La Búsqueda Espiritual

«El recorrido entonces que hay que hacer entonces siempre va a ser el mismo: atravesar esa zona donde rendir nuestra autorreferencia y entregarla.

Los maestros son los que son capaces de ayudar a dar ese paso. Y hoy en día tenemos el gran don de poder elegir los nexos y los modos de hacer este camino»

Javier Meloni Sj reflexiona sobre la búsqueda espiritual que todos los seres humanos tenemos.

La Búsqueda Espiritual

Encontrar a Dios en el Silencio.

«…un tercer momento en que ninguno de los dos habla, los dos nos escuchamos.

En una presencia todavía dual pero en el silencio, porque en la comunicación ya se ha establecido en un lugar más hondo que las palabras.»

Con estas palabras Javier Melloni Sj reflexiona sobre el Encuentro con Dios en lo más profundo de nosotros mismos.

Encontrar a Dios en el Silencio.

 

Ascensión del Señor

Por Diego Fares SJ

La escena de la Ascensión contiene la esencia del Evangelio.

 El Señor da testimonio de que ha vivido su vida humana, singular y única como la de cada uno, sin nada agregado, buscando cumplir con amor todo lo que el Padre había ido enseñando a su pueblo elegido. Y gracias a esta fidelidad, todas las promesas que el Padre había hecho a su pueblo, muchas de las cuales parecían imposibles por demasiado hermosas (la promesa de cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne, la promesa de establecer un reino de paz en el que todos se amaran y ayudaran, la promesa de que Dios fuera Dios con nosotros…), todas las promesas han encontrado en el corazón de Jesús como un imán: en Él todo lo bueno se hace real y posible.

Segundo, les abre el entendimiento para comprendan todas las Escrituras y les anuncia la esencia del Evangelio. Tengamos en cuenta que el Nuevo Testamento no estaba escrito. Jesús les da la gracia de poder comprender, partiendo de Él, todo lo escrito antes. Para lo nuevo, para lo que tendrán que anunciar y escribir, necesitarán la fuerza que viene de lo alto.

Si uno mira bien, esta pedagogía de Jesús es muy consoladora para nosotros. Al ascender a las Alturas, al ocultarlo la Nube de la vista de ellos, Jesús Resucitado abre un espacio y un tiempo nuevo en los que el protagonismo lo tienen “el Espíritu Santo y nosotros”. Al irse al Padre y dejar a los suyos, iguala a los discípulos de todos los tiempos. Lo que transmiten los apóstoles es el kerygma: que en Jesús muerto y resucitado nos son perdonados los pecados. Esta semilla del evangelio es anunciada con la fuerza del Espíritu y el mismo Espíritu obra en los que escuchan. El Espíritu es el encargado de “recordar todas las cosas que dijo e hizo Jesús” y de ir marcando el camino, lo que hay que hacer. Esto significa que no tienen ventaja los primeros. El Espíritu da la misma chance a todos.

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Con pequeños “toques” el Señor “recapitula su vida” y la “comunica” de manera tal que, sin dejar de estar presente, permite que nosotros, gracias al Espíritu, vivamos nuestra propia vida sin perder autonomía. Esto es lo que diferencia al cristianismo de toda religión mítica o racionalista.

El que ha hecho la experiencia de lo que significa enseñar a un discípulo de modo tal que el discípulo tome lo que uno sabe y lo haga propio y lo retransmita mejorado, puede vislumbrar la maestría del Señor. ¡Qué manera de vivir algo y de dejarlo como herencia viva!

Gracias a que Jesús toma Altura nos permite crecer. Crecer desde abajo y desde lo más íntimo, desde la virtud del Espíritu que hace nido en lo más íntimo de los apetitos (sensitivo y racional) de nuestro corazón humano. Al tomar Altura Jesús atrae a todos desde adentro.

Por eso la semilla va directo a lo más íntimo: al perdón de los pecados. Ese es el nudo que el hombre no puede desatar y absolver por sí solo y que impide crecer en el amor: los propios pecados contra el amor. Los pecados de los que sentimos que nos tendrían que haber amado más y los pecados contra los que tenemos conciencia de que tendríamos que haber amado más (nuestros padres y hermanos, maestros y amigos, de la sociedad en la que nacimos y nosotros mismos también).

