a Roma, decisivo para la Compañía, como narran las fuentes y como ha recordado el pasado otoño, nuestra 36° congregación general reunida para elegir al prepósito. Este es el modelo de Venecia: la unión de la mente y del corazón, la práctica de una vida austera, la cercanía afectiva y efectiva a los pobres, el discernimiento común y la disponibilidad ante las exigencias de toda la Iglesia señaladas y expresadas por el Papa.

¿Cuál es la misión de los jesuitas?

Hoy la Compañía debe encontrar cada día el camino para poner en práctica la reconciliación. A tres niveles: con Dios, con los seres humanos, con el ambiente. Somos colaboradores de Cristo, razón de ser de la Iglesia de la cual formamos parte. Y precisamente la experiencia de Dios nos devuelve la libertad interior y nos lleva a dirigir la mirada a quien está crucificado en este mundo para entender mejor las causas de la injusticia y contribuir en la elaboración de modelos alternativos al sistema que hoy produce pobreza, desigualdad, exclusión y pone en riesgo la vida en el planeta. Debemos así restablecer una relación equilibrada con la naturaleza. Contribuir a esta reconciliación significa también desarrollar las capacidades de diálogo, entre las culturas y entre las religiones. Acabo de volver de un viaje por Asia: en Indonesia, el país islámico más poblado del mundo, he conversado durante largo tiempo con un grupo de intelectuales musulmanes, y en Camboya me he reunido con monjes budistas, para dar testimonio sobre las posibilidades de colaboración entre las religiones como factores que favorezcan el entendimiento y la convivencia pacífica y como vías para la búsqueda espiritual.

¿Cómo es posible esta reconciliación?

Es fundamental la conversión: personal, comunitaria «para la dispersión», ad dispersionem, un término que significa la necesidad apostólica de la misión, e institucional, para reorganizar nuestras estructuras de trabajo y de gobierno dirigidas precisamente a la misión. Que es propia de cuantos se sienten llamados a ser compañeros de Jesús.

Fuente: L’Osservatore Romano

Nuevo Nombre del Colegio SAN IGNACIO- Mons. Isasa

Desde el 31 de Julio de este año, el Colegio Monseñor Isasa, establecido en Montevideo Uruguay, ha comenzado a llamarse ‘Colegio San Ignacio – Monseñor Isasa’. Este cambio es el producto de un camino de discernimiento que han emprendido la comunidad Jesuita y la Dirección del Colegio. Además, el Colegio contará con un nuevo isologotipo que comenzará a usarse a partir del 2018.

El cambio de nombre intenta

reflejar un estrechamiento de los vínculos entre el colegio, la parroquia y la residencia jesuita, ahora homónimas.

Compartimos la carta del Director General del Colegio, Guillermo Lemos Fuentes a las familias

Reflexión del Evangelio – Domingo 13 de Agosto

Evangelio según San Mateo 14, 22-33

Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.

Reflexión del Evangelio – Por Julio Villavicencio SJ

Hay pasajes del Evangelio que son claros, lo dicen todo y más de lo que solo presentan. En esta oportunidad tenemos uno de esos pasajes. Sin embargo, me gustaría enfocar dos aspectos de este riquísimo pasaje en imágenes y acciones del Señor. Los dos enfoques que propongo son, la invitación del Señor y el grito de Pedro en la experiencia de su miedo.

Creo que universalmente estamos invitados al encuentro con el Señor. Este Jesús que aparece en las tinieblas, en medio de un viento en contra e invita a ir hacia a él a Pedro. No sé si alguno de ustedes ha estado alguna vez remando con viento en contra. Es agotador y angustiante. Uno no puede descansar ni un segundo porque retrocede lo poco que ha avanzado. Y lo que uno avanza, transpirando, casi sin aire, con los músculos hinchados de tanta fuerza, es realmente muy poco. Tan poco que uno cree que no avanza nada y que todo lo que está haciendo es en vano ¿Alguna vez sentiste esto en tu vida? ¿Sentiste que tus fuerzas no daban más? ¿Que ese problema que te desgasta, que te deja angustiado parece que te está venciendo? ¿Qué por más que te esfuerces ante esa situación, pareciera que todo es en vano? No saldrás nunca de ese lugar. Pues bien, es muy probable que esa haya sido la sensación de los apóstoles. Están remando contra el viento y sus fuerzas están a prueba. Es en ese preciso momento, en esa angustia que a veces sentimos, que aparece el salvador. Aparece Jesús. Lo curioso es que en un principio, no hace que el viento o la dificultad deje de soplar. El viento sigue ahí, el miedo está ahí. Sin embargo él está y le dice a Pedro “ven”. Ahí las fuerzas de Pedro ya no son puestas a prueba, sino que lo que entra en juego es su fe. Sí el cree, llegará al Señor. Cuando estés ante el miedo de la vida que parece que sopla en contra, cuando tu angustia de sentir que no avanzas y estás en una “tormenta”, recuerda, ahí, en medio de esas olas, y de esas tinieblas, está Jesús y te llama a tener fe. A sostenerte por encima de tu miedo para encontrarte con él.

