La Resurrección

“La Resurrección es una de las verdades, intuiciones o búsquedas desde la que se fundamenta nuestra fe. Dice San Pablo que, si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Y algo de eso hay.

Es que si la fe es sólo humanismo. Si sólo se trata de hacer el bien en nuestra vida y hasta ahí… no es poco, pero no responde a nuestras preguntas más profundas, que son: ¿de dónde venimos? Y ¿hacia dónde vamos?”

Para escuchar la reflexión completa, no dejes de ver el video del jesuita español José María Rodríguez Olaizola.

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 08 de Abril

Evangelio según San Juan 20, 19-31

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Reflexión del Evangelio – Por Patricio Alemán SJ 

En este segundo domingo de Pascua, domingo en que celebramos la Divina Misericordia, la liturgia nos ofrece unas lecturas que nos permiten continuar celebrando y profundizando el misterio de la Resurrección del Señor. Ante todo, el evangelio de hoy nos presenta la escena del encuentro del Resucitado con Tomás y el resto de los discípulos.

Jesucristo irrumpe en el lugar donde se encontraban. Los discípulos tenían miedo y se encontraban con las puertas cerradas del lugar. El miedo muchas veces nos conduce al encierro, es decir, a esperar que de alguna manera misteriosa las cosas se resuelvan. Es una espera pasiva y engañosa. Pero, cómo esperar y creer en la vida cuando el dolor y la impotencia es tan grande; cuando la desesperanza y la resignación parecen vencernos. Cómo poder dejar las puertas abiertas si somos testigos del asalto y los saqueos de sueños y esperanzas. Más todavía, cómo dejar las puertas abiertas del propio corazón sabiendo que ello implica dejar ir personas y lugares. Cómo abrir las puertas del corazón sin miedo a ser lastimados. Cómo abrir las puertas del corazón sin el temor a ser lastimados o violentados.

El Señor se hace presente en medio de sus discípulos, y el primer don que regala es la paz: “la paz esté con ustedes”. O, dicho de otro modo, “no tengan miedo”. Como aquella vez que, en medio de la tormenta, se les apareció caminando sobre el mar. La paz del Señor viene a calmar aquellos miedos que nos hacen dudar. Viene a iluminar las realidades oscurecidas por la desesperanza y la resignación. Y para ello, el Resucitado nos entrega un segundo “don”: el Espíritu. Pero más que un don, el Espíritu Santo es parte esencial del amor de Dios a la humanidad. El Resucitado y el Espíritu revelan el infinito amor de Dios Trinitario con toda la humanidad y su historia. El amor que Dios tiene sobre cada una de nuestras historias. Precisamente, es tan grande el amor hacia nosotros, que fue Él quien “nos amó primero”, quien nos “primereó” y se atrevió a poner su dedo sobre nuestras heridas para conocerlas y sanarlas. Un Amor que no se cansa de perdonar, de reconciliar, de traer paz.

Pero en el relato, hay dos apariciones del Resucitado a sus discípulos: una sin la presencia de Tomás, y otra con él presente. En la segunda aparición, invita a Tomás a poner su dedo en el costado y las manos atravesadas por la crucifixión. De ese modo, Tomás no sólo conoce, sino que participa de la resurrección. Para tener parte en la vida del Resucitado y en la vida resucitada, no alcanza sólo con contemplar las heridas, sino que es necesario poner nuestras manos allí mismo. Poner las manos y el corazón en las realidades del dolor y la desesperanza, para reconocer allí la Vida resucitada; la vida que sigue venciendo a las dinámicas de la muerte. El Amor que sigue manifestándose en medio de nuestra cerrazón; un Amor mayor que nuestros miedos y dudas.

En este domingo de la Divina Misericordia, pidamos la gracia de recibir el Espíritu de reconciliación y perdón. Y que, al recibirlo, se nos permita participar de la Vida resucitada para anunciarla y construirla en medio de las realidades heridas y oscuras de nuestra historia y nuestro presente. Que el Espíritu de misericordia nos permita salir de nuestros miedos para volver a creer y confiar en Dios, en nosotros mismos, y en nuestros hermanos y hermanas.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

La Alegría según María Magdalena

Una reflexión sobre la Alegría para seguir alegrándonos con la Buena Noticia de la Resurrección.

