Ser Padres de Nativos Digitales (II)

“No luce demasiado edificante que impongamos a nuestros hijos el final de su sesión de Youtube o de consola, mientras nosotros nos adentramos en nuestro quinto capítulo seguido de nuestra serie preferida.”

Por Jorge Luis Rodríguez Oropeza

Nativos digitales

Hace un par de semanas estuvimos comentando en este blog sobre los pros y contras del uso del concepto de nativos digitales como signo distintivo de las últimas generaciones. Las limitaciones de este concepto, que polariza la población (Nativos digitales – Inmigrantes digitales), restringen mucho la comprensión del espectro demográfico que va asociado no solo a la generación a que se pertenece sino a la realidad socioeconómica en que se está incardinado; y por demás, favorece el etiquetaje.

También hablamos sobre la conveniencia de abordar el ejercicio de la paternidad desde una perspectiva holística, en la que nuestro punto de vista sobre la relación de nuestros pequeños con la tecnología esté comprendida como una parte del todo. Parte del quebradero de cabeza que como padres afrontamos es tener que validar permanentemente nuestros criterios y decisiones a la luz de recetarios, consejos y teorías futurísticas varias. Según éstas, ya bien podemos tener a nuestros hijos sin internet hasta los diez años como también tendríamos que enseñarles robótica a los tres años.

En ese sentido, hemos querido tomar como base los cuatro principios que expone el neuropsicólogo Alvaro Bilbao como imprescindibles para el desarrollo del niño “cuatro líneas maestras sobre las que construir tu labor de educar el cerebro intelectual y emocional de tu hijo” (Bilbao, A. 2015:14). Estos principios, no son los únicos y posiblemente tampoco sean los mejores, pero sí lo suficientemente sencillos y claros como para tenerlos presentes en todo momento.

Tu hijo es como un árbol

Con esta metáfora, el autor nos presenta el primer principio. Nuestros hijos, al igual que un árbol, tienen todas las condiciones iniciales necesarias para crecer y desarrollarse plenamente. Al igual que un árbol, también requieren de unas condiciones mínimas para que ese desarrollo se lleve a cabo.

Nuestra labor como padres está asociada fundamentalmente al ejercicio de dos responsabilidades, suplir sus necesidades de manera situacional (en el libro se ilustra vinculándolo a la clásica Pirámide de Maslow), y acompañarles en su proceso de desarrollo. Si se nos permite la alegoría: el árbol pequeño –para asegurar su recto crecimiento- lleva adosado una estaca de madera que se llama tutor.

Tu hijo es como un árbol, significa que tienen las posibilidades y también la necesidad de desarrollar todo el potencial de sus ramas y de sus raíces. ¿No tenéis la sensación de que a veces como padres, nos preocupamos más por las ramas que por la raíces?

¿Para qué puede servirnos esta premisa de cara a la ciudadanía digital? Para ayudarnos a contestar multitud de preguntas que, como padres nos surgirán a lo largo de toda la infancia y juventud de nuestros pequeños. Tales como:

La vocación. Si mi hijo quiere ser influencer, este principio nos puede ayudar a entender que es lo mismo que si nuestro hijo quiere ser futbolista o bioquímico. Que lo que importa es el desarrollo pleno de todos sus potenciales.

Las profesiones que estudiarán nuestros hijos aún no existen. Es verdad, pero no lo es todo. Almudena Grandes –con ocasión de la celebración del Día internacional de la mujer- nos aportaba luces magistralmente sobre el tema: todas las mujeres que nacieron en la primera mitad del siglo XX, les tocó hacer -en la segunda mitad- todo aquello para lo que no fueron formadas (desde estudiar una carrera, trabajar fuera de casa, hasta asumir la jefatura de un hogar cuyo marido había muerto o estaba en la cárcel por culpa de una guerra). En definitiva, lo que importa no es que la carrera exista o no, lo que importa es el pleno desarrollo de nuestros hijos.

