Movimiento Laudato Si’ sobre la paz en Ucrania

El movimiento Laudato Si’ ha publicado una declaración sobre invasión Rusa en Ucrania:

El Movimiento Laudato Si’ se une al Papa Francisco y a la Iglesia Católica mundial en oración por una resolución pacífica y rápida de la invasión rusa de Ucrania. Este movimiento está activo en Ucrania, con personal y voluntarios apasionados que trabajan allí cada día para inspirar a los católicos y cuidar de nuestra casa común. Nos unimos en solidaridad con ellos, y con todo el pueblo de Ucrania.

Como organización católica, somos gente de fe y gente de paz, e instamos a la comunidad internacional a unirse frente a la agresión rusa y a lograr una paz duradera en Ucrania. Hacemos un llamamiento a los líderes mundiales para que encuentren soluciones creativas que pongan fin a la invasión sin que aumente la violencia.

Y, en consonancia con el Consejo de Conferencias Episcopales Europeas, condenamos enérgicamente las acciones sin provocación de Vladimir Putin y el gobierno ruso, que han matado a miles de personas y han generado una crisis de refugiados que no se veía en Europa desde hace casi un siglo.

Como ha dicho el Papa Francisco, «el fin último y más digno de la persona humana y de la comunidad es la abolición de la guerra»

Además, rezamos por nuestros hermanos y hermanas de todo el país, para que sientan el apoyo de los millones de personas que los tienen en sus pensamientos y oraciones.

En la Laudato Si’, el Papa Francisco denuncia la guerra y lamenta su efecto sobre todos los miembros de la creación de Dios. “La guerra siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas” (LS 57).

Nos unimos al Papa Francisco para instar a todos los pueblos a dirigirse al «Dios de la paz y no de la guerra» y, como ha pedido el Papa Francisco, nos uniremos a los católicos de todo el mundo en una Jornada de Ayuno por la Paz el Miércoles de Ceniza, 2 de marzo.

Por último, les pedimos que se unan a nosotros en la oración, utilizando esta adaptación de «Escucha mi voz, Señor por la Justicia y la Paz» del Papa Juan Pablo II.

A ti, Creador de la naturaleza y de la humanidad,
de la verdad y la belleza, te ruego:

Escucha nuestra voz,
porque es la voz
de las víctimas de la guerra y la violencia
que está ocurriendo en Ucrania.

Escucha nuestra voz
porque es la voz
de todos los niños que sufren y que sufrirán
cuando la gente pone su fe en las armas y en la guerra.

Escucha nuestra voz
cuando te ruego que infundas
en los corazones de todos los seres humanos
la visión de la paz
la fuerza de la justicia
y la alegría del compañerismo.

Escucha nuestra voz
porque hablamos en nombre de las multitudes
en todos los países y en todas las épocas
de la historia que no quieren la guerra
y están dispuestas a recorrer el camino de la paz.

Escucha nuestra voz
y concédenos perspicacia y fuerza
para que podamos responder siempre
al odio con amor
a la injusticia con una dedicación total a la justicia,
a la necesidad con el reparto de lo propio,
a la guerra con la paz.

Oh Dios, escucha nuestra voz.

Fuente: laudatosimovement.org

El Papa Francisco nos invita a custodiar el discernimiento

El papa Francisco participó, en la iglesia romana de Il Gesú, de la misa que celebró el 400º aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, junto a los españoles Santa Teresa de Jesús y San Isidro Labrador y el italiano San Felipe Neri.

Presidió la Eucaristía el P. Arturo Sosa, Superior General de la Compañía de Jesús, y concelebró un grupo de cardenales, obispos y sacerdotes. El Papa Francisco tuvo la homilía de la celebración en la que expresó una petición especial: “Queridos hermanos y hermanas, que el santo padre Ignacio nos ayude a custodiar el discernimiento, nuestra preciosa herencia, tesoro siempre válido para difundir en la Iglesia y en el mundo, que nos permite ‘ver nuevas todas las cosas en Cristo” (lema del Año Ignaciano).

Comentando el Evangelio de la transfiguración, el Santo Padre rememoró cuatro acciones de Jesús a través de cuatro verbos, en las que encontramos indicaciones para seguir nuestro propio camino. El primero de ellos “tomar consigo” porque es Jesús quien tomó a los discípulos, quien nos ha llamado y elegido, pues “no hemos sido nosotros quienes tomamos una decisión, sino que fue Él quien nos llamó, sin ningún mérito de nuestra parte”. Como el Señor toma a los discípulos como comunidad, nuestra llamada también está arraigada en esa comunión, señaló el Santo Padre: “Los santos que hoy recordamos han sido columnas de comunión… Acojamos la belleza de haber sido tomados juntos por Jesús”, afirmó el papa Francisco.