Nuestra carne sufre las heridas del pecado y aunque racionalmente uno se de cuenta de las cosas y siga adelante, la carne herida conserva las huellas del pecado sufrido o cometido y dificulta o impide la vida. En las personas adictas se ve con tanta claridad este mecanismo. Los adictos, digo , se dan cuenta con más lucidez que nadie de lo mal que les hace la sustancia a la que están ligados y desearían más que nada en el mundo liberarse de ella. Pero el hambre de las células de su carne es tan voraz que en ciertos momentos los arrastra irremisiblemente hacia lo que los esclaviza. De eso es de lo que Jesús nos libera con su Carne. En su carne crucificada, muerta y resucitada, nuestra carne, que era lo que nos impedía acceder a Dios, es liberada (conservando las llagas, como los adictos que quedan adictos para siempre pero pueden “no pecar”) de su esclavitud y cuidada por la gracia, principio de una libertad nueva.

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El testimonio de la muerte y resurrección de Jesús para el perdón de nuestras ‘adicciones’ es la tarea de los apóstoles.

Lo demás lo dejan al Espíritu y a cada uno.

Este es el principio de una Iglesia que anuncia la vida y sigue adelante, porque confía en el corazón de los hombres, confía en que cada comunidad (cada persona, cada familia, cada cultura) sacará por sí misma las consecuencias de un Anuncio tan hermoso para su vida cotidiana.

Es el principio de una Iglesia que propone y no que impone, de una Iglesia que convoca a los que quieren y no persigue a los que no quieren…

Queda, entonces para cada uno la tarea linda de “ver las consecuencias de la resurrección del Señor”. Resurrección enmarcada en este contexto en que me sitúo en el tiempo y el espacio del “Espíritu Santo” y del “nosotros” que me anuncian los testigos.

Si en la Reconciliación está el remedio para mis adicciones, ¿cómo tengo que hacer para conseguirlo?.

Si la Eucaristía es el Pan de vida que sacia todas mis hambres, las más carnales y las más espirituales, ¿qué estrategia debo implementar para que mi vida gire en torno a ese Pan?

Si las Escrituras, cuando las abro, se iluminan con la luz del Espíritu, que me enseña a rezar y a contemplar y me abre la mente para comprender lo que dicen de Jesús y lo que eso significa para mi vida, ¿qué puedo hacer para tenerlas más a mano, para rezar con ellas?

Aclaración

Llamo adicciones al pecado porque puede ayudar a descubrir de qué me tengo que confesar, qué es aquello que me esclaviza y entibia o directamente reemplaza el amor incondicional a Jesús. 

¿Siervo, Amo o Amigo?

Raúl González SJ

¿Quien es el «siervo»?

 El siervo es aquél que hace todo para agradar a su Señor; y esto no es malo, pero tampoco es suyo.

Pero también sabemos que muchas de nuestras relaciones necesitan adaptarse para que funcionen, pero cuando esta actitud no es un momento de la relación sino que es un constante la cosa cambia: la relación empieza a tener sabor a servilismo: complacer o no desilusionar al otro.

Y podemos vivir como siervos, del propio jefe, o del marido o la mujer, de los mismos padres o de los amigos… y a veces decimos: «lo hago solo por ti», «hagamos como tu quieres» «no quiero desilusionarte»…

El problema del siervo es que no sabe nada de gratuidad: todo es intercambio, todo es debido; por eso es servil… sirve para algo… y por eso el que vive de siervo muchas veces es un inseguro: necesita comprar afecto, necesita dar cosas para ser aceptado, necesita coaccionar a los los demás para que lo avalen. y lo más triste el siervo siempre necesita una «amo».

También se puede vivir la relación como dueño o amo.

El amo es aquel que no acepta las razones de los demás, es aquel que cree que el afecto de los demás es un derecho, en definitiva son aquellos que sabe coaccionar al siervo para que siga esclavizado en su tarea de producir afectos.

 El siervo y el amo se buscan, se encuentran y se usan: porque aunque se usan jamás llegan a quererse bien.

