Se publicó la séptima edición de la Revista Aurora: «Migrando hacia lo extraordinario»
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Fuente: jesuitas.lat
Fuente: jesuitas.lat
Agustín Rivarola SJ se encuentra en Cochabamba, Bolivia, acompañando al grupo de jesuitas que están viviendo la etapa de la Tercera Probación. Desde allí nos cuenta sobre su experiencia y su misión como Instructor.
Testimonios sj
A pocos días de finalizar mi primer año como Instructor puedo contarles algunas de las cosas lindas que se contemplan desde esta misión. Básicamente se resumen en tres cosas que la cuarentena no pudo sepultar:
Pertenecemos a una Compañía universal.
Sin dejar de sentirme muy unido con mi provincia ARU, respiramos aires de los cuatro puntos cardinales. Nuestras sobremesas están pobladas de historias provenientes de Argentina, Brasil, Colombia, España, Italia, México, Perú y Uruguay. Para el año entrante han solicitado cupo desde Lituania, Portugal, Alemania, Nigeria, China y Estados Unidos, además de nuestra asistencia. Hemos tenido una reunión (virtual) de instructores de lengua española, compartiendo con un mexicano, un dominicano y dos españoles, uno de ellos Jesús Sariego. Además, la provincia de Bolivia reúne jesuitas Quechuas, Aymaras y Guaraníes, sin contar los criollos y los españoles que han venido de muy jóvenes.
Ignacio nos ha enamorado.
Tanta diversidad cultural se aglutina por el cariño y aprecio que nos despiertan las fuentes ignacianas, especialmente los Ejercicios y las Constituciones. Al sumergirnos en ellas volvemos a comprobar la tremenda actualidad de su visión y sus intuiciones, actualizadas con la ayuda de las últimas congregaciones generales. Nuestro embeleso a veces llega a grados de alto orgullo jesuítico, del cual no nos avergüenza hacer acopio para el futuro.
La Compañía aprecia la Tercera Probación.
Los tercerones saben que es un momento privilegiado en sus vidas, a las puertas de la incorporación definitiva, y vienen con grande ánimo y liberalidad por sacarle todo el jugo posible. Pero también la Compañía formada, cuando se trata de colaborar con esta etapa, la privilegia por encima de cualquier otro compromiso. La anfitriona provincia de Bolivia es la primera que nos mima, nos recibe en sus obras y comunidades, y nos regala la sabiduría de sus ancianos, especialmente Marcos Recolons y Antonio Menacho. Luego viene la Compañía universal, desde la presidencia de la Cpal (Roberto Jaramillo con clases por Zoom), hasta Benjamín González Buelta y Rufino Meana, que al no poder viajar por la Pandemia, se estrenaron en formato Zoom.
José Funes es Jesuita, doctor en Astronomía, investigador de Conicet-Universidad Católica de Córdoba y ex director del Observatorio Vaticano. Hace una semana, escribió una nota para el diario Perfil, sobre un debate ya conocido: el diálogo entre la Ciencia y la Religión.
Ciencia y religión en tiempos del Covid-19
En realidad prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a elegir entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire. Esta cita, atribuida a Woody Allen, manifiesta con ironía la falsa dicotomía en la que nos encontramos desde tiempos de Galileo: optar por la ciencia o por la religión.
En un reciente artículo de opinión en el blog de la prestigiosa revista de divulgación científica Scientific American, Sima Barmania (United Nations University Institute of International Global Health) y Michael Reiss (University College London) escriben que el espíritu del tiempo actual nos dice que debemos elegir un bando, como lo hacemos en el deporte o la política; uno no puede ser adherente de ambos. Se trata de elegir la ciencia secular, que es racional y rigurosa; o la religión, una cuestión de creencia personal. Y en el contexto del Covid-19 se preguntan ¿Es inconcebible que un científico pueda orar de todo corazón por una cura de un ser querido mientras trabaja para desarrollar una vacuna? ¿Es hipócrita rezar por la buena salud, y al mismo tiempo, tomar todas las precauciones de salud pública necesarias, fundamentadas en evidencia científica? Barmania y Reiss citan algunos ejemplos de académicos que se sentían cómodos con asuntos relacionados con la ciencia y la religión. Entre ellos mencionan a Francis Collins como el mejor ejemplo actual de alguien que adhiere a los valores de la ciencia y la religión. El pasado 20 de mayo Collins ganó el prestigioso Premio Templeton, galardón otorgado a aquellos que intentan cerrar la grieta entre la ciencia y la fe. Él es también el director de los famosos National Institutes of Health (NIH) y actualmente trabaja para encontrar una vacuna para el Covid-19. También ha escrito sobre su camino desde el ateísmo a la fe y, en su libro Language of God, ha demostrado cómo su fe religiosa puede inspirar su investigación científica. Tuve el gusto de conocer personalmente a Collins cuando fue nombrado miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias en 2009 por sus logros entre los cuales se encuentra haber dirigido el Proyecto Genoma Humano. Barmania y Reiss concluyen afirmando que la religión y la ciencia pueden complementarse entre sí, como de hecho ya lo están haciendo al reforzar los mensajes de salud pública durante la pandemia actual.