Disfruta el momento

Es posible que, este sea el principio más fácil de entender y el más difícil de vivir. El tiempo que dedicamos a nuestros hijos suele estar conformado por los restos de nuestra jornada laboral; por lo que nos encontramos más cansados y con menos ánimo. Por más de que los abuelos nos lo recuerden “cada minuto que pases con él no se volverá a repetir”, muchas veces somos incapaces de disfrutar ese momento, que a la vez, hemos esperado todo el día.

Disfrutar el momento nos aporta a nosotros y a ellos. Habitualmente, nuestros hijos son capaces de percibir más de lo que nosotros creemos; por lo que muchas veces pueden intuir que solo estamos “dando relleno al expediente”. Si en determinadas circunstancias, hemos llegado a sentir que los hijos son una carga, ¿alguna vez nos hemos detenido a pensar que el niño puede estar pensando lo mismo?, ¿la carga de tener un padre como nosotros?

¿En qué puede sernos útil este principio en el contexto digital?

El modelaje. No basta con comprar fruta, también es importante que nuestros hijos nos vean comiéndola, y si la comemos juntos, mejor todavía. Este mismo criterio debería servirnos para nuestros espacios digitales, no luce demasiado edificante que impongamos a nuestros hijos el final de su sesión de Youtube o de consola, mientras nosotros nos adentramos en nuestro quinto capítulo seguido de nuestra serie preferida. Disfrutar el momento significa pasárnoslo bien en los momentos «on line» así como saber tener alternativas para los momentos «off line».

Dar y recibir. El contexto digital nos da una oportunidad más para adentrarnos en su mundo. Si no somos capaces de meternos y comprender sus juegos, sus redes sociales, sus vídeos; tampoco sabremos qué regulamos ni qué riesgos entraña su mundo virtual.

El ABC del cerebro

El tercer principio, sin duda es el más técnico, nos explica tres conceptos fundamentales: el cerebro se construye teniendo como base millones de conexiones neuronales; el hemisferio derecho e izquierdo de nuestro cerebro se integran dando lugar la razón y la intuición; y, nuestro cerebro más que uno son tres el reptiliano, el emocional y el racional (nuestro cerebro se ocupa de la razón, los sentimientos y las emociones).

Dada su profundidad técnica, es la hora de las preguntas de esa estirpe. ¿A qué edad es recomendable la iniciación digital?, ¿es importante que el niño no utilice pantallas LED antes de ir a la cama?, ¿podemos utilizar los dispositivos digitales como parte de los premios y castigos?

No tenemos la respuesta, pero sí a quién preguntárselo. Lo que nos importa transmitir a vosotros es que lo importante es que te tipo de preguntas la tenemos que consultar con la neurociencia, la psicología, la pediatría y no con la revista que está en la sala de espera del odontólogo.

Equilibrio

Por último, el autor nos señala el principio del equilibrio, que se puede resumir en que los extremos no son buenos y que el sentido común debería ser un criterio regidor en nuestras decisiones.

Nada más importante a la hora de hablar de la relación de nuestros hijos con la tecnología. Hemos de buscar y favorecer el equilibrio entre lo analógico y lo digital, lo «on line» y lo «off line», lo recreativo y lo formativo, lo virtual y lo presencial, lo lúdico y lo formal.

La importancia de la tecnología. Ha llegado la hora de decir una verdad de perogrullo. La tecnología es un medio no es un fin en sí misma. La felicidad de nuestros hijos depende de una adecuada armonía entre lo racional y lo emocional, no de lo avezados o no que sean en temas tecnológicos.

Por último, por favor cerremos los ojos y pensemos en un par de cosas. A nuestros abuelos les tocó acompañar a sus hijos, éstos por primera vez pudieron escuchar una voz que se emitía a cientos de kilómetros de distancia dando noticias de un terremoto o de un cumpleaños, nativos de las ondas hercianas. Nuestros padres, a su vez, les correspondió formarnos en un contexto en el que terremoto o la llegada del hombre a la luna además de escucharlo podíamos verlo en directo mediante una pantalla, nativos de la VHF y UHF.

Lo que nos tiene aquí sentados, a nosotros escribiendo y a vosotros leyendo, no es que ellos se preocuparan por la generación en que nacimos sino en que se preocuparon porque fuésemos hombres de bien en presencia de cualquier contexto.

Fuente: Entre Paréntesis