En cambio el amigo es una relación gratuita. El amigo jamás siente que su amistad es un «deber», el amigo no tiene medida del amor.

A diferencia del siervo, el amigo no tiene turnos de trabajo, y justamente por esto el amigo nos sorprende con su presencia.

El siervo no ve la hora de terminar su turno, el amigo no ve la hora de encontrarse con el amigo.

 

¿Y si Cristo no estuviera fuera sino dentro?

Despertar la connaturalidad con la vida de Dios, supone dejar que se despierte en nosotros la conciencia total de que Cristo ya está cristificándonos, haciéndonos otros Cristos como él.

¿Y qué sucede, entonces? Se rompe el esquema de la imitación del modelo donde los cristianos hacen lo que hizo Jesús de manera esquemática, voluntarista y débil. Cuando comenzamos a notar en nuestra vida interior que el Espíritu nos desempolva la imagen en la que fuimos creados por el Padre, aparece Cristo, el que está dado desde nuestro nacimiento.

¿Y qué hace ese Cristo que está adentro? Sana, cura, libera, alimenta, sostiene, pero sobre todo, pide salir. Pide abrirse a formar comunidad con los demás hombres y mujeres que llevan su Cristo, su semejanza con el Padre. Especialmente, pide salir al encuentro de los Cristos rotos, heridos, fragmentados, sufrientes, empobrecidos.

¿Y por qué sucede esto? Porque Dios es una familia de amor dinámica que lleva al amor de unos por otros hasta el extremo, como los padres por los hijos. Por eso busca que todos los hombres vivan esa plenitud sembrándoles ese deseo en el corazón. Y mientras no sucede, sufre la cruz con nosotros hasta que llegue una pascua que libere y lleve al gozo.

¿Para qué? Para alcanzar la vida plena, para vivir en el amor, para contagiar la paz, para vivir la justicia del Reino, para perdonar y sentir el perdón, para que de una vez por todas nos abramos a la misericordia, para que nos demos permiso para vivir una alegría indescriptible, para que vos y yo seamos aquello que tanto nos gustaría para toda la humanidad.

¿Y cuándo sucede esto? Hoy.

Emmanuel Sicre SJ

 

Nuestra Señora del Camino

La Madonna della Strada o Nuestra Señora del Camino, es la Patrona de la Compañía de Jesús y la primera ante la cual San Ignacio de Loyola y los otros fundadores de la Compañía oraban en Roma. Y también fue imagen de María que se honraba en la la primera Iglesia que tuvo a cargo la naciente Compañía de Jesús recién fundada.

Su día conmemorativo (24 de Mayo) ayuda a recordar a los jesuitas que son peregrinos, inspirándose en uno sus fundadores que eligió ser llamado “el Peregrino”.

Señora del Camino – Cristóbal Fones SJ

Señora del Camino,

muéstrame la vía

para llegar al Padre

al lado de tu hijo.

 

Señora del Camino,

en mi oración te pido

que no me dejes nunca;

me siento como un niño.

 

Dame tu luz para avanzar

y en la noche oscura guíame.

 

Hazme transparente

como fue tu vientre

para dar a luz la vida.

Ponme con tu hijo,

Señora del Camino.

 

 

Autoritarismo Intolerante vs Diálogo Respetuoso

La Juventud actual es Reacia a los Autoritarismos

En la posmodernidad se consolidan varias conquistas históricas que van configurando el llamado “cambio de época”. Tal cambio se ha ido incubando desde la llamada “revolución cultural del 68” hasta el actual proceso de globalización y su crisis, con la exclusión de pueblos enteros (también del Primer Mundo), que anhelan una sociedad más justa e inclusiva.

Una conquista. Sobre todo entre los jóvenes, los fundamentalismos políticos y religiosos provocan una fuerte reacción que se apoya en un postulado inamovible: somos personas y no simples “súbditos” o títeres de la autoridad que sea. Hay un rechazo visceral a seguir identificando sumisión con obediencia; y está instalada una convicción: la conciencia es el último responsable de los propios actos.

 Anhelos Contemporáneos y Biblia-Tradición Especial

Por otra parte, el extendido rechazo contra toda ambición de poder que degrade a la persona y a las instituciones, armoniza con las afirmaciones evangélicas y con la doctrina católica más tradicional.

