Para reflexionar sobre la misión de la Iglesia para con la humanidad.
Luis Javier Palacio SJ
Este título pretende condensar la identidad y el carisma de jesuitas y beneficiarios. Definir todo de una vez y para siempre parece ser la herencia de la ciencia y la razón de su éxito. Sin embargo, ninguna institución humana, sometida a la historia, resiste tal enfoque. La auténtica tradición es la que evoluciona, respondiendo a tiempos, lugares y personas. La identidad viene más del cuidado y de la responsabilidad histórica que de la permanencia de lo petrificado. La identidad responde al actuar responsable y el carisma responde a la fidelidad al Espíritu.
Desde que el pseudo-Dionisio estableció la jerarquía de los seres y luego se afianzó la de los ángeles, no sin el influjo de la ordenación del derecho romano, en buena parte se replicó en la tierra lo que se suponía en el cielo. Verdad es que todos los seres tienen identidad, interioridad y revelación, pero sobre todo comunión.
Ningún ser existe para sí mismo ni subsiste por sí mismo. La identidad no lo aísla, sino que lo compromete; físicamente en el campo material y moralmente en el campo espiritual. Pablo dice lo mismo de los carismas: si no son para la comunidad; si no son ejercidos por el amor, son ruido disonante de bronces. La identidad del jesuita nace unida a un mundo, el de fin de la Edad Media y comienzo de la modernidad, que era amenaza para unos y esperanza de nuevos tiempos para otros. El carisma de la Compañía de Jesús nace como capacidad de entender los tiempos y responder en consecuencia.
Para Karl Rahner, S.J. no hay dos historias paralelas, la humana y la divina, pues la historia de salvación es la misma historia humana. No hay otra en la que Dios pueda salvarnos y la encarnación es historia breve. Breve pero definitiva pues marca la manera de hacer historia; no de sufrirla ni observarla como corifeos del teatro clásico griego.
Desde el corazón de la Iglesia
Identidad y carisma no se definen, pues, sino en relación. Es casi imposible aisladamente. En épocas de Ignacio de Loyola el carisma estaba tan unido a la jerarquía, que era impensable aisladamente. “Servir solamente al Señor y a su esposa la Iglesia bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra», resumiría la identidad de la Compañía de Jesús en varios campos, en tiempo de su fundación. Pero la comprensión de cada uno de los términos sufre las variaciones y cambios propios del tiempo, la exégesis y los carismas propios de cada jesuita.
El axioma milenario “fuera de la Iglesia no hay salvación”, sufre con Bonifacio VIII, una variación que vendría a decir: “Sin el papa no hay salvación”, como ariete contra la Reforma. Hoy nos toca reformular los dos axiomas, entendiendo la Iglesia, a la luz del Concilio Vaticano II, como cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. La nueva formulación sería: Fuera de la comunidad humana no hay salvación, como consecuencia de la encarnación. Por otro lado, para la Iglesia como sacramento, diríamos hoy que fuera de la salvación no hay Iglesia, y por supuesto no hay Compañía de Jesús.
Muchas de las funciones eclesiales del pasado hoy las cumplen otras instancias. La Iglesia puede definirse hoy como pueblo de Dios jerárquicamente organizado. ¿para qué? El teólogo José Ignacio González Faus propone cambiar jerarquía por dularquía, es decir, pueblo de Dios organizado para servir. Servir con amor sería una buena formulación de la identidad deseada, no solamente para los jesuitas sino para todo cristiano e incluso extensiva a todo ser humano.
La Iglesia, que sirvió de modelo para muchas organizaciones, no es ella misma organización, ni empresa, ni Estado, ni siquiera ONG sino organismo por el cual debe circular la vida. El ser de la Iglesia es la salvación y no hay salvación que no pase por la vida, por la carne como parte integral de la persona.
…con los ojos puestos en la humanidad
Nuestra identidad tiene hoy una expresión doble: es identidad ignaciana y es identidad jesuítica. Las dos tan ligadas que más que las diferencias, cuentan los compromisos comunes. Algunos llegan a afirmar que la espiritualidad de Ignacio es laical, pues como una de las primeras órdenes religiosas diaconales, no se definía por un ministerio exclusivamente religioso. Reconciliar desavenidos, enseñar a los rudos, socorrer a los presos y a los enfermos en los hospitales, enseñar a los propios y a los extraños, aparecen reiteradamente en las fórmulas fundacionales.
