Ser de Verdad

Responder a la pregunta «¿quién soy?» es encaminarse a encontrar la propia verdad.

Por Javier Rojas SJ

El error que cometemos frecuentemente es identificarnos con lo que pensamos, con lo que sentimos, con lo que hacemos, o lo que es peor, con lo que tenemos.

Responder a la pregunta «¿quién soy?» es clave para el conocimiento de uno mismo. Es una pregunta que ayuda a la maduración personal, tanto psicológica como espiritual. Pero sobre todo es importante porque nos ayuda crecer en la relación con uno mismo, con los demás, con el entorno y, por supuesto, con Dios.

A partir de la conciencia de «¿quién soy?», es como conquistamos realmente nuestra libertad en todos los órdenes de nuestra vida, y como aprendemos a tomar mejores decisiones ante los acontecimientos que nos toca vivir. Cuando nos formulamos esta pregunta con sinceridad, es posible que sintamos un vértigo profundo, un vacío abismal y un silencio interior que puede llegar, incluso, a aterrorizarnos.

Es algo parecido a cuando miramos atentamente a una persona que está decidida a saltar al agua desde una gran altura y zambullirse en ella, o a estar parado al borde de un puente dispuesto a saltar al vacío sujetado solo por unas cuerdas sujetas a los tobillos. Responder a la pregunta «¿quién soy?» es encaminarse a encontrar la propia verdad. Hay personas que piensan que no vale la pena preguntarse estas cosas porque es perder el tiempo. Otros opinan que ahondar en uno mismo es como girar en torno al ego, al igual que el perro que da vueltas y vueltas pretendiendo atrapar su cola sin lograr ningún resultado. Personalmente, creo que no es así. Por el contrario, creo que responder a esta pregunta es precisamente desterrar al ego de la autoridad que se ha erigido en el gobierno de nuestra vida. Al profundizar en nosotros mismos logramos comenzar a descubrir las trampas y mentiras del ego, y de esa manera dejar de girar en torno a sus ideas, a sus sueños y a sus proyectos. La verdad de quienes somos no está en la superficialidad de nuestros pensamientos, nuestros sueños, nuestros proyectos, por más buenos y “santos” que sean, sino en la hondura de nuestro espíritu, allí donde nos encontramos con lo que verdaderamente somos. Es justamente en el vacío y el silencio interior, y donde no hay alguien que admire lo que hacemos, que nos felicite por los logros, que valore por los éxitos que alcanzamos, como llegamos a la verdad de lo que somos, y en eso consiste la libertad interior. El error que cometemos frecuentemente es identificarnos con lo que pensamos, con lo que sentimos, con lo que hacemos, o lo que es peor, con lo que tenemos.

No somos los que pensamos, no somos lo que sentimos, no somos lo que hacemos, no somos lo que tenemos, todo eso es pasajero, se acaba, se termina o muere. En muchos casos causa terror descubrir las mentiras que el ego ha construido sobre nuestra identidad. La meditación es una manera de ahondar en nuestro espacio interior, y mediante el vacío de nuestros deseos y anhelos, y el silencio de nuestros pensamientos, sueños y proyectos, nos encontramos con la verdad que somos. Nadie que no sea la voz interior que clama en lo más profundo de nuestro ser, podrá revelarnos quiénes somos en verdad. No es posible estar seguro de quiénes somos ante los demás si antes no lo descubrimos en la soledad, el vacío y el silencio de la meditación. Solo allí, en lo profundo de nuestro ser encontraremos la verdad de quienes somos. En la oración, donde nos vaciamos de todo lo prescindible, se manifiesta lo esencial.

Todos los demás intentos por definirnos a partir de lo que tenemos o poseemos será y una triste caricatura de lo que no somos en verdad.

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 16 de Septiembre

Evangelio según San Marcos 8, 27-35

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”.