El Evangelio, Hechos y Cartas Paulinas, son una invitación a la responsabilidad personal, con una inseparable vivencia comunitaria.

El Reino vivido y predicado por Jesús en aquella sociedad esclavista, significaba y significa hoy: formar comunidades alternativas, fraternas, donde cada uno pueda decir su palabra y donde se respete el disenso, como en la primitiva comunidad cristiana. Y quienes presiden, sean no opresores sino “servidores de todos”.

Los escritores cristianos de los primeros siglos. Cabe recordar que aquellos cronistas iniciales quedaron absolutamente impactados por “el fenómeno Jesús, Dios y hombre”; con la realidad de la Gracia, entendida como el Espíritu Santo “in-habitando” en cada creyente y en todo el pueblo como tal.

Y estaban tan absortos por la novedad de ese Dios cercano, íntimo, restaurador de la dignidad personal y hacedor de comunidades de iguales… que hasta se olvidaban de hablar del pecado, entendido sobre todo como el que desune y destruye cualquier grupo que viva en armonía.

En la tradición eclesial posterior: Tomás de Aquino e Ignacio de Loyola.

Entre tantos, seleccionamos a estos dos creyentes que acentuaron la dignidad personal y la responsabilidad, apoyadas no en temores infantiles sino en firmes convicciones. Con un fuerte sentido de Iglesia y de adhesión al Magisterio, el que incluye necesariamente el “sentir de los fieles” (verdad recuperada por el Vaticano II).

El desafío. Ambos personajes apuntaron a lograr la difícil articulación entre la fidelidad al Magisterio-Tradición y las inevitables decisiones que cada uno debe tomar a lo largo de su vida, “con una conciencia debidamente formada”.

Evitando los dos extremos clásicos: la sumisión a la ley, que nos libra de los riesgos personales y nos mantiene inmaduros (“que otros me digan lo que tengo que creer y practicar”); y el relativismo, donde yo me voy inventando “mi” ley, según lo que sienta.

Santo Tomás de Aquino (siglo XIII). Defendió la autonomía de cada individuo hasta afirmar que “la conciencia es el último juez de los actos personales; y hay que seguirla, incluso aunque sea errónea”. Afirmación de aquellos siglos que algunos llamaron tendenciosamente “la oscura Edad Media”, y sin embargo, digna de ser incluida en cualquier Declaración de los Derechos Humanos contemporánea.

Por una fe ilustrada. “Quienes investigan la verdad y lo enseñan, deben mostrar cómo es verdadero lo que dicen. De lo contrario, si el maestro sólo apuntala sus tesis con meras autoridades, el que oye no adquirirá ninguna comprensión nueva, y quedará vacío como antes”. Quodl IV. A.18

Entonces, para Santo Tomás -dada la Encarnación- una fe al margen de la historia, de la cultura y sin formulaciones racionales, caería en el autoritarismo fundamentalista: “Usted tiene que creer aunque no lo entienda”. Para el santo, lo correcto es: “Hay que comprender para creer”.

Pero completa su pensamiento, diciendo que el quehacer teológico y el compromiso ulterior como cristianos en el mundo necesita hacerse desde la fe, que ante todo es un regalo de Dios: “Hay que creer para comprender”.

Así, la fe es una respuesta libre-racional a la oferta gratuita de Dios.

San Ignacio de Loyola (siglo XVI). Frecuentó por varios años la misma Universidad de París que el Aquinate, de quien recibió importantes influencias en su pensamiento.

Una de las piezas claves de su espiritualidad es el discernimiento personal, que debe ayudar al cristiano a decidir por sí mismo las cuestiones fundamentales de su vida. Afirmación obvia en nuestros días.

Ignacio es hijo de aquella Modernidad emergente, cuando se comenzó a revalorizar hasta hoy la centralidad del individuo, donde el cristiano comenzó a vivir en medio del “ruido” de un mundo muy variado de nuevas ideas y creencias, de inéditos desafíos sociales y políticos. Se había terminado la Cristiandad monolítica.

