Boquerón, Argentina: una historia arcaica de redescubrimiento

Santiago García Pintos es uno de los sacerdotes jesuitas que se encuentra actualmente trabajando junto a las comunidades campesino-indígenas de San José del Boquerón en Santiago del Estero. A continuación presentamos una nota en la que describe las cualidades del lugar y los últimos acontecimientos en torno la defensa de las tierras.

San José del Boquerón está situado al norte de la Argentina, concretamente en la provincia de Santiago del Estero. Forma parte del denominado “Gran Parque Chaqueño”, zona geográfica que comparten Bolivia, Paraguay y Argentina. En esta región, atravesada por el río Salado de norte a sur, habitan más de 40 mil personas dispersadas en el bosque que componen más de 100 comunidades campesino-indígenas.

Al igual que en otras partes de América Latina, las familias de Boquerón transitan sus vidas en intercambio con el bosque y los seres que allí habitan. Del bosque se sustrae el alimento diario necesario, sea a través de la producción, la recolección o la caza. El bosque provee de medicinas, así como leña para el fuego y madera para las casas. El agua siempre es un problema, especialmente para la inmensa mayoría de las poblaciones que están alejadas del río. Más allá de lo anterior, las poblaciones mantienen un sistema antiguo de racionalización del agua y un acuerdo implícito de compartir entre todos un bien necesario y escaso.

En tiempos de la colonia, los jesuitas fundaron una reducción integrada por indígenas de la etnia vilela. Por aquel entonces, los jesuitas relataban, en sus cartas y documentos, que los vilelas tenían autoridades, pero que las decisiones y la marcha de la comunidad eran una resolución de tipo comunitaria. Actualmente, y sabiendo estos antecedentes, en Boquerón las decisiones que involucran a toda una población se toman en conjunto. Con las ventajas y dificultades que esto conlleva. Así viven y caminan estas comunidades; en armonía con la naturaleza y asumiendo las tensiones y satisfacciones que el buen vivir traen consigo.

Los jesuitas tenemos una parroquia sobre el río (muy cerca de la antigua reducción) y realizamos un trabajo social de acompañamiento a las comunidades campesino-indígenas de la zona. Además de acompañar los procesos de las organizaciones y de favorecer el liderazgo, estamos envueltos en el triste y penoso desafío de defender la tierra, junto a nuestros hermanos y hermanas, de las invasiones que vienen de fuera.

Hace ya más de 10 años, una empresa agrícola llegó a la población de Piruaj Bajo adjudicándose la propiedad de esa porción de territorio. Intentaron tumbar el bosque con sus máquinas y desalojar de sus tierras a 107 familias. El estupor y el miedo se apoderó de los integrantes de ese territorio ancestral, quienes veían cada día el avance de la empresa. ¡Qué bondad y buena intención existen en nuestros pueblos originarios! No podían imaginar la dinámica diabólica que se tejía en los empresarios del agronegocio.

Luego de un breve tiempo, la comunidad se organizó y con la ayuda de otras poblaciones lograron detener el avance de la empresa. Actualmente, la empresa controla una porción del territorio y la comunidad defiende la inmensa mayoría de sus posesiones. Los jesuitas hemos acompañado dicho proceso. Hemos tenido que ofrecer asesoramiento jurídico a Piruaj Bajo e iniciar un proceso de reconocimiento civil de la comunidad como etnia indígena.

Siempre un proceso de estas características es engorroso e incierto. Pero me parece importante destacar los regalos que Dios le ha hecho a la población a partir de esta dificultad. Sabemos que donde abundó el pecado también sobreabundó la gracia, y esta última fue a favor de los campesino-indígenas.

El proceso de defensa de la tierra dejó a la luz la solidaridad que existe en esta extensa zona. Primero, al momento de enfrentar a la empresa se hicieron presente personas venidas de lugares muy lejanos. Segundo, la comunidad tuvo que organizarse más fuertemente, dando lugar a instancias de compromiso que antes no se había imaginado. Tercero, creció la conciencia sobre el bosque y la necesidad de su cuidado y conservación. Cuarto, la comunidad tuvo que reconocer y asumir formalmente su identidad indígena. Esto último disparó tareas como la recopilación de su historia, la afirmación de sus autoridades y el reconocimiento de los clanes al interior de la gran comunidad.

Argentina (junto con Uruguay) es el país de América Latina que ha provocado el genocidio indígena más grande de la historia. Hoy, no existe una legislación acorde a los tratados de derecho internacional que reconozcan y protejan al indígena y al campesino en sus derechos. Pero más allá de todo esto, la situación de abuso y usurpación concreta que describí tuvo como resultado que 107 familias del “Gran Parque Chaqueño” redescubrieron su identidad arcaica, la cual permaneció oculta por siglos. Hoy los hijos del dinero encuentran y encontrarán a una comunidad que les dirán quiénes son. Piruaj es de los pirueños. La tierra es de quien nace en ella y la trabaja.

Fuente: jesuitas.lat

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