Hospitalidad, refugio y conmemoración
Extractos de un artículo escrito por Marcela Villalobos Cid para el blog de cristianismeijusticia.net, en conmemoración del día mundial del Día Mundial de las Personas Refugiadas, celebrado el pasado 20 de junio.
La RAE define la palabra hospitalidad como «una virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades». Alain Thomasset, sj, define la hospitalidad como «una acción o práctica que consiste en acoger visitantes o extranjeros en el propio hogar con generosidad y buena voluntad… Recibir invitados en casa suele incluir pasar tiempo con ellos… Esta hospitalidad implica una profundización de la relación… Excluye un significado mercantil o interesado…»
En la Biblia también encontramos varias teofanías y ejemplos de hospitalidad: la encina de Mambré muestra a Abraham ofreciendo hospitalidad a los tres ángeles del Señor que lo visitan bajo forma de peregrinos. Como resultado de esta acogida, Abraham y su esposa Sara tendrán un hijo, una bendición largamente esperada, signo de la nueva fertilidad de la pareja. Lot asegura la protección de sus invitados, unos ángeles-mensajeros, que han tomado forma de forasteros, al hacerlo, Lot será librado de la destrucción de Sodoma. En otro episodio de la Biblia, Rebeca recibe a Isaac dándole de beber, signo por excelencia de hospitalidad, y más tarde se casarán. Encontramos el mismo signo de hospitalidad entre Jesús y la samaritana, donde dar de beber a alguien significa acogerlo en la comunidad porque el agua es vida, devuelve el bienestar y nos regresa a la fuente, al origen. En todos estos ejemplos, la noción de hospitalidad remite a la promesa divina de posteridad, de protección o de vida eterna. De esta manera, nos damos cuenta de cómo los mitos, los cuentos y nuestras propias tradiciones espirituales modelan nuestra manera de pensar y de representarnos el mundo, nos dan claves para entenderlo. Dar de comer y beber, abrir la puerta de casa, recibir y acoger a alguien, pasar tiempo e interesarse de manera sincera y auténtica por su persona, son signos de hospitalidad. Son acciones sencillas que cualquiera puede realizar y que, sin embargo, evocan el encuentro entre lo humano y lo divino.
Esta hospitalidad coincide plenamente con la praxis de Jesús, con el anuncio del Reino a través de los símbolos de la comida, la fiesta o el banquete, en definitiva, todo lo que es signo del encuentro mutuo, recíproco. Jesús compartió la mesa, comiendo y bebiendo con los que estaban marginados por razones económicas, sociales, morales, sanitarias o étnicas. La invitación de Jesús a participar en esta gran mesa compartida es una buena noticia para los empobrecidos y excluidos, para todos aquellos que están perdidos o que no encajan, que no cuentan para la sociedad. Ellos son acogidos por Jesús, que les revela el Reino de Dios y les ayuda a reintegrarse en la sociedad. De este modo, Jesús es forastero, huésped, anfitrión y pan. A través de la hospitalidad practicada por Jesús, podemos compartir la hospitalidad de Dios y llegar a ser plenamente humanos. Los Padres de la Iglesia, con sus enseñanzas, nos heredan posicionamientos radicales en la acogida de extranjeros y en la hospitalidad invitándonos a recibir a los extraños pero también, a salir a su encuentro, a buscarlos[5]. Finalmente, la Iglesia retoma esta tradición al desarrollar la noción de santuario haciendo que los templos sean lugares de refugio y de asilo sagrado[6].
Muchos somos los que esperamos que la acogida hospitalaria hacia los refugiados pueda suscitar una nueva fraternidad y sororidad en el mundo y que nuestra fe cristiana pueda ser vivificada gracias a esos encuentros, nuestra praxis mejorada y nuestra esperanza renovada.
[5] José Luis González Miranda, sj, La migración en la doctrina social de la Iglesia, magisterio pontificio, Red Jesuita de Migrantes, UCA, URL, 2023.
[6] Ídem.
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