Sin embargo Pedro comienza su puesta en fe, pero no resiste. Aún no es el Pedro que dará su vida por el Evangelio en medio del Imperio romano. Está en medio de una fe que está madurando. Aún así lo intenta, tal vez con más valor personal que con fe. Pero su valor no alcanzó y su fe pronto se achico ante la tormenta. Pedro siente que se está hundiendo. Entonces pasa algo que a veces no tenemos en cuenta. La fe de Pedro no alcanzó, su valor no alcanzó. Nuestra fe a veces no nos alcanza, nuestro valor se nos escapa como arena por nuestras manos y sucede la misericordia del Señor. Jesús rescata a Pedro. No cree que podrá caminar por sobre las aguas, y sin embargo tiene un último aliento para suplicar al “Señor, sálvame”. Y Jesús que ha estado en medio de la tormenta esperándolo, “extendió la mano, lo agarró”.

Creo que aquí vemos dos movimientos, la fe a la que nos invita Jesús y la misericordia del Señor. Ojalá que cuando nuestras fuerzas no den más, y nuestra fe sea haga pequeñita ante los miedos que soplan fuerte, tengamos esa mezcla de amor y humildad de Pedro y podamos gritar desde lo más profundo de nuestra humanidad, desde el límite, “Señor, sálvame”. Y sentiremos en nuestro corazón, la mano misericordiosa de Aquél que nos ha buscado siempre en medio de nuestras tormentas, rescatándonos de nuestros miedos.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

CVX: Dios Pide Hoy a las Familias Cuidar el Mundo

Las Comunidades de Vida Cristiana (CVX) organizaron un Encuentro Internacional de Formación sobre la Familia, que se llevó a cabo durante el mes de Julio en Madrid. Del mismo participareon personas de 30 países de todo el mundo.

Por Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Del 16 al 21 de Julio, en El Escorial (Madrid) se llevó adelante un Encuentro Internacional de Formación sobre Familia organizado por la Comunidad de Vida Cristiana (CVX). Del mismo participaron 80 personas de 30 países de todo el mundo. Además, estuvo presente el secretario del nuevo dicasterio vaticano de Laicos y Familia, Guillermo Gutiérrez.

El tema que inspira el encuentro es la exhortación del Papa Amoris laetitia, en especial la llamada a “una nueva pastoral familiar”, profundizando en la búsqueda de soluciones de acompañamiento “a las realidades familiares presentes en el mundo de hoy”.

Fernando Vidal, director del Instituto Universitario sobre la Familia, explica que la espiritualidad ignaciana está presente en toda la exhortación Amoris laetitia, especialmente con dos elementos: el discernimiento y el acompañamiento.

Estos instrumentos son “muy sencillos y necesarios”, porque “Jesús nos llama a un discernimiento no solo en momentos extraordinarios, sino en la vida diaria de todas las familias”. Si es así, “luego cuando llegan las crisis el discernimiento sale de forma natural. Tenemos que entrenarnos en la vida diaria para leer las inspiraciones del Espíritu a cada familia”.

Además de ello, las familias cristianas hoy “están en la línea de fuego de la pastoral familiar. No pueden vivir para dentro, sino que deben abrirse a los demás. En primer lugar, han de ser ejemplo de vida cristiana, de discernimiento, de seguir a Jesús. Eso se irradia a los demás. Y luego, hemos de ser modelo de cuidarnos unos a otros, de vivir una vida celebrada, de ayudar a los más pobres…”. Y todo ello “en la vida diaria, acompañando a familiares, vecinos, amigos…, que puedan tener en nuestras familias un lugar de escucha, acogida y de referencias para resolver sus inquietudes”.

Para el director del Instituto Universitario sobre la Familia, “igual que Dios pidió a Adán y Eva cuidar del jardín, hoy nos pide a las familias lo mismo, cuidar del mundo”.

Fuente: Alfa y Omega

San Pedro Fabro de Chile Tiene Nuevo Rector

El día 26 de junio en presencia de toda la comunidad del Centro Interprovincial de Formación San Pedro Fabro, en Santiago de Chile, y con la compañía del Provincial de Chile, P. Cristián del Campo y el Presidente de la CPAL P. Roberto Jaramillo (que hace su visita al teologado), tomó posesión de su cargo como nuevo Rector del CIF el P. Alberto Cristóbal Luna, de la provincial del Paraguay.