El segundo verbo al que se refirió fue “subir”, pues Jesús subió a la montaña y por tanto el camino de Jesús hay que verlo, no como una cuesta abajo, sino como un ascenso en el que, después de un camino difícil, llega la luz de la transfiguración. “A nosotros nos gustarían caminos conocidos, rectos y llanos, pero para encontrar la luz de Jesús es necesario que salgamos continuamente de nosotros mismos y vayamos detrás de Él. Como hemos oído, el Señor, que desde el principio «llevó afuera» a Abraham (Gn 15,5), nos invita también a nosotros a salir y a subir”.

Orar y tomar las riendas

El tercer verbo que citó el Papa Francisco fue “orar” e invitó a los presentes a preguntarse qué significa para ellos orar, después de muchos años de ministerio. El definió orar como transformar la realidad, misión activa, e intercesión continua. Orar es llevar la pulsación de la actualidad a Dios para que su mirada se abra de par en par sobre la historia, afirmó. Y por tanto, hay que pensar cómo estamos rezando, porque si la oración está viva, trastoca por dentro, reaviva el fuego de la misión, enciende la alegría y provoca continuamente que nos dejemos inquietar por el grito sufriente del mundo. “Pensemos en la oración de san Felipe Neri, que le ensanchaba el corazón y le hacía abrir las puertas a los niños de la calle. O en la de san Isidro, que rezaba en los campos y llevaba el trabajo agrícola a la oración”

Finalmente, comentando la cuarta acción de Jesús en el Evangelio, el Santo Padre dijo que, es necesario “tomar cada día las riendas de nuestra llamada personal y de nuestra historia comunitaria; subir hacia los confines indicados por Dios, saliendo de nosotros mismos; orar para transformar el mundo en el que estamos inmersos”. A menudo tenemos la tentación, en la Iglesia y en el mundo, en la espiritualidad como en la sociedad, de convertir en primarias tantas necesidades secundarias. En otras palabras, corremos el riesgo de concentrarnos en costumbres, hábitos y tradiciones que fijan nuestro corazón en lo pasajero y nos hacen olvidar lo que permanece.

El P. Sosa pronunció la acción de gracias en la que agradeció la figura de los cinco santos, personas tan diversas en las que se confirma esta nueva posibilidad de guardar el mundo y la historia, a las que el Señor acompaña gracias a una conversión interior. Agradeció especialmente la presencia del santo Padre, justo en la vigilia del noveno aniversario de su elección como obispo de Roma. Y al finalizar, varios refugiados del centro Astalli (JRS en Italia) acercaron un regalo al Papa.

El cántico Ad mayorem Deum puso fin a este solemne celebración que se puede ver aquí:

Fuentes: Comunicación SJ y Vatican news

 

Reflexión del Evangelio – II Domingo de Cuaresma

Domingo II de Cuaresma – Ciclo C (Lucas 9, 28 – 36)

Este es mi hijo, el escogido, escuchadlo

En la impresionante escena que nos presenta el evangelio de hoy, Jesús es proclamado solemnemente “el Hijo escogido” o “amado”, precisamente después de constatar que “Moisés y Elías … hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén” refiriéndose a su muerte y resurrección. Lo que hace de Jesús el Hijo amado y predilecto de Dios es su entrega obediente a la voluntad del Padre y en favor de toda la humanidad.

La comprensión del mensaje de este evangelio nos queda iluminada si recordamos la escena de las tentaciones del domingo pasado. “Si eres Hijo de Dios” (Lc 4,3 y 9) decía el tentador. Si eres Hijo de Dios demuéstralo con tu fuerza, con tu poder, con gestos espectaculares, desafiando las leyes de la naturaleza… Esa es la tentación a la que Jesús dice no una y otra vez en su vida, hasta la última tentación cuando le decían: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lc 23, 37). Y no bajó de la cruz.

“Ser hijos de Dios”, “seguir al Hijo de Dios” ¿qué significa para nosotros y cómo lo vivimos? No lo podemos entender ni vivir de otro modo, sino al modo de Jesús: se demuestra y se manifiesta que somos y queremos vivir como auténticos hijos de Dios entregándonos, dando nuestra vida en el día a día de la entrega cotidiana que es el amor gratuito, el servicio sencillo y humilde, el no vivir centrados en nosotros mismos con ojos y corazón sólo para nuestras propias necesidades. Todas las demás cosas, incluidas las más devotas y santas, valen en la medida en que nos ayudan a sostener esa entrega que nadie ha dicho que sea una entrega fácil, sino que es una entrega que “crucifica”. Crucifica, pero por la fuerza de Dios, salva: a cada uno de nosotros y a los demás.

Tras esa primera afirmación resuena una llamada “Escuchadlo”. Y escuchadlo siempre: no sólo cuando sus palabras son bonitas, consoladoras, sino también cuando sus palabras son duras y exigentes. Inmediatamente antes de la escena de la Transfiguración el evangelista pone estas palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9, 23-24). Son, ciertamente, palabras que golpean los oídos y la sensibilidad.

