Quitá el Corazón Viejo y Danos un Corazón Nuevo
Cuaresma es un tiempo en el que la Iglesia invita a la conversión, a preparar el corazón para la fiesta más grande de nuestra fe: la Pascua. Compartimos este texto del Padre Rossi, para empezar a reflexionar sobre esta invitación.
Por Ángel Rossi SJ
«Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un Espíritu nuevo, quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ezequiel 36,26)
Le pedimos al Señor que pase por sus manos nuestro corazón, que lo cambie, que Él lo acaricie, lo cure y este corazón de piedra en el roce de su mano se vuelva, de a poco, un corazón de carne. Cada uno sabrá qué parte del corazón se ha vuelto piedra. Pedirle al Señor humildemente «Señor cambiame el corazón» y dejarme responder por Él con este texto de Ezequiel y hacerlo propio.
Como una manera de examinar el alma podemos preguntarnos qué significa en mí el corazón de piedra, o qué lugares de mi corazón están endurecidos. Algunos lugares son luminosos y llenos de vida otros oscuros y fríos; algunos solitarios, otros poblados de rostros y cariño.
Quitá de mí el corazón cerrado, un corazón que pone llave a lo que pasa dentro con el pretexto de que sólo él entiende lo que le pasa y nadie más…
Quitá de mí el corazón enredado que vive dando vueltas sobre sí mismo…
Quitá de mí el corazón lleno de espinas que vive siempre a la defensiva…
Quitá de mí el corazón guardado, un corazón sin uso que no se termina de entregar que se vive cuidando de tener afectos, de solidarizarse, de amar de más y de ser amado de menos. Un corazón guardado a veces para una supuesta ocasión que nunca llega, un corazón enamorado de sí mismo…
Quitá de mí el corazón víctima que considera que todos lo han herido, que no le queda sino estarse sólo con él, todos le están en deuda…
Quitá de mí el corazón empachado de sí mismo que harta a los demás hablando de sí, o a veces un corazón inalcanzable que siempre todos tienen que ir hacia él y nunca baja a los demás. Un corazón narciso que se pasa la vida contemplándose a sí mismo, ególatra, autosuficiente que necesita de los demás para sentirse admirado. De los otros ama sus aplausos no a la persona, ama a los que piensen bien de él…
Quitá de mí el corazón dividido, disperso, desordenado, desprovisto de la capacidad de elegir… Acá entra la sensualidad, lo que entra por los sentidos, la calle, la televisión, internet, esto que hace que el corazón esté esclavo, que ha asentado la vida en la arena movediza de la dispersión, que por esto mismo está descentrado que le falta el hogar interior. Un corazón que se ha vuelto ciego…
Quitá de mí el corazón implacable, inmisericorde, que no se perdona nada, que vive a presión, que no sabe disfrutar. Un corazón ícaro que vive persiguiendo un ideal que es inalcanzable, vive frustrándose porque no tiene la humildad de reconocer que no todo lo puede…
Quitá de mí el corazón enfermo de apariencia, abrumado de la necesidad de contentar a los otros, un corazón enfermo de «tener que» y no poder disfrutar…
Quitá de mí un corazón atrincherado en su capilla interior, demasiado ocupado en la propia santidad, un corazón que ama a la humanidad pero no soporta a los hombres…
Quitá de mí el corazón de piedra…
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