Comunicándome con amigos argentinos en Estados Unidos preocupados por la situación de aquel país, les decía: Aquí también estamos mal, pero acostumbrados. En tiempos en que todas parecen ser malas noticias, me interesa señalar que en nuestro país hay varias iniciativas, en las que diversas empresas e instituciones cooperan en favor del cuidado de los más vulnerables, como #SeamosUno y Córdoba Urgencia Alimentaria. Menciono solo dos que conozco, pero hay muchas más.
Como sostiene Yuval Harari en una columna publicada por PERFIL el pasado 21 de marzo, el verdadero antídoto contra la epidemia no es la segregación, sino la cooperación. Y agregaba: “Si un virus peligroso logra penetrarla en cualquier lugar de la Tierra, pone en peligro a toda la especie. En este momento de crisis, la lucha crucial tiene lugar dentro de la humanidad misma. Tal vez esta pandemia sea una oportunidad para que también podamos cerrar una de las brechas históricas del pensamiento humano, la grieta entre ciencia y religión.
Hace unos años, jóvenes jesuitas me dijeron: Che Funes, vos sos científico y por las dudas rezás. Yo diría también que rezo y por las dudas soy científico.
Fuente: www.perfil.com
En conmemoración de los 40 años del martirio de Luis Espinal compartimos una reedición del cuaderno Oraciones a quemarropa, publicado inicialmente en el año 2001, en el nº 31 de esta misma colección.
Lluís Espinal fue jesuita, poeta, periodista, cineasta que entregó su vida al servicio del pueblo boliviano.
Después de su asesinato varios compañeros suyos recopilaron este conjunto de oraciones que en su origen estaban pensadas para ser leídas por la radio. Son oraciones con temas humanos y existenciales: el silencio de Dios, la soledad, el dolor humano, la muerte, el enigma del futuro, una Iglesia del silencio, callada ante la injusticia, etc.
Oraciones que nos acercan al pensamiento y a la figura de Luis Espinal para que sean conocidos y sigan inspirando en el futuro.
Haciendo click en la imagen podes acceder al contenido en formato pdf.
EIDES número 92
Fecha de publicación:Marzo 2020
Fuente: www.cristianismeijusticia.net
El grupo de jesuitas que se encuentran transitando la etapa de la Tercera Probación en Cochabamba, van entrando en al recta final de este camino de formación que comenzó en el mes de Febrero. Desde Bolivia, comparten con nosotros algunos testimonios de lo que fue la experiencia apostólica y comunitaria en este último tiempo.
“Salir” en la pandemia
Durante todo el mes de junio salimos, respetando las normas de bioseguridad correspondientes, a compartir experiencias apostólicas y comunitarias en medio de la pandemia.
Dado que las cuarentenas nos impidieron un apostolado más abierto y amplio al comenzar la Semana Santa como estaba previsto, el Espíritu nos llevó a hacer de nuestras propias comunidades jesuitas aquí en Bolivia un lugar de misión. Tal como lo remarcan nuestras últimas Congregaciones Generales la vida comunitaria también es tierra de misión y, por eso, ocho de nosotros compartimos la vida –y la misión posible- con otros compañeros en sus comunidades. Igualmente, dos de nosotros compartieron el confinamiento colaborando en el Hogar Sagrado Corazón para personas con discapacidad sirviendo y acompañando.
Entramos en la recta final, les agradecemos sus oraciones y bendiciones en abundancia.
Paz, Pan y Abrazo virtual, La Paz.
PP. Óscar Fuentes, SJ (ESP) y José Suárez, SJ (MEX)
«La experiencia fue salir de nuestro confinamiento para ser acogidos por una comunidad apostólica en La Paz (la ciudad del teleférico y de las Achachilas). Sentirnos en familia y en misión. Fuimos enviados al comedor San Calixto donde descubrimos, dentro de los pucheros y las ollas, que anda Dios. 300 comidas para mayores de edad, migrantes y demás… preparadas con cariño y gran esfuerzo por 4 mujeres. Y en la tarde buscamos llegar a los corazones de los educadores de la gran familia de Fe y Alegría, desde los ejercicios virtuales y de los talleres de pedagogía ignaciana.»
Parroquia Jesús y San Andrés de Machaca, La Paz.
Hno. Rodrigo Castells, SJ (ARU)
«Mi experiencia en las parroquias de la diócesis de El Alto ha sido la confirmación del trabajo incesante de Dios por comunicarse desde la cultura aymara y valorar el rico aporte que pueden realizar a la comunidad humana las culturas campesinas e indígenas de nuestra América Latina. En este sentido, me impactó mucho el trabajo de la Compañía y especialmente los testimonios de los jesuitas Franz, Mariano y Fabio siguiendo la herencia de Tata Pepe (José Fernandez Enestrosa SJ), hombre de hondo compromiso con el mensaje del Evangelio en la nación aymara.»
