«Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor», es un gran libro, que nos desvela claves del pensamiento y del proyecto de reforma eclesial de Francisco y de sus temas centrales: ir a la periferia, discernir, dialogar, desborde, sinodalidad, pueblo, Espíritu. Es una auténtica bendición urbi et orbi, para la Iglesia y el mundo. Es un faro de luz en medio de la actual tormenta.
El Dr. Austen Ivereigh, escritor y periodista británico, autor de dos biografías del papa Francisco (El gran reformador, 2015 y Wounded Shepherd, 2019) aprovechó el confinamiento papal para una serie de entrevistas y conversaciones que ahora se publican como libro de Francisco: SOÑEMOS JUNTOS. EL CAMINO A UN FUTURO MEJOR. Conversaciones con Austen Ivereigh, Barcelona, diciembre 2020.
Prólogo
Francisco ve este momento como la hora de la verdad, un momento en que se sacuden nuestras categorías y estilos de vida, una crisis ante la cual la pregunta es si saldremos mejores, donde hay peligro de replegarnos para mantener nuestro statu quo. Pero, como dice Hölderlin, “Donde hay peligro, crece también lo que nos salva”, es el momento para soñar en grande, para comprometernos en lo pequeño, para crear algo nuevo, aceptar el desborde de la misericordia de Dios que se derrama rompiendo fronteras tradicionales. Atrevámonos a soñar juntos.
El libro se articula bajo tres momentos: ver, elegir, actuar.
Tiempo para ver
En el Ver, Francisco acude a la periferia, convencido de que el mundo se ve más claro desde la periferia, desde los lugares de pecado y exclusión, desde el sufrimiento, la enfermedad y la soledad, y todo ello no en abstracto sino en concreto, pasando del adjetivo al sustantivo: desde los pobres rohinyás en Bangladesh, desde los uigures y los yazidíes, desde los refugiados de Lesbos, desde los niños sin educación de África, desde los que mueren de hambre en Yemen, desde los descartados, desde los médicos y sanitarios, sacerdotes y religiosas que murieron por ayudar a los enfermos del coronavirus.
La crisis ha puesto al descubierto la cultura del descarte, quienes no tenían vivienda ni agua para pasar el distanciamiento social obligatorio, los que viven hacinados en las ciudades, en centros de retención de migrantes, en campos de refugiados, donde la gente puede pasar años, sin higiene, alimentación y vida digna.
Hemos de buscar maneras para que estos descartados se conviertan en actores de un futuro nuevo. Pero este cambio tiene grandes obstáculos: el virus de la indiferencia que es peor que la pandemia, que nos hace mirar hacia otro lado, como la expresión italiana “che me ne frega”, la expresión argentina ¿y a mi qué?, es decir, ¿qué me importa?
Dios no es indiferente, esta indiferencia bloquea al Espíritu que nos impulsa a un desborde para discernir lo que Dios quiere de nosotros, para descartar la cultura del abuso, sea sexual, económico, racial o clerical y fomentar una cultura del cuidado.
Hay que trabajar por un mundo sano. Francisco comenta cómo fue creciendo su conciencia ecológica: en su trabajo en el comité de redacción de la conferencia de Aparecida, 2007, se sentía molesto por la insistencia de los brasileños en el tema de la Amazonía; más tarde le ayudó el influjo del patriarca Bartolomé de Constantinopla en el tema ecológico; luego convocó a científicos y teólogos sobre ecología lo que culminó en su encíclica Laudato sí y finalmente convocó el Sínodo de la Amazonía en 2019.
Al grito de los pobres se une al grito de la tierra, hemos de superar el paradigma tecnocrático que nos hace abusar de la naturaleza en beneficio propio, como si fuésemos sus dueños, con un individualismo que provoca la desertificación de la tierra y el cambio climático, olvidando que la creación y la tierra es un don de Dios para todos, que hemos de cuidarla y protegerla: necesitamos una conversión hacia una ecología integral que es cuidar de la creación y de todos nosotros como criaturas de un Dios que nos ama.