¿Qué es lo que da credibilidad a esas palabras, tan exigentes y tan distintas y contrarias a planteamientos humanos de lo que es ganar la vida o perder la vida? Lo que les da credibilidad es Jesús mismo: su entrega y su resurrección. Por eso el “escuchadlo” se pronuncia en el contexto solemne de la transfiguración. ¿Y qué es lo que nos da posibilidad de vivirlas? El amor y la gracia de Jesús: “dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta” (Ejercicios nº 234).

Darío Mollá SJ

Fuente: centroarrupevalencia.org

¿Qué paz desear en medio de esta guerra?

Una reflexión sobre la NO-violencia desde una perspectiva cristiana.

Por Emmanuel Sicre SJ

Esforzarse por llegar a ser de manera que podamos ser no violentos.”

Simone Weil

No es una novedad que estamos en guerra. Inclusive los que no la sufrimos de cerca y tenemos tiempo para escribir sobre la guerra y la violencia. Mientras sea el hombre contra el hombre, todos estamos en guerra directa o indirectamente. ¿Por qué?

Porque, en principio, no vivir estado de guerra no significa no ser afectado por ella. Los recursos humanos y las fuerzas morales, los recursos económicos y naturales que la guerra devora son hipotecas que pagaremos tarde o temprano.

Porque la lógica mediática a la que asistimos nos hace partícipes y cómplices de las dinámicas de violencia instituidas como una cotidianidad descarada. Cada vez que cedemos al impulso de los medios masivos de comunicación a tocar la muerte injusta con los ojos y los oídos, nuestra sensibilidad, amarrada a lo que pensamos, se va transformando más y más en una piedra que luego lazaremos contra el otro, contra la masa, y, en definitiva, contra nosotros mismos.

Porque mientras la paz no sea posible para todos, no podremos llamarle paz en serio. Pero ¿de cuál paz seremos dignos los seres humanos? ¿Qué paz nos conviene desear?

  • PAZ SIN GUERRA JUSTA

Debemos apelar a una moralidad que vaya más allá de la legítima defensa. Esto implica un cambio de mentalidad desde la temprana edad donde nadie entienda que otro debe ser violentado en su dignidad por una causa que lo hace, en apariencia, merecerla. Es necesario, como dice Simone Weil: “Esforzarse por sustituir cada vez más en el mundo la violencia por la no violencia eficaz.” Quizá pueda comprenderse esto como un quietismo falso que se conforma con “no hacer el mal”, pero que tampoco hace el bien. En este sentido, podríamos decir que la abstención también resulta una forma de violencia porque disminuye la no-violencia.

Esto conlleva una formación voluntariosa, disciplinada y programática para llegar a ser no-violentos. Pero, ¿cómo romper inercias que violentan al ser humano desde el inicio de su vida con prácticas, incluso inconscientes, como jugar a la guerra, divertirse con la muerte del “malo”, ceder al impulso del bulliyng y callar ante la injusticia? ¿Cómo pensar la vida sin violencia? Preguntas como éstas nos conducen de lleno a reflexionar, entonces: ¿qué es la violencia? Y más ¿es posible la no-violencia? De ser así, ¿qué destino tienen las incontenibles negociaciones interiores con las que lidiamos para no dañar y no hacernos daño? ¿Acaso la fuerza de la ira envuelta en la violencia podrá tener otra dirección que no sea la de volcarla sobre el otro? Creo que sí, hay testimonios de mártires de la no-violencia que supieron usar la fuerza, no para ejercerla en contra de los demás, sino para resistir y transformar la realidad.

  • UNA PAZ QUE TENGA EL ROSTRO DEL OTRO

La única forma posible de que la no-violencia sea un estilo de vida personal y social es que el otro no sea una amenaza. Cuestión “imposible” para el ser humano. Y justamente, por ser un imposible, las reacciones ante él pueden entrar en dos planos contrapuestos: el plano de la utopía esperanzadora o el escepticismo burlón. He aquí la elección personal de la conciencia desde la que ejercemos éticamente nuestro lugar en el mundo. Es decir, buscando caminar hacia el horizonte de la utopía en el proceso de nuestra vida, o dejándonos embargar por un escepticismo autocondenatorio que no conoce sino la violencia atmosférica de la que no está dispuesto a salir.

¿Cómo relacionarnos con esfuerzo por ser no-violentos con el otro? Considerándolo como uno mismo o como uno de la familia. El problema yace muchas veces en que no nos es posible amarnos ni a nosotros mismos, y mucho menos evitar la violencia incluso con los que amamos al interior de nuestra familia. Pareciera impregnado en nuestro ADN el hecho de rechazar al otro. Por eso, es necesaria una pedagogía del amor propio que libere al hombre de ser una amenaza para sí mismo, y lo abra a la salvación que le viene desde el rostro del otro.

  • UNA PAZ HIJA DE LA JUSTICIA CRISTIANA QUE NO EVITA EL CONFLICTO

Que alguien merezca un castigo por sus acciones no supone que el castigo sea una violencia contra su dignidad de persona humana. Aunque sea lo que le deseamos, e incluso, sea emocionalmente legítimo (sí, solo emocionalmente).