Por Marcos Muiño, SJ

La alegría no tiene precio, no se puede comprar ni vender. La alegría se comparte. La alegría no se define, se demuestra. La alegría es saber que el sol vuelve a salir. La alegría es caer en la cuenta de que muchas piedras en el camino -a veces muy grandes- fueron corridas por alguien que te ama, te quiere. La alegría es experimentar, en medio del desconcierto, que alguien te dice ¡no temas! La alegría es la convicción de que la muerte no tiene la última palabra. La alegría es sentir que la vida tiene un para qué, que no somos hechos en serie, sino que estamos para algo único e irrepetible. La alegría es confiar en la promesa del encuentro, de la presencia que nos restaura, nos devuelve la esperanza y la misión. La alegría es saber que no se comprende ¡todo ya!, se confía, se aguarda y se le pide al corazón que abra sus puertas a las increíbles sorpresas. La alegría es correr, es temblar, es estar fuera de sí. No para ganar ni escandalizar, sino para contagiar.

Al Resucitado se lo conoce por sus efectos, como decía Ignacio [EE 223]. Los efectos de la alegría son aquellos capaces de robar verdaderas sonrisas, aún en la mudez o el miedo. Cuando se contagia alegría, no se contagia una teoría, sino que se transmite un abrazo. El efecto de la alegría no llena las cabezas con teoría, sino que llena el corazón de presencias, de rostros, de palabras, de lágrimas por sentirse uno que no está solo. El efecto de la alegría no termina en nosotros, es para otros. Muchas veces temblando, otras veces corriendo, no dejemos que los ladrones de esperanza roben la alegría que da paz, la fortaleza que sostiene en la lucha diaria, el perdón que devuelve la amistad.

Es tiempo de dejarse llevar por la alegría. Muchas veces, en medio de nuestros llantos y sufrimientos, alguien se acercará y nos preguntará por qué lloramos. Nos llamará por el nombre y caeremos en la cuenta de que hay alguien que no defrauda, que siempre se la juega y que nos hace protagonistas, testigos. Cuando el efecto del Resucitado se nota, sentimos que verdaderamente vale la pena esperar, confiar, amar y entregar la vida en aquello que es realmente importante y esencial.

Fuente: Red Juvenil Santa Fe

 

Francisco: La Sorpresa nos Conmueve el Corazón

Compartimos la homilía de Papa Francisco en el domingo de Pascua.

“Y la sorpresa es lo que nos conmueve el corazón”, agregó el Papa, porque (con el lenguaje de los jóvenes) es “un golpe bajo”.

“El primer anuncio: sorpresa. El segundo: la prisa, las mujeres corren. Las sorpresas de Dios nos ponen en camino inmediatamente, sin esperar. Y así corren. Para ver. Y Pedro y Juan, corren. Los pastores, en la noche de Navidad corren para ver lo que habían anunciado los ángeles. Y la samaritana, corre. Esa gente corre, deja lo que está haciendo. También el ama de casa deja las papas en la olla, y aunque las encuentre quemadas, corre para ver”, advirtió el Pontífice.

“También hoy sucede en nuestros pueblos, en nuestros barrios, que se corre para ir a ver. Así se dan las sorpresas, siempre, de prisa”, añadió el Santo Padre, y destacó que en el Evangelio hay uno “que no quiere arriesgarse” y “se toma un poco de tiempo”: Tomás, a quien el Señor espera con amor. Es el que decía ‘creeré cuando vea’. Pero “el Señor también tiene paciencia con quienes no van tan de prisa”, animó.

El anuncio: sorpresa. La respuesta: de prisa. Y el tercer punto, continuó el Papa, es una pregunta: “¿Y yo qué? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios? ¿Soy capaz de ir deprisa, o siempre estoy con esa cancioncita ‘mañana veré, mañana, mañana…?’”.

“¿Qué me dice a mí la sorpresa?”, invitó a preguntarse. “Juan y Pedro fueron corriendo al sepulcro. Juan, dice el Evangelio, creyó. También Pedro creyó, pero a su modo, con la fe mezclada un poco con el cargo de conciencia de haber renegado del Señor”.

Finalmente, Francisco preguntó a los fieles: “Y yo hoy, en esta Pascua de 2018, ¿yo qué?, ¿tú qué?, ¿yo qué?”.

Fuente: AICA

Oración por la Vida

Una oración para rezar y valorar toda la vida, en especial la de aquellos más frágiles.