Agradecemos al P. Nano Polanco sus años de dedicación a este importante servicio y auguramos al P. Luna muchos éxitos en la nueva misión que recibe de la Compañía.

Fuente: CPAL SJ

Vida Consagrada:“Los Desafíos Posibilitan Una Gran Fecundidad”

Dos religiosas de la congregación de las Hijas de Jesús comparten su percepción de la realidad de la vida consagrada hoy.

Maria Luisa Berzosa y Silvia Rozas son Hijas de Jesús (Jesuitinas). Tienen, 74 y 42 años, respectivamente. Separadas por décadas, sin embargo, han encontrado una clave de lectura común del presente que es el carisma. No son rostros e historias de ayer o de mañana; son el hoy de la vida consagrada. María Luisa ha recorrido el mundo. Tiene el corazón lleno de historias vividas y revividas con los más débiles en Argentina, Roma y, ahora, Madrid. Dice que esta etapa es de júbilo. Dispone de tiempo para acompañar, transmitir y ofrecer la sabiduría que deja el paso del tiempo al calor de Dios.

Silvia Rozas es juniora. Llegó a la congregación con experiencia de vida, de fe y de Iglesia. Antes de entrar trabajó eficazmente en la oficina de información del Arzobispado de Santiago de Compostela en España. Silvia es testimonio del perfil de los jóvenes-adultos que hoy se están encontrando con la vocación a la vida consagrada.

¿La intergeneracionalidad es posibilidad o problema para los consagrados?

Silvia Rozas (SR). La verdad es que se habla mucho de la intergeneracionalidad y es una realidad en nuestras congregaciones. A través de la experiencia que voy teniendo siento que es posibilidad y problema a la vez, pero no por la edad sino por las actitudes personales que vamos teniendo.

A mí no me importa tanto la edad sino cómo nos situamos a los 40, a los 60, a los 80… El problema aparece cuando yo pretendo que mis hermanas de comunidad, tengan la edad que tengan, sean o hagan aquello que a mí me gustaría. Está claro que una persona de 40 no puede vivir como una de 80 ni una de 80 como una de 40. Pero el Señor nos llama a salir de nuestro propio amor, querer e interés para encontrarnos y vivir para los demás. Esa es la posibilidad, caminar juntas en obediencia a la voluntad de Dios.

María Luisa Berzosa (ML). Es un desafío grande pero enriquece a todas, nos da ocasión de encontrarnos en lo fundamental y aprender de las diferencias; sin duda es una gran posibilidad para aprovechar y crecer juntamente.

¿De verdad es el mejor momento para la vida consagrada?

(SR). Mi lógica mundana me pone ante los ojos una realidad complicada y compleja, un tiempo de transición en que lo nuevo no acaba de llegar y los moldes antiguos todavía continúan. Sin embargo, creo que es un momento de gracia, el Espíritu nos lleva a la disminución de fuerzas, a una cierta purificación de intenciones y motivaciones… y ojalá nos guíe a ser más de Dios. Esta es la hora de Dios en mi vida, por eso es el mejor momento para mí aunque tenga que atravesar miedos, oscuridades, incomprensiones…

Se trata de encontrar cómo ser mejores instrumentos de Dios y, para eso, no hay ni mejores ni peores momentos, sino el tiempo de Dios en cada persona.

(ML). Depende que entendamos por “mejor”; he vivido el postconcilio en mi formación nada más entrar en la congregación y considero una gracia enorme, en mi vida, aquel momento histórico y todo lo que se fue desarrollando a partir del mismo. Cada época tiene su momento “mejor”, si sabemos descubrirlo. Éste me parece una gran oportunidad, auténtico “kairós”, lleno de llamadas y desafíos de nuestro mundo, que nos posibilita una gran fecundidad apostólica en medio de un pluralismo apasionante.

¿Estaremos muy preocupados por lo que no es importante?

(SR). Cuando era laica veía que las congregaciones estaban demasiado centra-das en sus estructuras, en sus cambios, “en sus cositas internas” y que, mientras, tanto hombres y mujeres gritaban por su ayuda.

Es más, algo que me invitó a discernir de nuevo mi vocación es ver que mi congregación abría una nueva comunidad en Lleida, entre las personas inmigrantes, sin pensar en que casi no había nuevas vocaciones. Eso me alentó, ir a donde se necesite.

Hoy, ya como consagrada, comprendo la necesidad que tienen nuestras instituciones de aligerar estructuras para ser mejores instrumentos de Dios. El peligro está en centrarnos solo ahí. La tentación está en pensar que ya todo está perdido, que lo mejor es cerrar casas, juntar a las hermanas, deshacerse de las obras y esperar… a que caiga el sol. Me estoy poniendo en un extremo, claro, pero justo para expresar que habrá que cerrar unas casas y habrá que abrir otras, en otros lugares, según nuestras fuerzas reales, según las mayores urgencias y a la escucha de Dios.