Desde niños sabemos que los procesos de conciencia que cambian las actitudes positivamente en la vida, no son los que revirtieron acciones por el ejercicio de la violencia sistemática proyectada en el castigo, sino la constante paciencia y amor con el que fuimos corregidos por quienes nos aman. Sin embargo, cabe la pregunta ¿necesitamos una dosis de violencia para reaccionar a veces? No, porque la violencia es una construcción social que atenta contra la dignidad. Que nos hagan reaccionar no implica la violencia. Si no esto podría justificar el golpe y la violencia doméstica, nidos para un sentimiento de odio que crecerá con el tiempo y será motivo de una violencia aún mayor.

La guerra no es una necesidad justificable, es una negociación mal llevada por el odio y el fracaso encubierto del propio ego que no asume su fragilidad. Por eso, educar para la paz es formar en la autopercepción de las propias fragilidades, de los conflictos con la historia y la integración del fracaso como verdadera capitalización del error para vivir mejor.

Por otra parte, el mero concepto de justicia retributiva donde a cada uno le corresponde lo que merece, está en la Biblia, pero no es de Cristo. Él invirtió esta concepción de raíz. En efecto, hacer justicia como Cristo es: darle a cada uno la posibilidad de trabajar sobre sus propias heridas para que sanen y vuelva a sentir que está en casa con la ayuda de Dios en sus hermanos. (Cosa que el sistema educativo vigente está muy lejos de plantearse todavía).

Y esto es ser injustos: negarle al otro la oportunidad de aceptar y transformar su dolor y su fracaso, condenándolo a la marginación y la exclusión. Por eso la ley del talión aún sigue enquistada como una aguja en nuestra corteza cerebral, porque queremos que la justicia castigue, haga pagar, rompa en el agresor lo mismo o más de lo que él rompió, queremos que sufra lo que hizo sufrir, que le duela y ahí quizá pueda entender lo que hizo. Si el castigo en verdad provocara nuevas conductas pacificadoras, ¿por qué, dados los índices de violencia cotidiana, hasta ahora no funcionan los sistemas de penalización judicial?

La cuestión es mucho más problemática porque la punición no está enfocada en la reorientación de la vida del otro hacia el valor, sino hacia la autopreservación de los que se creen justos, y que poco les interesa saber si su agresor cuenta con las posibilidades para redescubrir su propia dignidad. ¿Por qué habría de interesarle? Porque es otro como él, y porque debería ser más consciente de las violencias silenciosas (económica, psicológica, estructural, laboral, moral, religiosa, …) que se ejerce a sí mismo y a los demás por el sólo hecho de vivir en la guerra en la que estamos insertos todos sin excepción.

  • UNA PAZ QUE SEA LA CONFIRMACIÓN ESPIRITUAL DE UNA ACCIÓN DISCERNIDA

Lo que un cristiano espera en su encuentro con Jesucristo es al menos conocerlo para ser un poco más como él. Pero ¿cómo sabe el cristiano que sus acciones, fruto de su corazón sincero en la búsqueda del bien, pero atento a las tentaciones del mal espíritu, van encaminadas a parecerse a Jesucristo?

Lejos de una imitación ciega de Jesús que lleve a la despersonalización, el cristiano en su proceso de crecimiento necesita ciertas seguridades para avanzar. La espiritualidad ignaciana ha intentado hacer un aporte en este camino a través del discernimiento de espíritus. En el proceso de los Ejercicios Espirituales, donde se pretende “buscar y hallar la voluntad de Dios”, el signo claro de que están en sintonía mi deseo más profundo con el deseo de Dios para mi vida es la paz. Se trata de una paz que confirma ese discernimiento hecho de diálogo, silencio, paciencia, cruz, honestidad y docilidad a la voz de Dios en el propio corazón.

Y esta paz que confirma nuestra misión en el mundo, si viene del Dios de Jesús, es profética, incómoda y reconciliatoria. Por eso, el cristiano no está cómodo en el mundo mientras no se parezca al Reino que le oyó anunciar a Jesús en su Palabra y en su corazón. De ahí la expresión de Jesús sobre las contradicciones que provocaba su mensaje de amor: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada”. (Mt 10,34).

En efecto, si deseamos una “paz estable y duradera” para nuestra “Casa Común” deberá ser fruto de la justicia misericordiosa del Reino, del asumir el conflicto, del no justificar la guerra como necesidad, y deberá tener como norte convivir con el rostro de Cristo en los demás. Entonces, sí habrá una paz digna de cada uno de nosotros.