Por Emmanuel Sicre, SJ

Jesús, vos que sos el Camino, la Verdad y la Vida

Enséñanos a recorrer el camino bueno del amor a todos los seres humanos.

Danos la valentía de compartir, con gestos y palabras,

la verdad de que nos amás sin condiciones, siempre y todo lugar.

Inspiranos el deseo de cuidar toda vida, en especial,

aquellas amenazadas por el egoísmo del corazón humano.

Jesús, que defendamos siempre

con un amor tierno como el de María,

A quienes viven todavía en las panzas de sus mamás

A los niños y niñas solos y abandonados

A las madres y padres alejados de sus hijos

A las mujeres y a los varones que sufren violencia

A quienes salen de su país por la pobreza y el hambre

A quienes padecen enfermedades y vicios tristes

A quienes no tienen trabajo

A quienes son discriminados y ninguneados

A quienes están mayores y solos

A quienes duermen en las calles

A quienes son víctimas de la injusticia social y económica

A quienes tienen miedo y son manipulados

A quienes se arrepienten del mal que hicieron.

 

Jesús, que podamos ser una sola familia humana

donde todos experimentemos la dignidad de ser hijos

de un Padre Bueno que nos llama a la vida plena

y la mesa compartida entre hermanos.

Amén.

 

Pascua, esa Alegría Eterna

Por Matías Hardoy SJ

Llegó la Pascua. La esperamos, la deseamos, la buscamos. Algunos más que otros. Tal vez nos agarró un poco desprevenidos, se nos vino encima. Pero llegó, y Jesús resucita para todos.

San Ignacio descubrió que una de las características más fuertes de la experiencia pascual es la alegría. Por eso nos invita a pedir la gracia de “alegrarnos y gozar de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor” (EE 221).

Siempre me ha llamado la atención que lo que pedimos es alegrarnos con la alegría de Jesús, es decir, que es Jesús quien se siente feliz por estar vivo. El miedo de la Cruz se transforma ahora en una alegría infinita por volver a estar vivo y para siempre. Esa pasión por la vida, por los amigos y por el camino es lo que hace tan grande el contraste entre la angustia y el miedo del Huerto y la Cruz, y la alegría de este Domingo pascual.

Es que la Pascua es así, todo lo transforma. Nuestra mirada, nuestro sentir, nuestro modo de estar en el mundo. De ella brota la serena certeza de que toda situación, por oscura y difícil que parezca, tiene futuro y esconde Vida en su interior, de modos muchas veces misteriosos.

Pero, ¿de qué alegría hablamos cuando hablamos de la alegría pascual? No se trata de una alegría superficial, de sonrisas vacías o fingidas, ni de una euforia forzada. Se trata, más bien, de una alegría honda y profunda.

Una alegría que no niega el dolor, sino que se anima a mirarlo a los ojos y a sostenerlo con la mirada, pero de la mano del Resucitado.

Una alegría que nos hace profundamente libres para amar, porque sabemos que la última palabra siempre la tiene el Señor y la fuerza de su Amor.

Una alegría que amplía horizontes, renueva la esperanza y reaviva deseos.

Una alegría, como la de Jesús, que necesita ser compartida. Y por eso esas escenas que nos regalará el Evangelio en este tiempo: los abrazos de reencuentro, el asado que le prepara Jesús en la playa a sus amigos. Tanta alegría no puede no ser compartida.

Ojalá esta Pascua, sea como sea que nos haya salido al encuentro, venga con la gracia de sentir en lo más hondo de nuestro corazón esa alegría pascual que nada ni nadie nos puede quitar.

Les comparto, para terminar (o, tal vez, para dar comienzo a este tiempo pascual) un poema de Cristophe Lebreton, monje trapense mártir en Argelia, quien entregó su vida confiando en esta alegría eterna.

“Nacer (la esperanza que me llega)

contigo todo comienza por fin

ayer es liberado, hoy es libre

en la abertura se dibuja un porvenir de luz

tu semejanza me atrae

dentro de tu pascua me he deslizado

y me dejo tomar enteramente en tu vida

Tu resurrección me invade

por ti se actualiza el don

y todo se eterniza en alegría

Evangelio y poema según tu parecer.”

 

Jesús es el Corazón de la Cruz

Por Cristian Marín SJ

En este viernes de Semana Santa recordamos como Iglesia la pasión de Jesús.