Hogar del Sagrado Corazón, Cochabamba.
PP. Marcos Vinícius, SJ (BRA) y Emmanuel Sicre, SJ (ARU).
«Al llegar fuimos acogidos por los corazones, las miradas, sonrisas y abrazos de los niños, niñas, jóvenes y de las hermanas del hogar. Abrieron el espacio sagrado de sus vidas donde solamente era posible entrar quitándonos nuestras sandalias, en un ejercicio de salida de nosotros mismos. Cada momento allí vivido fue como un movimiento de amor que nos acercaba a sus cruces, historias y cuerpos frágiles donde late encarnado el Corazón de Jesús. Durante estos 30 días nos tocó servir y encontrar a Dios alimentando, limpiando, duchando, vistiendo, acostando… en una palabra, siendo amados y amando.»
Desde la Esperanza, Comunidad de Mayores, Cochabamba.
P. Enrique Carrasco, SJ (MEX).
«Mi experiencia apostólica ha sido mística, he tenido el privilegio de compartir la vida con nuestros hermanos mayores en la enfermería de la provincia de Bolivia. En la cotidianidad de la vida, (oración, eucaristía, convivencias, películas, comidas, etc.) he sido testigo de la presencia del resucitado encarnado en cada uno de ellos. Su fe y sabiduría, como verdaderos hijos de San Ignacio, siguen brillando para muchas personas con las que conviven y para las nuevas generaciones de jesuitas. Su testimonio de vida hace evidente que vale la pena seguir a Jesús. En medio de la fragilidad humana, de sus enfermedades y en la incertidumbre por la pandemia que vivimos, mantienen la alegría y la esperanza. Siguen siendo Buena Noticia. A través de la oración y diferentes apostolados, siguen confabulando en la construcción del Reino de Dios.»
Colegio San Ignacio, La Paz.
PP. Giuseppe Riggio, SJ (EUM) y Dayvi Astudillo, SJ (PER)
«Nuestra experiencia en la comunidad jesuita fue compartir la vida cotidiana de los compañeros. Dado que por el confinamiento nuestra colaboración con las obras de la Compañía en Bolivia fue limitada y sólo virtual, igualmente, porque nos ha ayudado a conocer de cerca a los compañeros bolivianos y sus labores apostólicas. De hecho, pudimos ayudar, aunque mínimamente, con algunas de sus tareas (en los colegios San Ignacio y San Calixto, en la Agencia ANF y algo en la cocina de la casa). Además, para nosotros han sido muy importantes las buenas conversaciones que pudimos tener con los compañeros de la comunidad sobre diversos temas ligados a Bolivia y la Compañía. Nos sentimos muy agradecidos por su cálida acogida y por toda la generosidad que nos mostraron en este tiempo.»
Parroquia de La Santa Veracruz, Cochabamba.
P. Edilberto Brandão, SJ (BRA) y Hno. Jesús Díaz, SJ (COL)
«Salir a un trabajo apostólico en medio de las situaciones adversas por el Covid-19 era nuestra ilusión, poder encontrarnos con otras personas y compartir juntos nuestras alegrías y afanes. En medio de expectativas fuimos enviados a la parroquia de la Santa Veracruz. Ya llevábamos en mente que ese principio apostólico donde la persona, la comunidad y la misión son integradas al servicio del Reino de Dios, iba a ser muy limitado dada las circunstancias. Pero el mes resultó muy corto porque fue una experiencia centrada en un gran encuentro con los tres miembros de la comunidad: compartir la vida, con convicción de crecer en las relaciones que día a día eran más fraternas alcanzando niveles de intimidad y empática, tejiendo juntos vivencias y experiencias.»
El pasado 18 de julio se llevó a cabo el primer encuentro virtual de Hermanos Jesuitas en Formación, reunión prevista para la semana del 5 al 12 de julio de este año, pero que debió posponerse y adaptarse al uso de las nuevas herramientas virtuales por motivo de la pandemia del Covid-19.
La comisión nombrada por la asamblea de la CPAL llevaba casi un año preparando el encuentro que iba a ser en Río de Janeiro, Brasil. Para no perder lo trabajado hasta el momento, aprovecharon la oportunidad de tener un espacio virtual para comenzar a preparar el encuentro, conocerse y establecer los primeros vínculos para algunos, ya que no todos habían participado en el encuentro de Bogotá en el 2016.
Johnny Torres Flórez, SJ (COL), en diálogo con el equipo de jesuitas.lat, comparte sobre lo vivido en este encuentro. «El 18 de julio, en las horas de la tarde noche, nos encontramos los Hermanos Jesuitas en formación. Uno a uno fuimos llegando a la sala de reuniones que se dispuso desde la CPAL. Cada vez más, esos pequeños recuadros de las cámaras web que nuestros ordenadores o móviles nos mostraban, se iban llenando de rostros llenos de alegría y entusiasmo.» afirma.