Fuente: emmanuelsicre.blogspot.com

Reflexión del Evangelio – 1° Domingo de Cuaresma

Domingo I de Cuaresma – Ciclo C (Lucas 4, 1-13)

No sólo de pan vive el hombre

Para comenzar el comentario del evangelio de hoy, me permito reformular la afirmación de Jesús en Lucas 4, 4 en forma de pregunta, una pregunta con la que comenzar este tiempo de Cuaresma: “¿De qué alimentas tu vida?”. Cuando en la situación de desierto que vive Jesús se le acerca el tentador proponiéndole que convierta las piedras en pan, el Señor le responde que su alimento es otro: la palabra de Dios. En el evangelio de San Juan, en el episodio del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, los discípulos le dicen “Maestro, come” y Jesús les contesta: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra” (Juan 4, 31- 34).

El desierto es una situación terrible, dura, de prueba. Confluyen en él las condiciones extremas de vida, la soledad, el miedo, la prueba y la tentación de muy distintos tipos. El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en ese desierto físico y tres tentaciones que sufre en él. Lucas advierte, además, al finalizar esta escena que esas primeras tentaciones son las primeras pero no las últimas que Jesús va a sufrir, no ya en el desierto físico sino en otros contextos y momentos de su vida: “Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión”.

Seguramente la mayoría de nosotros no vamos a pasar cuarenta días, ni muchos menos, en un desierto físico, pero también la mayoría de nosotros, seguramente todos, vamos a pasar temporadas más o menos largasen otras formas de “desierto” que se presentan en la vida. Y, como le sucedió a Jesús en el desierto, nuestros tiempos o situaciones de desierto son tiempos duros, de tentación y prueba. Nuestros “desiertos” son experiencias de desolación, de fracaso humano, de incomprensión, de impotencia, de sequedad, de sufrimiento físico o interior…

Ahí, en estas situaciones, viene la importancia de la pregunta con la que comenzaba esta reflexión: ¿De qué alimentas tu vida? Si alimentamos nuestra vida solamente de alimento material del tipo que sea, vamos a ser muy débiles y frágiles en los momentos de soledad y desierto. Si alimentamos nuestra vida de nuestros éxitos o de nuestros triunfos, de que las cosas nos salgan bien, de ser triunfadores en este mundo, lo vamos a pasar mal porque la vida nunca es una marcha triunfal. Si alimentamos nuestra vida de reconocimientos ajenos, de aplausos, de que nos tengan más o menos en cuenta, de subir más o menos en el escalafón estamos al borde del precipicio porque pocas cosas hay tan volubles o volátiles como eso: los que hoy te aplauden mañana te traicionan.

La llamada en este primer domingo de cuaresma es llamada a alimentar nuestra vida con aquello que nos fortalece por dentro y que es un alimento no perecedero: la honda experiencia de Dios, la escucha y la confianza en su palabra, el cuidado de nuestra vida interior.

Darío Mollá SJ

Fuente: centroarrupevalencia.org

Testimonios jóvenes sobre la experiencia de los Ejercicios Espirituales

La Hna. Andrea Rosas ecj fue parte del equipo que acompañó el Camino Ignaciano 2022, una propuesta de Ejercicios Espirituales para jóvenes que lleva adelante el Centro de espiritualidad Manresa en Córdoba. Así presenta Andrea el testimonio de tres jóvenes que participaron de la experiencia durante el verano: Priscila Torres, Ana Lucía Vece y Julián Mamaní son de la comunidad joven del Centro de Espiritualidad Corazones Nuevos de Tucumán. Ellos han ido conociendo la espiritualidad de los ejercicios y en este enero 2022 se animaron a una nueva experiencia de encuentro con el Señor: junto a otros jóvenes de diferentes provincias participaron en el Camino Ignaciano de Córdoba (Alta Gracia). La propuesta es impulsada por la Compañía de Jesús e invita a recorrer un camino de encuentro consigo mismo y con el Señor.  Los primeros dos días fueron de TAU (Taller de Autoconocimiento) y los seis siguientes días, de Ejercicios Espirituales.

Julián Mamaní

Agradezco de corazón todo lo vivido y compartido, conocí personas maravillosas.

«Lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado» poder reconocer mi propia historia, recibirla y abrazarla sin querer cambiarle nada fue un gol de media cancha. Aprendí que soy mente, espíritu, cuerpo y realidad… estoy hecho de historias, experiencias, nombres, rostros… mis encuentros y desencuentros, mis risas y mis llantos, las veces que me caí y las veces que me levanté… si, soy sobre todo las veces que me perdí, que lloré, me levanté y seguí caminando.

Y Jesús quería encontrarse conmigo así: como soy, con lo que tengo. Y en el silencio, con paciencia y con ternura me fue enseñando a levantar la cabeza para conectar con su mirada y dejar de perderme en mis miedos e inseguridades para mirarlo y contemplarlo a Él. Eso fue una gracia; cuando aparecían mis resistencias bastaba su presencia y su mirada, no tenía que hacer ni decir nada. Alcanzaba con ser yo mismo y permanecer en su presencia, por amor. Él hacia el resto, con amor. Jesús sana, Él da sentido a mi vida, porque me ama y no sabe hacer otra cosa más que amarme.