Como una madre educa a sus hijos, ella – nuestra Iglesia – nos enseña que Jesús muere por amor a todos, que Él es el Salvador aún para aquellos que ni lo conocen o lo niegan o ni les interesa todo lo que tenga que ver con la idea de Dios.

Jesús muere por nosotros. Ahora, podríamos pensar que Dios quiere el sufrimiento de su Hijo. Y aún más, podría instalarse en nosotros la idea de que Jesús mismo desea y quiere sufrir todo lo que recordamos hoy.

Muchas veces hemos escuchado que “no es el deseo de sufrir por sufrir lo que mueve a Jesús, lo que lo mueve es el amor” pero pareciera que no nos queda bien en claro esto.

La Palabra de Dios nos ilumina en este asunto, leemos en la biblia: “amor quiero, no sacrificios”. Y es lo que vemos que hace Jesús: Ama.

Y por amor al plan, al proyecto de que venga el Reino del Padre, está decidido a ir hasta las últimas consecuencias. Por amor a aquellos a quienes curó, a todos aquellos a quienes enseñó, a todos a quienes les devolvió la dignidad de sentirse hijos amados por Dios frente a la exclusión que sufrían por parte de todos.

Por optar vivir amando a todos y enseñando a hacerlo es que terminó clavado de pies y manos en una cruz.

Pero ojo, Jesús no es una especie de superhéroe que la industria del cine cada año nos muestra en varias películas. Porque el superhéroe está centrado en sí mismo y el yo puedo todo, tengo que sufrir esto o aquello para ganarle a… Aunque es cierto que despiertan admiración… pero…

No, nuestro humilde carpintero amigo es distinto, se juega hasta lo último por todos incluso hasta por sus enemigos. Está abierto a todos, no está cerrado en sí mismo. Si hasta parece que desde la misma cruz, en medio del dolor, abre sus brazos para abrazar.

Jesús despierta, en todo aquel que contempla toda su vida y su cruz, más que admiración, despierta el misterio de la atracción cumpliendo su promesa: “Cuando sea elevado, yo atraeré a todo el mundo” que leemos en el evangelio de San Juan.

El dolor por el dolor en sí, no es normal. Sólo si el dolor está dentro de un proceso – que produce dolor – pero que busca sanar, es soportable.

Jesús busca sanar. Busca salvar del pinchazo que produce el “aguijón del pecado” y que nos aleja de Dios. “He venido en nombre de mi Padre y uds. no me reciben”. Jesús desea cumplir la misión que el Padre le ha encomendado y sus acciones, sus palabras, sus decisiones causan como consecuencia la muerte.

Al morir en una cruz, nos enseña la Iglesia, se entregó por amor a todos y padeció por nosotros todos nuestros dolores y sufrimientos.

El corazón de nuestros sufrimientos y dolores es este Verdadero Hombre, Hijo de Dios. Pues si observamos bien, el centro, el corazón de la Cruz es Él mismo.

Dejémonos atraer…

Sabemos que no todo termina allí…

 

Tiempo para los Pies

Por Joaquín Taberas SJ

Hoy vivimos en una época y sociedad en las que nos resulta sumamente difícil la falta de tiempo. Nunca nos alcanza el tiempo. Esto puede ser por las nuevas exigencias del trabajo y del estudio, por la “inmediatez” de las comunicaciones o por el agotamiento que acarrea el trajín del día a día. Lo cierto, es que cada vez más el tiempo alcanza menos.

Ante nuestra constante falta de tiempo, el ejemplo de Jesús en Jueves Santo nos desconcierta y hasta puede llegar a resultarnos aterrador. Jesús, sabiendo que sus horas estaban contadas, no se dedicó a hacer milagros a mansalva (trabajar) para terminar su misión lo antes posible, no se puso a escribir instrucciones para los apóstoles preocupándose por el futuro, ni mucho menos se encerró a llorar sus penas. Jesús, estando sin tiempo, se sacó el manto y se puso a servir.

Jesús se sacó el manto, lleno una palangana con agua y se puso a lavar los pies de todos los que estaban ahí con Él (incluso a Judas). Una tarea indigna, sin resultados duraderos, y que cualquier otra persona podría haber hecho ¡Pero Jesús decidió perder esa hora ganándola!