La situación Covid de la pandemia y la cuarentena, en medio de su dificultad y dolor, nos puede ayudar a una reflexión sobre nuestra vida, sobre nuestro pasado y futuro, nuestros ídolos y nuestros momentos de crisis. Hay que pararse, parate, revisar nuestra vida, vivir la pandemia en un clima de paciencia y humor.
- Francisco narra tres situaciones Covid de su propia vida:
-la Covid de su enfermedad del pulmón a los 21 años, cuando siendo seminarista de Buenos Aires, el 13 de agosto de 1957 le llevaron al hospital y le quitaron el lóbulo superior derecho de uno de sus pulmones; él creía que iba a morir, las enfermeras le cuidaron y salvaron; fue un tiempo de reflexión y allí maduró su decisión de entrar en la Compañía de Jesús.
– la Covid del destierro, en 1986, cuando fue a Alemania para una tesis doctoral sobre Guardini, que no acabó: se sentía como un sapo en un pozo. Iba de paseo cerca del aeropuerto de Frankfurt a ver volar aviones…
– la Covid de una transformación radical fue cuando de 1990 a 1992, después de haber sido Maestro de novicios, Provincial y Rector de los jesuitas, fue destinado a Córdoba. Se había instalado en ese modo de vivir, “me pasaron la boleta y tenían razón”. Fue un tiempo de purificación, oración y leyó la Historia de los Papas de Ludwig Pastor, que ahora le ha ayudado mucho.
En conclusión, para realizar esta conversión que nos brinda la Covid, para superar nuestra globalización de la indiferencia, la hiperinflación del individuo y aprender a contar con los demás, es necesario tomar decisiones, elegir.
Tiempo para elegir
El segundo paso, luego de haber visto la realidad, es discernir y elegir, pero para ello necesitamos, además de capacidad y reflexión, el tener un sólido conjunto de criterios que nos guíen para así poder leer los signos de los tiempos. Y en tiempos de prueba, como dicen los gauchos y los cowboys “no cambies el caballo en medio del río”, es decir hemos de ser fieles en lo que importa aun en tiempos de crisis: recuperar el valor de la vida, la naturaleza, la dignidad de la persona, el trabajo y los vínculos.
Hay que recuperar las bienaventuranzas que la Iglesia ha concretado y formulado en una serie de principios básicos: la opción por los pobres, el bien común, el destino universal de todos los bienes, la solidaridad y la subsidiaridad.
Estos principios los hemos de aplicar a la realidad en un ambiente de reflexión y oración, estar atentos al Espíritu y practicar el discernimiento de espíritus.
El Covid-19 ha acelerado un cambio de época que ya estaba en proceso, no podemos volver atrás, todo intento de restauración lleva a un callejón sin salida. Hemos de buscar la verdad, aun sabiendo que todo pensamiento es incompleto y está abierto a un desarrollo ulterior (Guardini). Hay que excluir tanto los moralismos que tienen recetas para todo, como el relativismo que duda de todo. Verdades que al principio nos parecen contradictorias, poco a poco se van abriendo a una verdad mayor (Newman). No poseemos la verdad, es la verdad la que nos posee y nos atrae desde la belleza y la bondad.
El discernimiento es tan antiguo como la Iglesia, el Espíritu es el que nos guía a la verdad (Juan 16,13) y nos muestra cosas nuevas a través de los signos de los tiempos: hemos de preguntarnos por lo que nos humaniza y nos deshumaniza.
Signo de los tiempos es evitar el aislamiento y exclusión de los ancianos, fomentar el encuentro entre ancianos y jóvenes, para soñar juntos (Joel 2,28); signo de los tiempos es proteger y regenerar la tierra, no considerar como objetivo el crecimiento económico a cualquier precio; signo de los tiempos es sentirnos parte de la creación, no sentirnos sus dueños, buscar una economía que atienda las necesidades de todos y respete la tierra; signo de los tiempos es el protagonismo de las mujeres, siempre fieles y abiertas a una nueva posibilidad, muy sensibles al medio ambiente y al cuidado de las personas y de la economía; otro signo de los tiempos es elegir la fraternidad por encima del individualismo, la unión de ánimos, como aparece en Fratelli tutti.