(ML). Esa sí es una tentación, a veces nos distraemos de lo fundamental y ponemos demasiadas energías en lo secundario; se requiere un discernimiento continuo para no invertir los valores, porque de lo contrario no somos ni nos sentimos fecundas, y eso genera frustración.

¿Nos falta «pisar tierra» a los consagrados?

(SR). Tanto en España como en República Dominicana me he encontrado a consagrados que pisan tierra y se embarran cada día en las necesidades de las personas, sobre todo de aquellas que están más desfavorecidas. Creo que depende un poco de nuestra actitud, de cómo nos relacionamos con los demás, de cómo nos implicamos y de cómo nos afecta la vida de los otros. En general, “pisamos tierra” y ojalá la pisemos más, para comprender el dolor de cada uno.

(ML). Sinceramente, creo que hoy se “pisa tierra” en general; también hay grupos un tanto “espiritualistas”. Respeto los diversos modos, pero creo que se vive en contacto con la gente y con las realidades “a pie de calle”…

¿Cómo podrían ser las comunidades organizadas de otro modo?

(SR). Creo que el horizonte lejano está en comunidades de familias carismáticas… no es nada nuevo, corre mucha tinta sobre esto. Pero mientras no llega, seguimos en proceso ensayando diferentes formas que nos ayuden al principio y fundamento: Anunciar a Jesús.

Lo que nos une es el proyecto de Jesús, la organización es secundaria, según tiempos, lugares y circunstancias. Y sabiendo –con realismo– que la palabra clave es “cambio”; lo que hoy y vale mañana está caduco.

(ML). Creo que el futuro apunta mucho más a una realidad intercongregacional y, por tanto, deberíamos comenzar a prepararnos. Mientras tanto favorecer grupos más amplios con una única animadora, con proyectos apostólicos comunes en la misión y con la diversidad de modos que requiera cada grupo.

Cuando los consagrados hablamos de innovación, ¿qué queremos decir?

(SR). La Iglesia siempre ha sido sabia en análisis de la realidad y lo que las congregaciones religiosas aportan al mundo de la educación, de la sanidad. Es impagable, buscando siempre lo nuevo que pueda ayudar a la tarea concreta. Pero cuando hablamos de innovación en las congregaciones, ¿de qué hablamos realmente? No lo tengo muy claro. Como estoy en formación, pienso en la necesidad que tenemos de acoger con respeto a otras mujeres que se acercan a nosotras para ayudarles a crecer en la vocación a la que son llamadas.

No se trata de innovar por innovar, se trata de buscar aquello que más ayude al hoy, a lo concreto de hoy. Si algo no ayuda, busquemos otra cosa, esa es la innovación.

(ML). Entiendo que se refiere a actualizarnos, ponernos al día con las novedades que el mundo nos ofrece para la misión, ahondando en la raíz de nuestro ser de mujeres consagradas, es decir, con la mirada puesta en Jesús y su programa de vida; pero con un lenguaje existencial inteligible hoy.

Y si un día nuestras congregaciones no tienen colegios, hospitales o centros propios…

(SR). Si fuera así indicaría que ya no se necesitan. Entonces, ese día, seremos más libres para ir allí donde hay más necesidad, para provocar procesos en otras personas y para irnos –sin dependencias– porque ya no se nos necesita. ¡Estupendo!

(ML). Estaríamos mucho más en la línea evangélica: colaborar con otras personas sin obras propias; creo firmemente que el Espíritu es capaz de suscitar diversas formas si estamos abiertas al futuro que ya grita…

¿Estamos tomando decisiones arriesgadas de cara al porvenir?

(SR). Yo creo que se están tomando las decisiones que se pueden en cada momento. Soy persona de eficacia y rapidez pero el Evangelio es otra cosa. Las decisiones son las posibles, pero confieso que desearía más riesgo para la Iglesia, más caminos nuevos, más llegar a donde otros no pueden llegar sin pensar tanto en estructuras o normas.

(ML). Me parece que no, percibo que seguimos estáticas mientras el mundo cambia a gran velocidad. Nosotras no nos anticipamos al futuro, nos lleva por delante… Nos quedamos más “en lo que ya no podemos” que en buscar nuevos caminos posibles aún en la realidad que nos toca vivir.

¿Qué podríamos hacer para que nuestra vida se acerque más al ritmo de la calle? No es cuestión de horarios e inmuebles, pero donde estamos y como estamos ¿ayuda?

