Camino de Adviento: Alegrarse… como Isabel
La sorpresa es un signo común en los relatos de encuentro con Dios. Desde los profetas hasta los encuentros con el Resucitado, el desconcierto es denominador común de quienes reconocen la cercanía de Dios. Isabel no es la excepción, como tampoco lo había sido María frente al Ángel.
En ellas también encontramos otras similitudes: el embarazo, la inquietud inicial y la recepción agradecida del don. Sin forzar más los textos, también nosotros recibimos una invitación y un desafío para nuestras vidas. Así como a la comunidad de Lucas también a nosotros nos toca responder a la iniciativa de Dios.
La invitación es a reconocer a Dios en su cercanía. No es el impulso natural al que estamos acostumbrados: desde siempre, el hombre ha ubicado a Dios en un sitial de privilegio, en una función de autoridad, en un espacio separado. Jesús irrumpe con una proximidad tan íntima y oculta, como lo son las entrañas de una mujer.
Dios -…‘más íntimo que mi yo íntimo’; ‘más dentro de mí que yo mismo’- que no viene desde fuera del hombre, sino desde propio origen de nuestra misma humanidad. Sobrecoge reconocer que, queriendo ser como dios (en Adán), Dios responda haciéndose como yo (en Jesús)
¿Y el desafío? Vivir la alegría, desbordante y generosa, de la Buena Noticia. Al reconocer en nuestra humanidad, preñada de Dios, el cimiento –y la simiente- de una vida capaz de plenitud. Al trasparentar, en obras y verdad, el Espíritu que nos ‘cubre con Su sombra’ y nos impulsa a pronunciar, confiados, ‘Abbà’. Al abrazar la vida que se nos confía, haciéndola fértil y dando a luz un testimonio de amor y servicio.
San Ignacio, en la experiencia inicial en Loyola y luego en Manresa, vive en carne propia el encuentro íntimo con el Señor que lo llama a reconocerse visitado por su Señor, de la mano de ‘la madre de mi Señor’. Este encuentro, que lo abre a una sorprendente libertad, a una claridad del entendimiento y el corazón, produce en él la necesidad participar a todos de su experiencia.
En la Segunda Semana de los Ejercicios, Ignacio hace al ejercitante ‘pedir conocimiento interno de Dios, que por mí se ha hecho hombre, para que más lo ame y le siga’. Es este conocimiento superior el que crece en su interior hasta impregnar, por completo, su modo de ser y proceder, confirmándose una y otra vez ‘con grande alegría espiritual’; ‘con mucho gozo y consolación’.
Nada podrá, en este estado, separar a la persona de Dios. Su vida quedará ya toda envuelta en Su presencia, haciendo posible ‘encontrar a Dios en todas las cosas’, dando a luz la ‘mística de la cotidianeidad’ (Rahner). Esta gracia podrá conducirnos a ser como Ignacio o Isabel, ‘contemplativos en la acción’ (Nadal): visitados por Dios, respondiendo a tanto bien recibido, testimonio de amor y servicio.