Reflexión del Evangelio – Domingo 05 de Noviembre
Evangelio según San Mateo 23, 1-12
Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar “mi maestro” por la gente. En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “maestro”, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen “padre”, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco “doctores”, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. El mayor entre ustedes será el que los sirve, porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla, será elevado.
Reflexión del Evangelio – Por Marcos Stach SJ
El Evangelio de este domingo nos presenta las excepciones al servicio contrarias al estilo de Jesús de Nazaret, que tiene que ver con la humildad. Se ha gastado mucha tinta en escribir tratados sobre la humildad, todos oímos con frecuencia algo de la misma y hasta la valoramos. Nos moviliza eso del Evangelio de hoy: porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla, será elevado. Hace unos días, el 31 de octubre, recordábamos la memoria de San Alonso Rodríguez, Jesuita hermano, portero del Colegio de Palma de Mallorca durante casi cincuenta años. Y el Evangelio de la Misa de ese día tomaba estas mismas palabras citadas (pero del Evangelio según san Lucas) que valen para un modelo como es San Alonso: bancarse el tedio de la rutina de cincuenta años haciendo lo mismo, ser tenido por el último en un cargo con poco atractivo y nada exitoso, hallar a Cristo que golpea a la puerta a cada rato, atender a veces a inoportunos…
Vuelvo al inicio: a todos nos conmueve y movilizan testimonios de esta talla y nos parecen a veces remotos a nuestra existencia por demás contemporánea, tapada de ocupaciones, persecución de éxitos y competencias de toda índole. Y es curioso, porque en última instancia no nos gusta cuando la humildad nos toca de cerca, porque la humildad se construye con la base de las humillaciones. Es lo que les pasa a los escribas y a los fariseos: ocupan la cátedra de Moisés, son autoridades que enuncian principios vigentes que deben cumplirse, pero la vida de ellos raya en lo contrario. Es el típico fenómeno de la incoherencia que también a nosotros suele afectarnos. Todos contamos con esas zonas donde la contradicción halla su sitio. Y es aquí donde viene precisamente Jesús a poner su cuota de color: En cuanto a ustedes no se dejen llamar “maestro”… a nadie en el mundo llamen “padre”… No se dejen llamar tampoco doctores”… En el fondo el Señor viene a decirnos que no nos la creamos, ¡No te la creas! Porque todos estamos en alguna cátedra: todos enseñamos a otros de alguna manera, es el rol que a cada uno le toca desempeñar. No es un problema, digamos, de cargos, sino más bien de la intención del corazón con la que los afrontamos, los empañamos cuando los separamos del servicio y anteponemos nuestro amor propio. El que esté en la cátedra de ser padre o madre de familia, el catequista, el que es docente, o político, o Sacerdote… da igual, todos enseñamos a los demás pero esto se desvirtúa cuando olvidamos la óptica del servicio, que es a lo que estamos llamados. Vuelvo a San Alonso, modelo se servicio humilde y retomo algo que escuché a un compañero Jesuita decir una vez: “Por el Colegio de Montesión en Palma pasaron insignes e ilustrísimos personajes: teólogos, poetas, príncipes, doctores… pero Santo fue el portero”, como decir que lo importante no está en el cargo sino en cómo se lo abraza desde el servicio.
Siempre que leo este Evangelio, me resulta prácticamente imposible no pensar en la Iglesia. Y me recuerda siempre a la primera regla para el sentido verdadero que en la iglesia militante debemos tener, es decir, a la primera de la serie de reglas que cierran los Ejercicios Espirituales. La misma dice literalmente: Despuesto todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera esposa de Cristo nuestro Señor, que es la nuestra santa madre Iglesia jerárquica. (EE. 353). Pareciera que en la mente de San Ignacio lo que surge bajo la formulación de “en todo amar y servir” se circunscribe al espacio de la comunidad, donde el servicio tiene el centro con el que se testimonia al Resucitado del que se ha tenido motivo sobrado para “alegrarse y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” (Cf. EE. 221): el ejercitante que está terminando sus Ejercicios, ahora es equipado de estas reglas que las necesitará afuera, en la “quinta” semana, o sea, en la vida diaria. Ahí es donde se hace a la Iglesia dejando de lado todo prejuicio y se aventura a servir como lo hizo el Maestro.
Pidamos a la Virgen Santísima, de quien Dios miró con bondad la pequeñez de su servidora (Lc. 1, 48) que nos alcance de su Hijo y Señor crecer en ser humildes servidores en el cargo que nos toque ocupar en la vida diaria buscando el bien de los demás.
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