«Luego de este primer reconocimiento, compartimos un espacio de oración, y nos dejamos impregnar por un texto del P. Arrupe. Pedimos la gracia de que Jesús nos enseñe su modo de proceder. Que ese sea nuestro modo de proceder. Después nos organizamos en pequeños grupos para compartir de una manera más tranquila y extendida nuestra experiencia de Compañía y, particularmente, la manera como hemos vivido este tiempo de pandemia.»
El encuentro estuvo enfocado también en la presentación de los objetivos del encuentro que se sigue organizando. «Lo que se busca es pensar juntos acciones concretas que ayuden a la formación, promoción vocacional y conservación de la vocación del Hermano jesuita. Sin duda alguna, conocer y compartir con otros que viven esta vocación, es la principal motivación que nos une a todos», cuenta Johnny.
En el encuentro también estuvieron presentes Roberto Jaramillo, Presidente de la CPAL, quien acompañó durante todo el encuentro y, por otro lado, el P. Mark Ravizza, Consejero del padre General para la Formación, quien envió un vídeo saludando a los presentes. «Compartió con nosotros la importancia de contar con los Hermanos Jesuitas en las distintas provincias, y nos animó a seguir descubriendo el don de nuestra vocación en la Compañía.»
Para concluir, Johnny cuenta sobre el momento final del encuentro. «El sentimiento que predominó al final de nuestro primer encuentro virtual, fue sin duda el agradecimiento por poder reunirnos, conocernos, compartir. Muchos Hermanos lo colocaron en sus propias palabras y animaron a que este tipo de conversación espiritual se pueda seguir dando. Siento que la realidad nos está invitando a reinventarnos. Y desde allí, experimento que Dios nos convoca a través de nuevos medios y nos reconforta en nuestra opción de ser Hermanos. Nos invita a reconocer la historia de un estilo de vida particular y quiere que sigamos compartiendo lo que somos, con mis compañeros jesuitas y con tanta gente con quienes compartimos nuestra vocación.»
Fuente: jesuitas.lat
Desde Santiago de Chile, Francisco Bettinelli comparte su testimonio en camino a recibir las órdenes sacerdotales, marcado por la realidad que estamos viviendo. «El contexto no me es indiferente a la hora de dar este paso. Cuándo se caen las estructuras que nos daban seguridades y certeza, cuándo nos quedamos sin palabras, ¿qué queda?.»
Testimonios SJ
Mi nombre es Francisco Bettinelli, tengo 31 años, soy de Buenos Aires y entré a la Compañía de Jesús en el año 2010. Actualmente, estoy cursando mi último año de teología en Santiago de Chile.
Pido las órdenes sacerdotales en medio de este contexto de pandemia, marcado por tanta incertidumbre y por el sufrimiento de tantos y tantas. El contexto no me es indiferente a la hora de dar este paso. Cuándo se caen las estructuras que nos daban seguridades y certeza, cuándo nos quedamos sin palabras, ¿qué queda? Aparece el Dios que está detrás de toda estructura, que está detrás de toda palabra. Esa es mi experiencia de este tiempo, encontrarme de un modo nuevo con un Dios que está en lo profundo, que siempre estuvo y estará, que me sostiene, llama e impulsa. Con esa confianza en Dios me acerco a la ordenación.
Siento además que no es un paso que doy solo. Por el contrario, es un regalo que se me ha ido confirmando a través del Pueblo de Dios, que me ha ido acompañando y formando en esta vocación que no es sólo mía. Los distintos lugares donde me ha tocado estar y servir los recuerdo con mucho cariño. En el Noviciado, la pastoral penitenciaria y Ciudad mi Esperanza. En San Miguel, primero en la Parroquia San José y la capilla Santos Mártires, y luego en la capilla Nuestra Señora de Itatí, principalmente en el MEJ. El Magisterio lo hice en el Colegio Seminario de Montevideo, trabajando especialmente en la pastoral de ciclo básico y el Movimiento Horneros. Ahora en Chile, estoy acompañando la CVX jóvenes y, antes de la cuarentena, visitando el centro penitenciario femenino de San Joaquín.
Pienso que se viene un tiempo muy novedoso para el mundo, pero también para la Iglesia. No sabemos qué va a surgir de todo esto que estamos viviendo. Es un tiempo que va a necesitar de mucho diálogo, de mucho repensarnos en nuestra misión, en nuestro modo de servir como sacerdotes, pero también como la Iglesia que somos todos. Un tiempo para aprender mucho, para dejarnos interpelar por la sociedad, la cultura y los dolores de la gente, para arriesgarnos a encontrar nuevos caminos de libertad y plenitud.
Me veo colaborando en una Iglesia que se quiera convertir cada vez más en espacio de vida para muchos y muchas, que sepa acompañar procesos de sanación y reconciliación, que sea camino para encontrarnos en la dignidad de ser hijos e hijas de un mismo Dios, que esté cerca de quienes más están siendo afectados por la realidad que estamos viviendo. Desde donde me toque servir, me siento llamado a acompañar en ese camino. Creo que la Palabra de Dios tiene mucho para seguir mostrándonos, y es hoy uno de los lugares donde podemos encontrar una esperanza verdadera que transforme nuestra realidad. Eso he aprendido en mi vida, y eso quiero compartir.