Ésta es la verdad que guardo en mi corazón: Dios me ama profundamente, así todo entero Y me invita a donarme y compartirme así, con lo que soy y lo que tengo». AMDG

Ana Lucia Vece

«El camino ignaciano fue una experiencia única de encuentro con Dios y conmigo misma. Aprendí a hallar esos deseos que Dios pone en mi corazón y que son el camino hacia Él y hacia lo que Él quiere en mi vida, entendiendo que cada sentimiento que pasa por mi cuerpo mi cabeza y mi corazón está Dios queriendo decirme algo y solo tenía que parar y escucharlo.

Parar, silenciarme, callar mi mente es un poco difícil en el día a día, pero es algo totalmente necesario para lograr esa paz interior que sólo viene del encuentro con el amor. Entender que Su amor va más allá de nuestras ideas, inquietudes, dudas y formas y que nos ama así, tal cual somos y lo único que Él quiere para nuestra vida es sacar nuestra mejor versión entregándonos a Él. Encender en nuestro corazón una llama pequeña lo suficientemente fuerte para que nuestra luz no se apague y guíe nuestro camino redirigiendo y encaminando nuestras fuerzas para mejor AMAR Y SERVIR»

Priscila Torres

«Fue mi anhelo de PARAR, de detenerse, sentarse en el camino y conversar con ÉL, al terminar los ejercicios entendí que ese anhelo no fue solo mío, también Jesús lo anhelaba y me ayudó a disponerme para ir poniendo los medios para poder participar. En este detenerse, al principio creía que todo se trataría sobre “yo” hablar, yo detectar que cosas cambiar, yo asumí mi rol de principal emisora y hoy pensándolo así no me imagino lo agotador que hubieran sido siete días en silencio con esa dinámica.

Desde el TAU (taller de autoconocimiento) ya fui vislumbrando que mi memoria, mi imaginación, mi cuerpo entraban en la conversación, fueron tomando un rol en los primeros días, me hablaron de cómo fui, porque a veces soy como soy, y como quisiera estar. Y en ese vislumbrar nuestro interior estábamos todos, todo el grupo pasaba por cosas hondas, a veces de forma personal, a veces de forma compartida, pero con la sana sensación de que todos estábamos en la misma sintonía, al pasar los días vivimos en comunidad, una muy especial que compartía el silencio,cada uno fue portador de algo sagrado que se estaba gestando, de un Dios que nos ama tanto, que a cada uno hablaba con un lenguaje diferente, éramos muchos sí, pero cada uno portaba el lenguaje personal que Dios estaba obrando.

“Llevamos un tesoro, pero en un vaso de barro” Entrando en la semana de ejercicios, ese vislumbrar del TAU se fue haciendo suavemente más fuerte, esa luz fue entrando a mi interior como abriendo ventanas de una casa que estuvo cerrada durante un tiempo, en ese abrir entraba luz, entraba brisa y puede realmente dejar a Dios ser Dios, no era yo la que tenía que hacer o deshacer cosas, era Jesús que sentaba conmigo y solo me mostraba lo que él sabía que necesitaba en este momento de mi vida, Él y solo Él sabe porque eligió este momento, porque eligió este lugar, porque eligió esta forma de hablarme y por todo eso le doy gracias.

Él sabe, por eso esa luz y esa brisa que entró en mi interior me ayuda hoy a poder recibir todo lo que la vida me regala, a abandonarme en sus manos confiadamente, “¿Quién de ustedes por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?” Mi día a día será buscar aquello que me haga fecunda, a buscar lo que más me acerca a Dios, a buscar esa intimidad que tuve en mis ejercicios, hoy en mi día a día. No es algo que termina cuando los siete días de ejercicios terminan, es algo que arranca desde allí, es la savia que quiero que sostenga es la seguridad de no ser más yo, sino más Dios en mi…»

 

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Fuente: esclavasargentinas.org

 

Mensaje de Mons. Ángel Rossi para la Cuaresma 2022

“Cuaresma”, o dejarse llevar por el Espíritu al desierto

El Evangelio de Marcos, donde se hace alusión a la experiencia de Jesús de “dejarse llevar por el Espíritu al desierto”, es muy cortito, pero sintetiza el espíritu de este tiempo de conversión. Dice Marcos: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días…” (Mc 1, 12-13).

Cuaresma significa justamente 40 días, y el desierto es el símbolo de lo que nuestro corazón tiene que buscar de un modo especial en este tiempo de preparación para la Pascua.

¿Por qué el desierto? ¿Por qué dejarse llevar al desierto? El desierto es una de aquellas realidades que tienen muchas facetas. En su sentido positivo, es lugar de seducción y de encuentro con Dios. Y es también lugar de prueba, de lucha. El desierto es tremendo y fascinante a la vez.