En este proceso de discernimiento, Dios no se impone, sino que nos propone, nos anima por dentro, nos consuela, nos da esperanzas, no despierta ilusiones deslumbrantes ni falsos mesianismos, no nos quita el miedo del futuro ni la tristeza del pasado, no nos aísla del cuerpo eclesial, ni nos hace creer ser los únicos poseedores de la verdad, ni conduce al autoritarismo y rigidez que terminan en escándalos. La Iglesia débil y pecadora, es instrumento de la misericordia porque ella misma necesita misericordia, no la condenemos, cuidémosla como a nuestra madre.
Aquí Francisco aborda un tema importante que es cómo actuar en contexto de polarización, social, política o eclesial, una situación que conduce a la parálisis, a la ausencia de diálogo, a la división y al desacuerdo.
Siguiendo a Guardini entiende que contradicciones aparentes pueden resolverse a través del discernimiento. Muchas veces vemos como contradicciones lo que en realidad son solo contraposiciones que, aunque sean contrarias, interactúan en una tensión creativa superior. Ante las contradicciones hay que elegir entre lo correcto y lo incorrecto, en cambio ante las contraposiciones hay que buscar en diálogo una verdad superior que englobe lo positivo de ambas partes.
Francisco lo llama desborde y lo reconoce como don de Dios y acción del Espíritu, como aparece en las Escrituras: es el amor de Dios que se desborda para perdonarnos, es el padre que abraza al hijo pródigo, es la pesca sobreabundante después de una noche infructuosa, es Jesús lavando los pies a sus discípulos antes de morir.
Este desborde sucede sobre todo en las encrucijadas de la vida, en momentos de humildad, de fragilidad y apertura, cuando el océano del amor de Dios desborda las puertas de nuestra autosuficiencia y permite una nueva imaginación posible.
La preocupación de Francisco como Papa ha sido promover este desborde dentro de la Iglesia, renovando la antigua práctica de la sinodalidad, como un servicio a la humanidad trabada a menudo en desacuerdos paralizantes.
Sinodalidad, viene de “sínodo” que significa caminar juntos, es reconocer y valorar las diferencias en un plano superior donde cada parte pueda mantener lo mejor de sí misma, crear una sinfonía que articule las particularidades de cada uno. La Iglesia desde el comienzo se abrió a la sinodalidad, se abrió a cristianos no judíos sin imponerles las prácticas judías (Hechos 15,28), se enriqueció con las culturas de los pueblos donde se arraigó.
Este enfoque sinodal es muy necesario para nuestro mundo de hoy, poder caminar juntos sin aniquilar a nadie, construir un pueblo no con armas sino con la tensión de caminar juntos, reconciliar las diferencias.
La experiencia de la Iglesia en los tres últimos sínodos (de los jóvenes, de la familia y de la Amazonía) ha mostrado la importancia de la sinodalidad para superar conflictos. Para ello hay que escuchar al pueblo, que tiene la unción del Espíritu Santo y no puede equivocarse cuando cree, hay que aceptar que lo que afecta a todos ha de ser tratado por todos, no confundir la verdadera tradición eclesial con otras normas y prácticas eclesiales. Hay que escuchar al Espíritu, es necesaria una conversión de todos, sin imponer nuestras ideas a los demás, desenmascarar las agendas y las ideologías encubiertas, no caer en batallas políticas como en un parlamento, donde un grupo vence a otro.
Los MCS se han centrado en los dos últimos sínodos en puntos conflictivos secundarios, pero de gran impacto mediático (la comunión de los divorciados vueltos a casar, la ordenación de hombres casados), sin percibir la problemática general, sin captar los signos de los tiempos. Es necesario aprender de la antiquísima experiencia sinodal de la Iglesia:
– tener una escucha respetuosa mutua
-a veces la novedad será resolver las cuestiones polémicas por desborde, cambiando nuestra mirada y rigidez y buscar en lugares nuevos.
El tiempo pertenece al Señor, confiamos en él para descubrirlo mediante el discernimiento y así realizar el sueño de Dios para nosotros.
