Respetar y Proteger la Dignidad de los Niños: una Prioridad para los Jesuitas
El P. Arturo Sosa SJ, actual Superior General de la Compañía de Jesús sobre la misión de cuidar especialmente a los niños que la congregación ha asumido desde sus inicios.
Padre Arturo Sosa SJ
La reciente Congregación General 36 celebrada hace un año aquí en Roma, como órgano supremo de la Compañía de Jesús, me encargó como Superior General «continuar trabajando sobre la forma de promover, dentro de las comunidades y ministerios de la Compañía, una cultura consistente de protección y seguridad para los menores». (Asuntos encomendados al P. General, CG 36). El texto es breve, pero es muy significativo. Es la expresión del compromiso de la Compañía en favor del respeto y la protección de la dignidad de los niños.
Este compromiso no es nuevo. Tiene sus raíces en el propio San Ignacio. En la fórmula para la profesión de los votos definitivos en la Compañía, después de que el jesuita promete «la pobreza perpetua, la castidad y la obediencia», entonces promete «cuidado especial para la instrucción de los niños». (Constituciones, 527). Ningún otro ministerio -por ejemplo, enseñar, predicar, dar los Ejercicios Espirituales, servir a los pobres- se menciona en la fórmula; sólo «la instrucción de los niños». En el número siguiente en las Constituciones, San Ignacio explica por qué esta frase está incluida en la fórmula del voto, dando dos razones.
La primera razón tiene que ver con el reconocimiento de San Ignacio de la preciosa dignidad de los niños. Él escribe: «La promesa acerca de los niños es puesta en el voto… debido al servicio excepcional que se da a Dios nuestro Señor, ayudando a las almas que le pertenecen». Esta es una frase increíble. Para San Ignacio, los niños son «almas que pertenecen a Dios». En otras palabras, para San Ignacio, los niños, a menudo considerados como los más marginales e insignificantes de los seres humanos, tanto en el siglo XVI como en el nuestro, son, de hecho, preciosa posesión de Dios que merece respeto y servicio. El Papa Francisco expresa la misma convicción cuando escribe: «Un niño es un ser humano de inmenso valor y nunca puede ser utilizado para beneficio propio». (Amoris Laetitia, 170). Por supuesto, sabemos que tanto San Ignacio como el Papa Francisco aprendieron esta actitud del mismo Jesús, que amablemente dio la bienvenida a los niños y se indignó cuando los discípulos trataron de mantenerlos alejados de él, en su creencia errónea de que los niños eran insignificantes e indignos de la atención del Señor. (ver Mc 10, 13-16).
La segunda razón que da San Ignacio es muy realista. Reconoce que es muy fácil olvidar y descuidar el cuidado de los niños. Él escribe: «la promesa sobre los niños es puesta en el voto… porque está en mayor peligro de ser dejada caer en el olvido y caída que otros servicios más conspicuos…» (Constituciones, 528). En otras palabras, la promesa refleja la preocupación de San Ignacio de que la Compañía de Jesús no olvide a aquellos que son más fácilmente olvidados, dada su aparente falta de importancia para el resto de la sociedad humana.
En nuestro tiempo, somos llamados de una manera particularmente urgente a recuperar y a fortalecer las actitudes fundamentales de San Ignacio de respetar y proteger la dignidad de los niños. Vivimos en un mundo donde la dignidad de los niños es olvidada y violada. Los niños son víctimas de la pobreza, la guerra, la trata, el desplazamiento forzado, el terrorismo; los niños son obligados a servir como soldados, como mano de obra, como trabajadores sexuales y como mulas en el tráfico de drogas. También nosotros en la Iglesia no podemos escapar de nuestra responsabilidad compartida en la grave falta de respeto a la dignidad de los niños, ya que enfrentamos la dolorosa realidad del abuso sexual de niños cometido por sacerdotes, religiosos y otros pastores.
La Compañía de Jesús busca hoy profundizar y fortalecer su compromiso práctico y efectivo con la protección de los niños. Mi predecesor, el P. Adolfo Nicolás, pidió a todas las provincias, comunidades y ministerios que aseguren la existencia de tres elementos esenciales para la protección de los niños. Primer: protocolos bien hechos, justos y compasivos para tratar las denuncias de abuso de menores. Segundo: directrices y políticas de conducta ética pastoral, que tienen como objetivo promover, tanto entre jesuitas como entre nuestros colaboradores en la misión, el respeto por los límites y la clara rendición de cuentas. Finalmente, y quizás lo más importante: permanentes programas de entrenamiento y formación que garanticen que los protocolos y las políticas no permanezcan como documentos no leídos, sino que se apropien y se practiquen. Todas estas medidas tienen por objeto crear una «cultura de protección y seguridad para los menores» (CG 36): una cultura, es decir, una forma normal y habitual de vivir, de relacionarse, de trabajar y de servir en la que aquellos a quienes servimos, particularmente niños, se sienten siempre respetados, seguros y amados.
Fr. Arturo Sosa, SJ,
Superior General de la Compañía de Jesús
Fuente: CPAL SJ