En una entrevista para el portal Religión Digital, el obispo argentino y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social Jorge Lugones reflexiona sobre la Semana Social de la Iglesia argentina y otros retos tras la pandemia. Apostando por el diálogo y la ecología para la reconstrucción social, Lugones reivindica acompañar «a los pobres no por un momento cargado de entusiasmo, sino con un compromiso que se prolonga». Cree que, después de la pandemia «no debería continuar la preeminencia del mundo financiero sobre el productivo» y asegura que Francisco es un gran líder «criticado, pero también valorado», porque va siempre un paso por delante, en alas del Espíritu.
Una Semana Social atípica y marcada por la pandemia, ¿verdad?. Como ya lo expresamos en el mensaje final, y a pesar de que no pudimos realizarlo como todos los años presencialmente con toda la riqueza de lo interpersonal, la tecnología permitió, por primera vez para nosotros, llegar a mayor número de personas de todo el país y del exterior, que de otra manera no hubieran podido participar de los paneles en simultáneo.
¿Ha sido un éxito, a pesar de todo?. Creemos que sí ya que sólo el primer día (recordamos que fueron cinco encuentros en cinco días consecutivos), tuvimos 5.843 visualizaciones, y casi 900 participantes en simultáneo. Además del interés que suscitó el sistema de chat que permitió hacer preguntas a los panelistas cada día.
En el mensaje final se hace un triple llamamiento:
Primero, a la unidad. ¿Por qué?
El lema de esta semana Social fue “Nadie se salva solo” pues hace referencia a la necesidad de unirnos por encima del conflicto. Creo que la unidad tiene como finalidad la necesidad de cuidar y cuidarnos, y cuidarnos para cuidar a otros. El tema del cuidado creo que es muy importante. Para englobarlo diría que tenemos tres ejes que no podemos perder de vista y que debemos fortalecer si queremos consolidar la unidad, que son: el encuentro, el diálogo y el cuidado.
El encuentro, porque si no hay encuentro y cada uno va a seguir particularizando su sector político o social, no aportando al bien común, vamos a tener un problema.
Diálogo porque si no hay encuentro no hay diálogo. Para que haya diálogo nos tenemos que encontrar. Ahora, ¿pero qué diálogo queremos? ¿Un diálogo en el que voy a dejar que el otro hable pero yo estoy pensando en otra cosa? ¿O realmente respeto la opinión del otro y además a lo mejor empezamos por las coincidencias y no por las diferencias? Si empezamos por las diferencias después se hace todo muy difícil.
Finalmente el tema del cuidado. Es fundamental para el futuro. Cómo cuidamos el planeta pero, además, cómo cuidamos a la persona humana. Ante el hecho de no poder cuidar a la gente en situación de vulnerabilidad en los barrios populares o en las villas, lo que hemos visto es la toma de conciencia de la organización comunitaria, social, solidaria y fraterna.
En segundo lugar «a la esperanza para los pobres»
La esperanza se comunica a través de la consolación, que se realiza acompañando a los pobres no por un momento cargado de entusiasmo, sino con un compromiso que se prolonga en el tiempo. Los pobres obtienen una esperanza verdadera no cuando nos ven complacidos por haberles dado alimento, abrigo, o un poco de nuestro tiempo, -como expresa LS- sino cuando reconocen en nuestro sacrificio un acto de amor gratuito que no busca recompensa.
La virtud de la esperanza se nutre de la confianza. Una de las notas de la esperanza es la “espera confiada”, por ello confiamos en la reserva de nuestro pueblo, teniendo siempre presente que “si no hay esperanza para los pobres no la hay para nadie”.
Y en tercer lugar, a «una economía con rostro humano»
Más que nunca es necesario repensar la economía con rostro humano para el escenario post pandemia. Una economía que ponga el centro de la atención en las personas, en la dignidad del trabajo, en el diálogo como factor articulador de las diferencias políticas y sociales. En una economía de la producción y el consumo antes que en una economía de la especulación.
Por eso Laudato Si no habla de crisis laboral ni económica, sino de “crisis ecológica”, porque lo engloba todo: la diversidad del ambiente y de la persona, la cuestión de la “tres T” (tierra-techo-trabajo). La crisis ecológica es un problema cultural antes que económico y su resolución -según nos dice el Papa- es la conversión de las estructuras culturales mediante la política, entendida esta como “la forma más alta de caridad”.
Necesitamos mejorar nuestro rumbo, un rumbo que, para ser sostenible, necesita colocar en el centro del sistema económico a la persona humana -que siempre es un trabajador y una trabajadora-, integrando la problemática laboral con la ambiental.
La cuestión laboral reclama la responsabilidad del Estado, al cual compete la función de promover la creación de oportunidades de trabajo, incentivando para ello al mundo productivo tanto como al científico-tecnológico y cultural, que se debe corresponder con un mundo de acceso social a los bienes y el consumo.