(SR). Sabiendo que muchos consagrados ya lo están haciendo… para acercarnos al ritmo de la calle lo único que hay que hacer es “estar en la calle”, abrir puertas y ventanas, trabajar como todos, gestionar los inmuebles, ir más allá de estructuras conventuales que no encajan en la vida apostólica, tomarnos el pulso con Dios y con la comunidad eclesial. Y, por supuesto, que nuestras casas estén abiertas, acogiendo lo que supone de incomodidad, de cambiar planes, escuchar gratuitamente… pero ¿no hacía eso Jesús?

(ML). Se han hecho muchos esfuerzos pero no llegamos, siempre quedamos lejos o fuera… tampoco es fácil desprendernos de los inmuebles que tenemos pero todo esfuerzo por vivir encarnadas será poco; mientras no podamos dejarlos, aprovechemos para abrir puertas y ser acogedoras, compartir con otras personas y/o instituciones, lo que tenemos.

Cuando hablamos de misión compartida, ¿qué queremos decir? ¿Es posible para la vida consagrada compartir vida y misión con otros y otras? ¿Son posibles las comunidades mixtas?

(SR). Por supuesto. Para mí significa que, desde la vocación particular de cada uno, hagamos un discernimiento juntos sobre el paso del Señor, en aquello que el Espíritu nos va mostrando. Es posible, ¡ya está siendo posible!

Hay muchos laicos que son tan compañeros de camino como mis hermanas de congregación, ellos hacen crecer mi vocación consagrada y juntos buscamos el querer de Dios.

Las comunidades mixtas ya existen en algunos lugares y cada congregación estará a la escucha del Espíritu. Porque lo importante es acoger lo nuevo aunque nos provoque inseguridad: ahí está Dios haciendo equilibrios con nosotros.

(ML). Sí, estoy totalmente convencida de que podemos compartir vida y misión con otros y otras. Serían nuevas formas de vida, ya que en torno a la misión común podemos unirnos también para otros muchos momentos de vida compartida. Participar del mismo carisma nos lo posibilita; sería una gran riqueza para todos, personas con votos y otras sin ellos. El carisma tiene fuerza suficiente para ello… las comunidades mixtas son un camino para soñar el futuro.

Es urgente no dejar de abrir caminos nuevos a la escucha del Espíritu y sus “ecos” en nuestro mundo.

Fuente: Vida Religiosa

El Origen de la Cena Pan y Vino

En el mes de la solidaridad, compartimos la historia de una tradición del Hogar de Cristo de Uruguay.

La historia de esta tradición comenzó en 1983, en Chile, cuando diferentes hombres de empresas, del mundo político, artístico y religioso aceptaron la invitación realizada por el padre Renato Poblete S.J., en ese entonces Capellán General del Hogar de Cristo (Chile).

A través de un sencillo menú conformado sólo por pan y vino, el sacerdote jesuita no sólo aprovechó la ocasión para darles a conocer la obra que esta Fundación –la principal obra de San Alberto Hurtado- tenía en ese periodo, sino también, comprometer su ayuda en beneficio de quienes vivían en condiciones de extrema pobreza.

La relevancia y el valor simbólico de la Cena Pan y Vino la han convertido en una de las actividades centrales de agosto, Mes de la Solidaridad, fecha en que se recuerda el trabajo solidario iniciado por nuestro santo chileno, Alberto Hurtado, en favor de los más pobres entre los pobres.

El Padre Hurtado fue testigo de problemas similares a los que hoy se enfrentan. Vivimos una profunda crisis de confianza donde persisten las desigualdades y los problemas de los más pobres permanecen invisibles, pero San Alberto nos enseñó a ver en ello una oportunidad para aprender a convivir de manera bella, humana y fraternal, que nos permita hacer de nuestro país uno más justo, inclusivo y solidario

Así mismo, como en Chile, desde el Hogar de Cristo Uruguay, se empezó a imitar la idea de la cena Pan y Vino ya siendo este año su 4ta edición. Un espacio de encuentro, de puesta a punto de las obras y otra forma de colaborar con la causa.

La nueva edición de la Cena Pan y Vino será este 18 de Agosto, en el Colegio Seminario de Montevideo Uruguay.

Fuente: Hogar de Cristo Uruguay

 

“La Misión Universitaria de la Compañía de Jesús”

En una entrevista para la revista con el área de prensa de la Universidad Católica de Córdoba, el profesor español Enrique López Viguria, comparte los elementos esenciales a través de los cuales pensar el perfil de los egresados de las Universidades Jesuitas y su inserción en el mundo.

Días atrás el profesor español Enrique López Viguria, secretario general de ESADE Business School, visitó nuestra Universidad y presentó su tesis doctoral bajo el título “La misión universitaria de la Compañía de Jesús”. Un estudio exploratorio sobre el perfil de los egresados de sus escuelas de negocios en España.