“Pero al desierto -dice Pronzato- no hay que buscarlo en el mapa. El Sahara inmenso me acoge ahora en un ángulo de la casa, incluso en una carretera, en una plaza, en una calle llena de gente, todas las veces que me decido a liberarme de la esclavitud de lo contingente e ilusorio, del chantaje de lo urgente, de los condicionamientos de la apariencia, del totalitarismo del hacer, de la dictadura de lo exterior”.

En el desierto se apunta a lo esencial: la vida, el agua, lo mínimo para vestirse y cubrirse contra el sol. Allí se vuelven inútiles las cosas que en lo cotidiano nos dan seguridad y hasta grandeza: la tarjeta de crédito, la computadora, mis títulos, mi curriculum, la agenda desbordante de compromisos asfixiantes. Será un buen ejercicio repasar qué es esencial en mi vida y qué lugar ocupa en mi corazón, en mi tiempo: fe, familia, trabajo, amigos, solidaridad -sobre todo con los más débiles-, y de qué superficialidades, o cosas superfluas sería bueno despojarme u ordenarme.

En el desierto todo lo que es “cartón pintado” se desmorona, ahí ya no hay apariencias: se es o no se es. Se vive o se muere. Se está con Dios o no se está con nadie: ni con Dios ni con uno mismo. En el desierto nuestro corazón queda al desnudo. Y “la trivialidad que nos servía de defensa se derrite y nos permite ‘tocar’ otros niveles más hondos y más verdaderos de nuestra persona que antes ni sospechábamos poseer” (Dolores Aleixandre) Pero para eso tendremos que hacer la experiencia de ratos de soledad y silencio, tan necesarios en este tiempo cuaresmal.

Vamos al desierto a rescatar nuestra autenticidad, no en el sentido maltrecho de la palabra, como sinónimo de hacer lo que me parece o lo que se me ocurre, sino en el sentido de eliminar de mi vida todo lo que hay de mentira en ella, aún aquellas que he aprendido a disimular, que he logrado camuflar, maquillar y hasta disfrazar de bondad o virtud. Quizás parezca demasiado proyecto, pero en todo caso ojalá podamos desterrar algunas de las “mentiras eje” de nuestra vida. A mí siempre me impresionó e interpeló aquella expresión de Santa Teresa y de otros santos y santas: “vivir en verdad”.

Vamos al desierto para que nuestro nombre se “desinfle” y se ajuste a su real dimensión. Decía Silvano, monje de los primeros tiempos: “¡Ay del hombre que lleva un nombre más grande que sus obras!”. Si nuestro nombre está “inflado”, la soledad del desierto, lo reubicará. Y si en cambio nuestro nombre, por lo que sea, está muy “por el piso”, en el desierto nos reencontramos con el nombre más importante, el que nos pone de pie frente a nuestra indignidad: y ese nombre es el de “hijo”. En el desierto necesitamos dejarnos decir por el Padre: “Tú eres mi hijo muy amado…”. Sabernos amados incondicionalmente por Dios nos hace “levantar la mirada”.

El desierto es un espacio propicio para detectar, y ojalá también para echar de nuestra vida, los “personajes extraños” -por decir así- que vienen de visita a nuestro corazón y terminan por copar la casa. Huéspedes –no de los buenos- que nos empezaron a visitar con frecuencia, a los que les fuimos cediendo espacio en el corazón: los dejamos entrar de a poco, no tuvimos el coraje de declararlos personajes “no gratos” y terminaron por invadirnos y adueñarse de la casa. Esos “intrusos” son nuestras superficialidades, tan distractivas; nuestra sensualidad que nos ensimisma y nos quita horizonte, nuestra vanagloria, nuestros celos y envidias, que nos hacen entrar en tantas competencias estériles, en tantas tristezas cuando “perdemos”, y en tantos triunfalismos baratos cuando “ganamos”, nuestras “carreras locas” por un puesto, por cuidar el buen nombre, por mantener el status, que terminan por convertirnos en sutiles esclavitos. El desierto es una invitación a ser libres, a señorear la propia casa, el propio corazón, para que desalojados estos “ocupas” vivamos en paz, unificados y no exiliados de nuestra propia interioridad, fugitivos de nosotros mismos.

Cuaresma es esto: es el tiempo propicio para entrar en ese desierto que no está en el Sahara, sino en nuestro propio corazón.

Por otro lado, y aunque parezca contradictorio a esta invitación penitencial de Cuaresma, es importante no perder de vista el cuidar que esa purificación y austeridad no malogre el alegre mensaje del Evangelio, ya que el camino cuaresmal, pasando por la Cruz va hacia la Resurrección, que implica la alegría, la bienaventuranza y el gozo, dándonos la buena noticia de que tenemos otra oportunidad, como la tuvo para dar fruto aquella higuera estéril de la parábola de Jesús (Mt 21,18-19). Y ante una “buena noticia” la reacción natural es agradecer y celebrarla.