Una espiritualidad para tiempos modernos. Por eso, el joven necesita hoy una espiritualidad muy personalizada, y no estar guiado solamente por motivaciones externas, ya sean de autoridad o de tradición. Siempre con un hondo sentido de pertenencia e integración en la comunidad eclesial.

Importancia del acompañamiento. En los Ejercicios Espirituales Ignacianos, “el que da los EE” está para orientar al ejercitante en su oración y discernimiento. Su función es ayudarlo, nunca obligarlo o manipularlo para que tome un camino no decidido por él mismo. En especial, cuando se trata de elegir “estado de vida”.

Actualizar el Espíritu de las Primeras Comunidades

Las expectativas de nuestros jóvenes coinciden con aquel ambiente de las primeras comunidades y de las sanas tradiciones eclesiales. Para ello, una pregunta insoslayable es: ¿En qué Iglesia creen?

Los formadores debieran recordarles que su compromiso cristiano se asienta sobre una verdad eclesiológica básica: la Iglesia es, al mismo tiempo, un misterio de fe, una comunidad de amor… y una institución humana falible, siempre necesitada de reforma. “Casta y pecadora” (“casta meretrix” en su original latino), según San Ambrosio.

El Diálogo: Antídoto contra el Autoritarismo Intolerante

El diálogo dentro de la Iglesia y con el mundo. Un medio para concretarlo, es el sano debate, que incluye la confrontación de ideas y posturas. Sin ello, no hay ni persona libre ni comunidad madura.

Lo contrario del “monólogo” de una persona o grupo (donde los demás no intervienen), es el “diálogo”, que significa comunicarse uno(s) con otro(s) desde las convicciones propias pero respetando las ajenas. Y con la intención de buscar las mayores coincidencias posibles.

¡Qué importante para los jóvenes… y qué utópico -no imposible, pero arduo- para nuestro ambiente sociopolítico!

– Tres momentos eclesiales.

1. Pablo VI, el Papa del diálogo. Profundizó la gran intuición de Juan XXIII, quien anhelaba un Vaticano II no de condenas sino de mutua escucha, dentro y fuera de la Iglesia. Y en continuidad con “el Papa Bueno”, Pablo VI expresó su personal visión programática del concilio; y la refrendó en 1964 un año después de asumir el gobierno, en su primera encíclica, Ecclesiam Suam.

En ella considera que el intercambio respetuoso es el medio indispensable para el reencuentro intraeclesial y para acercarse a la problemática de la sociedad moderna. Por eso, quiso mostrar el rostro de una Iglesia “que propone y no impone, y que quiere estar cerca de los que sufren”.

“La religión es un diálogo entre Dios y el hombre”. Entonces, a partir de tal origen trascendente, “la Iglesia debe ir hacia el diálogo, entre los creyentes y con el mundo en que le toca vivir”. Y “con prudencia pedagógica, debe tener en cuenta a las distintas culturas (inculturación), pero sin atenuar o disminuir la verdad” (evangelización).

2. Durante el Concilio Vaticano II. Con un enfoque papal tan esperanzador, con el diálogo como actitud y como instrumento de comunicación, se recuperó una “riqueza de familia”, que aparece en los escritos del Nuevo Testamento.

Es que desde los comienzos, ya había pluralidad de comunidades eclesiales: en Jerusalén, los primeros cristianos procedían del más puro judaísmo; pero en Antioquia, enclave donde convergían distintas creencias, se dio una mezcla de cristianos venidos unos del judaísmo y otros del paganismo.

Lo mismo en Corinto y otras poblaciones de Asia y Europa, con cristianos casi todos ellos antiguos paganos.

En verdad, una amalgama de razas, culturas y tradiciones bien diversas, donde, sin embargo, se trataba de respetar las diferencias, y también los disensos ante los inevitables y frecuentes conflictos. Y la autoridad, como un servicio al resto del Pueblo.

Única “Tradición” apostólica, pero con una “transmisión” actualizada y pluralista. La Ecclesiam Suam recalca que la Palabra es innegociable en sus principios de fe básicos.

Sin embargo, se revela en la historia con sus diferentes etapas; y en las culturas de pueblos muy diversos, que incluso han ido enriqueciendo el Mensaje Único desde una distinta comprensión y recepción.