Fortalecer la realidad de los trabajadores de la economía popular con sus unidades productivas, y diseñar, en diálogo con todos los involucrados, políticas que contemplen las diferentes necesidades del sector y las modalidades de integración a la sociedad y al aparato productivo nacional.
Nada parece será igual, después de la pandemia, la armonía entre los diferentes sectores sociales y políticos debe aportar para realizar los cambios necesarios. No debería continuar la preeminencia del mundo financiero sobre el productivo.
¿Qué cambios visibles y concretos debe arbitrar la Iglesia después del coronavirus? Hemos sido sorprendidos por el hambre de Dios de nuestra gente, la iglesia doméstica se ha visto fortalecida, la oración en familia, la vida espiritual robustecida por la participación masiva a través de los actos religiosos y de piedad por la web es un signo del valor intangible de la fe en nuestro pueblo. Como pastores hemos corroborado la paciencia y el amor con que los fieles han demostrado su confianza en Dios, en su Madre la Virgen y en el fructuoso hábito de compartir la Palabra de Dios. Sólo crecemos cuando dejamos atrás nuestro pesimismo, nuestra forma nostálgica y amarga de mirar la vida, y nos animamos a buscar a Dios que está siempre delante nuestro para guiarnos, para orientarnos.
Decididamente el Discernimiento Social de la Iglesia insta a encontrar maneras de poner en práctica la fraternidad como un principio regulador de orden económico. Donde otras líneas de pensamiento sólo hablan de la solidaridad, el Discernimiento Social de la Iglesia habla también de fraternidad. Reconocer al otro en forma personal implica visibilizarlo con bondad, implica no prejuzgarlo, y con lucidez, es decir con discernimiento, percibir, descubrir cuál es la urgencia, la necesidad o la situación particular de mi prójimo.
La situación vivida nos invita a repensar nuestros proyectos pastorales, a cuestionar nuestra escala de valores, a pensarnos como personas interdependientes, a unir voluntades, a repensar nuestras catequesis desde la dimensión social de la fe y de una Iglesia cercana, abierta, samaritana, encarnada y arraigada en del mandamiento del amor.
Como expresa el Papa Francisco: No sería correcto interpretar este llamado al crecimiento exclusiva o prioritariamente como una formación doctrinal. Se trata de «observar» lo que el Señor nos ha indicado, como respuesta a su amor, donde se destaca, junto con todas las virtudes, aquel mandamiento nuevo que es el primero, el más grande, el que mejor nos identifica como discípulos… La exigencia ineludible del amor al prójimo.
Podes encontrar la entrevista completa en: www.religiondigital.org
Desde la frontera Colombo-Venezolana, Oscar Freites nos cuenta sobre su experiencia apostólica desde que ingresó a la Compañia de Jesús hasta hoy: el acompañamiento a los jóvenes y su labor en el Servicio Jesuita a Refugiados. «Voy vislumbrando que las fortalezas metodológicas, estratégicas y proyectivas del apostolado social tienen mucho para aportar a nuestro servicio entre los jóvenes.», afirma.
Testimonios SJ
Soy Oscar Freites, oriundo de la ciudad Río Cuarto en el sur de la provincia de Córdoba; hijo de Oscar Esteban y Delia del Carmen, y hermano de Julio César. Tengo 34 años de edad e ingresé a la Compañía de Jesús en marzo de 2011. Actualmente me encuentro estudiando teología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
Mis principales horizontes apostólicos, antes de ingresar a la Compañía y durante los primeros años de la formación, han estado vinculados con la pastoral entre los jóvenes. Desde los grupos misioneros de jóvenes hasta las pastorales juveniles diocesanas en Río Cuarto y en San Miguel (Buenos Aires), acompañando grupos del MEJ y alentando la articulación de la Red Juvenil Ignaciana. El magisterio también fue un tiempo para profundizar y hacer síntesis de este trabajo entre los jóvenes colaborando en el Centro Manresa de Córdoba. Así mismo, las horas de clases de las materias de formación en la UCC también me ubicaron dentro del mundo juvenil cordobés.
Frente a estas experiencias, el apostolado durante la teología me ha propiciado un escenario pastoral muy diferente: el Servicio Jesuita a Refugiados – Colombia (JRS/COL). El trabajo entre los migrantes y desplazados forzados me ha vinculado novedosamente con el sector social de la Compañía de Jesús, siendo una oportunidad de crecimiento personal y de fructuosos aprendizajes en torno a los institucionales modos de proceder en el servicio entre los más pobres.
Una de las experiencias más significativas de este tiempo en Colombia ha sido poder estar cerca de las comunidades campesinas que se dedican al cultivo de coca en la frontera colombo-venezolana. Comunidades víctimas del conflicto, desplazados forzados y migrantes que aún viven entre el fuego cruzado de los grupos armados y bajo la presión de los narcotraficantes. Allí, junto a sus líderes sociales, he podido resignificar el deseo de entregar la vida por los demás, el valor silencioso del servicio, la gratuidad de lo celebrativo y la fortaleza de aquello que se construye comunitariamente. Así también, desde esta experiencia de resistencia, compromiso y esperanza comunitaria estoy escribiendo mi trabajo de grado.