Un breve recorrido por los últimos años, desde el generalato de Pedro Arrupe hasta hoy, tal como se formula en las Congregaciones Generales, sería el lema común para jesuitas y laicos que vinculados colaboran con la Misión de Dios.
“Bajo el estandarte de la cruz” (CG 31, 1966) enfatiza el espíritu de los Ejercicios de seguir a Jesús en la pasión. Una pasión que también es del mundo por lo cual necesitamos ser “Interpelados por nuestro tiempo” (CG 32, 1975), como lo pide el Vaticano II a toda la Iglesia.
Pero, siguiendo el evangelio de Juan, en donde estamos en el mundo sin ser del mundo, toca ponerse del lado de Jesús y sus preferidos, lo cual exige vivir como “Compañeros de Jesús, enviados al mundo de hoy” (CG 33, 1983). Un mundo de hoy con alegrías y esperanzas pero igualmente con tristezas y sufrimiento, por lo cual el éxito se mide con el parámetro singular de estar “Unidos con Cristo en la misión” (CG 34, 1995).
Como expresaba el inolvidable Juan XXIII, no es pensable una Iglesia que vaya bien en un mundo que vaya mal. Es necesario revivir el fuego profético original del Evangelio y ser como “Un fuego que enciende otros fuegos” (CG 35, 2008). El mundo de la Laudato si nos habla hoy de la reconciliación necesaria consigo, con Dios, con la humanidad y con el cosmos. Siendo así, ser “Compañeros en misión de reconciliación y justicia” (CG 36, 2016) enfatiza el deber moral frente al dolor de un mundo quebrado en lo humano y destrozado en lo ecológico.
En paralelo con lo anterior se ha considerado como campo de trabajo de la Compañía, el ateísmo, la lucha por la fe y la justicia, la inculturación, el diálogo inter-religioso, el ecumenismo, la frontera geográfica o ideológica, la misión como accionar de un Dios trinitario… En todas ellas el jesuita es concebido como pecador que es perdonado, llamado a perdonar y a trabajar con hombres y mujeres de buena voluntad en el sueño común de la humanidad como reinado de Dios.
Las crisis por las que ha pasado la humanidad también han sido espirituales. El campo de la espiritualidad busca siempre actualizar el mensaje con nuevo lenguaje y nuevos contenidos. Dios creador sigue creando y sigue actuando con lo que tiene, con lo que generosamente le ofrecemos.
La identidad, pues, a menudo, afortunadamente, se confunde con el carisma que es lo que suscita el Espíritu o vida permanente del Resucitado.
Quizás la intuición básica de Ignacio puede ser la relación personal (hoy suena redundante) entre Dios y la criatura, en dónde se da la posibilidad de cambiar la vida; es decir, de obrar “jesusmente”. Quien haya experimentado el cambio, se siente, como Pablo, en el deber de proclamarlo a otros y al mundo entero.
Un cierto optimismo frente a la salvación, en contraste con pensamientos como el jansenismo, el probabiliorismo moral y otros, ha caracterizado igualmente a la Compañía de Jesús y le han causado no pocos problemas y dificultades. Ignacio no quiso que su grupo se llamara “Iñiguistas”, pues siendo originalmente un colectivo, no seguían a Ignacio sino a Jesús: tras sus huellas, por campos y aldeas hasta la cruz y luego la resurrección.
Como Moisés que, en dificultades con el pueblo, se pone de parte de este frente a Yahvéh para moverlo a misericordia, el jesuita aspira a ponerse de lado similar. Igual Jesús se puso del lado de la mujer pública, de los juzgados endemoniados, castigados y del grupo dispar de sus discípulos. Moisés, de no lograrlo, prefiere no existir. Suprimida la Compañía de Jesús, puso igual condición para ser restaurada.
El manejo de las imágenes, símbolos, etiquetas a menudo han dado la impresión de que todo lo anterior es literatura o propaganda. Compañía como ejército, los jenízaros del Papa, los contra-reformadores, martillo de los herejes, defensores de l´ancien régime, de la monarquía… son algunos imaginarios desafortunados. Pero igualmente vale decir que los jesuitas han sido defensores de la libertad de conciencia, del derecho de los pueblos, del derecho de gentes, de los derechos de esclavos e indígenas, de las nuevas ciencias, de la democracia, de la educación universal y gratuita, de los migrantes y refugiados, de la moral humanizada, de la sismología, la física, las matemáticas, la astronomía, las humanidades, los derechos humanos y muchos temas más.
Fuente Jesuitas Colombia