La Revelación no existe sino transmitiéndose. Así, hay que hablar de “tradición” en un doble sentido:

“Tradición apostólica”: conjunto de verdades y vivencias de la primera época, que debemos conservar y poner en práctica; y la “Tradición-transmisión”, que recoge esas verdades, pero las va actualizando, según los tiempos y los pueblos.

3. Después del Vaticano II, quedó ese anhelo primitivo de la unidad en la diversidad. Pero de un ambiente marcado por el entusiasmo y la búsqueda de renovados caminos para la intercomunicación dentro y fuera de la Iglesia, se pasó a un estilo de control y uniformidad, de miedo al pluralismo, con la tendencia al “pensamiento único” empobrecedor.

Conclusión. Una tarea Urgente: Seguir Profundizando en el Diálogo

Nuevas perspectivas. Han resurgido inmensas expectativas de renovación a partir del nombramiento del papa Francisco, aunque junto a fuertes resistencias al cambio. Se impone “blanquear” distintas crisis sectoriales, muy interconectadas entre sí.

“Las crisis se producen cuando lo viejo no acaba de morir, y lo nuevo aún no acaba de nacer”, Bertolt Brecht.

 Oscar Calvo SJ

Para Reflexionar en Tiempo de Pascua

No les resultaba fácil a los discípulos y discípulas expresar lo que estaban viviendo. De hecho, para hacerlo, los evangelistas acuden a toda clase de recursos narrativos y refieren esa experiencia de diferentes maneras. Sin embargo, el núcleo es siempre el mismo: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo decisivo, lo fundamental. Recuperan a Jesús lleno de vida.

Los discípulos se reencuentran con aquel que los había llamado y al que habían dejado solo. Ciertamente ya no será como antes, cuando estaban con él en Galilea. Tendrán que aprender a vivir de la fe. Tendrán que aprender a relacionarse con el Maestro de un modo completamente nuevo. Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán que recordar sus palabras y actualizar sus gestos.

Pero los anima el hecho de saber y sentir que Jesús está con ellos, y que la vida continúa.

Todos experimentan lo mismo: una paz honda y una alegría incontenible. Las fuentes evangélicas, tan sobrias siempre para hablar de sentimientos, lo subrayan una y otra vez: el resucitado despierta en ellos alegría y paz. Es tan central esta vivencia que se puede decir, sin exagerar, que de esta paz y de esta alegría nació la fuerza que impulsó a los seguidores de Jesús a querer transmitir su mensaje a otros.

Ahora bien, ¿con qué experiencias podemos contar nosotros para compartir la fe de los primeros cristianos?

¿Cómo alcanzar esa paz y esa alegría de las que ellos se sintieron inundados? ¿De qué manera podemos vivir la fe en la resurrección, sin reducirla a un mero convencimiento “en abstracto” y sin ninguna incidencia ni repercusión en lo concreto cotidiano? En definitiva, ¿qué significa creer en el Resucitado?

Creer en el Resucitado es comprender que el Evangelio es una invitación a vivir mejor. Es escuchar y comprender las palabras de Jesús como horizonte de sentido y camino de realización humana. Y es también dejarnos interpelar por esas palabras agudas y penetrantes del Maestro, que nos iluminan para no caer en la trampa de las numerosas “fuerzas de muerte” que se agitan alrededor de nosotros y que también operan en nuestro interior.

Creer en el Resucitado es experimentar que el mensaje de Jesús puede transformar nuestra existencia y dar más vida a todo lo bueno que hay en cada uno de nosotros; y puede liberarnos de todo aquello que nos ata y nos frena, que nos entristece y deprime, que nos inquieta y angustia, o que nos quita esperanza y ganas de vivir.

Creer en el Resucitado es trabajar por la vida y hacer todo lo posible por derrotar la muerte en cualquiera de sus manifestaciones. Es liberar las fuerzas de la vida y luchar contra todo lo que deshumaniza, degrada y aniquila a los seres humanos. Creer en el Resucitado es, en definitiva, mantener viva la esperanza de que otro mundo es posible; y desde ahí estar dispuestos a poner el hombro para hacer realidad en nosotros y en nuestro entorno la utopía de ese Reino de justicia, de paz y de una vida digna para todos que Jesús inauguró y con cuya causa se comprometió hasta la muerte.