¿Cuál es la misión de la Compañía de Jesús en la formación universitaria?

La misión de la Compañía en este campo está sintetizada en lo que conocemos como paradigma Ledesma-Kolvenbach. Este paradigma surge de un mensaje que dirigió el P. Peter Hans Kolvenbach SJ —Superior General de los Jesuitas entre 1983 y 2008— al consejo directivo de Georgetown en 2007.

Kolvenbach estaba muy interesado en recuperar esta idea de cuál era el propósito de los jesuitas en las universidades. Inmerso en ese proceso, descubrió y puso en valor los postulados del P. Diego de Ledesma SJ, teólogo y pedagogo del S. XVI, quien acuñó la estructura cuatridimensional de este modelo. Así, expresa estas ideas en cuatro voces latinas: utilitas, humanitas, iustitia y fides, que son el corazón de la presencia de los Jesuitas en la educación.

¿En qué consiste cada una de ellas?

En el S. XVI, Ledesma escribió que los Jesuitas estaban en la educación, porque «provee a la gente con muchas ventajas para la vida práctica». A esto el P. Kolvenbach lo llamó utilitas. Los Jesuitas están en la educación para formar personas competentes, que conozcan bien su oficio y profesión y que la ejerzan con dignidad y calidad.

Para Ledesma, la educación contribuye también al «correcto gobierno de los asuntos públicos y a la apropiada formulación de leyes». En un contexto contemporáneo, Kolvenbach entiende por asuntos públicos a todos los que tienen que ver con el quehacer humano, ya sean en el contexto de una organización, de una empresa o de una actividad profesional. Por eso habla de iustitia, entendida como trabajar por el bien común, para la convivencia y para las mejoras de la sociedad.

Se trata por tanto de promover una educación orientada a construir estructuras sociales, económicas y políticas que defiendan nuestra común humanidad, y que se implanten allá donde sea necesario actuar en beneficio del común, pero sobre todo, de los más desfavorecidos.

Educar, afirmaba Ledesma, da «decoro, esplendor y perfección a nuestra naturaleza racional». Eso para Kolvenbach es humanitas. Trabajar para formar no solo personas ilustradas, sino personas con convicción y con un consistente anclaje ético. Desde el potencial de la tradición de la Compañía, se podría decir, personas más humanas.

Fides, por su parte, es la expresión que usa Kolvenbach para referirse al fin último del ser humano. Desde una visión religiosa —como la planteada inicialmente por Ledesma— ese fin último es hacer el bien, estar al servicio a los demás. Por tanto, para Kolvenbach «fe» representa la búsqueda de la verdad.

La clave de una educación jesuita está centrada en la figura de Jesús. En cómo Jesús encarna una auténtica visión de humanidad y de dignidad, de vivir para servir a los otros, para mejora la vida de las personas y la vida en común.

¿Cómo se materializan estos principios en los estudiantes y egresados de las universidades jesuitas?

Los egresados de nuestras universidades deben tener ciertas características. Quien mejor lo expuso fue el P. Adolfo Nicolás SJ —General de la Compañía entre 2008 y 2016— a través de lo que llamamos coloquialmente como las cuatro C: competentes, comprometidos, conscientes y compasivos. Cada una de esas virtudes, refleja los postulados del paradigma.

Utilitas sería ser competente; iustitia es compromiso… con la sociedad, con mi equipo de trabajo, con mi familia. Nuestros egresados deben ser capaces de prometer y de cumplir lo que prometen.

Consiente está ligado al concepto de humanitas. Nuestros egresados deben ser capaces de entender su tiempo, su espacio, su circunstancia vital, la de su comunidad, la de su empresa, y ser capaces de reflexionar y actuar al respecto.

Por último, compasivo viene de cum pasos, es decir, de caminar con el otro. Para eso hace falta dejar de lado el ego y pensar y sentir en el otro. Si no tenemos eso, no podemos construir nada.

Conseguir todo esto no es algo precisamente fácil, pero lo peor que podemos hacer desde las universidades jesuitas es no intentarlo. Muchas veces pareciera que el de la Universidad, es un mundo sobre una torre de marfil, ajeno y lejano a la realidad económica y social del mundo, sobre todo de la de los más desfavorecidos. Pero yo creo que de lo que se trata, es justamente de generar en nuestros estudiantes conciencia de la realidad en la que trabajan, de manera puedan instalar preguntas, instalar dinamismos que permitan la reflexión, que les permitan acercarse a una solidaridad bien informada.

Para cambiar las cosas hace falta convicción y compulsión. La primera la tenemos, pero tenemos que poner todavía más energía en llevarla a la práctica.