Colaborando con el Servicio Jesuita a Refugiados Colombia he descubierto que las herramientas y los aprendizajes del trabajo entre los jóvenes me han sido muy útiles para el acompañamiento a nuestros asesores y colaboradores. Profesionales jóvenes que, en medio de la diaria tarea de acompañar, servir y defender a la población en situación de movilidad humana, siguen discerniendo su personal proyecto de vida. Personas que también van reconociendo en su propia historia heridas que necesitan narrarse y ser escuchadas para comenzar a reconciliarse. Pero así también, voy vislumbrando que las fortalezas metodológicas, estratégicas y proyectivas del apostolado social tienen mucho para aportar a nuestro servicio entre los jóvenes. Frente a ello, me voy sintiendo llamado a poder establecer este diálogo y articulación; reconociendo la importancia de la proyección social de nuestra tarea entre los jóvenes y del acompañamiento discerniente con cada uno de nuestros colaboradores del sector social.
San Ignacio creía profundamente en la diversidad de vocaciones basada en el hecho de que Dios llama a cada uno por su nombre. Por ello, la figura del hermano es, desde la fundación de la Compañía de Jesús, una forma diferente de incorporarse a un único Cuerpo y de servir a una misma misión. Ya la Congregación General 31 afirmaba que “la actividad apostólica de los hermanos se define por los mismos principios por los que se define el apostolado de toda la Compañía”.
Por Haydée Rojas
¿Ser sacerdote o hermano? Es la pregunta que al menos se hicieron, en los últimos años, cinco hombres mientras realizaban su noviciado en la Compañía de Jesús y que hoy están apostólicamente activos, realizando múltiples tareas. Una pregunta que recuerda también la que muchos otros se han hecho a lo largo de la historia de la Compañía en Chile y en otros países.
Leopoldo Labrín (médico que trabaja en África en el hospital de Goundi, en el Tchad); René Cortínez abogado, profesor de Derecho en la U. Alberto Hurtado y responsable del Archivo de la Provincia); Pablo Escobar (médico, trabaja en el CESFAM de Puerto Montt y en la Pastoral del Colegio San Francisco Javier); Pablo Mayorga (estudia Pedagogía en Artes y Teología en la Universidad Javeriana de Colombia), y Hernán Rojas (está terminando un doctorado en teología en Innsbruck, Austria), optaron por su vocación de hermanos jesuitas.
Ellos también han consagrado su vida a Dios y profesado los votos de obediencia, castidad y pobreza, pero no se sienten llamados a ejercer el ministerio sacerdotal. Su vocación religiosa la viven a través de su profesión u oficio y con disponibilidad total para el servicio a los demás.
Una concordancia total con lo que San Ignacio definía como vocación: el deseo de amar más, de servir siempre, de construir un mundo más inclusivo, y de hacerlo en la Iglesia.
Los primeros hermanos siguen hoy inspirando estas vocaciones. Es el caso del español Alonso Rodríguez SJ, patrono de los hermanos jesuitas, quien vivió en profunda humildad y sencillez, y ganó merecida fama por la mística y santidad a la que llegó en su trabajo como portero en el Colegio Montesión, en Palma de Mallorca.
Quiénes han sentido esta vocación, aseguran que es un llamado muy fuerte que expresa su radicalidad evangélica en el servicio a los demás.
Pablo Mayorga SJ, explica desde Colombia que la decisión de ser hermano vino en el noviciado. “Un día, durante la oración, me surgió la pregunta de si ser hermano no sería una opción más radical. Eso me quedó dando vueltas, al punto que me pareció importante hablarlo con el maestro de novicios (Pablo Peña SJ, en aquel entonces). Él me hizo ver que no necesariamente el ser hermano era más radical que ser sacerdote, pero que pusiera atención a esas preguntas. Así, durante casi los dos años que estuve en Melipilla intenté sondear por qué camino me estaba invitando el Señor. En ese proceso conté con la ayuda de varias personas, pero particularmente importante fue la orientación que me dio el hermano René Cortínez SJ.
Pablo Escobar SJ, quien hizo los votos en 2017, lo explica: —Ser hermano jesuita es como una vocación dentro de la vocación. Mi elección tiene que ver con que me sentí más llamado a acompañar que a pastorear.
Dice que no se sintió llamado a administrar sacramentos, sino que a vivirlos como los laicos, pero consagrado a Dios. “Entendí que Dios me pedía que me consagrara a través de la medicina”, puntualiza.
En tanto, desde Austria, el hermano Hernán Rojas SJ nos cuenta que ingresó a la Compañía sin decidir aún por qué optaría. Intuía que “la decisión más relevante para mí era ser jesuita, más allá de ser sacerdote o no”. Explica que “me sentía invitado a consagrar mi vida entera a Jesús, al modo de la Compañía, por medio de los votos religiosos. Y esa consagración me parecía que se veía con mayor claridad, si era religioso ‘a secas’”.
