Mi Experiencia de Misión – Misión San Francisco Javier
Por Agustín Ignacio Otero – San Miguel
La Misión San Francisco Javier es una experiencia difícil de explicar. Lo difícil es poner en palabras lo que uno siente dentro de la misión.
Igual voy a tratar.
Yo iba a la misión Mercedes con muchas dudas, no estaba seguro de cómo, no conocía a nadie, y a los que iban conmigo de San Miguel los conocía muy poco. Por más dudas e inseguridades que tenía, nunca puse en duda si iba a ir o no. Tenía muchas ganas.
Caí un poco en paracaídas: una amiga me había comentado del año anterior que había ido ella, y ahí me puse a averiguar cómo ir, ya que yo no era parte de la Red Juvenil Ignaciana. Una vez en Mercedes, todos me recibieron increíble. Aunque no conocía mucho a nadie, nunca me sentí ni solo, ni excluido.
El pueblo en el que me tocó misionar, Sacachispas, es un pueblito rural, con gente que ya esperaba a los misioneros todo el año. Yo era una cara nueva en el pueblo pero me recibieron con los brazos tan abiertos como a los misioneros que ya habían ido. Allí, estábamos rodeados de la naturaleza. Eso a mí me encantó: las estrellas a la noche, el sol a la mañana, las diferentes combinaciones de paisajes y animales, eran cosas que me movían en el momento de la oración, cosas que me ayudaban, sin darme cuenta, a admirar más a Dios en el Milagro de la creación.
Era un grupito chico de misioneros: 12 en total. Entre nosotros cocinábamos, comíamos, misionábamos, rezábamos, armábamos los talleres, tocábamos la guitarra y una infinidad de cosas más que tardaría mucho en escribir. Nos hicimos muy cercanos entre los 12, una unión que me traje para acá, para Buenos Aires, amigos que, si bien no nos podemos ver tan seguido, son amigos en Jesús, amigos de los buenos. Uno no va a las misiones a buscar amigos, pero qué lindo que es cuando Jesús pone en tu camino gente increíble que querés conservar en tu vida.
Me costó mucho despedirme de todo, del pueblo, de mis compañeros de misión, de la misión misma. Me fui con las pilas cargadas para encarar un año más de rutina. Me fui también con una determinación de volver enorme, casi grabada en mí con una fibra indeleble. Cada vez que me acuerdo de la misión, que miro las fotos o los videos, me viene este sentimiento de felicidad. Seguro los que fueron a la misión me entienden de lo que hablo… cuento los días para volver.
La Misión Mercedes es sin duda una experiencia de las que no se viven muy seguido, una experiencia única, que a mí me sirvió, aprendí de todo, me acerqué a Dios y la pasé genial. No queda más que decir gracias, primero a Dios que me dio la oportunidad de vivir esto, y segundo a todos los que organizan la misión, porque el nivel de organización y logística es impecable.
Estas palabras no alcanzan para contar todo lo que uno vive y siente, pero a grandes rasgos así me sentí yo: un pibe que llegó medio de improvisto a la misión, y se fue sintiéndose parte de una gran familia.
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