Reflexión del Evangelio – Por Ignacio Puiggari SJ 

Mirando a Jesús en este pasaje acaso nos sean de provecho algunas ayudas que él nos ofrece para encontrar lo propio de nosotros mismos. Pues, en este camino hacia la identidad contamos primero con las preguntas que nos acompañan. Lo difícil, a veces, es ponerles palabras, es decir, situarlas, compartirlas con otros y escuchar la apertura que favorecen. Sería algo así como un abrazar la carencia de no saber en cuya pobreza resuenan invitaciones y nombres. En el camino de los discípulos la pregunta por la identidad de Jesús era en verdad un tema, y él los ayuda a perfilar los contornos de dicha pregunta. Con él aprendemos a decirnos aquellos ocultos anhelos del camino; con él nos confiamos a decir el deseo que nos gravita y pesa.

Pero otra ayuda que nos dispensa el Señor en este pasaje alude a la consideración de nuestras renuncias. Sabemos que Jesús eligió no asegurarse la vida ni buscó tampoco el puesto religioso o el reconocimiento de los sabios del momento. Incluso hasta se desprendió de la protección y fuerza que bien podrían haberle brindado sus seguidores más cercanos: los discípulos y la multitud. Esto nos podría inspirar la pregunta: ¿cuáles son aquellas renuncias que me acompañan en el camino y me centran en Jesús? ¿Qué puestos, seguridades y protecciones estamos invitados a soltar? ¿Qué reductos de nuestras vidas estamos poniendo a salvo y manteniéndolos fuera del alcance de Dios y de los otros? También Jesús nos interpela y ayuda a emprender ese largo camino de la renuncia que nos absuelve de todo miedo, y nos libera para la entrega del seguimiento.

 Finalmente, el texto nos hace considerar los pensamientos de Dios junto con aquellas invitaciones puntuales que tenemos hoy para dar buenas noticias. San Ignacio imaginaba, al inicio de cada oración, cómo la mirada de Jesús acaso se inclinaba sobre él; podemos imaginar nosotros cómo es que el Señor mismo nos piensa: ¿qué buena noticia nos estará queriendo comunicar? ¿Qué regalo, qué tesoro, perla o prójimo estará queriendo mirar con nosotros? Y más aún, en los ámbitos en que nos movemos, ¿a qué buena noticia de amor urgente y necesario nos estará queriendo acompañar? Con su ayuda también pidamos descubrir ese rostro velado de amor que tenemos –sólo conocido por él- que nos liga con esa potencialidad de vida y de reino que estamos invitados a vivir.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

La colaboración dentro de la Compañía de Jesús – Padre Hermann Osorio SJ

«La colaboración es la condición básica de la supervivencia de la raza humana… porque de diversas especies de humanos que pudo haber en un momento determinado de la historia de nuestro universo, la única especie que sobrevivió fue la nuestra, que es el homosapiens y según esta teoría la capacidad de sobrevivir de esta especie fue la capacidad de colaborar en grupos más amplios, de lo que normalmente lograban hacer otros».

El P. Hermann Rodríguez S.J., Delegado para la Misión de la CPAL nos comenta su concepto de colaboración y la importancia del mismo para la Compañía de Jesús.

Este video forma parte de una serie de una campaña organizada y dirigida por la Oficina de Comunicación Institucional de la CPAL, con el propósito de profundizar en la «colaboración», como una forma de proceder que nos hace compañeros de tantos hombres y mujeres (religoso/as y laicos) en la construcción del Reino.

Fuente: Jesuitas Latinoamérica

 

Excusas para la Alegría

‘Haciendo propia la alegría ajena es como acostumbramos nuestro corazón a la felicidad’

Por Javier Rojas SJ

Debemos alejarnos un poco del «yo», para compartir la alegría de los demás.

Pocas personas están dispuestas a sonreír con la alegría de los demás. Cada vez menos personas se alegran de que los demás estén felices. Quien no aprenda a sonreír y alegrarse con la felicidad de los demás, no lo será nunca. ¿Por qué?

Porque para ser feliz hay que tener un corazón generoso capaz de salir de sí mismo, de alejarse un poco del «yo», para compartir la alegría de los demás. Haciendo propia la alegría ajena es como acostumbramos nuestro corazón a la felicidad. La alegría no es asunto de «propiedad privada» sino comunitaria.

Cuando nos alegramos con los demás nuestro espíritu se expande, se alimenta el alma y se libera la mente. Cuando sonreímos ante la alegría de los demás el propio corazón se ensancha y se contagia con la felicidad de los otros. Este es un arte que tenemos que aprender y una condición para entrar al Reino de Dios.

Había un rey que celebraba las bodas de su hijo y envío a sus servidores a avisar a los invitados que todo estaba listo para la fiesta. Sin embargo, todos se excusaron. Todos estaban tan ocupados en su propia felicidad y alegría, que no tenían tiempo para sonreír y celebrar la alegría de aquel rey.

Ser mezquinos hasta el punto de no sonreír ante la felicidad de los demás es la máxima expresión de egoísmo. Quien no aprende a apreciar y disfrutar con la alegría del que está a su lado, cuando le toque «en suerte» celebrar algo no tendrá cerca suyo con quien hacerlo. ¿Acaso puede sentir gozo verdadero el corazón de aquel que no experimentó alegría alguna por la dicha del otro?

 

Sobre EE 230…

¿Cómo expresamos nuestro amor a Dios en las obras?

Por Mariano Durand SJ

Una de las frases más conocidas de San Ignacio se encuentra al final del libro de los Ejercicios: “El amor se debe poner más en las obras que en las palabras” [EE 230]. Repasar esta frase nos recuerda cómo Jesús nos invita a responder al abundante amor y dones que Dios nos ofrece.

¿Cómo expresamos nuestro amor a Dios en las obras? Todo comienza por recordar, interiormente, los dones con los que Dios nos bendice y conectar con el deseo de compartirlos.

Para esto, contamos con herramientas que Dios mismo nos provee para discernir cómo usar nuestros dones. También Él mismo nos da medios y oportunidades para que los pongamos en acto y que no quede en la mera intención. De este modo, puedo recorrer el camino de la gratitud Su amor en mi vida, ofreciéndolo a los demás.

¿Cómo te está invitando Dios a expresar tu agradecimiento?

 

Presentación del ‘Manual de Oración Ignaciana’ en CEIA

‘Manual de Oración Ignaciana’ se presentará el lunes 22 de octubre, en el Centro de Espiritualidad Ignaciana Argentina (CEIA). Es una obra enfocada en la enseñanza de la oración ignaciana a niños y niñas especialmente pensada para el ámbito escolar y parroquial.

El P. Leonardo Nardín SJ y un grupo de colaboradores dedicados a la pastoral y la catequesis escolar, ofrecen a padres y educadores un material didáctico para introducir a los niños en el camino de la oración, a través de ejercicios prácticos presentados con sencillez.

El libro, que edita PPC en Argentina, presenta la experiencia de veinte años de oraciones con niños y jóvenes en 90 fichas, siguiendo el itinerario de los Ejercicios Espirituales de Mes Ignacianos, distribuidos y segmentados por edades.

Se hace una adaptación práctica del camino que enseña San Ignacio, de fácil aplicación en el aula y con grupos pequeños, logrando mucho fruto en un espacio que resulta sumamente fecundo. La cita será el lunes 22 de octubre, a las 19.30 hs, en Av. Callao 542 (CABA)

Dios está…

‘La medida que experimentamos su cuidado, nuestra visión de todo se irá transformando.’

Por Mariano Durand SJ

Repasar la historia de nuestras vidas es un ejercicio interesante. Sea que escribamos o la relatemos, siempre surgen nuevas miradas sobre los mismos eventos. Y reaparecen sentimientos y emociones con los que nos identificamos.

Si regresas sobre tu historia, puedes preguntarte a cada paso, ¿dónde estaba Dios? En tal evento, tal conversación, tal encuentro, situación o experiencia interna. Porque Él ha estado presente, en todo momento y lugar.

Dios está en la persona en la que confiamos, la que nos sostuvo en momentos difíciles. Está en la decisión que tanto costó tomar, pero que nos hizo crecer. Dios está en el deseo recurrente, en la superación y en el encuentro casual que terminó forjando una profunda amistad. Está en las elecciones –y sus respectivas renuncias- que trajeron hasta donde llegamos hoy.

San Ignacio de Loyola – y muchos otros peregrinos espirituales antes que nosotros – descubrieron que el amor y la presencia de Dios son constantes. No importa por lo que estamos pasando, ni cómo estemos respondiendo, Dios está con nosotros. Y a medida que experimentamos su cuidado, nuestra visión de todo se irá transformando.

¿Estás dispuesto a ver la historia de Dios entrelazada en la tuya?

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 09 de septiembre

Evangelio según San Marcos 7, 31-37

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Reflexión del Evangelio – Por Marcos Stach SJ 

El Evangelio de la Misa de este domingo contiene en sí una catequesis bautismal que es válida para nosotros. Lo primero que resalta es un dato no menor, que es la ubicación donde sitúa Marcos al Señor Jesús: “volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea…” (Mc. 7, 31). Jesús se encuentra en tierra no judía, es decir, extranjera; lo cual constituye un dato escandaloso si nos atenemos a la mentalidad de esa época. Es ahí donde el Señor cura al sordomudo, quizá se trate de un pagano como los de la región donde se encuentra. Y es clara la intención del evangelista, que con esa ubicación viene a decirnos que la salvación de Jesús es universal, para todos, judíos y los que no lo son. Nos viene bien a nosotros, que a veces delimitamos nuestro metro cuadrado, incluso en los ámbitos eclesiales y no nos animamos a mirar más allá, aun entre nuestros hermanos; esto hace que la vigencia de Jesús en Tiro y Sidón siga siéndonos patentes.

Sin embargo, existen dos datos en el Evangelio en los que quisiera detenerme, porque creo que allí se contienen algunas claves para nuestra vida cristiana: Uno consiste en la curación y su método de aplicación tan singular, y lo segundo es aquello que se esconde entre ser sordomudo y la consiguiente recuperación de las facultades comunicativas, es decir, oír y hablar.

De la extraña metodología que emplea el Maestro para curar al sordomudo, pareciera que Jesús emplea una liturgia para restituirle el oído y la voz: “Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: ‘Ábrete’.” (Mc. 7, 33-34). En el modo de proceder del Señor lo que se esconde es una hermosa catequesis bautismal, que aplica a nosotros: El sordomudo es separado, no pertenece a la confusión del amontonamiento, el Señor viene a devolverle su dignidad de Hijo y eso exige distancia saludable de aquello que resulta nocivo. La apelación de Jesús a los sentidos es ejemplar: toca oídos y lengua, suspira y dice “Efatá, ábrete”. En el ritual del bautismo existe un signo del rito, que suele hacerse al final y que está inspirado en este Evangelio, en el cual el Sacerdote dice, mientras toca oídos y boca del recién bautizado: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos te permita, muy pronto, escuchar su palabra y profesar la fe para la gloria y alabanza de Dios Padre. Amén.” Y lo tomo porque es para nosotros, que fuimos bautizados, llamados a la plenitud de la vida cristiana. Pocas veces consideramos la grandeza del don que se nos regaló con el bautismo, y puede hacernos bien volver al mismo. El bautismo nos sumergió definitivamente en la Pascua de Jesús, participamos ya de su Pasión y de su Resurrección. Allí hemos recibido nuestra Vocación, con mayúscula; esa que nada la borra, porque el bautismo es la consagración por excelencia del cristiano, ungido, quien se acerca a Dios, cara a cara, con la alegría de saberse amado y viviendo ya ahora una vida nueva, incluso con flojeras y límites.

Por otra parte, llama poderosamente la atención en este Evangelio que la persona sanada es un sordomudo. En este hecho podemos vislumbrar un punto que nos viene muy bien en la vida espiritual: el fenómeno del mutismo interior, con el cual la tentación suele sentirse como en traje cortado a su medida y se mueve a sus anchas. Sobre esto, me permito citar la regla de discernimiento de la primera semana de los Ejercicios Espirituales, la número 13, conocida como Regla del vano enamorado, que la renombro en este contexto, como “regla del chamullero”, entendiendo por “chamullar” ese fenómeno que es cercano a lo que entendemos como “engañar”. Precisamente, la Real Academia Española define como “chamullero” a aquel que “habitualmente utiliza expresiones confusas para desorientar a su interlocutor.” Así es el mal espíritu cuando nos tienta. Pero, en concreto, lo que se expresa en la Regla es un dato clave para derribar la tentación, conteniendo en la mente de San Ignacio una verdadera táctica, un “modo de proceder”. Dice así:

«[El mal espíritu] se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Porque, así como el hombre vano que, hablando a mala parte, requiere a una hija  de un buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y sus acciones sean secretas; y el contrario le displace  mucho [disgusta], cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e intención depravada, porque fácilmente colige [concluye] que no podrá salir con la empresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y suasiones al alma  justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; más cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige [concluye] que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos.» (San Ignacio. Ejercicios Espirituales. n. 326).

El milagro de oír y hablar es clave para vencer la tentación, y es válido para nuestra vida: El enemigo es hábil para chamullarnos y fomentar el mutismo y la sordera interior, que por lo general está mediada por la vergüenza: Si el resto se entera de la tentación que tengo,… ¡qué desastre! Cuando estamos bajo el efecto de la tentación, lo primero que nos pasa es que no solemos querer hablar de aquello que nos tienta. Clave para animarnos a vencer la tentación es hablar y oír, pero en el contexto y con la persona adecuada. La observación de Ignacio es totalmente vigente: El espacio del Sacramento de la Reconciliación y del Acompañamiento espiritual – espacios que por definición pertenecen a Dios, por eso son tan privados- ayudan a que la tentación quede vencida, por la única y sencilla razón de que queda descubierta, desenmascarada y uno mismo se escucha y se libera con la gracia. Quizá podamos preguntarnos: ¿Qué cosas no quiero a hablar y me dejan en el hermetismo, siempre tan tóxico, que no libera? Vivimos aturdidos, en una realidad donde los sordos abundan… y también los mudos para el anuncio del Amor. Podríamos aventurarnos a resumirlo así: ¿Querés vencer a la tentación? Entonces animate a hablar. Dios hará lo suyo.

El sordomudo recupera el habla, vuelve a comunicarse. Y eso provoca en la gente esa exclamación llena de sorpresa y asombro maravilloso, es lo que dicen del Señor: Todo lo ha hecho bien. Y así es Jesús: Todo lo hace bien, en tu vida, en la mía, en la de los que luchamos por abrirnos a seguirlo, a veces con algún raspón del camino. Y lo hace bien a su manera, con sus gestos y su estilo.

Pidamos en este domingo a la Virgen Santísima, que habrá enseñado a Jesús el arte espiritual de ser cercano al dolor y a la vida de los demás, que nos ayude a ser transparentes para hablar y derrocar la tentación del hermetismo… y también para oír a nuestros hermanos.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

12 Razones para Transmitir la Fe

Transmitir la grandeza del Dios de Jesús es una ganancia. Y muchas razones lo avalan.

Por María Dolores López Guzmán

«Con ser una buena persona basta». Esa podría ser una rúbrica de nuestra cultura. «Vive y deja vivir». Algunos creyentes, arrastrados por este sentir, están perdiendo el interés en la comunicación de la fe convencidos de que ahí no reside lo importante. Pero no es cierto. Transmitir la grandeza del Dios de Jesús es una ganancia. Y muchas razones lo avalan:

  1. Por dar a los otros LO MEJOR. ¿Y qué es lo mejor? Nada es comparable a Dios. La vida está llena de variables (salud/enfermedad, pobreza/riqueza, honor/deshonor, vida/muerte), sólo Dios permanece siempre.
  2.  Por construir RELACIONES SANAS. Dios ‘ordena’ todo; es un buen ‘corrector’ (siempre con la misericordia a cuestas) de nuestros excesos (deseo de posesión, indiferencia, violencia…).
  3. Por COHERENCIA. Si somos bautizados, si hemos confirmado nuestra fe, si comulgamos… será porque lo consideramos importante. Si no fuera así, transmitiríamos a los demás una gran incoherencia.
  4. Por COMPROMISO. No se puede decir «soy de los de Jesús» y, sin embargo, actuar por cuenta propia. Ser miembro de la Iglesia compromete.
  5. Por no echar a perder lo que a su vez HE RECIBIDO y tiene valor. Nadie puede sustituir mi labor, ni puede realizar la misión que me ha sido encomendada. Los talentos que se tienen, o se invierten en beneficio de los otros, o se pierden.
  6. Por tratar de construir un mundo más JUSTO. El Evangelio es una Buena Noticia. Educar en los valores del Evangelio contribuye a crear personas justas.
  7. Por dar ESPERANZA. La visión materialista ahoga porque pone sus ojos en realidades caducas; la visión cristiana, que trasciende las apariencias, libera.
  8. Por animar a ser ‘hombres FUERTES’, como decía san Pablo (1Co 16, 23), de aquellos que depositan su absoluta confianza en Dios, fortaleza nuestra (Sal 46, 2). La religión cristiana es lo contrario de la ‘blandenguería’, porque el precio que se paga por un amor que te hace libre es muy alto: marginación, burla, desprecio… la muerte incluida.
  9. Por presentar MODELOS DE VIDA que merezcan la pena. Mejor parecerse a Francisco de Asís que al líder del último grupo musical de moda. La historia de la Iglesia está plagada de ‘buena gente’.
  10. Por reconocer y amar nuestras RAÍCES. Quiénes somos, de dónde venimos… tanto en su sentido original (Dios es Creador y Dador de la vida), como histórico (la fe de nuestros padres nos fue a su vez transmitida).
  11. Por crear unión y COMUNIÓN con otros, más allá de lo biológico.
  12. Por amor y para comunicar la alegría que nace de UNA FORMA DE AMAR.

Fuente: Pastoral SJ

De Turistas y Guías

Y digo yo, ¿No será que en el camino del seguimiento de Jesús somos a veces turistas y a veces guías?

Un turista es una persona pegada a un mapa, cuyo campo de visión oscila entre sus manos (donde tiene el mapa) y el horizonte en el que quiere moverse. Sin el mapa no es nadie, pero el mapa, aquella pequeña cosa, es un seguro de vida, le hace encontrar el camino que tiene que recorrer, le confirma si su meta es lejana o cercana, le asegura si va en dirección correcta o le alerta si va en la contraria.

Algunos turistas tienen la suerte de tener un guía y, especialmente si es un amigo, entonces todo cambia. Te fías de esa persona que conoce los caminos, te pones en sus manos sin dudar de que te llevará a los mejores sitios, a los más interesantes, a donde tú querrías ir. Te fías de su experiencia. Él ya ha recorrido el camino primero y por eso tú ahora le sigues. Pero cuando llegas a los sitios, ahí, tú vuelves a tener el papel principal, el guía te explica, te da datos, pero la experiencia de ver las cosas, de descubrir los detalles y grabarlos en la retina, eso sólo lo puedes hacer tú.

Cuando vuelves a un sitio donde ya ha estado antes eres un poco menos turista. Aquello no es tu casa, pero empiezas a sentirse en ella; ya no te guía el mapa, y tal vez tampoco el amigo, sino el recuerdo de los sitios familiares, por los que has pasado y en los que disfrutaste, allí donde te ocurrió algo. Pero no te quedas ahí; te aventuras a descubrir nuevos lugares, nuevas rutas, has perdido el miedo a extraviarte, porque sabes que al final todos los caminos llevan a Roma.

Y entonces llega ese último momento, en el cual de turista te acabas convirtiendo en guía, y ahora eres tú el mapa andante de amigos, familiares… que quieren conocer aquel sitio del que tanto les has hablado. Y como guía disfrutas contando aquello que ves, y lo haces desde tu perspectiva, desde tus emociones, pasiones… no puedes dejar de transmitir aquello que llevas dentro, para que el otro pueda empezar a gustarlo a su propia manera.

Y digo yo, ¿No será que en el camino del seguimiento de Jesús somos a veces turistas y a veces guías?

Fuente: Pastoral