Fuente: UCC

 

Ser Genuinos Servidores del Reino Comprometiendo la Profesión con el Trabajo por un Mundo más Justo

Discurso de David Fernández sj a la sociedad de egresados de administración de empresas de la universidad iberoamericana, en ocasión de los 60 años de la fundación de la carrera de Administración de Empresas.

David Fernández, SJ.

“Agradezco a los organizadores de esta ceremonia conmemorativa del 60 aniversario de la fundación de la carrera de Administración de Empresas, y más ampliamente a la Sociedad de Egresados de esta carrera de la Universidad Iberoamericana, que me hayan invitado a decir unas palabras con motivo, también, de la entrega de los reconocimientos “Xavier Sheifler, S.J.” a quienes ahora hemos galardonado. Dada la trascendencia de este acto y lo concurrido del mismo, voy a abusar de su generosidad para hablar sobre la magnanimidad y la filantropía.

(…)Quisiera reflexionar sobre la participación de nuestra comunidad universitaria y de sus egresados en las injusticias más importantes y dolorosas de nuestro tiempo. Y sugeriré, al propósito, que tal vez no siempre somos los líderes positivos o simplemente las personas que creemos ser.

En México y en el mundo entero tenemos un gravísimo problema de desigualdad. En este momento de cambios radicales y de nuevas definiciones sociales resulta que existen territorios en donde las cosas florecen y otros más en donde se marchitan y mueren. En alguna otra ocasión a esta desigualdad radical la he llamado “apartheid social”.

Por lo general los debates y deliberaciones acerca de lo que debemos hacer para disminuir la pobreza son auspiciadas y realizadas por los grupos de personas exitosas con alto bienestar económico. Nuestra comunidad universitaria vive de las ganancias obtenidas por el funcionamiento de este sistema injusto. Nuestras actividades son patrocinadas por Pepsi, Citibank, Liverpool, Samsung. Estamos profundamente comprometidos con lo establecido y con el sistema que decimos cuestionar. Aun así, somos una comunidad de creyentes ignacianos, con liderazgo social y empresarial que pugna por la justicia. Estas dos identidades son verdaderamente difíciles de reconciliar.

Cuestionar el trabajo por la reconciliación

Hoy quiero cuestionar la manera en que las reconciliamos. Quiero cuestionar la ética que prevalece entre los triunfadores de hoy en todo el mundo, en los negocios, el gobierno e incluso en muchas organizaciones de la sociedad civil.

El núcleo de esa ética y del propósito de nuestra Universidad es retar a los favorecidos del mundo para que hagan el bien, cada vez un mayor bien, pero nunca les hemos dicho ni les decimos todavía que hagan un menor mal a los demás.

El pensamiento común entre nosotros sostiene que el capitalismo tiene excesos y daños colaterales graves que han de ser aminorados, ángulos que hay que limar, y que los frutos inmoderados deben ser compartidos; pero siempre sin cuestionar el sistema subyacente.

La ética de nuestras asociaciones filantrópicas y de nuestros egresados sostiene que hay que devolver lo que se nos ha dado, lo cual, por supuesto, es algo noble y compasivo. Pero en medio de la enorme pobreza que vivimos, de la violencia que nos corroe, es obvio que “devolver lo que se nos ha dado” es poner apenas una curita en el sistema que ha privilegiado a las élites a las que pertenecemos, con la esperanza consciente o inconsciente de que eso prevenga la necesidad de una cirugía mayor a ese sistema –cirugía que quizá pueda amenazar nuestros privilegios.

Nuestra ética, creo, quiere proponer la generosidad como sustituto de la justicia. Lo que en realidad decimos es: haz dinero de la forma en que lo hace todo mundo, y luego regresa algo por medio de un donativo, o mediante la creación de una fundación, o con alguna acción que tenga impacto social, o añade algunos comentarios compasivos al pie de tus análisis.

Nuestra ética dice: “haz más el bien”, pero nunca dice “haz menos daño”.

Una ética que mueva a trabajar por la Justicia

Quiero iniciar con este breve discurso, ya que hoy no hay tiempo para extenderme, una conversación difícil entre nosotros sobre estas reglas del juego. Lo hago porque amo a nuestra comunidad universitaria, porque los jesuitas somos corresponsables de la formación de nuestros egresados, porque temo que quizá no seamos tan virtuosos y cristianos como pensamos; y porque creo que la historia no será tan generosa con nosotros como esperamos, y que en un análisis final nuestro papel en las inequidades de nuestra época no será bien recordado. Por eso lo hago.

Quisiera que habláramos honestamente sobre algunos de los daños que los “triunfadores” de hoy infligen a los demás mientras procuran el bienestar para sí mismos, antes de que traten de compensarlo haciendo el bien.

