Honestidad y Corrupción. Dos Banderas

Una reflexión sobre las estructuras de pecado e injusticia que atraviesan la realidad cotidiana y nos ponen de cara a nuestras opciones.

Por José María Rodríguez Olaizola, SJ

No consigo quitarme de la cabeza la idea de que hay gente que se merecería que la embadurnasen de alquitrán, la rebozasen de plumas y la tirasen al río (sin ahogarse, claro). Y cada vez que veo un telediario, y me asaltan imágenes de mangantes, corruptos, abusadores y energúmenos varios, la palabra “escarmiento” me viene a la cabeza. No es por venganza. Incluso, desde la fe, pienso –de veras- que hay que ser benévolos, caritativos y misericordiosos. Pero es que me enerva la impunidad, la injusta justicia que castiga a los pobres, pero no tanto a los ricos, la hipocresía con que se justifica lo deshonesto y la facilidad con que la lógica de la mangancia se extiende. Me aterra leer que el crimen es lo más globalizado de esta aldea global. Y me asusta ver cómo cierta dosis de amoralidad permea muchas esferas de la vida y muchas decisiones cotidianas (las que nunca saldrán en los titulares). Me estremece pensar que tal vez el umbral de lo lícito y lo ilícito se nos vaya difuminando a todos un poco, a base de ver que aquí el que no corre vuela, muchas veces entre sonrisas de autosatisfacción, teatrales proclamas de dignidad y exigencias de ética en el ojo ajeno.

Es hora de recuperar y pelear por valores, valores que habremos de exigirnos primero a nosotros mismos. Valores que no sean armas arrojadizas, sino herramientas para levantar espacios humanos donde puedan acampar la dignidad y la justicia. Y esto por respeto a las verdaderas víctimas de estas historias, que son quienes siempre pagan los platos rotos.

Fuente: Pastoral SJ

 

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