Y no se trata de contraponerlas entre sí, sino de reconocerlas como formas complementarias de piedad. Por lo tanto, también es parte de este tiempo cuaresmal el disponernos para que el Señor con su gracia “nos quite el luto y nos vista de fiesta” (Sal 30,12).

Fieles a este doble desafío, ojalá que en esta Cuaresma nos dejemos llevar por el Espíritu al desierto del propio corazón, porque como decía Julien Green, “es allí donde habita Dios, allí está su morada. No en el viento, no en el temblor de la tierra, menos aún en el ruido de las palabras que hacemos sin cesar, sino en lo profundo de nosotros mismos, allí donde no llegan las voces del mundo”.

Que el Señor los bendiga. Cuenten con mi oración y encomiéndenme en las suyas.

Angel Rossi S.J.

Fuente: arzobispadocba.org.ar

San Ignacio, narrado por jóvenes jesuitas

A principios del Año Ignaciano, el pasado mes de mayo, la Curia General en Roma comenzó a difundir una serie escrita e ilustrada por jóvenes jesuitas de España. Consiguieron la colaboración de otros compañeros jesuitas para producir 13 episodios de la vida de San Ignacio en español, francés e inglés: esta fue su mayor contribución al Año Ignaciano. Hay que tener en cuenta que la versión en castellano incluye subtítulos en italiano y portugués. El 20 de cada mes, se pone en línea un nuevo episodio.

Este mes, nos encontramos en el décimo episodio de una serie de 13, sobre la vocación misionera de Ignacio… Podemos identificar en la vida de este hombre que ha marcado el cristianismo durante 500 años, todo lo que puede relacionarse con su propio camino humano y espiritual: sueños, fracasos, pruebas y errores, la búsqueda de Dios, el deseo de seguir a Jesús, experiencias de amistad…

A continuación, la lista de los capítulos ya publicados, puede hacer click en las imágenes para dirigirse al vídeo correspondiente:

10. Con otros                                             9. Con estudios

8. Ejercicios Espirituales                              7. Penitencia y reconciliación

6. Segundo binario                           5. Conocimiento interno de Cristo

4. Conversión a lo grande                           3. Discernimiento

2. Instar más en la oración                                     1. Un Magis desubicado

Reflexión: «Contemplativos en la acción»

Por Pep Buades

A medida que pasan los años, y van 31 desde que entré en el noviciado, voy profundizando y confirmando qué significa aquello de ser contemplativos, también en la acción.

No puede haber jesuita sin dar tiempo a la contemplación: al silencio, a la meditación de la Escritura, al coloquio íntimo con Dios. Una parte importante de nuestra ascesis está en el manejo de la agenda, en la capacidad de reservar tiempos para la contemplación.

No puede haber jesuita sin acción: porque estamos enviados en misión. Incluso los jesuitas ancianos que están en las enfermerías reciben misión, y están activos cuando oran por la Iglesia y la Compañía. Siempre tenemos el peligro de pervertir la acción, cayendo en el activismo, de justificarnos por la cantidad de trabajo, por la eficacia. Tenemos el peligro de secar la vida espiritual cuando disociamos acción y contemplación.

Somos, pues, contemplativos, también en la acción, porque nuestra forma espiritual nos abre a contemplar a Dios presente en todas las criaturas, trabajando laboriosamente en todo. Dios nos llama a acompañarle en ese modo de ser, estar, trabajar y darse. Esto nos da todo el sentido.

Fuente: serjesuita.es

‘Camino Ignaciano’, la película. Una peregrinación y un itinerario interior

El director húngaro Férenc Tolvaly ha seguido a cuatro jóvenes peregrinos a lo largo de los 700 km de senderos que separan Loyola y Manresa, en el norte de España, acompañados por el director de la Oficina de Peregrinaciones del Camino Ignaciano, P. José Lluís Iriberri.

Los peregrinos siguen las huellas de San Ignacio de Loyola, justo por donde el fundador de los jesuitas caminó hace exactamente 500 años.

El Camino Ignaciano es un viaje exterior e interior que nos invita a reflexionar sobre la aventura real de la vida, sobre la búsqueda de un camino y la oportunidad de encontrarnos a nosotros mismos. Un documental de 90 minutos, filmado en lugares históricos de España, con un relato personal y sensible de cómo una peregrinación se convierte en un itinerario que cambia la vida. De hecho, la película contiene un mensaje para los que andan a la búsqueda de sí mismos, y para los que buscan a Dios. Habla tanto a los cristianos comprometidos como a cualquier persona que quiera profundizar en su experiencia espiritual, independientemente de su edad, sexo o incluso de su religión.

Gracias al acuerdo establecido entre los productores, la Provincia jesuita de Hungría (que ha participado en la producción) y la Curia General, las Provincias e instituciones vinculadas a la Compañía pueden utilizar la película, pero sólo dentro de sus instituciones (no a través de plataformas virtuales). El responsable, para hacerlo, debe solicitar una transferencia digital aceptando las condiciones de uso.

Fuente: jesuits.global/es