Muchos de nosotros no trabajamos en negocios o finanzas. Y sin embargo vivimos en una época en la que los supuestos y los valores empresariales tienen una influencia mucho mayor de la que deberían tener. Esto lo vemos en muchos otros sectores de la realidad. Nuestra cultura ha convertido a los empresarios y hombres de negocios en filósofos (“pon una start-up en tu vida para que tenga sentido”), revolucionarios (“el cambio empieza en ti mismo”), activistas sociales (“el mejor negocio hoy es invertir en los pobres”), salvadores de los pobres (“hay que enseñar a pescar”). Estamos en riesgo serio de olvidar muchos otros lenguajes para expresar lo que significa el progreso humano: moralidad, democracia, solidaridad, decencia, justicia.

Con frecuencia sucumbimos al dogma seductor de Davos de que la aproximación empresarial es lo único que puede cambiar el mundo, frente a la enorme evidencia histórica de lo contrario.

Y entonces, cuando los triunfadores de nuestra época quieren responder a los problemas de la pobreza, la desigualdad y la injusticia lo hacen dentro de la misma lógica y en el marco de los negocios y los mercados. De esta manera hablamos mucho de retribuir, de compartir ganancias, de ganar-ganar, de la inversión con impacto social, de responsabilidad social empresarial, etc.

A veces me pregunto si estas diversas formas de regresar lo recibido se han convertido para nuestra era en lo que las indulgencias papales fueron para la Edad Media: una forma relativamente barata de estar aparentemente en el lado correcto de la justicia, pero sin tener que alterar en lo fundamental la propia vida.

Estas estructuras y sistemas producen víctimas, y corremos el riesgo de confundir la generosidad hacia esas víctimas con la justicia para esas víctimas. La generosidad es ganar-ganar, pero la justicia con frecuencia no lo es. A los ganadores de nuestro tiempo no les gusta la idea de que quizá algunos de ellos tengan que perder, que hacer sacrificios, para que la justicia prevalezca. No escuchamos muchos discursos que señalen que los poderosos y privilegiados están equivocados, y que tienen que declinar su estatus y posición en favor de la justicia.

Hablamos mucho de dar más. Pero no hablamos de quitar menos.

Hablamos mucho acerca de lo mucho que tenemos que hacer. Pero no hablamos de lo mucho que tenemos que dejar de hacer.

Soy consciente de que esta intervención que hago ahora no me va a hacer más popular con nadie. Pero para mí, esto que ahora hago lo considero un deber de conciencia en congruencia con el Evangelio del Señor Jesús.

No ignoro tampoco que muchos de ustedes están de acuerdo conmigo porque hay vínculos surgidos del trabajo de años de la Compañía de Jesús en nuestra Universidad y porque hemos compartido el sentimiento de que hay algo que no funciona bien en nuestra sociedad.

Vivir en el lado correcto de la Justicia

El problema central es este: ¿está tu vida –no tu proyecto filantrópico- en el lado correcto de la justicia? Como diría nuestra última Congregación General: ¿tu empresa, tu labor, ayuda a reconciliarnos con los demás y con la creación, o más bien profundiza nuestras distancias y la crisis social y ecológica que ha denunciado el Papa Francisco?

¿Necesita el mundo más magnates chinos comprometidos con la filantropía, o más bien menos corruptos magnates chinos?

¿Necesita el mundo socios de Goldman Sachs asesorando mujeres o dando dinero a las escuelas de niños pobres, o más bien socios de Goldman que arriesgan todo para decir: “la forma en que mi compañía hace negocios no es correcta, y pelearé para hacer de Goldman un ente social positivo en lugar de un vampiro extractor de recursos, aun si eso me cuesta el trabajo”?

A veces me pregunto si estamos aquí para cambiar el sistema o para que el sistema nos cambie a nosotros. ¿Usamos nuestra fuerza colectiva para desafiar a los poderosos, o estamos ayudando a hacer de un injusto e inaceptable sistema algo mucho más digerible por todos?

Y con todo, aquí estamos, celebrando ser egresados de una institución jesuita. ¿Por qué? Porque hay algo maravilloso en esta comunidad. Y porque creemos que podemos ser mucho más de lo que hemos sido hasta ahora: genuinos servidores del Reino de Dios, de los más pobres y de los excluidos en este caótico momento crucial para el mundo.

Pero si queremos jugar realmente ese papel, creo que tenemos que considerar hacer un cambio fundamental en la orientación de nuestros esfuerzos como egresados de una universidad de inspiración cristiana: de trabajar con el sistema a trabajar para cuestionar honestamente al sistema en aquello en que le falla a la gente; de la tranquilizadora idea de hacer el bien sin mirar a quién a la noción más valiente de hacer el bien poniendo en riesgo esa condición que nos da la oportunidad de hacer el bien.

Discúlpenme, pues. Y gracias”.

Fuente: Blog Cristianisme i Justicia