¿Qué te decidió a ser hermano?
Estar en la parte del Pueblo de Dios que es “asamblea” en la misa y a la vez tener muchos amigos que están en la parte del Pueblo de Dios que es “presbiterio”, contesta Rojas.
Mayorga, en cambio, cree que lo que más ha gozado de ser hermano es que se ha liberado de buscar cargos y reconocimientos, “algo que, personalmente, siempre me ha tentado mucho”, reconoce con humildad. Y agrega que “junto a lo anterior, lo que a ratos se vive como tensión pero que también siento como gracia, es el ejercicio constante de discernimiento al que esta vocación me somete. Sin un rol tan definido dentro de la vida de la Iglesia (en contraste con el escolar o el sacerdote), el ser hermano me invita constantemente a preguntarme por lo que soy y por mi misión particular.
Dos opciones que se potencian
Antiguamente, a los hermanos se les llamaba “coadjutor temporal”, es decir, persona que ayuda a otra en el desempeño de un cargo, especialmente el eclesiástico. La denominación quedó obsoleta y en la Congregación General 34 se determinó que se usaría en adelante solo el término “hermano”, o “hermano jesuita”.
Pablo Escobar explica que San Ignacio creó esta figura orientado hacia el trabajo al interior de las comunidades y que por eso los primeros hermanos se dedicaban a las labores más domésticas. Pero con el tiempo eso fue cambiando y hoy esa consagración se vive a través de una profesión u oficio.
A lo mismo apunta Hernán Rojas, quien reconoce que por mucho tiempo “se hizo una diferencia muy grande entre los sacerdotes que trabajaban en tareas ‘espirituales’ en la misión apostólica de la Compañía (‘ad extra’), y los hermanos, que se ocupaban de las tareas prácticas (se las llamaba ‘temporales’) o en los ‘oficios humildes’ al interior de nuestras comunidades (‘ad intra’). Esa diferenciación está agotada. Todos los jesuitas somos responsables de nuestra vida comunitaria y todas nuestras tareas son apostólicas. Y, es , todos debiéramos ser humildes en nuestros servicios,sean cuales sean… aunque la humildad no nos salga tan fácil”.
Indistintamente, ellos coinciden en que están plenamente incorporados a sus comunidades y que se sienten valorados por sus compañeros sacerdotes, porque, como recalca Escobar, “soy uno más, son dos vocaciones distintas, pero que se potencian”.
No obstante, reconoce que a los laicos les cuesta entender la figura del hermano jesuita. “En la mayoría de los lugares no termina de comprenderse del todo. En el consultorio no soy el médico habitual, a veces tengo criterios distintos y no cumplo con el estereotipo. Y, por otro lado, en el colegio la gente no me termina de ver como al resto de los jesuitas porque trabajo en un consultorio y porque no hago misa. Cuando le conté a un hermano jesuita argentino que había elegido esta vocación, lo primero que me dijo fue: “Bienvenido a algo que solo tú y Dios saben de qué se trata”. Y tiene un poco de eso, pero el tema es que, si uno siente que las piezas encajan, que está en el lugar adecuado, que es su identidad, su vocación, entonces está todo bien. Poco a poco la gente va entendiendo lo que es un hermano”.
Para Pablo Mayorga, “si bien es muy claro para todos que los hermanos no presidimos la celebración de los distintos sacramentos, a muchas personas les resulta difícil entender por qué alguien querría renunciar a tanto sin obtener nada a cambio. Creo que esto delata una visión sobre el sacerdocio que es bastante común y que no contribuye mucho a la vida de la Iglesia, esa idea del sacerdocio como una cuestión económica (yo renuncio, pero gano atribuciones que no todo el mundo tiene), más que como un servicio, como un modo de servir”.
Lo mismo piensa Rojas: “A veces la gente cree que los votos son como ‘el precio a pagar’ para ser sacerdote. Que existan los hermanos es un signo de que los votos son un bien en sí mismo para nosotros los jesuitas (hermanos y sacerdotes), no solo un ‘medio’ para alcanzar algo. Pero claro, como todo signo eso resulta solo si nuestro testimonio es coherente con nuestra consagración”.
Algo de eso vivió Escobar cuando, al terminar sus estudios de Medicina en la Universidad de Chile, contó que entraría al noviciado:
El primer shock fue que entraba a la Compañía y renunciaba a la medicina. El segundo impacto fue que no iba a ser sacerdote, sino hermano. Más de alguien me comentó que eso “no era ni chicha ni limonada”. Ha sido un proceso largo, pero han entendido que estoy feliz y que no dejé mi profesión.
Pablo Mayorga concluye que “ser hermano, sobre todo al comienzo, se presenta más como una variedad de posibilidades que como una certeza y, por lo tanto, solo el tiempo y la vida van permitiendo que tanto uno como los más cercanos podamos ir comprendiendo cómo se encarna esta vocación”
Artículo publicado en revista Jesuitas Chile n. 50