Este perder el tiempo lavando pies es porque Jesús se había dado cuenta (y quería trasmitirlo) que en el servir al otro es que el tiempo cobra su sentido, que en el servicio gratuito es donde podemos llenar el vacío que nos deja la ansiedad del no tener tiempo. Que dándose, uno se siente pleno. Que perdiendo el tiempo por y con los demás es la forma de ir ganando las horas.

En esta Semana Santa que comienza ¿Cómo estoy de tiempo? ¿Estoy pudiendo ganar las horas gastadas? ¿Hay algunos pies que tenga que ponerme a lavar?

Pidamos estos días la Gracia de que Jesús nos enseñe a ganar el tiempo perdiéndolo por los demás. Preguntémosle: Jesús ¿Qué pies querés que lave hoy?

 

Llegó el Resucitado – Palabra de CPAL de Abril

Compartimos la Palabra de CPAL del mes de abril, que el Presidente de la Conferencia envía a toda Latinoamérica.

Por Roberto Jaramillo SJ 

Comenzamos el mes de abril en domingo de resurrección, como una señal que nos invita a refundar nuestra vida sólo en el Resucitado conduciéndola, con mente y corazón renovados, hacia tiempos y formas de proceder nuevas.

En la semana santa no fue difícil actualizar de diversas maneras la pasión del Señor. Signos de Su crucifixión se hacen visibles en nuestra realidad cotidiana: son tiempos de autoritarismos e irrespeto de las voluntades populares sin importar programas políticos; tiempos de hegemonía del capital y de políticas ultra-liberales que parecen gobernar el mundo entero, tanto en lo público como en lo privado. Son tiempos de divisiones sociales (y aún familiares) atizadas intencionalmente por grupos aferrados al poder a través del miedo, la mentira y el prejuicio contra el ‘otro’, el ‘diferente’. Tiempos de acciones absurdas como hacer explotar una bomba en un supermercado atestado de gente, o asesinar a una mujer por ser negra, y por pertenecer y defender a grupos sociales marginalizados.

Son tiempos de miseria, enfermedad, hambre y desesperanza que llevan a miles de personas a dejar su propio país y arriesgarse en los caminos buscando una nueva vida en culturas diferentes. Tiempos marcados por la corrupción y la deshonestidad entre los grandes -pero también entre los pequeños- en el día a día, como si se tratara de un verdadero cáncer que destruye los fundamentos de la convivencia entre los hombres: la posibilidad de confiar en la palabra. Y tantas otras cruces, grandes y pequeñas que hay en nuestra vida y la de nuestras sociedades e instituciones.

Vivimos, sí, en tiempos sombríos. Para nosotros, los cristianos, la mayor tentación es la resignación: renunciar al momento decisivo de la resurrección – ‘tirar la toalla’. Pero las celebraciones de la Semana Santa encienden nuestro corazón y nos invitan a no a reproducir el discurso triste de los que van a Emaús alejándose de la comunidad (Lc. 24), sino a volver con renovada alegría y entusiasmo al camino del evangelio.

“A los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte una luz les brilló” (Is. 9,2). La luz del Niño que nació en el pesebre es la misma del crucificado-resucitado que venimos de celebrar: “él nos ha rescatado de las tinieblas del pecado y nos ha trasladado al Reino de su Hijo, el Amado” (Col. 1,13)

Es este el momento de demostrar que, como cuerpo apostólico hemos sido salvados en y por el Resucitado. Que allí donde vivimos división y autoritarismo somos capaces de sembrar con nuestra vida perdón, escucha, reconciliación y participación. Que allí donde se excluye a los otros porque piensan diferente o tienen otro color de piel, somos capaces de reconocer el multiforme don de Dios y acogerlo y celebrarlo. Que allí donde el mundo grita e infunde -casi ciegamente- división, sospecha, individualismo, nacionalismo o proteccionismo, nosotros hacemos realidad el entendimiento, el diálogo, la búsqueda en común, la acogida del otro en su particularidad y con sus derechos.

En un mundo como el que nos toca habitar, sólo viviendo a contracorriente podremos dar testimonio de esta verdad y vivir en la alegría de ser salvados.

Incomodar, ser criticados y perseguidos, dar la vida como diario sacrificio (quien sabe: martirialmente, como nunca lo imaginaron Rutilio Grande o Mons. Romero) pueden ser señales de que ‘algo nuevo’ irrumpe y despunta en nuestras vidas.

¡Felices Pascuas para todos y todas!