Raúl Bradley SJ

 

‘Muéstranos al Padre’

«A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a Tomás: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.» Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿Y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre ¿Cómo dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi nombre, yo lo haré».

Jn 14, 6-14

Reflexión

Señor, ¿qué hay para que te manifiestes a nosotras y no al mundo?

Jesús parece no escuchar la pregunta de Judas Tadeo. No altera el hilo de su honda comunicación sobre el amor y la relación personal como condición para recibirlo. Es que en esta palabra suya está entrañada la respuesta que busca el discípulo.

Será una constante. Muchas veces sentiremos que el Señor no responde directamente a nuestras urgencias, pero encontraremos su respuesta meditando su palabra en la intimidad de nuestro corazón, en esa amalgama entre su palabra y su luz y nuestro compromiso-interpretación-decisión para actualizarla en nuestra vida concreta.

Señor, ¿por qué te manifestarás sólo a nosotros y no al mundo? Porque el que no me ama no puede recibirme. Descubrir mi presencia en el camino de la vida nunca será una imposición forzosa e inapelable. Solamente será posible en un contexto de fe y decisión por mí, de quien ya se ha puesto en camino tras mis huellas.

Eso sí, al mundo no lo abandono. Serán mis discípulos, esos que me acogen en su corazón y me traducen a sus vidas concretas, mi manifestación palpable para cada circunstancia, en cada momento de la historia.

 Leonardo Amaro Sj

Celebramos y Promovemos una Relación

1° de Mayo: día Internacional de los Trabajadores

El 1° de Mayo en todo el mundo recordamos y celebramos el día internacional de los trabajadores. De aquel fatídico mes de mayo de 1886 que dio origen a esta celebración han pasado muchos años. Una de las reivindicaciones básicas de aquellos trabajadores, era la jornada de 8 horas. Uno de los objetivos prioritarios era hacer valer la máxima de: «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa».

Hoy quisiéramos reflexionar sobre una pregunta: ¿Qué es el trabajo?

El trabajo puede ser remunerado o gratuito, puede ser normado o libre, puede ser en relación de dependencia o autónomo. Le puede agradar a quien lo ejerce o generar mucho fastidio, puede ser el medio para el sostenimiento personal o puede ser hecho sólo un hobby; puede ser humanizante o esclavizador …

Entonces la pregunta vuelve: ¿Qué es el trabajo? Porque lo económico no lo define, ni tampoco la relación de dependencia, ni aun el lugar donde se desarrolla. Porque en definitiva, el trabajo supera lo meramente laboral.

El trabajo es aquello que relaciona al trabajador con la cosa sobre la que trabaja. El trabajo es una relación donde ambos componentes, el trabajador y la cosa sobre la que se trabaja, cuando se relacionan cambian.

Si el trabajo es una relación, para que este sea digno, la relación tiene que ser digna. Y la relación es digna cuando es a medida humana. Los trabajadores de 1886 lo expresaban así: «ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa»

Hoy somos testigos de muchas relaciones con el trabajo. Y así el trabajo termina siendo esclavizante cuando se prioriza las cosas sobre las personas, o termina termina siendo fastidioso cuando pierde su dimensión creativa y gratificante en función de la producción, o más aun es desvalorizado cuando la medida del trabajo no es la persona sino sólo el dinero que produce…

El trabajo debería ser aquella relación que nos recuerda que somos colaboradores en la obra creadora de Dios transformando con creatividad la realidad de la cual somos custodios.

El trabajo debería ser aquella relación que nos recuerda que somos más personas cuando somos más humanos.

El trabajo debería ser aquella relación que nos recuerda que somos todos miembros de una misma familia, que vivimos en un mismo mundo, al que tenemos que cuidad para nosotros y para los que vendrán.

El trabajo en definitiva nos debería recordar nuestra vocación más profunda, hombres y mujeres creado y llamados a colaborar en la obra creadora y redentora de Dios Nuestro Señor.

Raúl González Sj