Tiempo para actuar
Este tiempo de acción nos permite recuperar el sentido de pertenencia a un pueblo. Francisco define el pueblo como una categoría mítica que implica una memoria histórica de costumbres, ritos y otros vínculos que trascienden lo transaccional o racional, en una búsqueda de dignidad y libertad, una historia de solidaridad y lucha. Pueblo no es lo mismo que un país, una nación o un estado; el pueblo es fruto de una síntesis, de un encuentro, un todo superior a las partes que se forjó en la lucha y la adversidad compartidas. El pueblo tiene alma, conciencia, personalidad, sentido de solidaridad, justicia y trabajo.
Hablar de pueblo es un antídoto a la tentación constante de crear élites, sean intelectuales, morales, religiosas, políticas, económicas o culturales. Pueblo es unidad en la diversidad, que no se siente determinada por la exclusión o diferenciación, sino por la síntesis de virtualidades, por el desborde.
Pero el pueblo puede disolverse en una mera masa o dividirse en bandos. Los tiempos de tribulación pueden ayudarnos a comenzar un nuevo tiempo de libertad.
La actual pandemia, aunque nos desinstala, permite recuperar nuestra memoria y nuestra esperanza. Que en los próximos años no nos digan que frente a la crisis de la Covid 19 no pudimos recuperar la memoria y recordar nuestras raíces. Si ante el reto de esta pandemia actuamos como un solo pueblo, la vida y la sociedad cambiarán en mejor.
La dignidad de un pueblo nace de la cercanía de Dios, de su amor que le da un horizonte de esperanza. Arquetipo de este pueblo es el pueblo de Israel; la Iglesia se define en el Vaticano II como pueblo de Dios, ungido por el Espíritu y encarnado en todos los pueblos y culturas de la tierra, un pueblo con muchos rostros. Ser cristiano es saberse parte del pueblo de Dios, una comunidad dentro de la comunidad más amplia de la humanidad. El punto central del cristianismo es el anuncio del kerigma, o buena noticia que Dios me amó y se entregó a la muerte por mí; todos debemos reconocernos como hermanos y miembros de la gran familia humana. La Iglesia camina como parte del pueblo, sirviéndolo.
Para salir mejores de esta crisis hemos de recuperar el saber que tenemos un destino común como pueblo, que nadie puede salvarse solo, existe entre nosotros el lazo de la solidaridad, que la mesa sea un lugar para todos, abrazar la realidad unidos por la reciprocidad, sobre cuya base podemos construir un futuro mejor, más humano.
Lamentablemente la visión predominante en la política occidental promueve y ensalza al individuo atomizado, la economía se centra en el lucro, debilita las instituciones capaces de proteger al pueblo. En cambio, las convicciones religiosas son fuente de bien, valoran las personas; los desacuerdos de naturaleza filosófica o teológica entre grupos seculares y gente de fe no son obstáculos para unirse y trabajar por metas compartidas, la dignidad humana, el empleo y la regeneración ecológica.
El Papa retoma temas de Fratelli tutti sobre la fraternidad humana, la idolatría del dinero y del mercado, la rehabilitación de la política, la necesidad de reformas estructurales, la inspiración en la parábola del buen samaritano para no pasar de largo ante los tirados al borde del camino. En el mundo post-Covid, solo una política enraizada en el pueblo, abierta a la organización del propio pueblo, podrá cambiar nuestro futuro. El corazón del cristianismo es el amor de Dios por todos los pueblos y nuestro amor al prójimo, especialmente por los necesitados.
Francisco insiste en ir a las periferias, allí donde nació la Iglesia, donde se encuentran tantos crucificados. De nuevo retoma las tres T, “tierra, techo y trabajo”. Garantizar que la dignidad humana sea valorada por mediaciones muy concretas, no es sólo un sueño, sino un camino para un futuro mejor.
Epílogo
Francisco propone dos actitudes de cara al futuro, descentrarse y trascender, abrir puertas y ventanas e ir más allá, no quedar atrincherados en nuestras formas de pensar y actuar, ser peregrinos, no volver a la “normalidad” de antes, ir al encuentro de los demás, mirar los rostros, los ojos, las manos y las necesidades de los que nos rodean y así descubrir nuestros rostros y manos llenas de posibilidades. Y actuar.
Víctor Codina sj
Fuente: vaticannews.va