Semana Santa: Contemplar cómo la Divinidad se Esconde

Una reflexión para comenzar la semana Santa renovando la propuesta de la espiritualidad ignaciana de contemplar cómo: ‘la divinidad se esconde’.

Por Maximiliano Koch SJ

En sus Ejercicios Espirituales, san Ignacio invita a que nos acerquemos a contemplar la Pasión del Señor considerando “cómo la Divinidad se esconde”. Durante este tiempo, el hombre que se atrevió a llamar a Dios Padre y que demostró tener poder sobre la enfermedad, los demonios, las rígidas estructuras sociales y religiosas, aparece rendido, abatido, impotente. Será objeto de risas, insultos, castigos y, finalmente, una muerte en cruz. Sí… la divinidad parece esconderse…

La Pasión es una triste historia que muchas veces no queremos recordar. Queremos pasar de página o de día rápidamente, intentando llegar al acontecimiento de la Resurrección para gritar al mundo que verdaderamente Cristo es el anunciado, el salvador, el verdadero Mesías. Pero sólo a través de lo que ocurrió en aquella semana de Pascua judía podemos entendernos como cristianos hoy. Porque en esos tristes acontecimientos donde parece que la divinidad se esconde, Dios reveló plenamente cómo actuaba, a qué invitaba al hombre y mostró qué significa el ser humano para Él.

En efecto, a través de gestos como el lavatorio de los pies, Jesús enseñó que no vino a imponer su voluntad a los hombres sino a servirles. Pudo ponerse de rodillas y actuar del mismo modo que los sirvientes o esclavos de las casas. Esta cualidad, ciertamente, no coincide con lo que muchos esperan de Dios. Por el contrario, queremos que aparezca un ser que condene tanto el pecado como los pecadores, un dios que juzgue y demuestre su poder definitivamente bajo el sometimiento. Aún hoy rechazamos la imagen de ese Dios que quiere servirnos, ofreciéndonos lo que necesitamos para vivir en plenitud.

Pero Jesús, en esa semana, no sólo sirvió al ser humano, sino que lo amó plenamente. Sólo entregándose para ser crucificado podía mostrar cuál es la medida del amor que Él nos tiene. Asfixiándose, desangrándose, sufriendo insoportables dolores físicos y espirituales, todavía tuvo fuerzas para gritar: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”, mostrándonos cuál es la medida de la misericordia. Esta imagen de un Dios que es capaz de amar y perdonar hasta morir también puede ser objeto de rechazo por nosotros. Nos es más fácil primero juzgar y luego actuar en consecuencia. Es más fácil vivir desde relaciones de poder e imposición que desde relaciones horizontales, de entrega. Y, sin embargo, Dios invita a algo distinto, nuevo, liberador, que resulta capaz de plenificarnos.

Finalmente, otro en su camino al Calvario, Jesús también nos enseñó qué somos los seres humanos ante los ojos de Dios. Él sabía que, si entraba en Jerusalén, seguramente sería asesinado porque su figura había creado una fuerte tensión en la sociedad. Y, sin embargo, entró. Sabía que, si permanecía esa noche en la ciudad, lo irían a buscar para ser juzgado, condenado, torturado y asesinado en una cruz. Y, sin embargo, permaneció. Pero todo lo que iba a ocurrir valía la pena para Dios porque, para Dios, el hombre vale la pena. Aunque peque, aunque se equivoque, aunque robe, mienta, asesine, Dios no deja de amar al ser humano y cada uno vale la pena. Esta es la dignidad con la que Dios mira al hombre. Esto nos desconcierta absolutamente, al punto que San Pablo reconocerá que predicar a un Cristo crucificado constituye una locura y una necedad para el mundo. Quizá porque, para nosotros, la humanidad y la vida poco valen, al contrario de la mirada de Dios.

 La Divinidad, en la Pasión, pareció esconderse. Y, a la vez, se mostró plenamente en su propuesta, en su modo, en su acción. Realizó una oferta abierta a la humanidad para que viva plenamente. Nosotros seguiremos negociando con nuestras seguridades, comodidades, temores, deseos de aferrarnos a odios y tensiones. Pero la oferta de Dios está allí para que la acojamos en el tiempo, lugar y cantidad oportunas y necesarias, para que podamos hacerla acción en nuestras vidas a través del servicio, del amor, de la misericordia y de la entrega.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe