Carlos Saráchaga: «El diácono en la Iglesia hoy, es llamado a ser presencia y signo de Jesús Servidor»
En el mes de oración universal por los diáconos, compartimos el testimonio de Carlos Saráchaga, diácono permanente que actualmente acompaña el trabajo en la Parroquia del Sagrado Corazón, en Montevideo, Uruguay.
¿Cómo vive su compromiso cristiano (bautismal) un diácono permanente?
Para comenzar es bueno tener presente que fue el Concilio Vaticano II, que restituyó el Ministerio del Diaconado Permanente y nos plantea “una nueva eclesiología”, una visión nueva de Iglesia, traducido en IGLESIA PUEBLO DE DIOS, donde “todos los bautizados” formamos parte de ese pueblo, por lo que “todos somos Iglesia”.
Por lo que, los diáconos somos, ministros al servicio de este proyecto de iglesia renovada. El diácono en la Iglesia hoy, es llamado a ser presencia y signo de Jesús Servidor, “el cual no vino a ser servido, sino a servir”.
La espiritualidad específica que encarna el diácono permanente, se vincula directamente con el gesto del lavatorio de los pies, que Jesús realiza en la “última cena” que celebramos el jueves Santo.
El lavatorio de los pies es un gesto donde el Maestro sirve al discípulo. Este “gesto” es una invitación de Jesús a todos los cristianos, y en particular a los diáconos, que nos invita a vivir el servicio al hermano. Jesús lava los pies a los discípulos en la última cena, como signo de lo que debe ser nuestra vida cristiana, servir al hermano.
Este gesto también nos recuerda que Dios nos sirvió y amó primero. Es común pensar que nosotros servimos primero a Dios, pero es El, el que siempre nos precede. Su amor es gratuito. Jesús nos recuerda– “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con los más pequeños de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 40).
¿Cuáles son las gracias y los desafíos en la vocación? ¿Qué ministerios y tareas desempeña dentro de su comunidad?
Los diáconos tenemos el don y la tarea de ser “servidores del pueblo de Dios” en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad.
La Lumen Gentium expresa: “Es oficio propio del diácono, administrar el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, bendecir el matrimonio, llevar la comunión a los enfermos, proclamar la Palabra de Dios y predicar, presidir el culto, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepulturas”.(LG 29)
Por el Ministerio recibido, estamos insertos en la DIACONÍA DE CRISTO, y estamos llamados para ser intérpretes de las necesidades y deseos de las comunidades cristianas, en definitiva “animadores del servicio, de la diaconía de toda la Iglesia”.
Por nuestra vocación de casados y clérigos, no somos laicos, estamos llamados a ser “ministros de frontera”, con un pie en la Iglesia y el otro en el mundo en que vivimos, comprometidos con las necesidades de la gente, dentro y fuera de la Iglesia, tratando de vivir nuestra vocación en atender a los más necesitados.
Es misión propia, trabajar en la formación y animación de las pequeñas comunidades, en el acompañamiento de los agentes pastorales y la promoción de la vocación laical.
En definitiva, es trabajar por la Iglesia que fundó Jesús. Una Iglesia pobre, sencilla, cercana a las necesidades de la gente, cimentada en la oración, la fraternidad y la comunión. Es lo que hoy nos pide el Papa Francisco, ser “una iglesia en salida” de cercanía, que acoge todas las fragilidades de todos los que la necesitan.
¿Se sorprenden los fieles por su ministerio siendo casado?
Aunque la restauración del diaconado lleva más de 50 años, todavía no se tiene claro la diferencia con el presbítero. Los diáconos tenemos esposa, hijos, nietos, vivimos de nuestro trabajo, y nuestro ministerio se basa en tres patas: la familia, el trabajo y el ministerio. Por lo general nos llaman “padre”, cuando bautizamos, casamos y celebramos, y debemos explicar que somos ministros casados. Hemos recibido la gracia que nos confiere el Sacramento del Orden Sagrado en orden al Diaconado, pero que antes de ser ordenados hemos recibido el Sacramento del Matrimonio, y que dicho sacramento junto con nuestra vida de familia, son lo que mantienen vivo nuestro “ser diaconal”.
¿Cómo lo vive la esposa y los hijos?
En esta vocación juega un rol fundamental la esposa, porque sin su consentimiento y su acompañamiento (el día de la ordenación el obispo le consulta, si esta de acuerdo y si está dispuesta a acompañarlo), no es posible realizar el camino.
En cuanto a mis hijos cada uno desde su lugar me han acompañado en este proceso y misión. Siempre se nos recuerda que no podemos descuidar a nuestra familia, ya que nuestro ministerio, supone tiempo y dedicación.
Toda la familia acompaña en forma generosa, en la medida que dona “tiempos de familia” a este servicio. Nuestra casa se abre a acompañamiento y tiempos de formación.
¿Cómo has vivido el proceso hasta llegar a la ordenación?
Como toda decisión, supone una etapa de discernimiento, con mi familia, en el proceso de formación y con mi comunidad CVX, a la que pertenezco.
Convencido que el Espíritu se nos regala en comunidad, fue fundamental en mi discernimiento, el haber sido acompañado por ella.
No todo fue seguridad. Hicimos el proceso juntos con mi señora, preguntas, dudas, para que luego el Señor confirmara mi vocación.
Hoy renuevo mi compromiso de servicio a nuestra comunidad parroquial, intentando discernir en estos tiempos tan especiales, donde el Señor me necesita.
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